Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


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Maia. Un año y medio después

Mañana es mi cumpleaños.

Mis zapatillas desgastadas esquivan los charcos de barro del camino. Estamos a mediados de agosto, pero, aunque hace calor, el clima es húmedo y llevamos unos días con tormentas. A partir de esta noche se verán las Perseidas, así que guardo esperanzas de que el cielo se despeje. Ahora está anocheciendo, el sol ya se ha escondido tras el horizonte y pronto las farolas, ocultas entre los árboles, iluminarán las calles del cementerio.

Cuando llego a mi destino, me quito los auriculares y, agradeciendo que haya techo y el suelo esté seco, dejo el bolso y me siento con las piernas cruzadas.

—Hola, Deneb —digo en voz alta. Vengo tanto últimamente que ya se ha vuelto una costumbre.

Me abrazo las rodillas con la mirada clavada en la tumba. Sé que no le habría gustado que comprara flores para que se marchitaran, así que arranqué algunas estrellas del techo de nuestra antigua habitación e improvisé un ramillete. Ahora es la única persona del cementerio que tiene estrellas en lugar de flores.

—Siento no haber podido venir antes esta semana. Dentro de poco empiezo la universidad y tengo algunas gestiones que hacer —comienzo a decir abriendo el bolso para guardar los auriculares—. Además, el otro día fue una locura. ¿Te acuerdas de Will, el nuevo novio de mamá? Pues vino a cenar a casa para conocerme. Ella dice que no tienen nada serio aún, pero yo lo veo con bastantes expectativas. Y sé que va a sonarte raro viniendo de mí, pero me gusta. Es majo y la trata muy bien. No se parece a papá, claro. Pero ya contaba con ello. Nadie se parece a papá.

Ahora también lo visito a él a menudo. Me pasé los meses posteriores a la muerte de mi hermana sin atreverme a venir, hasta que comprendí que, en realidad, hacerlo me ayudaría. A veces solo me siento aquí en silencio. Y otras me atrevo a hablarles con la esperanza de que, estén donde estén, y aunque yo solo susurre, ellos me escuchen.

No me gusta que sus tumbas estén tan separadas. Sin embargo, sé que es algo que solo ocurre aquí abajo y que allí, en el cielo, en las estrellas, están el uno al lado del otro. Juntos, como antes de marcharse.

—Es profesor de gimnasia en un instituto. Y le encanta el baloncesto. Se lo conté a Liam y se ha pasado los últimos dos días buscando información en internet para poder hacerse el intelectual cuando se conozcan. Creo que también lo hace para tener una excusa con la que hablar conmigo más a menudo. Me echa de menos cuando se va de viaje. —Me muerdo el labio para contener una sonrisa, pero veo que es imposible, así que acabo rindiéndome a lo evidente—. Bueno, vale, puede que yo también lo eche de menos a él. Pero si se entera lo negaré rotundamente.

Sus cifras en YouTube se han disparado durante el último año y ahora demandan su presencia en un montón de eventos con fans. Ha tenido un mes tranquilo, pero la semana pasada volvió a irse y tardará tres o cuatro días más en volver, lo que significa que no podremos estar juntos en mi cumpleaños.

La idea no me entusiasma, la verdad, pero no es culpa suya. Además, me ha llegado el rumor de que tiene varias cosas planeadas.

Algo relacionado con un concierto. De mi banda favorita.

Se supone que aún no lo sé, pero mi jefe le ayudó a pillar las entradas y es un poco bocazas.

—Las cosas van bien aquí abajo —continúo. Se lo repito constantemente para que no lo olvide—. Mamá está contenta con su trabajo. Y, desde que vivimos en el nuevo apartamento, ahorramos bastante dinero. Yo compagino la universidad con mis turnos en la tienda de música. Y con Liam todo va sobre ruedas. Tiene un humor penoso, vale, y sus bromas me sacan de quicio, pero no me imagino estando con ninguna otra persona. Hace poco lanzamos la campaña de concienciación sobre la que te hablé. Se volcó con ella. Y la gente la está compartiendo mucho. Si lo conocieras, te caería muy bien. Estoy segura de que es el tipo de chico que querrías para mí.

Mi móvil tintinea con la llegada de un mensaje.

Es como si supiera cuándo estoy hablando sobre él.

También he recibido varios de Lisa; hemos quedado mañana para ir a pasar el fin de semana a la casa del lago. Evan ya habrá llegado para entonces. Además de nosotros, viene Max, otro de sus amigos, con su novia Nickie. A él también le he declarado odio eterno. Se une a Evan para meterse con Liam y, aunque sea de broma, eso me pone automáticamente en su contra. La única persona que puede meterse con mi novio en mi presencia soy yo misma.

Respondo a los mensajes de Lisa y después paso directamente a los suyos.

LIAM¿Por qué Evan acaba de decirme que te has teñido el pelo?

Sonrío. Ha tardado en enterarse más de lo que pensaba.

MAIAPorque me he teñido el pelo.

LIAM¿Y él se ha enterado antes que yo?

MAIASe lo habrá contado Lisa. He estado con ella esta mañana.No te he avisado porque quería ver tu reacción en directo cuando volvieras el sábado.

LIAMIré preparando mis dotes de actuación por si no me gusta.No quiero herir tus sentimientos.

MAIAQue te jodan.

Me muerdo el labio. Estoy convencida de que, al otro lado de la pantalla, él sonríe.

LIAM¿Estás en casa?Va, pásame una foto.Bueno, espera, voy a por las gafas de sol.Seguro que vas a deslumbrarme con tu belleza.

MAIA¿Sabes lo que sí voy a hacer?Bloquearte.

LIAMMujer del demonio.¿Me pasas la foto o qué?

MAIANo. Tendrás que esperar al sábado.O volver antes, claro.

No hay ninguna posibilidad de que eso ocurra, ya que no depende de él, sino de la organización del evento, pero no pierdo nada por intentarlo. Liam tarda unos segundos en contestar. Escribe, borra, y finalmente insiste:

LIAMPero ¿estás en casa?

MAIAHe ido al cementerio. ¿Por qué?

Me envía una foto.

Al descargarla, lo primero que veo es su sonrisa. Es de noche y las luces amarillentas de las farolas le sombrean el rostro. Me fijo en sus rizos revueltos y en la expresión burlona que transmiten sus ojos azules. Y después veo lo que hay detrás y me salta el corazón. Busco su número para llamarlo tan rápido que casi se me cae el móvil.

—Dime que no me estás tomando el pelo —le suplico en cuanto descuelga.

—Mis dotes de actuación son admirables, ¿eh?

—¿Estás en mi casa? ¿Ahora?

—Llevo diez minutos en la puerta. Esperaba que vinieras a recibirme, pero me has arruinado la sorpresa. —Estoy demasiado conmocionada para reaccionar. Seguro que él sonríe—. He adelantado el vuelo. Solo nos quedaba el cierre del evento y mis amigos pueden cubrirme. No iba a perderme tu cumpleaños.

Me cubro la boca con una mano porque, aunque no haya nadie cerca, siento la necesidad de ocultar mi sonrisa. La emoción que siento no me cabe en el pecho. Me muerdo el labio.

—¿Te pasas a recogerme? —sugiero.

—¿El rencuentro será mejor cuanto menos tarde?

Y yo sonrío todavía más.

—Te espero dentro de diez minutos.

—Solo necesito cinco.

Dicho esto, cuelga la llamada.

Me vuelvo de nuevo hacia la tumba y escondo la cara entre las rodillas sin dejar de sonreír. Mierda, vale, esto sí que me hace ilusión. Me muero de ganas de verlo. Y, aunque suene tonto, porque ya debería conocer a Liam, no me lo esperaba en absoluto. Pero que sea así conmigo me demuestra lo que le he dicho antes a Deneb; seguramente a ella le caería muy bien.

—El amor es un asco —le digo mientras trato de ocultar mi sonrisa.

Y, después, solo guardo silencio. Me gusta pararme a pensar en que, después de una mala época y con mucho trabajo, por fin he recuperado la ilusión. Y no solo con Liam. También con Clark, cuando escuchamos juntos nueva música para ponerla en la tienda, o con mamá. Con Lisa y Evan. E incluso conmigo misma. Vuelvo a sentir emoción por hacer cosas cotidianas. Y no hay nada que se compare con eso.

Sé que Anna, mi psicóloga, ha tenido mucho que ver. Ella siempre dice que el mérito es mío, que he sido yo la que ha sido capaz de seguir adelante. Creo que la sesión de la semana que viene será una de las últimas. Liam se ha ofrecido a llevarme. Y sé que, al igual que yo, se siente muy orgulloso de cómo han cambiado las cosas.

Su vida también ha dado un giro importante. Ahora no vive solo, sino con Evan, y compagina YouTube con las clases en la universidad. Está estudiando Comunicación Audiovisual. Yo curso Periodismo, así que estamos en la misma facultad. Eso, sumado a que mi madre y yo nos hemos mudado a Mánchester, nos facilita vernos todos los días. He recuperado mi buena relación con ella, aunque Liam sigue trabajando en la suya con sus padres. Gabriela no ha cambiado. Y Adam tampoco. Liam no va mucho a visitarlos. Y, cuando lo hace, siempre me pide que lo acompañe. Y yo lo hago sin dudar porque quiero estar ahí cuando me necesite, igual que hace él.

Con todo esto en la mente, vuelvo a mirar la tumba de Deneb. Escrito con caligrafía en cursiva, junto a su nombre y las fechas, pone: «Cada vez que pierda el rumbo, miraré arriba, a las estrellas, para que me guíes».

—Hace un tiempo te dije que estaba deseando empezar a vivir —digo en voz alta. Recordarlo hace que se me forme un nudo en la garganta, pero me las apaño para sonreír—. Creo que por fin estoy haciéndolo, Deneb. Os echo de menos. No te imaginas cuánto. Pero eso no significa que no sea feliz. He mejorado y madurado mucho. Y quiero seguir haciéndolo.

Una de las estrellas del ramillete se cae al suelo. Alargo la mano para cogerla. Al girarla, encuentro la inscripción de Liam, esa en la que define «supernova». Vuelvo a ponerla en su sitio. Y después me echo el bolso al hombro y comienzo a levantarme.

—Voy a seguir brillando, como me dijiste. —Sigo mirándola—. Te lo prometo, ¿vale?

Eso me sirve como despedida. Durante el camino hacia la salida, los árboles aúllan por el viento. Y en el cielo, despejado después de varios días de tormenta, se ven las estrellas. Pienso en lo que le he prometido. Y en que es completamente verdad. Pienso seguir intentándolo, cueste lo que cueste.

Hasta que ya no me queden oportunidades.

O, como habría dicho ella, hasta que ya no me queden estrellas.

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