Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


7. Música

Página 12 de 52

7

Música

Maia

Un desastre. Todo es un desastre.

Entro corriendo en el restaurante y no tardo en descubrir dónde se encuentran los baños. Por suerte, son individuales. Cierro la puerta, echo el pestillo y me apoyo contra la madera. Apenas puedo respirar y el corazón me late muy fuerte. Cierro los ojos para contener las ganas de llorar. Siento el suelo pegajoso contra mis pies y hace tanto frío que se me congelan los huesos.

Todo es un desastre.

Suelto un suspiro tembloroso y me seco las lágrimas que se me han escapado. «Deja de comportarte como una cría», me espeto, pero no funciona. Abro el grifo para lavarme la cara y después me seco con papel. Cuando subo la mirada hacia el espejo, compruebo que mi pelo está mojado y enredado y que se me pega a la frente. Me deshago la coleta para peinármelo con los dedos antes de volver a hacérmela. Trago saliva cuando mis ojos se posan sobre la sudadera de Liam.

Solo la he aceptado porque estaba congelándome y seguramente sea lo que evite que coja una pulmonía. Está seca por dentro, así que no ha tardado en hacerme entrar en calor, pero no consigo ignorar el hecho de que huele a él. A su colonia, más bien. Y eso no me gusta nada porque, desde que la llevo puesta, no he podido dejar de pensar en ello.

Muy bien. Me cubro las manos con las mangas y cojo una profunda bocanada de aire. Clavo la mirada en el espejo. Puedo hacerlo. Puedo afrontar esto.

Pero enseguida me doy cuenta de que no es verdad.

Soy la única que tiene ingresos en casa. Desde que despidieron a mamá de su trabajo, nos hemos mantenido a base de ahorros y del poco dinero que gano y que definitivamente no es suficiente para costear las facturas. Antes teníamos otro coche, pero quedó destrozado tras el accidente. Fue una suerte que se lo llevaran directamente al taller. No habría podido mirarlo sin recordar lo ocurrido.

Por eso me dolió tanto gastarme todos mis ahorros en un coche de segunda mano. Recuerdo lo difícil que fue subirme a él por primera vez. Agarrar el volante, pisar los pedales y circular por la carretera. El corazón me iba tan rápido que parecía que me fuera a estallar. Aún no he olvidado esa sensación de ansiedad, de no poder respirar, de tener que mantenerme alerta por si ocurría cualquier otra desgracia. Por si mi vida se hacía pedazos otra vez.

Lo he sentido de nuevo antes, con Liam. Por eso le pedí que condujese en mi lugar.

Nunca me he atrevido a salir del radio de veinticinco kilómetros que recorro a menudo. Me mareo solo de pensar que todavía nos quedan cien hasta Londres.

Y que tendré que volver sola.

Cuando sufrieron el accidente, venían justo de ahí. Deneb estudiaba Física en la Universidad de Londres. Mamá quiso ir a recogerla por sorpresa para que celebráramos juntas mi cumpleaños, pero ninguna de las dos volvió a casa ese día. Fue en el mismo tramo de carretera, de noche, casi a la misma hora. Y tendré que recorrerlo sola.

Eso, si Liam consigue arreglar el coche que se llevó todos mis ahorros.

No debería haber accedido a venir.

No obstante, estoy aquí. Y no puedo quedarme encerrada para siempre. Con esto en mente, me armo de valor y salgo del baño. Fuera cada vez llueve con más fuerza. Me abrazo a mí misma dentro de la sudadera y corro hacia el coche. Acabo de caer en que he dejado mi móvil, mis llaves y mi vehículo en manos de un completo desconocido y que podría haberse largado; por eso siento tanto alivio cuando abro la puerta y compruebo que Liam sigue ahí dentro.

—Evan llegará dentro de un par de horas —me informa mientras me acomodo en el asiento del copiloto. Me muestra mi teléfono como prueba de que han hablado por Instagram.

No le presto mucha atención. Me cubro las rodillas con su sudadera y me abrazo las piernas para conservar el calor. La lluvia me ha calado hasta los huesos. Aunque no lo miro, siento que está pendiente de todos mis movimientos y eso me altera más de lo que me gustaría.

—¿Tienes frío? —pregunta al verme temblar.

—Estoy bien —miento.

—Puedes esperar dentro si quieres. Estarás mucho más cómoda que aquí.

Me vuelvo a mirarlo con desconfianza.

—Pero tú no puedes entrar.

Hace una mueca.

—A menos que queramos que se nos lancen encima, me temo que no.

—No pienso dejarte aquí. —Enarca las cejas, por lo que me apresuro a añadir—: Podrías intentar robarme el coche o algo así.

Sería bastante difícil, dado que está estropeado, pero por suerte Liam no parece darse cuenta. Desvío la mirada un tanto tensa.

—¿Has llamado a tus padres? —inquiero para cambiar de tema.

De pronto, él también parece incómodo. Se encoge en su asiento y lo miro de reojo.

—No. Dudo que hayan notado que no estoy.

¿Y han pasado, cuánto, doce horas?

—Te entiendo —respondo sin pensar.

Liam posa sus ojos sobre mí confundido.

—Normalmente soy quien se preocupa de que mi madre llegue bien a casa —le explico.

No sé por qué he dicho eso. Nos quedamos en silencio y, aunque quizá sea solo impresión mía, siento que me observa de forma diferente. ¿Con lástima quizá? No me gusta nada, así que me limito a fingir que no lo noto y a desear que acabe pronto.

—Cuando llegue Evan, llamaremos a la grúa para que lleven tu coche al mejor taller de Londres. Cubriré todos los gastos, ¿vale? Y después te pagaré lo que te debo por haberme traído hasta aquí.

Odio sentirme como su obra de caridad. De hecho, me falta poco para ceder ante el orgullo y negarme, pero estoy harta. De no ser por él, ahora no estaría atrapada en medio de ninguna parte mientras llueve a cántaros, con el coche echando humo y sin otra forma de volver a casa. Siempre procuro tomar decisiones inteligentes, y esta no lo ha sido en absoluto.

—Está bien —contesto mirando hacia otra parte.

Y, para mis adentros, me repito que no me importa lo que le ocurra. No es problema mío. Debería haberlo abandonado a su suerte y dejar que se buscara otra forma de volver. Si decidí ayudarlo, fue solo por el dinero. Porque necesitamos pagar las facturas.

Pero no influyó nada más.

—¿Que quieras estudiar Periodismo tiene algo que ver con que escuches a una banda nueva cada semana? —pregunta tras unos minutos en silencio.

Lo miro extrañada. No sé a qué viene eso, pero Liam no recula; me observa con sus potentes ojos azules mientras espera una respuesta.

—¿Qué te hace pensar eso?

—Es una suposición.

—¿Una suposición?

—Soy muy observador.

—Ya.

—Escribes, te gusta descubrir música y quieres ser periodista. Todo apunta a que te morirías por trabajar en la radio. ¿Me equivoco?

Que parezca tan seguro me produce sorpresa y, aunque odie admitirlo, también provoca que me entren ganas de sonreír. Fuera diluvia y no dejamos de escuchar el repiqueteo de la lluvia contra los cristales.

—¿Te mola eso de psicoanalizar a la gente? —cuestiono, sin darle una respuesta.

Liam se encoge de hombros.

—Se me da bien. Todo el mundo sigue un patrón.

—Me gustan los programas de radio. Creo que es uno de los medios de comunicación más... honestos. Cuando escuchas a alguien, lo juzgas por su forma de pensar y de expresarse, no por su imagen. Es poco superficial. No sé, me gusta. —Termino encogiéndome en mi asiento inquieta. Puede que me haya ido por las ramas.

Sin embargo, él sigue mirándome con curiosidad.

—Serías buena como locutora.

—Ni siquiera me conoces.

—No, pero se nota que disfrutarías haciéndolo. Uno siempre disfruta viendo a alguien dedicarse a lo que le apasiona.

Preferiría que no volviésemos a quedarnos en silencio, por lo que me obligo a sacudir la cabeza y responder:

—Es un sueño tonto. Muy pocos consiguen llegar alto. Intentarlo sería una pérdida de tiempo.

Pero es completamente imposible esquivar su mirada cuando me observa así.

—Creo que tú también deberías dedicarte a lo que te haga feliz, Maia.

—Como sea.

Me cruzo de brazos. No soporto que use mis propios consejos conmigo. Venimos de mundos distintos. Su vida es totalmente opuesta a la mía. Tiene cientos de oportunidades justo ahí, en la palma de su mano. Puede cometer errores o tomar el camino equivocado porque siempre tendrá a alguien esperándolo para guiarlo por el correcto. Pero yo no. Yo no tengo nada de eso.

No espero a que me ofrezcan oportunidades. Me las construyo yo misma. Y por eso tengo que ser realista.

De nuevo, nos dejamos consumir por el silencio. Liam frunce los labios y se pasa una mano por los rizos inquieto. Parece que busque desesperadamente algo que decir.

—¿Por qué no me enseñas más canciones de tu banda musical de la semana? —sugiere de repente, y el corazón me da un vuelco, aunque no entiendo muy bien por qué.

—¿Va en serio? —No puedo evitar sorprenderme.

—Tenemos tiempo de sobra, ¿no?

Dudo un momento, pero al final decido que, si la alternativa es sumirnos en este silencio incómodo hasta que llegue su amigo, definitivamente prefiero poner música. Rebusco el móvil en mis bolsillos, hasta que recuerdo que se lo presté. Lo miro de manera inquisitiva y Liam se apresura a devolvérmelo. Sus dedos rozan los míos y resisto el impulso de apartar la mano a toda prisa.

Intentando no pensar en que está pendiente de mí, busco una de mis nuevas canciones favoritas y subo el volumen. Sweater Weather, de The Neighbourhood, lucha por hacerse oír sobre el repiqueteo de la lluvia en los cristales. Finjo que no me importa, pero me mantengo atenta a la reacción de Liam, que comienza a mover la cabeza distraídamente al ritmo de la canción.

—¿Has escuchado a 3 A. M.?

Su voz suena por encima de la música. Me vuelvo hacia él de inmediato.

—¿Bromeas? Es una de mis bandas favoritas.

Parece sorprenderse. Arquea una ceja.

—¿Canción preferida?

—¿De esa banda? —Se encoge de hombros, por lo que continúo—: Insomnio, sin duda.

—Esperaba que tuvieras buen gusto. Sigue latiendo es la mejor que tienen.

—¿Te puedes creer que nunca la he escuchado?

—Cualquier aspirante a locutora que se precie tiene que conocerla. Anda, trae.

Extiende la mano para que le dé mi teléfono. Unos segundos después, una canción con aire melancólico inunda el ambiente. De primeras pienso que no es para mí, que es demasiado lenta, pero la dejo sonar porque él ha escuchado antes la que he puesto yo.

Y menos mal. Porque no tardo mucho en enamorarme de ella.

Liam echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos para disfrutar de la música. Tiene un perfil extrañamente bonito; la mandíbula marcada y la nariz recta. Un puñado de rizos castaños le caen sobre la frente de forma descuidada, como si no le diera mucha importancia a su aspecto. Seguro que es pura fachada. Conozco a esta clase de tíos. Se preocupan más por cuidar su aspecto que por respirar.

Aunque imagino que eso está justificado cuando eres un personaje público de internet. Vale, no sé cuántos suscriptores tiene, pero he visto el brillo en las miradas de esas chicas antes, cuando se han sacado una foto. Actuaban como si estuviesen conociendo a uno de sus ídolos y, a juzgar por la tranquilidad con la que ha reaccionado Liam, es algo que le pasa a menudo.

Me pregunto qué pensarían sus fans si supieran que su youtuber favorito ha acabado durmiendo borracho en el coche de una desconocida.

Cuando mi mirada continúa bajando por su cuerpo es como si, de pronto, mi mente se quedara en blanco. Y lo único que pienso es: «Joder». Como me ha cedido su sudadera, ahora solo lleva una camiseta blanca que se ajusta a los músculos de su pecho y sus brazos de una forma casi dolorosa. Tiene las manos grandes y los hombros anchos. Noto un cosquilleo agradable en el estómago e intento pensar en otra cosa, pero no funciona.

De repente, la canción termina y Liam abre los ojos. Entonces, su mirada encuentra la mía, ya que aún sigo observándolo, y, aunque de primeras parece sorprendido, en sus labios pronto se forma una sonrisa. Doy un respingo y me apresuro a mirar hacia otra parte, incómoda, nerviosa y cabreada tanto con él como conmigo misma.

Tengo el corazón desbocado. No estoy aquí para esto.

«Maia, céntrate.»

Nos pasamos un rato intercambiando canciones. Me enseña sus bandas favoritas y después escuchamos a las mías, y, aunque no coincidamos en muchas, no puedo negar que tiene buen gusto. Pese a que yo preferiría que nos limitásemos a oír la música y ya está, Liam se empeña en conversar. Acabamos charlando sobre películas, series y libros. Esto último me sorprende especialmente porque daba por hecho que..., bueno, no sabía leer.

Casi una hora después, Evan nos manda un mensaje pidiéndonos mi número de teléfono para llamarnos. No me parece buena idea, pero Liam insiste en que no podrá explicarle dónde estamos de otra forma. Vuelvo a darle mi móvil y sale del coche, aprovechando que ha dejado de llover, para hablar con él.

Decido imitarlo y estirar las piernas. Sigue haciendo frío, por lo que agradezco tener su sudadera. Aún tengo el pelo mojado, así que seguramente acabaré pillando un resfriado. Liam no tarda en colgar y se acerca para avisarme de que su amigo está a punto de llegar.

No tardamos mucho en ver su coche entrando en el área de servicio. Liam se pone a hacer señas y yo pestañeo incrédula. No sé cuántos años tendrá ese tal Evan, pero ese trasto debe de costar más que mi casa. Lo aparca junto a mi coche destrozado y en sus últimas, y casi me avergüenzo de lo poco que tengo.

Cuando se baja del coche, me quedo boquiabierta. Se trata de un chico joven, de unos veinte, como mucho, con la piel oscura y el pelo lleno de rizos minúsculos y elásticos. Es de constitución atlética, aunque está más delgado que Liam y este le saca varios centímetros. Va vestido de forma estrambótica, con una camiseta de manga corta encima de una sudadera enorme y unos vaqueros llenos de agujeros.

Esboza una gran sonrisa al vernos y se recoloca sus gafas de sol. Pero ¿qué hace? Si está nublado.

—Es la cuarta vez que te salvo el culo este mes.

Cuando se detiene junto a nosotros, Liam sonríe y choca puños con él. Mientras tanto, yo no puedo apartar la mirada de Evan. Parece recién sacado de un panel de Pinterest.

—Gracias por venir, tío. Te debo una —responde Liam, y el otro niega, como si no fuera suficiente.

—Ni gracias ni hostias. ¿Es que no puedes pasarte una semana sin meterte en problemas? Me estresas y con el estrés me salen arrugas. Puto desgraciado.

Suena bastante agresivo, pero Liam no le da importancia.

—¿Que quieres saber cómo estoy, dices? —pregunta irónicamente—. Genial, gracias. Ninguna lesión física ni psicológica de la que preocuparse.

—¿Estás de coña? Das asco —rebate Evan señalándolo—. Y hueles a muerto. Prueba a ducharte de vez en cuando. Una vez al año no hace daño.

—Que te jodan.

—De nada por venir a por ti, capullo. —Mira a nuestro alrededor y frunce el ceño—. Por cierto, ¿cómo diablos has acabado aquí? ¿Has hecho autostop? Porque yo no te habría recogido.

—Acabé mucho más lejos —contesta Liam ignorando el comentario. Me señala con la cabeza—. Ella me ha traído hasta aquí.

Es entonces cuando Evan recae en mi presencia. Abre tanto los ojos que casi se le salen de sus órbitas. Se vuelve automáticamente hacia Liam.

—Dime que no has hecho lo que creo que has hecho.

—¿Qué? ¡No! —se apresura a decir él lanzándome una mirada nerviosa. Se aclara la garganta—. Maia, este es Evan, mi mejor amigo. Y Evan, ella es...

—... alguien que, por tu bien, espero que sea mayor de edad —carraspea Evan.

Liam da un respingo y se apresura a golpear a su amigo, mientras yo me planteo seriamente cuál de los dos me cae peor.

—Ignóralo —me aconseja Liam—. Evan es así. Pensar no es uno de sus fuertes.

Ante esto, su amigo se vuelve hacia mí.

—Mi más sincero pésame, Maia. Aguantar a este tío durante tantas horas seguro que te dejará secuelas de por vida.

—Se ha cargado mi coche —comento, y Evan se gira inmediatamente hacia él.

—¿Te has cargado su coche?

—¡Ha sido un accidente! —protesta Liam—. Además, he prometido arreglarlo. Evan, ¿me dejas llamar a la grúa?

El chico ya tiene su móvil en la mano.

—Le daré un toque a mi mecánico de confianza. Con suerte, dentro de un par de horas habrán solucionado el problema —nos informa, y después alza la vista—. En fin, Maia, ha sido un placer, pero debería llevar a este paleto de vuelta a su casa antes de que alguien note que no está. Que te vaya bien.

El corazón me da un vuelco. Evan arrastra a Liam hacia su coche y me entra el pánico al pensar que van a dejarme aquí sola. Sin coche ni dinero, ¿quién me asegura que podré volver a casa? Dicen que llamarán al mecánico, pero podría no ser verdad. Podría ser solo una forma de librarse de mí. A fin de cuentas, lo que me pase no es asunto de ninguno de los dos.

Pero, entonces, Liam dice:

—No vamos a dejarla aquí.

Hace esfuerzos para frenarse con los pies. El alivio me inunda los pulmones, pero aún tengo las pulsaciones aceleradas.

—¿Perdón? —articula Evan, como si creyese haber oído mal.

—Dentro de un rato será de noche. Estás loco si piensas que voy a irme sin ella. —Se gira hacia mí y señala el vehículo—. Maia, sube al coche.

Mientras tanto, su amigo lo mira como diciendo: «¿Me estás vacilando?».

—Creo que no nos estamos entendiendo —masculla entre dientes—. ¿Tengo que recordarte lo que pasaría si...?

—Me da igual —lo corta Liam—. Vamos, Maia.

Evan intenta replicar, pero Liam lo acalla con una mirada. Después, sus ojos se clavan en los míos. Intento ignorar lo fuerte que me late el corazón y sopeso rápidamente mis opciones. No conozco a estos chicos y montarme en un vehículo con ellos no me genera ninguna confianza, pero, si la alternativa es quedarme aquí sola, creo que la decisión está tomada.

—¿Qué pasará con mi coche? —pregunto de todas formas.

Liam parece estar a punto de perder la paciencia.

—Iré contigo al taller para recogerlo. Vamos, creo que va a ponerse a llover otra vez.

Dicho esto, abre la puerta trasera del vehículo instándome a entrar. Evan alterna la mirada entre nosotros. Al darse cuenta de que llevo puesta la sudadera de Liam, levanta las manos para desentenderse.

—Está bien. No tengo ni idea de qué va esto, pero tampoco quiero saberlo.

Acto seguido, entra en el coche.

Y, aunque mi cerebro no para de advertirme que es una mala idea, yo hago lo mismo.

Ir a la siguiente página

Report Page