Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


Capítulo extra

Página 49 de 52

Capítulo extra

Liam

—Es imposible que mi nombre no esté en esa lista.

El segurata frunce el ceño en un gesto de incredulidad. Y diría que también de impaciencia. Está cansado de mí, pero no pienso rendirme hasta que nos deje pasar y, desgraciadamente, no parece muy por la labor. No lo entiendo. Clark me aseguró que Bill, su hermano, había hablado con el vocalista de 3 A. M. para conseguirnos entradas en primera fila. Y, sin embargo, nuestros nombres no están.

Sería más sencillo si no hubiera tanto alboroto. El concierto está a punto de empezar y, mire adonde mire, solo veo a fans con pancartas y camisetas de la banda deseando entrar para ver a sus ídolos sobre el escenario. Quedan aproximadamente unos treinta minutos para que la música comience a sonar en el estadio de Wembley. He arrastrado a Maia desde Mánchester solo para esto. Trescientos cincuenta kilómetros en carretera. El día de su cumpleaños. No puedo arruinárselo así.

—Liam Harper —repito. Insto con la mirada al segurata para que vuelva a buscarnos en la lista. No es el único que está harto; a mi lado, Maia también pone los ojos en blanco—. Ella es Maia, Maia Allen. Nuestros nombres deberían estar juntos. Es mi...

—Estoy cansada de esto, —la oigo decir a ella—. Estamos perdiendo el tiempo.

Perfecto. Alerta: cumpleañera enfadada.

Sin dignarse añadir nada más, me rodea para volver a la fila de la puerta principal. Maldigo entre dientes y señalo al guardia con aire acusador.

—Ahora mismo vuelvo.

—Piérdete —gruñe él.

Una chica pelirroja aprovecha que he despejado el camino para decirle su nombre y, solo con eso, consigue que la deje pasar. Desde luego, el mundo tiene sus favoritos. La ignoro y echo a correr detrás de mi novia antes de que le dé tiempo a coger un tren de vuelta a Mánchester y me deje aquí plantado. Mierda, anda muy rápido para tener las piernas tan cortas. Sobre todo cuando está cabreada.

—Maia. —No se detiene, así que me veo obligado a acelerar el paso. Me interpongo en su camino antes de que se sumerja en la ola de gente—. Lo siento mucho. Se suponía que estaba todo cerrado. Entiendo que estés enfadada y...

—No estoy enfadada —me corta—. No contigo, al menos.

Me cuesta ocultar mi sorpresa.

—¿Ah, no?

—¡No! Estoy cabreada con el de seguridad. Estaba poniéndome muy nerviosa. No tenía ningún derecho a hablarte mal. Sabía que, como no me fuera, iba a acabar cantándole las cuarenta. Y entonces sí que no habríamos podido entrar.

Vale, eso tiene más sentido. También me ayuda a relajarme. La miro y me las arreglo para sonreír.

—Tú y tu vena diplomática, ¿eh?

—Tiene suerte de no haberme hecho perder la paciencia. —Se cruza de brazos y mira lo que nos rodea; no se ven más que fans chillando de emoción por el concierto—. Bueno, ¿qué hacemos?

Propongo que busquemos otra entrada por si acaso tienen nuestros nombres en otra lista. Veinte minutos después, hemos rodeado el estadio y seguimos sin encontrar un acceso. El concierto está a punto de empezar; la mayoría de los fans ya han entrado y dentro pronto se oirán las voces de Alex y del resto de los miembros de la banda. Y nosotros seguimos aquí fuera. Parece que los dos sabemos que está todo perdido, ya que decidimos alejarnos de la multitud y bajar al pequeño camino de tierra con árboles que hay junto al estadio.

Aquí hay menos ruido y podemos hablar con tranquilidad. Me vuelvo hacia Maia con las manos en los bolsillos. Está guapísima esta noche, con ese vestido ajustado negro, las medias de rejilla y sus botas militares. A veces la miro y pienso: «Joder, esta chica está conmigo», y después me río imaginándome cómo reaccionaría si se lo dijera.

—Creo que, a menos que intentemos trepar para colarnos...

—Adiós al concierto —termina por mí.

Asiento en respuesta. Menudo fracaso.

Suspira y se sienta en un bordillo. Entiendo que esté cansada. Ayer fue un día muy intenso. Cogí un vuelo antes de tiempo para darle una sorpresa y esa misma noche estuve ayudándola a hacer las maletas. Hoy hemos salido de Mánchester temprano y llevamos todo el día haciendo turismo. Puesto que he vivido en Londres durante casi toda mi vida, he podido enseñarle mis rincones favoritos de la ciudad, aunque distan de ser los que visita todo el mundo. Por desgracia, el tiempo no ha colaborado; lleva lloviendo un par de días y el clima aún es húmedo.

Me siento a su lado en silencio.

—Siento haber arruinado tu cumpleaños —digo al cabo de un rato.

Me siento culpable de verdad. Sin embargo, Maia sacude la cabeza al escucharme, como si le pareciera absurdo.

—No has arruinado mi cumpleaños. Lo del concierto ha sido una putada, pero el resto del día me ha gustado mucho.

—Te he arrastrado sin rumbo por la ciudad mientras llovía, y después nos hemos peleado sin éxito contra un guardia de seguridad. Y ahora estamos sentados en medio de ninguna parte mientras se me congela el culo. —Me recoloco la gorra frustrado—. Y además tengo que llevar esta cosa para que no se nos echen encima. No le veo ningún atractivo, la verdad.

Se vuelve hacia mí y, contra todo pronóstico, se ríe. Tiene los brazos estirados sobre las rodillas. Ayer se hizo algo nuevo en el pelo; se ha decolorado las puntas y vuelve a llevarlo corto a la altura de los hombros. Aluciné cuando la vi. Me gusta mucho. Es un gran cambio, pero, de alguna forma, lo siento muy ella.

—Bueno, yo lo veo de la siguiente manera —comienza, trayéndome de vuelta a la realidad—: he hecho un viaje de cuatro horas por carretera con mi novio mientras escuchábamos nuestras canciones favoritas. Después he descubierto lugares de Londres que ningún turista se molesta en visitar. Y todo ha sido contigo. ¿Qué más puedo pedir?

—Pero el concierto...

—No será el último que harán este año. Podemos volver para el siguiente. Y lo que ha pasado no ha sido culpa tuya. Mi cumpleaños ha sido perfecto, Liam.

La miro con desconfianza.

—¿Seguro que no lo dices solo para no hacerme sentir mal?

—¿Crees que soy ese tipo de persona?

No puedo evitar sonreír. Desde luego que no.

—Estás volviéndote una sentimental.

—Capullo —bromea chocando su hombro contra el mío.

—¿Cómo has podido sobrevivir una semana sin mí?

—Ni siquiera te he echado de menos.

—Mentirosa.

Enarco las cejas, animándola a llevarme la contraria, pero se limita a desviar la mirada mientras esconde una sonrisa. Yo sí que no puedo ocultar la mía. Llevamos saliendo ocho meses aproximadamente. Y con eso me refiero a que ninguno tiene claro cuándo empezamos de forma oficial. Sobrellevar los primeros meses dándole «su espacio» fue difícil, pero era lo mejor para ambos y, en realidad, creo que yo también necesitaba un tiempo para centrarme en mí mismo antes de involucrarme en una relación. Además, los dos estuvimos completamente de acuerdo en que no íbamos a ver a otras personas.

Cuando terminó ese período, comenzamos a retomar el contacto. De vez en cuando se quedaba a dormir en mi casa. O yo en la suya. Volvía a recogerla del trabajo, comíamos juntos después de clase e incluso organizó una cena con su madre para volver a presentarnos, esta vez de manera más «oficial». Llegó un momento en el que vernos casi todos los días empezó a ser lo normal. Cuando quise darme cuenta, estaba refiriéndome a ella como «mi novia», y viceversa.

El resto ya es historia.

El único paso que no he dado aún es el de presentársela a mis seguidores. Tampoco es que la oculte; si alguien me pide una foto por la calle y Maia está conmigo, suele ofrecerse a hacérnosla. Y tampoco tengo especial cuidado cuando estamos juntos en público. La gente sabe que estoy saliendo con alguien. De hecho, su voz ha aparecido en algunos de mis vídeos, e incluso creo haber comentado algo sobre ella en directo. Y algún día, cuando los dos creamos que es el momento, le pediré que se plante frente a la cámara conmigo.

De momento, nos va bien así. Además, conociéndola, lo primero que haría sería contarles a mis suscriptores cómo nos conocimos, y ya me veo entrando en tendencias por su culpa.

—¿En qué piensas? —pregunta al notar que la observo.

Sacudo la cabeza con una sonrisa para restarle importancia.

De pronto, el público estalla en aplausos dentro del estadio. Maia y yo miramos hacia nuestras espaldas; el techo está al descubierto y por arriba se ven las luces de los focos reflejándose en el cielo nocturno. Se oye la voz del vocalista gritando algo que no logro entender y, después, el solo de guitarra que da paso a Todo lo que nunca te dije. Sentimos la emoción incluso desde aquí fuera.

Es arriesgado comenzar el concierto con una canción lenta, pero supongo que hay bandas que pueden permitírselo.

—Es una de mis favoritas —comenta Maia en voz alta.

No me lo pienso dos veces. Me levanto y le tiendo la mano.

—Vamos.

—¿Qué? ¿Adónde?

—A disfrutar del concierto.

—¿Aquí?

Asiento y la ayudo a ponerse de pie. Le pongo las manos en la cintura para atraerla hacia mí y Maia se muerde el labio, tratando de no sonreír, cuando las suyas quedan aplastadas contra mi pecho. Estoy seguro de que puede notar los latidos de mi corazón, que, aunque se haya acostumbrado a ella, a tenerla cerca todos los días, todavía se acelera con este tipo de cosas.

—No me creo que esto esté pasando. —Le entra la risa cuando empezamos a mecernos de un lado al otro siguiendo el ritmo de la música.

—Seguro que es el mejor cumpleaños de tu vida.

—Depende. ¿Vas a enseñarme alguno de tus pasos estrella?

—Puede. Y entonces tendrás más razones para creer que soy el mejor tío del mundo.

Pone los ojos en blanco. Yo sonrío y me inclino para presionar los labios contra la curva lateral del cuello. Maia suelta el aire pesadamente. Seguimos moviéndonos, aunque ninguno de los dos le presta demasiada atención a la música. Sube las manos para enredarlas en mis rizos. Y yo me alejo lo justo para mirarla. Se deshace de mi gorra en un abrir y cerrar de ojos.

—Ya no necesitas esto —murmura quitándome también las gafas de sol. Son poco prácticas ahora que es de noche, pero me ayudan a mantenerme en el anonimato.

Si la dejo hacerlo es solo porque estamos a solas y es difícil que alguien nos vea entre la oscuridad. Mostrarme en público con grandes multitudes sería una locura. Mis cifras se han duplicado este último año, por lo que cada vez me resulta más difícil llevar una vida normal. Maia lo acepta. Y no tiene inconvenientes con ello.

Aun así, no me resisto a picarla:

—Estás deseando que alguien me reconozca, ¿eh?

—Me gusta la idea de que me vean con un famoso.

—Buscafamas.

—Y cazafortunas —añade sin dejar de sonreír—. No olvidemos que también eres rico.

Mi risa muere en su boca cuando se acerca para besarme. El contacto es fugaz, pero enseguida necesito más, y de pronto estoy tirando de su cuerpo para reducir al mínimo la distancia entre nosotros. El beso se vuelve más intenso y no tardo en sentir que sonríe contra mis labios. Me encanta esta chica. Con todas sus facetas. Y estoy seguro de que podría hacer esto durante toda la noche sin cansarme.

—¿Qué planes teníamos para después? —susurra.

Me quedo cerca, con mi frente contra la suya.

—Reservé mesa en un restaurante para cenar.

—¿Te apetece que antes demos un paseo?

—Claro.

—Y después iremos al hotel.

—Podemos ver una película.

—O fingir que vemos una película.

No puedo evitar reírme.

—Es tu cumpleaños, así que tú decides.

Sonríe conforme, y yo no me resisto a volver a besarla. Minutos después, cuando recibo un mensaje de Clark que dice que han solucionado el error y nuestros nombres por fin están en las listas, echamos a correr juntos hacia el estadio. Y, mientras oímos de fondo una de nuestras canciones favoritas y corremos hacia las gradas, no dejo de pensar en que esto no sería igual si Maia no estuviera. Las cosas con ella siempre son mejores. Incluso las que parecen más simples.

Nunca había sentido esto con nadie, así que supongo que antes tampoco tenía ni idea de lo que era el amor. Y ahora por fin lo he descubierto.

Ir a la siguiente página

Report Page