Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


22. Derruida

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Derruida

Liam

No soy un tío inseguro. Lo juro.

Sería difícil después de haberme pasado los últimos años rodeado de gente que me adora. La mayoría de los comentarios que recibía en YouTube eran de fans enamoradas de mi espléndido físico y de mi personalidad arrolladora. También tenía haters, claro, pero con el tiempo aprendí a centrarme solo en las personas que creen que soy jodidamente genial porque, seamos sinceros, lo soy.

De forma que sí, confío mucho en mí mismo. Esa seguridad es realmente útil sobre todo a la hora de ligar con chicas. La experiencia me ha enseñado que les encanta que sea directo y hable sin rodeos. Siempre voy a por lo que quiero cuando lo quiero. Pero eso no significa que no sepa pillar las indirectas, joder.

Y que una chica no te llame en siete días después de haberte echado a patadas de su casa no es precisamente una señal de que le gustas.

—¿Preparado para volver al mundo de las redes?

La voz de Evan me trae de vuelta a la realidad. Es sábado por la noche y estamos en el sofá de mi nuevo apartamento. Lleva aquí desde hace unos días por un evento que se celebra en la ciudad. Se supone que solo vendría para un fin de semana, pero ojalá se quede un poco más. Ahora mismo es el único amigo que tengo en cuatrocientos kilómetros a la redonda.

Mierda, ¿por qué Maia no me ha llamado?

—No tienes por qué hacerlo ahora. Si todavía no estás listo, puedes esperar —me recuerda al notar que no contesto—. Obligarte a volver solo servirá para convertirte en un infeliz otra vez.

Me obligo a negar con la cabeza. Tengo que dejar de pensar en ella.

—No, quiero hacerlo. De verdad. Con mis reglas.

Señala el teléfono.

—Todo tuyo, hermano.

Echo de menos YouTube. He tenido mucho tiempo para pensar esta semana, pero ha sido el evento de Evan lo que ha hecho que me dé cuenta. Verlo llegar con cientos de anécdotas que contar me ha recordado por qué empecé con el canal. No fue por fama ni por dinero, sino por lo mucho que me divertía compartiendo contenido y grabando con mis amigos. Antes de todos los millones de seguidores, solo estábamos Evan y yo haciendo el tonto frente a la cámara. Necesito recuperar eso. No me importa tener que enfrentarme a unos cuantos haters por el camino.

Introduzco mi usuario y mi contraseña, y, después de casi un mes incomunicado, entro en mi cuenta de Instagram.

Lo primero que me aparece es una puta publicación de Michelle.

—Creo que te ha hackeado —se burla Evan.

Ignorándolo, voy directamente a mi perfil. Muchas de las fotografías que tenemos juntos siguen publicadas, ya que no me molesté en borrarlas en su día. Me tenso al leer los números que brillan en la parte superior de la pantalla.

—He perdido casi trescientos mil seguidores —digo en voz alta.

—Lo sé, pero todavía hay cuatro millones de personas que te apoyan.

Y eso solo en Instagram. Tengo otros cinco millones en Twitter y más de doce millones en YouTube. Son cifras abismales. Antes me preocupaba tanto por ser el mejor, por conseguir más, que no me daba cuenta de lo que ya tenía. Joder, hay muchísima gente ahí fuera que disfruta con lo que hago. Es lo único que debería importarme.

A pesar de que no he participado en muchas polémicas, me conozco el procedimiento de memoria por lo mucho que Adam me lo ha repetido. Suspiro.

—Debería pedir disculpas por haber estado tanto tiempo fuera.

—Es lo que Adam te aconsejaría, pero ellos no quieren escucharlo a él, sino a ti —dice Evan—. ¿Qué es lo que Liam Harper quiere hacer?

Lo tengo muy claro: dejar de presionarme, de sentirme insuficiente y de obsesionarme con las cifras. Quiero mostrarme a mis seguidores tal y como soy. Se acabaron las mentiras y todas esas estrategias de marketing que han convertido mi contenido en un negocio rentable para mamá.

Decido publicar una fotografía de mi cara en primer plano con la palabra «HOLA» escrita en grande y en mayúsculas. No me importa no salir favorecido. Mi única intención es convertirme en un meme. Las reacciones no se hacen esperar. Unos segundos después, ya tengo cientos de respuestas.

@camilalvsliam

¡¡Liam!! No sabes la felicidad que me ha dado que vuelvas, siempre veo tus directos, no me pierdo ningún vídeo tuyo. Te amo, ojalá estés mejor.

 

@belalvsharper

TE EXTRAÑÉ, ESTUVE TODOS LOS DÍAS VIENDO TUS VÍDEOS ANTIGUOS, ESPERANDO QUE VOLVIERAS Y POR FIN LO HICISTE. GRACIAS POR VOLVER.

 

@3amharper

¿ESTOY SOÑANDO? ¡¡VOLVIÓ EL REY DE YOUTUBE!! Te queremos, no te vuelvas a ir o te denunciamos todos los vídeos.

 

@LudmiiHarper

¡AHHH, has vuelto! Me hace muy feliz que estés aquí de nuevo. Ánimo, Liam. Te esperan grandes cosas. Aquí estaremos tus fans para apoyarte <3

 

@Liamsgf

Estoy feliz de que vuelvas, espero que sepas que aquí te amamos solo por ser quien eres. Iluminas a las personas. Gracias, Liam<3 —Javi.

 

@amer28

Aunque desaparezcas más que mis ganas de estudiar, siempre serás mi youtuber favorito!!

 

@martha_the_chicken

AHHHHHHHH, LIAM, GRACIAS. No sabía qué hacer sin tus vídeos peleándote con Evan <3

—Han echado de menos tu cara de gilipollas —comenta Evan chocando su hombro contra el mío.

Sonrío. Subo unas cuantas stories más; una fotografía con Evan y una imagen que encuentro y me parece graciosa. También leo y contesto varios mensajes. Que todo el mundo parezca entusiasmado con mi regreso casi hace que me olvide de la otra cara de la moneda.

—¿Michelle ha vuelto a mencionar algo sobre lo nuestro? —pregunto.

A Evan se le borra la sonrisa.

—¿Quieres que te mienta o te apetece ponerte de mal humor?

Entro en su perfil. Para empezar, ha dejado de seguirme. Hago lo mismo. Nada se compara con la rabia que siento cuando descubro que ha creado una sección exclusiva en sus historias destacadas sobre nosotros titulada «toda la verdad (L. H.)».

—No me jodas —resoplo incrédulo.

—No es lo peor. Como vio que no podía librarse de la polémica, decidió utilizarla para lucrarse a tu costa. Ha publicado varios vídeos en YouTube hablando sobre ti. No me extrañaría que Adam intentara demandarla por difamación.

No debería sorprenderme, pero me sienta como una patada en el estómago. Se suponía que éramos amigos, joder. Yo nunca le habría hecho algo así.

—¿Los has visto? —demando.

Él niega.

—Lo siento, tío, pero su voz me pone de los nervios.

—¿Cuándo subió el último?

—El domingo pasado.

Justo después de que la rechazase. ¿Cómo se puede ser tan rastrera?

—¿Y Max? ¿Sigue de su parte?

—No lo sé. Ya no responde a mis mensajes. Seguro que Michelle le ha comido la cabeza y ahora piensa que es todo culpa nuestra.

Recordar la discusión de la otra noche provoca que, además de enfadado, me sienta mal conmigo mismo. Es una experta en la manipulación.

—Debería hablar con él —menciono—. Si mi novia le pidiera salir a otro tío mientras está conmigo, yo querría que me lo dijeran.

Evan asiente mirándome con tristeza.

—Esperemos que le sirva para darse cuenta del tipo de persona con el que está.

Max y yo nunca hemos estado muy unidos, pero esto es una putada. Si Michelle de verdad está «enamorada» de mí, lo más justo habría sido romper con él aunque yo no la correspondiera. Nadie se merece que lo engañen de esta forma.

Vuelvo a estar saturado de las redes, y eso que ni siquiera ha pasado una hora. Sin embargo, me recuerdo que es culpa de Michelle, no de los miles de seguidores que me han escrito emocionados por mi regreso. Por si acaso, decido dejar el móvil de lado hasta que se me pase. Evan pone la televisión y nos ponemos a ver un documental en francés que ninguno de los dos entiende pero no quiere quitar porque se ha enganchado.

Cuando nos entra hambre, se nos ocurre pedir una pizza. Mientras él mira ofertas en su teléfono, uso el mío para leer algunos mensajes más. Siempre me sorprende el «poder» que tienen mis vídeos. Mis seguidores dicen que les ayudan a desconectar y a reírse en los malos momentos. Solo por eso ya merece la pena seguir.

—Soy el rey de las promociones —parlotea Evan a mi lado, atento a la pantalla de su móvil—. Nada de pizza con piña, ¿verdad?

Intento que no me tiemble la sonrisa. Nunca lo admití delante de Maia, pero la verdad es que no es tan horrible.

—Pide lo que quieras —me limito a responder.

—Genial. Pagas tú.

Sale para llamar a la pizzería sin darme la oportunidad de replicar.

Me quedo en el sofá a solas con mis pensamientos, y no puedo contenerme. Entro en Instagram y escribo «Maia Allen» en el buscador. No tiene publicaciones recientes. La última es del agosto pasado: una fotografía de cuerpo entero en el espejo. Lleva un vestido corto negro que se ajusta a sus curvas. Está guapísima. Tanto que aluciné la primera vez que la vi. Esa noche estaba sentado a su lado; la llamé anticuada y me enseñó su perfil para demostrarme que sí sabe utilizar Instagram. Me entraron ganas de decirle que estaba alucinante, pero no tonteábamos por ese entonces, por lo que mantuve la boca cerrada.

Y menos mal. Habría tenido aún más razones para pensar que soy un capullo superficial que solo está interesado en su físico.

Bloqueo el móvil de mal humor.

No solo me molesta que me mandase a la mierda, sino también que todavía no tengo claro por qué lo hizo. Teniendo en cuenta el aluvión de excusas que me soltó, creo que ni siquiera ella lo sabe. Primero soy un cabrón que solo la quiere para un polvo, después ella es la que no me ve como nada más... y por último me suelta toda esa mierda sobre mis «dramas». Que haya tenido una vida relativamente fácil no significa que mis problemas no sean importantes. De hecho, ella misma me lo dijo cuando nos conocimos.

Pero la otra noche sonó exactamente igual que Michelle.

No soporto que insinúen que soy egoísta. No es verdad. Siempre antepongo a los demás a mis propios intereses y eso me ha traído muchos problemas. He intentado analizar fríamente la discusión que tuvimos para no tomármela tan a pecho. Maia estaba tan desesperada por que me fuera que me soltó toda la artillería. Seguramente dijo cosas que no piensa en realidad, pero aun así dolió. Y ahora no me lo quito de la cabeza.

Cuando vuelvo a encender la pantalla, la voz de Evan suena a mi espalda.

—¿Sabes? Acosar a tu ex no va a ayudarte a superar un corazón roto.

—Maia no es mi ex. Y no me ha roto el corazón.

Se deja caer a mi lado en el sofá. Suelto el móvil de todas formas. Me guste o no, tiene razón con que ver sus fotos no me traerá nada bueno.

—Cierto —coincide, con una mueca—. Menuda mierda, ¿no? Las rupturas son peores cuando no había nada «definido». Uno nunca sabe cómo sentirse.

Por eso sigo dándole vueltas a lo que me dijo esa noche. Soy el único que ha admitido abiertamente que el otro le gusta. ¿Y si es verdad que solo me ve como un rollo casual? El sexo sin compromiso nunca me ha parecido problemático, pero, vamos, estaba convencido de que nosotros no íbamos por ese camino.

Sacudo la cabeza. ¿Qué coño hago? Tengo que dejar de torturarme.

—¿Cómo te ha ido con Lisa? —pregunto en busca de una distracción.

Consiguió que le diera la dirección del bar esta mañana después de mucho insistir. Sonríe orgulloso y me muestra su móvil.

—¿Tu qué crees?

—¿Te ha dado su número? No me jodas. —Me acerco a la pantalla para comprobar que, en efecto, así es—. ¿Estáis hablando?

—Todavía no. Le escribiré mañana.

—¿Y estás haciéndola esperar por algo en especial o...?

—Pues claro, tío. Se le llama «hacerse el interesante» y vuelve locas a las chicas.

—¿Cuántas veces te ha funcionado?

Evan deja de sonreír.

—Ninguna. —Eleva un dedo y se apresura a añadir—: Pero estoy seguro de que con Lisa será diferente. Soy optimista.

—Buena suerte.

—Gracias. Por cierto, también vi a tu chica.

—No me interesa —lo interrumpo. Mientras menos sepa de su vida, mejor.

Pero mi teléfono comienza a sonar y, como cada vez que ha ocurrido en los últimos siete días, el corazón se me detiene durante un microsegundo. Estoy cansado de falsas alarmas, así que lo cojo sin mucho interés. Solo que esta vez, a diferencia de las demás, me quedo helado al leer el nombre en la pantalla.

Maia.

Maia me está llamando.

—Sabía que la estrategia del bar funcionaría —canturrea Evan con orgullo. Pone la mano sobre el móvil—. Deja que suene un poco más, Romeo. Tenemos que hacernos los difíciles.

¿Desde cuándo me pongo tan nervioso por culpa de una chica? Si le hago caso es porque necesito un momento para convencer a mi corazón de que se tome un puto relajante. Me reacomodo en el sofá, tenso, antes de responder a la llamada.

—Eh —saludo tras aclararme la garganta—. Hola, ¿qué...?

—¿Liam?

Me pongo alerta al oírla sollozar. Algo no va bien. Evan da un respingo cuando me levanto de un salto.

—Estoy aquí —respondo a toda prisa—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?

—¿Puedes venir a recogerme? No sé dónde estoy y yo... yo... te prometo que no iba a llamarte, ¿vale? Lo siento mucho, pero no puedo..., no...

Llora con tanta fuerza que no le salen las palabras. Lo primero que se me viene a la mente es la repugnante cara de Steve. Si ese cabrón se ha atrevido a ponerle la mano encima otra vez, no responderé de mis actos.

—Mándame tu ubicación por WhatsApp. ¿Tienes batería?

—Muy poca —contesta con la voz ahogada.

Me está rompiendo el corazón, pero me obligo a pensar con la cabeza fría. Voy a mi habitación para enfundarme un abrigo y calzarme las zapatillas. Evan viene detrás de mí.

—Está bien —continúo, e intento guardar la calma—. ¿Cómo has llegado hasta ahí?

—Conduciendo. Creo que estoy a las afueras. Mi coche está muerto y...

¿A las afueras? Mierda, son casi las doce de la noche. Y llueve sin parar desde hace unas horas. Se me revuelve el estómago al pensar en lo que habrá tenido que ocurrir para que se vea en esta situación.

—Voy de camino. Envíame la ubicación y quédate dentro del coche, ¿vale? —Decir esto no me gusta nada, pero es nuestra única alternativa—: Voy a colgar para que no te quedes sin batería. No tardaré en llegar.

No espero una respuesta. Cuelgo, aunque me quedaría más tranquilo si pudiéramos seguir hablando por el camino para asegurarme de que está bien. Me meto el móvil en el bolsillo y cojo las llaves del coche. Estoy completamente acelerado.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Evan.

—Maia. No pinta bien. Puede que sea culpa del novio de su madre.

Me pongo enfermo solo de pensarlo. Mierda, no debería haberla dejado sola.

—¿Necesitas que vaya contigo?

—No, pero no pierdas el móvil de vista.

Asiente, como si supiera lo grave que podría ser todo esto.

—Entendido. Estaré pendiente.

Intercambio una última mirada con él antes de salir del apartamento.

 

 

La lluvia golpea con fuerza el parabrisas mientras el navegador me indica la dirección que debo tomar. Estoy tan tenso que me duelen los músculos. Sin embargo, intento mantener los nervios a raya para concentrarme en la carretera. Pese a que no hay mucho tráfico, tardo unos quince minutos en salir de la ciudad. Se me revuelve el estómago cada vez que pienso que Maia está sola ahí fuera.

Cuando me adentro en el área de servicio, su coche es el único que hay en los aparcamientos. Dejo el motor y las luces frontales encendidas, y me bajo del mío a toda velocidad. No me importa que la lluvia me cale hasta los huesos. Maia debe de haberme oído llegar, porque también sale del vehículo. Me acerco rápidamente y ella hace lo mismo. Entonces, se detiene, me mira con los ojos llenos de lágrimas y sus hombros se contraen cuando vuelve a sollozar.

—Está muerta, Liam. Mi hermana está muerta.

Es como si el mundo se derrumbara.

Corre hacia mí para refugiarse entre mis brazos y esconde la cara en mi pecho. Aunque hace un momento estaba enfadado con ella, eso ya no tiene importancia. Mi primer impulso es atraerla hacia mí y abrazarla con fuerza.

—Lo siento —respondo—. Mierda, lo siento mucho.

No llegué a conocer a Deneb, pero sé que Maia confiaba ciegamente en que abriría los ojos. Era una persona muy importante para ella, y no es justo. No se merece nada de esto. Verla llorar no solo me rompe el corazón, también me genera impotencia. Ojalá tuviera la habilidad de borrar todo el dolor que siente ahora mismo.

La lluvia continúa cayendo, pero no muevo ni un músculo. Intento cubrirla con los brazos para hacerla entrar en calor. No deja de temblar, y no creo que sea culpa solo de sus sollozos. Hace frío esta noche y ella solo lleva un jersey fino que está empapado. No quiero apartarme, pero lo hago, muy a mi pesar, y me quito el abrigo.

—Te vas a congelar —murmuro mientras la ayudo a ponérselo.

No tiene fuerzas para rechistar. Siento un aluvión de alivio al no encontrar heridas ni marcas de golpes en su rostro. Al menos Steve no ha vuelto a ponerle la mano encima. Le subo la cremallera hasta el cuello. Maia se abraza a sí misma y pestañea con los ojos llorosos.

—Soy una mala persona —musita con la voz rota.

Niego con lentitud. Odio verla así.

—Deja de decir eso.

—Liam, mi hermana está muerta.

—Eso no es culpa tuya.

—Pero creo que yo quería que se muriera.

Oh, joder.

En cuanto lo dice, comienza a llorar con más fuerza, como si no soportara pensar en ello. La envuelvo de nuevo entre mis brazos. No comento nada al respecto. Es demasiado crítica con sus sentimientos, pero yo la entiendo. Se ha pasado los últimos ocho meses sacrificándose por su madre y su hermana. Se siente atrapada en una vida que no le genera más que estrés y sufrimiento. ¿Quién no querría escapar?

Eso no significa que se alegre por su muerte. Maia la quería y habría estado más que dispuesta a apoyarla en la rehabilitación si se hubiera despertado. Sin embargo, habría sido un proceso lento que les habría provocado mucho dolor. Hay una parte egoísta en ella que siente alivio de que no haya pasado, y no la culpo. Ahora las dos podrán descansar.

Espero hasta que se calma para alejarme de ella. Aunque lleve mi abrigo, es evidente que sigue teniendo frío. Se le están poniendo los labios morados. Ahora que mi ropa se ha empapado, yo también siento que el hielo me recorre las venas.

—Debería llevarte a casa —pronuncio con voz suave.

Maia retrocede y niega con lágrimas en los ojos.

—He discutido con mi madre antes de venir. No puedo volver allí.

—Está bien —la tranquilizo—. Sube al coche. Iremos a mi apartamento.

Me hace caso. Cuando yo me siento frente al volante, lo primero que hago es poner la calefacción a máxima potencia. Maia se agazapa contra la puerta e intenta refugiarse en el calor del abrigo. Me seco las manos en el asiento antes de apuntar nuestra ubicación en el móvil. La necesitaré mañana para llamar al mecánico y que recojan su coche. Por último, le envío un mensaje a Evan para avisarle de que ya vamos de camino y de que puede irse a dormir. Sé por experiencia que los fines de semana con eventos son agotadores.

Siento la mirada de Maia sobre mí. Me vuelvo hacia ella y descubro que todavía tiene los ojos enrojecidos.

—Siento que hayas tenido que venir a recogerme a estas horas —dice—. No debería haberte llamado.

Se me tensa todo el cuerpo. Pongo las manos en el volante.

—Deja de decir eso.

Guardamos silencio durante el trayecto. Maia se distrae mirando por la ventanilla y, aunque intento concentrarme en conducir, no puedo dejar de observarla. De vez en cuando se seca las lágrimas con disimulo. Creo que no puede dejar de llorar. Parece dolorosamente indefensa ahí sentada. La última vez que fuimos juntos en mi coche fue después de la fiesta de Lisa. Esa noche me parece tan lejana ahora mismo que me cuesta creer que solo haya pasado una semana.

Según mi móvil, es casi la una de la madrugada cuando aparco frente al edificio. Al menos ya no llueve tanto como antes. Bajo del vehículo y Maia me imita. No intercambiamos ni una palabra mientras la conduzco hasta el ascensor. Se frota los brazos para conservar el calor. La guío hasta mi apartamento y forcejeo con la cerradura. Es duro que la primera vez que viene sea en estas circunstancias.

Estamos completamente empapados, así que nos quitamos los zapatos antes de entrar. Le cuesta maniobrar dentro de mi abrigo sin perder el equilibrio. Como reina el silencio, deduzco que Evan ya estará durmiendo en la habitación de invitados. Supongo que habrá llamado a la pizzería para cancelar el pedido. La situación se vuelve todavía más incómoda cuando entramos en mi dormitorio. Que haya ido a recogerla no significa que todo vuelva a estar bien entre nosotros. He pasado una semana horrible, joder, y ahora me siento como si tuviera que desconectar mis sentimientos para no hacerle daño.

No obstante, no es un buen momento para sacar el tema. Camino hacia la cómoda y saco varias toallas limpias de uno de los cajones. Maia no me pierde de vista.

—¿Qué haces? —pregunta tensa.

—Si quieres dormir esta noche, vas a tener que darte una ducha para entrar en calor. Puedes usar mi baño.

Nuestros brazos se rozan por accidente cuando le entrego las toallas. Me aparto enseguida, lo que no tiene ningún sentido, ya que hace un momento estaba abrazándola ahí fuera. Las deja sobre la cama y comienza a quitarse el abrigo. Sus movimientos son lentos, seguramente porque tiene los músculos congelados. Me muero por acercarme a ella, pero lo que hago en su lugar es ir a encender al agua caliente de la ducha.

—Gracias —musita cuando vuelvo a la habitación.

—No es nada —contesto sin mirarla.

Se encierra en el baño con las toallas sin decir nada más. Trago saliva, aparto la mirada de la puerta e intento mantener la cabeza ocupada. Necesitará algo de ropa para dormir, así que saco una camiseta de manga larga y unos pantalones cómodos del armario y los coloco sobre la cama. Después, reúno todo lo que necesito para acostarme en el sofá y voy a dejarlo en el salón. No voy a dormir con ella; al menos, no tomando la iniciativa. Prefiero partirme la espalda en el sofá antes que volver a arrastrarme. Me tomo unos largos minutos para colocar los cojines a mi gusto y convencerme de que esto no es tan mala idea.

Cuando vuelvo a mi cuarto, Maia está mirando con reparo el pijama improvisado que hay sobre la cama. Se sobresalta al oírme llegar y se gira hacia mí. Va envuelta solo en una toalla. En cualquier otra ocasión no habría podido evitar ser un poco capullo y darle un repaso, pero sé escoger los momentos adecuados para esas cosas. Y este no lo es.

Además, no puedo evitar sentir, de nuevo, un torrente de alivio al comprobar que no tiene heridas recientes en los brazos.

—Puedes usarlo para dormir. Va a quedarte grande, pero es lo único que tengo —le explico—. Yo voy a darme una ducha y después me iré a dormir al sofá.

Asiente y traga saliva, como si estuviera costándole mucho escoger las palabras adecuadas.

—Liam...

Me encierro en el baño antes de que termine de hablar.

La situación me tiene muy alterado. Suspiro y me paso una mano por los rizos mojados. Enciendo la ducha y, mientras me desnudo, me doy cuenta de que Maia ha dejado su ropa cuidadosamente doblada sobre el lavabo. Teniendo en cuenta lo ordenada que es, no me sorprende en absoluto. La meteré en la lavadora antes de irme a dormir y mañana pondré la secadora para que esté lista cuando se despierte.

A mí también me castañean los dientes cuando entro en la ducha. Suelto el aire aliviado y me recreo lavándome el cuerpo y el pelo mientras mis músculos agradecen la toma de contacto con el calor. Cuando termino, maldigo al darme cuenta de que no he traído ropa para cambiarme. Menos mal que tengo un par de toallas. Uso una para secarme los rizos y me anudo la otra a la cintura. Después, me peino el flequillo con los dedos y cojo aire antes de salir del baño.

En cuanto recae en mi presencia, Maia alza la mirada. Creía que ya estaría dormida, por lo que me sorprende encontrármela sentada en la cama. Con mi ropa. Nunca voy a acostumbrarme a lo mucho que me gusta verla llevando mis camisetas. Se queda cortada al verme, de forma que me apresuro a cruzar la habitación para sacar unos calzoncillos y unos pantalones del armario. Me los pongo antes de quitarme la toalla para que la situación no se vuelva aún más incómoda.

Cuando me doy la vuelta, está de pie frente a mí. El pelo húmedo le cubre las orejas, y su rostro refleja puro agotamiento. Aun así, no creo que nadie pudiera gustarme más que ella en este momento.

—¿Podemos hablar? —pregunta con un nudo en la garganta.

Necesito hacer uso de toda mi fuerza de voluntad para negar con la cabeza.

—No es un buen momento.

—Ya lo sé, pero no quiero que te vayas.

Mi corazón salta con tanta fuerza que me da incluso vergüenza.

Clava sus ojos llorosos en los míos. No se ha mostrado vulnerable delante de mí en muchas ocasiones, pero esta vez parece sincera. ¿Así que prefiere que me quede a dormir con ella? Joder. Hay una docena de mini-Liams montando una fiesta en mi cabeza ahora mismo.

—Está bien —contesto tan tranquilo como puedo—. Pero dejaremos la conversación para mañana.

Se mete en la cama sin decir nada más. Recojo su ropa del baño para llevarla a la lavadora, que está en la cocina. Después, regreso al dormitorio y finjo que tengo mucha seguridad en mí mismo. Normalmente es así, pero esta noche no. He dormido con bastantes chicas a lo largo de mi vida. La mayoría fueron rollos de uno o varios días. Con ninguna me he puesto tan nervioso como ahora.

Cuando el colchón se hunde a su espalda, Maia se da la vuelta, lo que empeora las cosas. Es más difícil hacer esto mientras me mira. No sé si espera que la abrace o si prefiere que guarde las distancias. Por suerte, toma la iniciativa. Sin romper el silencio, se acurruca contra mí y juraría que mi corazón se detiene cuando apoya la cabeza en mi pecho. Tardo unos instantes en reaccionar, durante los que creo que deja de respirar.

Pero entonces la rodeo con los brazos para atraerla hacia mí y todo su cuerpo tiembla cuando suelta un sollozo. De pronto, está llorando. Lo hace durante toda la noche. Y yo guardo silencio y le acaricio el pelo hasta que se queda dormida.

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