Hasta que nos quedemos sin estrellas

Hasta que nos quedemos sin estrellas


23. Solo amigos

Página 31 de 52

23

Solo amigos

Maia

Me va a estallar la cabeza.

Cuando me doy la vuelta sobre la cama, siento los músculos extremadamente pesados. Miro al techo esperando encontrármelo lleno de estrellas. Cuando me doy cuenta de que no estoy en mi habitación, mis sentidos se ponen alerta y me incorporo a toda velocidad.

Se trata de un dormitorio amplio con las paredes grises y el suelo recubierto de parquet. La puerta cerrada está frente a la cama. Sobre el escritorio, un ordenador de última generación rompe con la estética minimalista del resto del cuarto. Tiene luces y colores, y está conectado a dos pantallas de plasma. También hay un micrófono, una cámara de vídeo y una estantería repleta de figuritas. En las baldas superiores veo no una, sino tres placas metálicas con el logo de YouTube.

Los recuerdos de anoche me llegan todos de golpe. De pronto, siento una presión en la garganta que no me deja respirar. Los ojos se me llenan de lágrimas y me cubro la boca con una mano para reprimir un sollozo.

Deneb está muerta.

He perdido a mi hermana mayor.

Pasó hace unas horas, pero solo conservo recuerdos borrosos de ese momento; los médicos sacándome de su habitación cuando entré gritando su nombre, la voz de una enfermera intentando tranquilizarme, ese pitido que se volvió constante cuando su corazón se detuvo. Me llevaron a la sala de espera y un médico me explicó lo que había ocurrido. Estaba tan conmocionada que no solté ni una lágrima. Solo escuché palabras sueltas. Coágulo. Derrame cerebral. Hicieron todo lo posible por salvarla, pero no tenía ninguna posibilidad. Muerta. Estaba muerta.

Me dijeron que avisarían a mi madre por teléfono. Accedí como una autómata y después simplemente fui a la estación para volver a casa en autobús. No lloré ni siquiera cuando entré y vi a mamá chillando y lamentándose con Steve. Discutí con ella antes de coger las llaves del coche y largarme. Conduje hasta un área de servicio en medio de ninguna parte.

Y, entonces, la realidad me cayó encima.

Apenas recuerdo nada de las horas que pasé ahí dentro. Sé que lloré y golpeé el volante hasta que me ardieron las manos. Grité, sollocé y hubo momentos en los que sentí que me moría. Ahora lo pienso y vuelvo a tener esa dolorosa presión en el pecho. Me cubro la boca con más fuerza y me dejo caer bocarriba en la cama. Y, como llevo haciendo desde anoche, comienzo a llorar.

«Hasta que nos quedemos sin oportunidades, Maia. O hasta que nos quedemos sin estrellas.»

«Creo que yo quería que se muriera.»

Me entran incluso ganas de vomitar. Cierro los ojos con fuerza e intento controlar mi respiración. Con el paso de los minutos, mi ansiedad me da un respiro y los latidos de mi corazón se ralentizan. Me quedo en la cama durante lo que parecen horas. Me duele todo el cuerpo. Una vez que consigo levantarme, me seco los rastros de lágrimas, me rodeo con los brazos y trago saliva antes de salir del dormitorio.

Voy a parar a lo que parece una sala de estar. Los muebles son de colores claros, lo que contrasta con la madera oscura del suelo. Hay un sofá de tres plazas enfrente de la televisión de plasma, junto a un ventanal desde el que se ve toda la ciudad. Veo varias puertas cerradas, pero se oye ruido que proviene de la cocina. No sé de dónde saco las fuerzas para ir hasta allí.

Liam está cocinando algo sobre la encimera, con el pecho al descubierto y llevando solo unos pantalones flojos del pijama. El corazón se me contrae cuando recuerdo que vino a recogerme anoche y me dejó dormir aquí. Juro que hice todo lo posible por no caer en la tentación de llamarlo, pero la situación pudo conmigo. Es la primera persona en la que pienso cuando siento que el mundo se me cae encima.

Aún no me ha visto, así que me aclaro la garganta para llamar su atención y él se vuelve hacia mí.

—Buenos días —saluda tenso.

—Hola —respondo yo.

Su mirada me intimida tanto que me clavo las uñas en los brazos para calmar mi ansiedad. No dice nada más, solo suspira y se gira para seguir preparando el café.

—Mañana tengo turno en el bar —continúo. No soporto el silencio—. Mi coche no funciona y...

—Lisa me ha llamado esta mañana. Estaba preocupada porque no contestabas a sus mensajes. Le he contado lo que ha pasado. Va a cubrirte en el bar estos días. —Me mira por encima del hombro—. Deberías llamarla y decirle que estás bien.

Siento un aluvión de alivio. No me encuentro con fuerzas para ir a trabajar, por lo que agradezco inmensamente que haga esto por mí.

—Pero tendré que ir durante esta semana —insisto—. Y sigo sin tener coche.

—Llamaré al mecánico mañana.

—Tardarán en arreglarlo.

—¿Y qué quieres que haga?

—No lo sé. ¿Qué quieres que haga yo? ¿De verdad crees que voy a quedarme aquí hasta entonces?

—Si no te gusta la idea, siempre puedes largarte.

Me sienta como un puñetazo en el estómago.

—Vete al infierno.

No me creo que le haya pedido a este tío que durmiera conmigo. Me doy la vuelta para recoger mis cosas y marcharme, pero me detiene agarrándome del brazo. El mero contacto con su piel ya hace que se me acelere el pulso.

—Suéltame —le espeto.

—Has entrado por esa puerta decidida a discutir conmigo.

—Eres tú el que me ha dicho que me largue.

—Sí, después de que insinuaras que quedarte aquí es lo peor que podía pasarte. Anoche fui a recogerte a pesar de lo mal que te habías portado conmigo. Lo mínimo que me merezco es que me hables con respeto.

Me suelta, pero no muevo ni un músculo. Tiene razón; ayer no dudó en venir a consolarme cuando vio que lo necesitaba, pero ahora me trata con tanta frialdad que me siento como si me apuñalaran. Ojalá fuera lo suficientemente valiente para decirle lo que necesita escuchar.

Lo que hago en su lugar es dejarme guiar por el orgullo.

—Quiero irme a casa.

Liam no se molesta en mirarme.

—Tu ropa está en la sala de estar. Cámbiate y vuelve en autobús.

Entra en la cocina sin decir nada más. Estoy tan sensible que casi me echo a llorar. Me hago la fuerte, sin embargo, y vuelvo al salón, donde encuentro mi ropa doblada cuidadosamente sobre el sofá. Está seca y huele a suavizante. Cuando me dirijo al baño para cambiarme y me miro al espejo, se me revuelve el estómago. El tono pálido de mi piel me hace parecer enferma.

Me enfundo los vaqueros y el jersey, y siento un torrente de alivio al comprobar que tengo la tarjeta del bus en la funda del móvil. Me pongo las zapatillas, me recojo el pelo en un moño descuidado y salgo al pasillo. Lo que menos me apetece ahora mismo es ver a mamá y a Steve, pero mi otra alternativa es quedarme aquí, y Liam no se merece que le traiga más problemas.

Estoy decidida a irme sin decir adiós, y es entonces, al llegar al recibidor, cuando me doy cuenta.

Pero será hijo de...

Vuelvo a la cocina hecha una furia.

—¿Has cerrado la puerta con llave?

Él se sirve una taza de café con total tranquilidad.

—No sé de qué me hablas. ¿Te apetece desayunar?

—¿Puedes dejar de ser tan infantil?

—No soy yo el que está intentando esquivar la conversación.

—Solo quiero hacer lo mejor para ti. ¡Deja de ponérmelo tan difícil!

Elevo el tono de voz porque ya no puedo más. Enarca las cejas, pero se sienta junto a la mesa sin alterarse.

—¿Irte sin darme explicaciones es hacer lo mejor para mí?

—Intento mantenerte fuera de todo esto y tú no dejas de insistir. Ponte en mi lugar. ¿Crees que me resulta fácil?

Estoy cansada, frustrada y harta de luchar contra mí misma y autosabotearme. Se me llenan los ojos de lágrimas y él me lanza una mirada cargada de frialdad.

—No lo sé, Maia. Ponte tú en mi lugar. Me echas de tu casa diciendo que no significo nada para ti, te pasas días sin hablarme y después me llamas llorando porque me necesitas y me pides que me quede a dormir contigo. Y, cuando creo que vamos a hablar para solucionarlo, vuelves a ponerte a la defensiva. ¿A qué coño viene todo esto?

—Lo de anoche fue un error —contesto intentando que no me tiemble la voz—. No deberías haber respondido al teléfono. Y tampoco haber venido a recogerme.

—¿Y qué esperabas que hiciera? ¿Que te dejara tirada en medio de la autopista?

Las lágrimas no me dejan ver con claridad.

—Habría sido lo más inteligente.

—Porque entonces habrías tenido la excusa perfecta para olvidarme, ¿no? Prefieres pensar que solo te veo como alguien a quien tirarme de vez en cuando porque así te resulta mucho más fácil mandarme a la mierda.

Suena tan dolido y molesto que me rompe el corazón. Pero no es por eso. Ojalá se diera cuenta de cómo soy en realidad, porque entonces sería él mismo el que no querría saber nada mí. No me merezco que me trate bien o que me abrace y me consuele. No soy una buena persona. Soy tóxica y destructiva. Estoy tan rota que incluso mamá prefiere a Steve antes que a mí.

No estoy hecha para que me quieran.

—¿Te molesta saber lo mucho que me importas? ¿Es eso?

—No —contesto con un nudo en la garganta, pero no me escucha.

—Me he pasado una puta semana pensando en lo que dijiste. Y, aun así, cuando me llamaste anoche me olvidé de todo porque solo me importaba saber si estabas bien. Me tumbé contigo y me quedé despierto hasta que me aseguré de que te habías dormido. Y esta mañana me he levantado temprano para poner la lavadora y que tuvieras tu jodida ropa seca lo antes posible. Pero tienes razón. No me preocupo por ti, solo te veo como a un polvo y estás en todo tu derecho de seguir odiándome y pensando que soy un capullo superficial.

Deja la taza bruscamente sobre la mesa, se levanta y yo me aparto de la puerta para dejarlo salir. Se encierra en su dormitorio hecho una furia. Cierro los ojos con fuerza y siento el frío de las lágrimas rozándome las mejillas. Da igual cuántas veces Liam me haya demostrado que le importo, mi mente me odia tanto que no se lo creía. Hasta ahora. Escucharlo en voz alta ha hecho que me dé cuenta de lo injusta que he sido.

Estaba tan convencida de que alejarme era lo correcto que no me planteé que esto pudiera dolerle tanto como a mí. Cuando entro en la habitación, Liam está haciendo la cama, como si necesitara mantener la cabeza ocupada a toda costa. Ni siquiera me deja hablar.

—Déjalo. No es un buen momento. Tú no estás bien y yo estoy demasiado enfadado para pensar.

Me rodeo con los brazos y niego con la cabeza.

—¿No querías que te diera explicaciones? Bien. Siéntate.

—No vamos a tener esta conversación ahora, Maia.

—Por favor —insisto.

Sus ojos azules conectan con los míos y necesito toda mi fuerza de voluntad para sostenerle la mirada. Finalmente, cede y toma asiento sobre la cama. Me seco las lágrimas con el brazo. Cuando me detengo frente a él, me siento dolorosamente pequeña.

—¿Y bien? —demanda con tono insolente.

Esto no va a ser nada fácil.

—Cuando discutimos, me prometí que me olvidaría de ti —comienzo a decir—. Se supone que no tendría que haber vuelto a llamarte, pero ayer la situación me superó y...

Me callo cuando se levanta sin miramientos para salir del dormitorio. Por mucho que le duela mi sinceridad, no puedo dejar que se vaya todavía. Le corto el paso y le pongo las manos en el pecho para detenerlo. Tiene la piel caliente y me parece notar lo fuerte que le late el corazón.

—Déjame terminar —le suplico.

—¿Para qué? Voy a ahorrarte el mal trago. Lo pillo. No quieres saber nada de mí. Si me lo hubieras dicho antes, te habría dejado en paz.

—No es que no quiera saber nada de ti. —Aunque intento conservar la calma, ahora es él quien está fuera de sí.

—¿Entonces? Aclárate de una puta vez. —Se echa hacia atrás para alejarse de mí, como si no soportara que lo esté tocando—. ¿Sabes lo jodido que fue lo que me dijiste? Ahora no dejo de darle vueltas a todo. No sé si es culpa mía que pienses que solo me importas por tu físico. ¿Mis comentarios te hacían sentir incómoda? ¿Es eso?

—No —respondo a toda velocidad—. Nunca me has hecho sentir incómoda, Liam. Te lo prometo.

—¿Y lo de esa noche? ¿De verdad querías que pasara?

—Sí. —Aunque sueno firme, sé que no consigo disipar las inseguridades que se han formado en su cabeza. Trago saliva—. Pero no sé si debería repetirse.

Dudo que suene convincente; lo único en lo que he pensado estos días es en lo mucho que lo echaba de menos. Liam suspira incrédulo y vuelve a sentarse en la cama. Me acerco con pasos titubeantes. Parece molesto, pero al menos ya no quiere marcharse.

—¿Por qué me echaste de tu casa? —pregunta alzando la mirada.

—Ya te lo dije. Por Steve.

—¿Ahora quieres que me crea que te preocupas por mí?

Y eso me lleva al límite de mi paciencia.

—Pues claro que me preocupo por ti. ¿Por qué crees que he hecho todo esto?

—¿Así que lo que haces cuando te preocupas por alguien es hacerle creer que no te importa? Felicidades, Maia, eres la puta reina de las relaciones.

—Nada de lo que dije esa noche iba en serio —confieso por fin. Se me ha formado un nudo insoportable en la garganta—. Estaba desesperada por que te fueras y no... no se me ocurrió otra forma. Sé que estuvo mal y que te hice daño. Lo siento muchísimo, Liam.

Debe de notar la sinceridad en mi voz, porque sus hombros se relajan. El ambiente sigue muy tenso, pero, cuando habla, utiliza un tono mucho más suave:

—¿Por qué no querías llamarme?

—Me daba mucho miedo lo que podía pasarte si entrabas en mi mundo. Vi lo emocionado que estabas por la mudanza y por empezar la universidad y no... no quise estropearlo. Si Steve te hubiera hecho daño, no me lo habría perdonado jamás. Podría haberte perjudicado tanto física como profesionalmente y...

—No eres tú la que decide si asumo esos riesgos o no —me interrumpe—. Y yo estaba más que dispuesto a asumirlos desde el principio.

Asiento con efusividad. Ya no puedo contener las lágrimas.

—No es verdad que no signifiques nada para mí. Me importas. De verdad. Y también te he echado de menos.

—Habríamos tardado menos si hubieras empezado por ahí.

Suspira y se acerca para estrecharme entre sus brazos.

Como un cristal agrietado, me rompo en cuanto me toca. De pronto, no puedo contener las lágrimas que llevan ahogándome desde que empezamos a discutir. Escondo la cabeza en su pecho mientras me abraza con fuerza. Cuando quiero darme cuenta, no solo lloro por él, sino también por mamá, por lo mucho que odio a Steve y, sobre todo, por mi hermana, que era quien me mantenía a flote y ahora se ha ido.

Una vez, cuando éramos pequeñas, me contó la leyenda sobre la niña del pueblo khoisan de África y me dijo que algún día sería como ella. Ahora que los he perdido a papá y a ella y que mi madre no soporta mirarme a la cara, creo que ya no me quedan estrellas para mi galaxia.

Liam guarda silencio mientras me desahogo entre sus brazos, tal y como hizo anoche, hasta que ya no me quedan más lágrimas por soltar. Es un experto en sacarme de mis casillas y, aun así, me transmite paz en los momentos difíciles. Es como una luz al final del túnel. Prefiero no volver a pensar en lo mal que lo traté para no sentirme aún peor.

Cuando me aparto para secarme las lágrimas, soy incapaz de mirarlo a los ojos.

—Gracias por venir a por mí anoche —le digo, justo como debería haber hecho desde un principio—. Y también por tener tanta paciencia conmigo. Sé que no soy una persona fácil.

Alarga la mano para apartarme el pelo de la frente. Después, me acaricia la sien con las yemas de los dedos y su toque me provoca escalofríos. Nuestras miradas por fin se encuentran.

—No seas tan dura contigo misma. Solo te cuesta un poco abrirte a los demás. —Me mira con tristeza—. Siento mucho lo de tu hermana, Maia. Y lo que dijiste ayer...

—Olvídalo —le suplico. No soporto pensar en ello—. No sé en qué estaba pensando. Es evidente que yo no quería que Deneb...

—Querías a tu hermana. Luchaste por ella hasta el final. Y habrías estado ahí para ella durante años si hubiera sido necesario. Pero ante todo eres humana y es normal que quisieras que ese sufrimiento terminara. Eso no te convierte en una mala persona. Mucho menos en una egoísta. Joder, no he conocido a nadie que se entregue tanto a los demás como te entregas tú.

Escucharlo hablar así es raro y dolorosamente gratificante. Liam siempre ve las mejores partes de mí, incluso las que ni siquiera yo sé que existen.

—Ayer, antes de que... pasara, fui a hablar con ella. Le dije que me sentía atrapada y estaba desesperada por empezar a vivir —confieso. Si me lo guardo para mí, explotaré—. ¿Y si lo hizo por mí? ¿Y si me escuchó?

La medicina negaría todo lo que acabo de decir, pero ahora mismo no puedo pensar con claridad. Él me seca las lágrimas con los pulgares mientras me mira a los ojos.

—En ese caso, supernova, estoy seguro de que tu hermana está deseando ver cómo empiezas a brillar.

Suelto un suspiro tembloroso, asiento con los ojos inundados en lágrimas y él vuelve a abrazarme. Espero ser capaz de hacerlo algún día, lo de empezar a vivir. Ahora no concibo disfrutar de la vida si mi hermana mayor no está ahí para verme, aconsejarme y guiarme cuando sienta que me estoy desviando del camino.

—¿Seguro que quieres irte a casa? —pregunta al alejarse.

Niego sin apartar los ojos de los suyos. Acabo de darme cuenta de lo cansado que parece.

—Discutí con mi madre ayer. No quiero volver allí.

—Está bien. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. Lo sabes.

—¿De verdad? —cuestiono desconfiada—. No quiero causarte más problemas.

—Me he pasado semanas durmiendo en tu casa, Maia. Y estuve a punto de quemar tu cocina sin querer. Es lo mínimo que puedo hacer. —Fuerza una sonrisa—. Un favor por otro favor, ¿no?

Asiento y me seco las lágrimas esta vez de manera definitiva. Estoy cansada de llorar. La gratitud que siento no me cabe en el pecho. Es un alivio tener un lugar en donde refugiarme hasta que esté lista para volver a enfrentarme a mamá y a Steve. Seguro que ya se la ha llevado a su agujero para convencerla de ahogar sus penas en alcohol.

—También debería llamar a la funeraria para organizar el entierro —añado—. No creo que mi madre esté en condiciones de hacerlo en mi lugar.

—Iré contigo. Y después nos pasaremos por tu casa para coger tus cosas.

—Gracias —respondo con sinceridad.

Él sonríe y niega para restarle importancia. Será duro seguir adelante sin mi hermana, pero saber que puedo contar con él, que estará ahí para mí cuando lo necesite, hace que todo parezca mucho más fácil. Se acabó lo de ir sola contra el mundo. Puedo intentar dejarme ayudar.

—¿Por qué no vuelves a la cama? —sugiere entonces mirándome a los ojos—. Es temprano y sé que no has dormido mucho esta noche.

—¿Vienes conmigo?

—¿Quieres que vaya?

—¿Tú quieres venir?

—¿En qué punto estamos ahora mismo? ¿Sigues pensando que lo de la otra noche no debería repetirse?

Me clavo las uñas en las palmas de las manos.

—Creo que nos iría mucho mejor si intentáramos ser amigos.

—Amigos —repite, como si creyera que ha oído mal.

—¿No estás de acuerdo?

—Claro que no. Tú y yo no podemos ser amigos.

—Podríamos si lo intentáramos. Y si tú dejaras de insinuarte cada dos minutos.

Entiendo que esté confundido porque, joder, ni siquiera yo sé a qué viene todo esto. Lo nuestro no tiene futuro. Es cuestión de tiempo que nos demos cuenta. Ahora mismo mi cerebro se debate entre lo que realmente quiero hacer y lo que creo que es más sensato.

—Quieres que seamos amigos, pero acabas de pedirme que duerma contigo —dice con lentitud, y es evidente que hace esfuerzos por no sonreír.

—¿No eres capaz de hacer eso con una amiga sin llegar a nada más?

—Generalmente no duermo con mis amigas.

—¿Se puede saber qué coño te hace tanta gracia?

Es increíble cómo puede pasar de consolarme a hacer que me entren ganas de estrangularlo, todo en menos de tres minutos. Liam eleva las manos con inocencia, aunque sigue sonriendo con ganas.

—Nada. Solo creo que esto va a ser divertido. —Me hace un gesto hacia la cama—. Detrás de ti, amiga.

Su mirada burlona me saca de mis casillas. Le doy la espalda y me tumbo en el colchón sin decir nada más. Mientras tanto, él va a cerrar las cortinas. Cuando la habitación se queda a oscuras, el corazón me late a toda velocidad dentro del pecho. Me aclaro la garganta nerviosa e intento convencerme de que hago lo correcto.

Amigos. Vale. Es el mejor plan que se me ocurre.

Pero entonces se tumba conmigo y me rodea con los brazos, y es lo único que necesito para darme cuenta de que no va a funcionar.

Ir a la siguiente página

Report Page