Harmony

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El Diario de Paul Sander

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—Quédate en la estación Paul. Si regresas, morirás. Como han muerto todos.

—¡Pero tú estás vivo!

—Ya he enfermado…

—¿Enfermado? ¿Estás seguro? ¡No puede ser! ¡John! ¡John! —Noté como las palabras pugnaban por salir de mi garganta, se confundían con mis lamentos. Se ahogaban en mis sollozos.

—Está en el aire… El aire huele a hierro…

—Tranquilo, John…

—La boca me sabe a sangre… Creo que llevo unos días con fiebre… 

—Puede ser cualquier cosa… Un resfriado… 

—Tengo miedo, Paul… Me enfrento a horribles visiones…

—Dios mío, John… Cálmate… Espera un momento. Voy a buscar a alguien que pueda ayudarte… No tardaré nada.

—NO VENGÁIS.

—Pero… Tenemos que volver a casa…

—Carol… Linda… Kaisy… Ellas están aquí.

—No lo entiendo…

—…

—¿JOHN?

—Han venido a buscarme…

—DIOS MÍO…

—…

—No te vayas… ¡CONTESTA JOHN!

—…

—¡RESPONDE! ¡JOHN!

—Adiós, Paul.

—¡NO PUEDES HACERME ESTO!… ¡NO PUEDES DEJARME SOLO!…

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

14 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Lo ocurrido con Harper cayó como una losa sobre el ánimo de todos. Zaitsev, como siempre, entró en cólera, llegando incluso a acusarme de intentar sabotear los planes para evacuar Harmony lo antes posible. 

—¿Qué le has dicho? ¿No será que trabajas en secreto para Wang?

—Yo no he hecho nada… Harper… Él no está bien… —Respondí aturdido.

—¿Y qué esperabas? —Añadió Viktor —Yo creo que no estás a la altura. Todo esto te viene demasiado grande.

—Soy periodista, no psicólogo.

—Tenías que convencerlo para ayudarnos a salir de aquí, no espantarlo.

—Estoy seguro de que tu proverbial talante diplomático habría obtenido mejores resultados… —Concluí sarcástico.

Zaitsev me dedicó una mirada de pocos amigos y Dana volvió a adoptar un aire triste y reservado, como si todo lo que estaba pasando no fuera con ella. Omar se limitó a recibir la noticia con aire serio, y reconozco, Kate, que yo tampoco realicé ningún esfuerzo por buscar su complicidad.

—A partir de ahora, yo seré la única persona autorizada para hablar con John Harper. —Sentenció.

—Nadie volverá a hablar nunca más con John Harper. —Respondí con aire sombrío.

—¿Por qué dices eso Paul? —Preguntó Dana.

—Wicca lo tiene atrapado, es imposible que sobreviva mucho tiempo más.

—Dios mío… —Musitó la doctora Lehner.

—No sirves para nada Sander. —Sentenció con desdén el ruso.

La profunda decepción que me produjo la actitud de mis compañeros, me ha llevado a pensar si sería mejor actuar por mi cuenta, Kate. De vuelta en la habitación, pasé muchas horas meditando. ¿Debería dar este paso?… Si quiero volver a verte, tengo que convencer a Wang de que debemos llegar a un acuerdo. Después de darle muchas vueltas, decidí que ya era hora de ir a hablar con él.

—¿Doctor Wang? —Pregunté empujando ligeramente la puerta del laboratorio de biología.

—¡Mi querido Paul Sander! —Respondió Wang con cinismo y enarcando exageradamente las cejas. —¿Qué le trae por aquí?

—John Harper es un hombre enfermo. La información que nos proporcionó ha resultado ser producto de su torturada imaginación. Emilio Silva no existe. Los refugiados no existen. Es posible que nada de lo que haya dicho sea cierto. A estas alturas, ya no se qué pensar.

Wang estaba ataviado con un batín de la División Aeroespacial de las Naciones Unidas que llevaba puesto sobre su habitual indumentaria de trabajo. Lo había sorprendido revisando un montón de papeles. 

—¿Ha llegado ya Wicca a la Bernardo O´Higgins señor Sander?

—Harper ha reconocido sentirse… Indispuesto… —Respondí con vacilación.- Pero eso no significa…

—SIGNIFICA lo que SIGNIFICA, señor Sander. —Dijo tajantemente el doctor Wang.- Significa que el aire es ya irrespirable en todo el planeta y que por lo tanto, todo el mundo ha muerto… Menos nosotros…

La descarnada lógica de Wang me golpeó con toda su dureza. En un segundo, pasaron por mi imaginación los monumentos agrietados, los edificios colonizados por la vegetación, aviones estrellados, barcos fantasmas, a la deriva. Estadios vacíos, teatros y cines… Todo a oscuras… Pensé en la Quinta Avenida, alicatada de vehículos inmóviles, abandonados… las puertas abiertas… las llaves puestas… Pensé en sus conductores, emprendiendo una huida desesperada… Familias enteras yendo a ninguna parte…

También pensé en ti, Kate. Pensé en ti, y mi mente rehusó verte muerta.

—¡Usted no tiene ninguna prueba! —Exclamé impotente.

Wang me miró con tristeza. Como cuando un padre mira a su hijo cuando éste le pregunta si, de verdad, existe Santa Claus.

—Paul… —Replicó Wang, adoptando un tono familiar que me hizo sentir incómodo.- Creo que hay algo en lo que vamos a estar de acuerdo.

—Usted dirá. —Respondí.

—Harmony no puede continuar así.

—Efectivamente. —Afirmé intuyendo que Wang podría estar dispuesto a negociar.

—Me gustaría tener una charla con usted y con la Doctora Lehner. ¿No cree que sería un buen comienzo?

—No me gusta la idea de dejar al margen al profesor Aslan y a Viktor Zaitsev. —Respondí reticente.

—Viktor Zaitsev no es una persona razonable y ambos sabemos que Aslan nunca accederá a renunciar a la posición que siempre ha creído tener en la estación. Podría contarte unas cuantas cosas sobre Omar Aslan… Te ayudaría a ver las cosas con otros ojos…

—¿Y por qué debería confiar en sus palabras? —Respondí molesto.

—Aslan esconde su carácter testarudo y narcisista bajo un barniz de aparente afabilidad. Tú no le conoces… Por otro lado, su indudable influencia sobre la Doctora Lehner me resulta especialmente preocupante… Bajo el ascendente de Aslan, es obvio que Dana está impedida para tomar sus propias decisiones. Por eso te pido que me la traigas.

—¿Que se la traiga? —Pregunté con perplejidad.

—¿Crees que Aslan es el único que se ha dado cuenta de que has congeniado con ella?

Las palabras de Wang me hicieron recordar la abrupta y áspera irrupción de Omar durante mi último encuentro con Dana. ¿Tendría razón Wang con respecto al profesor?

—Muy bien, supongamos que accedo. Supongamos que ella está dispuesta a dialogar. Supongamos que todo transcurre tal y como usted espera… Pero antes, tendrá que prometerme algo.

—Si tu demanda es razonable, te doy mi palabra de que será atendida.

—Quiero que me dé su palabra de que Dana y yo seremos puestos al corriente con toda la información que ustedes actualmente manejan. Es evidente que saben algo que no nos quieren contar, y si desea usted un diálogo honesto, es absolutamente necesario un conocimiento compartido de los hechos.

—Me parece razonable. —Asintió Wang.

—Hay otra condición. —Añadí envalentonado.

—…

—Deberán ustedes estar abiertos también a otras opciones. Odiaría tener la impresión de que únicamente pretende adoctrinarnos con sus postulados.

—Le doy mi palabra.

—También deberá usted tener a Anderson controlado…

Wang me miró con extrañeza.

—No pienso discutir con Dios.

—Le aseguro que Anderson no dará problemas.

—Muy bien, en ese caso, usted y yo tenemos un trato.

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

18 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Tardé un par de días en contarle a Dana la conversación con Wang.

Ojalá no lo hubiese hecho.

Todavía hoy, mientras escribo tembloroso estas palabras, me pregunto la verdadera razón por la que tuve que involucrarla… Debí haber sospechado de la aquiescencia con la que Wang aceptó todas mis condiciones… Debí haber sido más precavido, y más humilde… Tenía que haber dejado mi estúpido ego a un lado, Kate. El peso del orgullo al pensar que yo sería capaz de encontrar una solución sin ayuda de nadie, se hizo demasiado grande como para poder mantenerme alerta. La soberbia es la antesala de los descuidos, sobre todo, en los cobardes.

Al trasladarle a Dana mi charla con Wang, ella se quedó un momento pensando, para luego mirarme con una determinación que nunca había apreciado.

—Tienes razón Paul, alguien tiene que hacer algo. —Me dijo, mientras se apartaba un mechón dorado que, rebelde, parecía empeñado en reivindicar un extraño protagonismo en la conversación.

—Estás más guapa con coleta. —Bromeé mientras ella se sujetaba el pelo.

—¿Está tu novia al tanto de estos flirteos? —Respondió Dana con un guiño.

—No tengo novia. —Respondí con involuntaria brusquedad.

—Vale… No se enfade señor Sander…

—Disculpa, no pretendía parecer brusco. —Respondí con mi mejor sonrisa.

Me alegré de ver que Dana cambiaba de tema.

—Es hora de tomar la iniciativa. —Afirmó.

—¿Y qué hacemos con Viktor y con Omar Aslan?

—Viktor es un bruto y Omar… —Una sombra cruzó el rostro de la Doctora Lehner por un instante.- Omar… A pesar de las apariencias…

Decidí que ya estaba harto de los secretos de la estación.

—¿Es que todo el mundo en Harmony tiene algo que ocultar, Dana? ¿Qué demonios pasa entre tú y Aslan?

Dana continuó mostrándose esquiva.

—Es… complicado… Paul, por favor, no insistas.

La repuesta de Dana no hizo sino confirmar mis temores sobre la relación entre la atractiva alemana y el maduro, y aparentemente siempre agradable, profesor Aslan. Pensé que lo último que necesitábamos en la estación, era un maldito y tormentoso romance que pudiera complicar aún más las cosas…

—Muy bien Dana. No es asunto mío. ¿Qué tienes pensado hacer?

Inmediatamente percibí un tono de alivio en su respuesta.

—Tú y yo vamos a ir a hablar con Wang. Ya va siendo hora de que alguien ponga un poco de empatía en todo este desastre. ¿No crees?

—¿Qué pasará si Omar y Zaitsev se enteran de que estamos dialogando con Wang? —Pregunté.

—Omar y Zaitsev están muy ocupados. Últimamente pasan mucho tiempo juntos. 

—¿Qué es lo que están tramando? -Pregunté.

Dana se quedó un momento valorando si debía contestarme a aquella pregunta. Podía ver los engranajes de su cerebro calibrando cuidadosamente la respuesta.

—No lo sé con certeza… Omar no me cuenta todo lo que hace… —Admitió.

—Vamos Dana… No es justo que yo sea siempre el último en enterarme de todo…

—Creo que quieren pilotar el transbordador…

—¿Cómo dices? —Exclamé alarmado.

—Zaitsev afirma que es capaz de hacerlo… Antes de venir a la estación, llegó a pilotar cazas de combate en las fuerzas aéreas.

—¡Es una locura!

—Lo sé… Pero no tiene por qué ocurrir. ¿No es cierto?

—¡Son aeronaves diferentes!

—Anda, vamos. —Concluyó Dana.

La doctora Lehner me cogió con fuerza de la mano hasta que llegamos a Lindon High. Los amplios ventanales de la sala, ardían proyectando mil tonalidades anaranjadas procedentes de un planeta moribundo. Wang estaba de pie, contemplando la escena, impasible, junto a la cristalera. Anderson, Lawrence y el Coronel Dayan discutían acaloradamente inclinados sobre un montón de planos, desplegados en la gran mesa de reuniones.

—Parece que Omar y Viktor no son los únicos que están ocupados. —Le susurré un poco nervioso a Dana.

Nuestra irrupción en la estancia sorprendió a todos los presentes. Wang se levantó rápidamente para dirigirse a nosotros. David Dayan y Anderson aparcaron la conversación y Lawrence nos miró con ojos inexpresivos.

—Señor Sander, Doctora Lehner. ¡Qué sorpresa! —Dijo Wang mientras nos invitaba a acompañarles.

Nos sentamos a un lado de la mesa. Ésta había vuelto a ocupar su emplazamiento original en el centro de la sala y Wang no tardó en tomar asiento en la cabecera. Pensó que así gobernaría la estancia, pero la pretendida solemnidad de su pequeña figura, enmarcada por las banderas de la División Aeroespacial de Naciones Unidas, no consiguió restar ni un ápice de surrealismo a la inoportuna presencia de un Goosie Goose flamígero que sonreía a las estrellas desde la pared.

—Precisamente estaba pensando en ustedes. —Dijo David Dayan en tono amigable.

Esbocé una sonrisa forzada.

—Tenemos que hablar. —Apuntó Dana con firmeza.- Hemos compartido mucho en este lugar, lejos de nuestros hogares, separados de nuestras familias. No obstante, todos vinimos aquí, voluntarios y dispuestos a trabajar por el bien de la humanidad. Harmony es un lugar único, fruto del esfuerzo de las naciones representadas en esas banderas. No podemos defraudar a tantos millones de personas.

Yo asentí satisfecho, deseando con todas mis fuerzas que el discurso de Dana diera algún resultado.

—Palabras llenas de razón y sentido común. —Asintió Wang.

—Me alegra que…

—Pero… —Interrumpió Dayan. —Viktor Zaitsev quedará al margen de cualquier acuerdo que alcancemos. Es un tipo violento, no le escucharemos más.

—Nosotros ahora mismo no podemos garantizar semejante demanda… —Intervine yo con prudencia.

—Me temo que esta cuestión no es negociable. —Recalcó Wang.

Dana y yo nos miramos confundidos. Me quedé sorprendido por la sequedad y dureza con la que Wang se había expresado. Aquel no era el talante pactado. Esa fue la primera vez que intuí que podía haber cometido un terrible error. David Dayan continuó.

—Así mismo, el profesor Aslan debe entregarnos el control de la estación. —Añadió Anderson.

—…

—¿Le ocurre algo señor Sander? —Inquirió Wang.

Las promesas hechas iban a quedarse en nada… ¡No estaban dispuestos a escuchar! ¡No iba a haber ninguna negociación! Sus palabras, sonaban como un ultimátum, y por mi culpa, nos tenían a su merced. Dana, ajena a cualquier sensación de peligro, continuó haciendo un esfuerzo por suavizar el tono de la conversación.

—Creo que daremos un paso importante si conseguimos convencer primero a Omar, de que los que estamos en esta sala, somos capaces de llegar a un acuerdo. Zaitsev será más difícil, pero entre todos, conseguiremos que reflexione.

—Viktor es peligroso. La estación estaría mucho más segura sin él. —Afirmó Morgan Lawrence temeroso.

Mientras el resto hablaba, yo fijé mi atención en Wang. Estaba calculando sus opciones. Pude percibir que se había dado cuenta de que, a esas alturas de la conversación, yo ya sospechaba algo. Con la frente surcada y el ceño fruncido, parecía inmerso en un profundo debate sobre el camino a seguir. De repente, se levantó. Todos callamos y nos quedamos contemplando cómo cruzaba la sala con parsimonia hasta el reproductor de sonido.

El Lago de los Cisnes de Tchaikovski inundó por completo toda la estancia.

Yo reaccioné con sorpresa.

—Pero qué demonios…

Wang se acercó en silencio y puso sus manos sobre los hombros de Dana, que estaba tan perpleja como yo.

Las llamas bailaban sobre nuestros rostros, el techo y las paredes…

—Doctora Lehner. —Dijo Wang. —Haga el favor de quitarse la ropa.

Dana giró la cabeza bruscamente para mirar a Wang con incredulidad, provocando que una buena parte del pelo le cayera desordenado sobre la cara. Todos nos levantamos de la mesa, como movidos por un resorte.

—Doctora Lehner, será mejor que no se resista. —Insistió el Coronel Dayan.

Dana seguía sentada a mi lado. Giró la cabeza y me miró, los ojos anegados. Su rostro, deformado en una extraña mueca, imploraba ayuda. Un leve gemido, desde lo más profundo de su interior, hizo de angustioso y macabro contrapunto con la Danza de los Pequeños Cisnes. Toda la escena se me antojaba como una pesadilla.

Me aparté de la mesa con la intención de hacer algo, pero no pude, Kate. Intimidado por las miradas amenazantes de Anderson y Lawrence, me quedé completamente inmóvil, obligado a contemplar la terrible escena que se iba a desarrollar ante mí.

Dana se percató de mi estado inmediatamente. Me miró con desprecio y, empezando por el batín del laboratorio, comenzó a quitarse lentamente la ropa. Yo negué con la cabeza, aún sin decir nada. Morgan se acercó a mí por detrás para agarrarme con firmeza del brazo.

—No te muevas Sander, o serás el siguiente en ocupar el puesto de la doctora. —Me espetó con inusitada fiereza.

La amenaza me dejó petrificado. Fui incapaz de hacer nada durante todo lo ocurrido, Kate. No pude. ¡Dios sabe que NO PUDE! Un terror irrefrenable se apoderó de mí mientras Dana, tumbada desnuda sobre un extremo de la mesa, con la cara bañada en lágrimas; no dejaba de mirarme.

Anderson fue el primero. Extendía toda su presencia sobre ella al tiempo que exclamaba:

—¡QUE DIOS TE BENDIGA!

  ¡QUE DIOS TE BENDIGA!

  ¡QUE DIOS TE BENDIGA!

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

19 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Escribo estas palabras con la esperanza de que algún día se haga justicia. Todas las conversaciones de este documento han sido transcritas escrupulosamente por mí y provienen de las grabaciones que, en el desarrollo de mi profesión, he realizado durante mi estancia en la estación. Confío en que lo relatado aquí pueda servir contra los que, durante la mayor crisis de la historia de nuestra especie, perdieron su humanidad en aras de la justificación de sus desquiciados planes. Si algo me pasara, autorizo al receptor de este archivo a hacer el uso que estime necesario del mismo, de forma que lo ocurrido en la Estación Internacional Harmony, salga a la luz.

El Doctor Yun Wang es un embustero en el que, bajo ninguna circunstancia, se debe confiar. Debí informarme, antes de partir para la estación, sobre sus primeros años, pero las referencias que conseguí encontrar al respecto eran todas escasas y en ocasiones, hasta contradictorias. La mayoría retrataban a un eficiente y condecorado teniente de las fuerzas especiales del Ejército de la República Popular China, que acabó contrayendo matrimonio con la hija de un alto dirigente local del partido comunista en la provincia de Qinghai. La pareja, tuvo dos hijas, Mei Ling y la pequeña Kumiko, ambas nacidas en el transcurso del periplo diplomático de Wang en varios países del extranjero.

Pero Yun Wang es hoy conocido por ser el genio tardío del régimen en Pekín. Después de unos años oscuros, aparece de repente en escena al obtener un doctorado con honores por la University of Science and Technology of China. En 2.025 publica varios artículos en la edición asiática del Journal of Biological Chemistry, sobre la investigación biológica molecular en condiciones de gravedad cero. Su trabajo encuentra eco rápidamente entre la comunidad científica aeroespacial, lo cual le brinda la oportunidad de viajar por todo el mundo. Numerosas universidades e instituciones solicitan su participación en todo tipo de seminarios y conferencias.

En 2.032, Wang ya colabora estrechamente con la División Aeroespacial de las Naciones Unidas, y a petición de la Administración Espacial Nacional China, termina dirigiendo y supervisando todo el programa de Investigación Biológica Molecular de Harmony. Cuatro años después, en 2.036, Yun Wang se convierte, con sesenta y tres años, en el astronauta activo más veterano del mundo. Es la culminación de una impresionante carrera.

Con profunda inquietud, me doy cuenta de que, con cada día que pasamos aislados aquí, todos corremos el riesgo de ver cómo el andamiaje que conforma nuestra cordura, corre el riesgo de desmoronarse. Yun Wang está convencido de ser el nuevo Mesías, con el comandante Thomas Anderson en el papel de Inquisidor General de la Galaxia… Por otro lado, Viktor Zaitsev, anda por ahí agazapado en las profundidades de la estación, al parecer, dispuesto a cometer cualquier locura.

¿Quién será el próximo de entre nosotros en volverse loco por culpa de toda esta pesadilla, Kate? ¿Es posible que mi propio juicio se esté viendo afectado? El hecho de haberme quedado completamente paralizado ante la brutal y horrible escena que se estaba desarrollando en aquella sala… ¿Me convierte en cómplice de lo sucedido?…

El remordimiento de los cobardes es implacable.

Cuando todo terminó, me quedé solo. Temblaba de miedo, y sin poder dar crédito a lo sucedido, maldije una y mil veces ese sentimiento, mezcla de ingenuidad y egoísmo, que me hace pensar que soy capaz de tenerlo todo bajo control. La arrogancia es la peor enemiga de la prudencia y, para mi desesperación, Dana ha acabado sufriendo las consecuencias. Yo la convencí de la necesidad del diálogo. Yo la acompañé, sin pensar que podía estar poniéndola en peligro… Un poco de humildad por mi parte, me hubiese permitido bajar la cabeza, consultar el plan con Aslan… Viktor podría haber estado allí para protegerla… ¿Cómo pude pensar que un tipo como yo iba a disuadir a Wang si las cosas se ponían feas?

Me engañó… Demasiado tarde, me doy cuenta de cómo me utilizó para llegar a ELLA…

Todo este tiempo… Jugando… Jugando conmigo…

Ahora me siento incapaz de hablar con Aslan, de contarle lo ocurrido… ¡Y mucho menos a Zaitsev! El ruso seguramente me mataría.

Debo pensar.

Tengo que mantener la calma.

 

Diario de Paul Sander.

Estación Espacial Internacional Harmony.

20 de Diciembre de 2.036.

 

Hola Kate.

Soñé que encontrábamos el cuerpo sin vida de la doctora Lehner en su habitación. Tenía el abdomen lleno de moretones, consecuencia de los golpes que se había infligido en un desesperado intento por interrumpir el embarazo.

Soñé con Dana.

Enajenada, camina en círculos con el espinazo encorvado recorriendo el Museo Ellen Ripley, cuyas estanterías se van derrumbando al paso de la figura que castiga con fuerza el fruto de su vientre. En mi sueño, trato de impedir que se haga daño, pero cuanto más me acerco, más lejos la veo en el laberinto de baldas y hierros retorcidos en el que se ha convertido mi inconsciencia.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Soñé con Dana.

Dando a luz a extrañas criaturas.

También pude ver el futuro imaginado por Wang.

La Arcadia de nuestros descendientes.

La Ciudad Blanca es armoniosa y serena.

Descomunales estatuas de LA MADRE adornan las plazas y protegen los templos.

Dana, por todos lados.

Afrodita Dana.

Dana Atenea.

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Dana muerta… Dana sola… ¡POR TU CULPA! ¡POR TU CULPA!

Soñé con niños de rostros iguales.

Aprenden en la escuela el SACRIFICIO DE LA MADRE.

Los afortunados, recitan de memoria los NOMBRES:

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Los NOMBRES pensaron el MUNDO

Fueron UNO con LA MADRE

Antes de los NOMBRES

La NADA.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Yun Wang, Thomas Anderson, Morgan Lawrence, David Dayan.

Los NOMBRES pensaron el MUNDO

Fueron UNO con LA MADRE

Antes de los NOMBRES

La NADA.

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