Hard
Capítulo Diez
Página 13 de 26
Capítulo Diez
Voltaire definió el amor con algo que rezaba como “solo el intercambio de dos fantasías, dos epidermis”, y Davina ahora podía entenderlo. Tanto. Por eso mejor no enamorarse, el chiste se contaba solo.
Cuando vio a Derek con Giselle, realmente trató de no sentir nada por la forma en que ella lo venía abrazando, aferrándose a su brazo. Se recordó que él se lo había advertido, estaba tratando de superarla, pero por desgracia, Davina sintió el mismo calor latente y las mejillas sonrojadas mientras los miraba.
—Algo te está molestando —dijo Gis, trayendo su atención abruptamente.
—¿Qué? —¿Además de ser una excelente cocinera, con increíble gusto por la moda, también podía leer la mente?, no era de extrañarse que Derek la adorara—. No, para nada, eres tú la que está al borde de la muerte —bromeó, poniendo una mano en su frente—. ¿Quieres que te traiga un poco de agua?
—Algo sobre Derek. —Gracias al cielo que no pudo percibir el cambio en su rostro, cuando tiró de las mantas, al parecer moría de frío.
—No hay nada que me moleste, de verdad.
—No le gusto.
—¿Perdón? —inquirió, casi atragantándose con las palabras.
—A Derek, sabes, no es como tú te imaginas. En realidad, no le gusto de esa manera. —Davina miró de nuevo por la ventana, ¡qué bonito paisaje!—. ¿Me escuchaste o te perdí de nuevo?
—Sí. —Alto y claro, la miró finalmente—. Pero creo que te equivocas con eso.
—Él solo cree que le gusto.
—De todas maneras, lo que él crea no es asunto mío. —Sonaba tan amargada, pero no quería tener justo esta conversación con la autora de cada uno de los sueños de Derek.
—Sé lo que está pasando entre ustedes, vi las fotografías. ¿Estás enamorada de él?
Davina se ruborizó mientras recordaba la forma en la que él la sostenía, entonces, sin pedirlo, su cuerpo revivió exactamente lo que había sentido al tocarlo todos estos días, la forma en la que su respiración cambiaba cuando le entregaba un poco más de sí, y sus ojos se cerraban mientras… Giselle se soltó riendo.
—Eso es un sí.
—Solo me quedé callada.
—El que calla, otorga.
—La verdad es que no estoy enamorada, apenas y lo conozco, estamos viendo… a dónde va todo esto —dijo encogiéndose de hombros, porque en eso no estaba mintiendo.
—Nunca creí que ustedes… es decir, Derek parecía tan cerrado con todo eso… —Giselle le sonrió—, por eso tienes que saber que no me quiere de esa manera.
—No sé sobre eso, pero sí sé que siente algo especial por ti.
La fotógrafa se sentía incómoda, quería decirle que no necesitaba explicaciones, y negar que le interesara en lo más mínimo lo que Derek sintiera o no por ella, lo cual era amor del bueno, pero estaría mintiendo, así que solo se dedicó a mirar a la chef.
—Sí, él siente algo especial por mí, pero no como te imaginas, él solo está tratando de compensar lo que sea que pasó entre nosotros, ya sabes, con el incidente. Piensa que de alguna manera salvé a Dy, y que, gracias a mí, su tío también pudo superar su terrible pasado, y está agradecido, pero la verdad es que ellos me han ayudado mucho también. ¿Puedes verlo? Lo que siente Derek por mí es solo gratitud. Una gratitud inmensa que lo hace idealizarme. Pero no es amor de verdad.
Davina se quedó callada, jugueteando con la cámara en sus manos, mientras las palabras de Giselle le daban vueltas en la cabeza.
…
La mayoría de las personas no quieren ver las cosas malas acercarse.
Por ejemplo, Davina al parecer, era una persona que vivía en constante negación. Primero, justificando a Brant una y otra vez con cada recaída, y ahora pensando que Derek sentía solo agradecimiento por Giselle cuando estaba claro que no. Cuatro días habían pasado desde que se enfermó, y al parecer no se trataba solo de un simple resfriado. Había contraído influenza estacional y se encontraba internada. Estable, pero internada al final.
El momento era tal vez insoportablemente peor porque Derek no había logrado conciliar el sueño, durante esos cuatro días se la pasó corriendo en las noches, levantando pesas, ordenando lo ordenado o solo… estando, pero no estando.
Se había retraído y encerrado en sí mismo, y, aunque ahora dormían juntos en el autobús, era un verdadero milagro que no le hubiese pedido aún que se fuera de su cuarto. Maldición. Complicados días, sí. Sobre todo, con él lanzando miradas de anhelo cada vez que sonaba el teléfono.
Él estaba profundamente atraído hacia Giselle, podía verlo en su mirada cada vez que ella entraba en escena, podía ver cómo las oscuras nubes en sus ojos se despejaban en cuanto ella le devolvía la mirada, lo que sin duda los ponía en una situación bastante mala, y que la susodicha pensara que eso no era amor, era bastante jodido; si eso no era amor, no sabía entonces lo que sí lo era.
—Está tan enferma —dijo esa tarde mientras fumaba.
—Los mejores doctores la están cuidando, y Dylan dijo que estaba mejorando.
—Tengo que ir a verla. —Davina dejó su cámara por un momento para observarlo.
—¿Es en serio?, ¿estás perdiendo tu mierda aquí y ahora?
—Ella debe estar grave, por eso Dy sigue allá en California en plena gira, ¿no lo entiendes? —Le dio otra calada a su cigarro—. No me basta con que mi primo diga que está bien, prefiero la confirmación visual. Cuando estuvimos enfermos, ella cocinó cosas que podían ayudar a mejorarnos, me gustaría retribuirle aunque sea con una visita.
—Ese era su jodido trabajo —espetó, rodando los ojos.
—No, lo hizo porque es noble, así es Giselle. —La fulminó con la mirada.
—Como sea. —Davina se inclinó hacia adelante, sin dejar de mirarlo—. Me pediste ayuda, ¿no? Bueno, aquí va: Dylan es su novio, tú-no-lo-eres, Derek.
Eso pareció frenar sus intentos de correr a hacer una maleta, Cristo, cuánto habían progresado, no cabía duda de ello.
—Lo siento —farfulló, revolviéndose el cabello, al fin dándose cuenta del error tan grande que había estado a punto de cometer—. Es solo que…
—Sigues enamorado de ella.
—Yo... —exhaló una larga bocanada de humo.
—Yo también lo siento —contestó, ahora sintiendo ella la necesidad de desaparecer, y cuanto antes mejor—. Iré a revisar mi correo, Ruth me dejó algunos mensajes.
Abandonar las drogas nunca había sido fácil para Derek.
Incluso ahora, después de tantos meses estando limpio, había ocasiones en las que se ponía tenso y la visión se le volvía borrosa, o en que tenía que hacer un esfuerzo enorme por no irritarse por contrariedades menores. Como por ejemplo, no saber cómo se encontraba a ciencia cierta Giselle, más que por los escuetos “se encuentra bien” que Dylan les proporcionaba por teléfono, lo estaban volviendo loco.
Entrando al autobús, revisó que las ventanas estuvieran cerradas y las cortinas corridas, los acosadores estaban detrás de cualquier arbusto, y las notas sobre ellos no cesaban. Finalmente arrastró los pies, dirigiéndose a su pequeño baño para ducharse después de haber corrido por horas, ya no traía la camiseta puesta así que pateó sus zapatillas fuera. La suite principal del autobús, a diferencia de la que Davina tenía, era dos veces su tamaño. Por eso le había dicho que se mudara con él, bueno, eso y el hecho de que lo de tener “compañía” no estaba nada mal. Despertarse en medio de una pesadilla y poder arrastrarla a su pecho y saber que no estaba solo, lograba reconfortarlo mejor que nada. Aunque todavía era un poco incómodo compartir todo eso con, literalmente, una extraña.
Tenía los pulgares dentro de la pretina de los chándales, listos para bajarlos, cuando escuchó un suave tarareo. La puerta del pequeño baño con tina estaba entreabierta, un suave resplandor viniendo de ahí, así como un delicioso aroma a cítricos. Derek nunca entendería qué se metió en su cabeza para asomarse, quizás su depravado interno, mera curiosidad, solo Dios sabría qué, pero la imagen lo dejó helado. Sus ojos fijos en la tina.
Sí, ahora era justo el momento preciso para dejar de ser un degenerado, dar media vuelta y volver por donde malditamente vino, pero sus pies se convirtieron en plomo. Es más, ni siquiera pudo cerrar los ojos, desviar la mirada, malditamente respirar. Las velas aromáticas tenían impregnado el pequeño lugar, y las luces jugaban en su rostro, su cabello rubio mojado, espuma cubriendo casi su totalidad, casi. Turgentes pechos sobresalían del agua, orgullosos pezones erectos y listos para ser pellizcados.
Sí, ella les estaba dando su debida atención haciendo justamente eso. Su cabeza apoyada en el respaldo de la tina, los labios entreabiertos, y justo en ese momento un suave gemido escapó de su garganta.
Y el sonido golpeó su verga de una forma tan rápida e inesperada, que pareció como si hubiese sido un maldito relámpago.
Derek entendió justo ahí, por qué le gustaba fotografiar. El contorno de sus pechos, la expresión en su rostro, quería malditamente grabarla en su memoria para siempre. Tragó saliva duramente, y su garganta dolió por el esfuerzo. Davina era esta hada perdida mientras se elevaba sobre la espuma, arqueándose, inclinando la cabeza hacia atrás, disfrutando, dejándose llevar. El movimiento en el agua siendo obvio con lo que sus dedos estaban haciendo allá abajo, la boca ligeramente abierta antes de que con un suave ronroneo alcanzara la cúspide de lo que tanto había estado buscando. El frenético movimiento de su mano ralentizándose, deleitándose en su propio éxtasis mientras se estremecía con los últimos coletazos del orgasmo.
Derek estaría jodido para siempre con esa imagen.
Cuando ella suspiró, el sonido lo trajo de vuelta. Recomponiéndose a sí mismo, de alguna manera logró dar un paso hacia atrás, y luego otro, y otro más hasta que estaba bajando por las escaleras. Se detuvo en la cocina, con todo el cuerpo tembloroso mientras se servía agua fría. Y solo entonces sintió que podía respirar. Ahí no olía a cítricos, no había sonidos más que el segundero del reloj, ahí no había personas que por poco lo dejaran malditamente ciego. Cerrando los ojos ante el tan necesitado sorbo de agua, su mente le jugó de inmediato una mala pasada, trayendo todo lo que era sexy y delicado en el mundo.
Nunca había visto a una chica masturbarse antes. Bueno, sí, corrección, las groupies que Ethan y Caden traían, de donde Derek tenía que malditamente escaparse por lo que nunca se había quedado hasta el final. Ellen y él siempre habían estado drogados cuando tenían sexo, ni siquiera recordaba lo que era el preludio o el clímax, todo se sentía solo… demasiado.
Pero maldita fuera Davina y sus tetas. Ese espectáculo fue lo mejor que hubiera visto en su vida, y por eso seguía temblando. Su verga pulsando, su corazón tronando, su cuerpo entero colapsando. ¿Cómo iba a volver a dormir a su lado en un futuro cercano?
Se fue a correr. Ya había corrido un par de kilómetros, pero Dios sabía que necesitaba correr a Dubái para bajarse la erección. Su verga dolía con el movimiento de trotar, Jesús, estaba listo para dar un espectáculo a los paparazis, ¿no? Reajustándose, continuó su camino, la imagen de sus tetas, del movimiento frenético de su mano, de su frente perlada, sus ojos cerrados y esos labios carnosos entreabiertos, quedarían oficialmente grabados para siempre en su cerebro, y de pronto, una pregunta lo asaltó en ese momento, deteniéndolo. ¿En quién pensaría mientras se masturbaba?
No tenía sentido que se pusiera así de iracundo por el simple hecho de pensar en ella fantaseando con otro hombre, no tenía sentido el ajetreo en sus entrañas. Dos horas, ocho vueltas corriendo en la arena, y treinta y dos lagartijas después, Derek volvió al autobús. Todo estaba en oscuridad, no ayudando a su imaginación que necesitaba ver luz para entretenerse en otras cosas que la imagen de Davina en la puta tina.
—¿Derek?
El guitarrista por poco se sale de su piel. Su voz sonó más ronca, sensual, o quizás era que ahora que la había visto masturbándose, todo en ella sonaba malditamente erótico.
—Soy yo. —En cambio, su voz sonaba áspera, casi jadeante.
—Dylan llamó, le dije que estabas entrenando.
—Oh... —Entró rápidamente al baño, quitándose los chándales—. Lo siento. ¿Cómo se encuentra Giselle? —preguntó abriendo la llave, agua helada, sí, necesitaba agua helada, sobre todo sabiendo lo que había pasado horas antes en esta misma tina…
—Se encuentra bien —gritó—, dijo que ya la dieron de alta, él regresa mañana.
Gracias al cielo. Sin embargo, por alguna razón su pecho no se sintió ligero. Un par de minutos después, y una erección semi calmada, salió vestido. Nada de cambiarse frente a Davina, nunca cometía errores con ella. Sabía que ella quería compañía, y eso le estaba dando. Besos ocasionales, películas durante el viaje en carretera, charla. Pero nada más.
—Estás muy callado. —Su voz adquirió ese tono burlón que a veces tenía, con sarcasmo y lleno de promesas de que algo estaba tramando, lo cual seguro no era bueno.
—Hice demasiado ejercicio, estoy cansado.
Mentira. Estaba ardiendo. Meterse bajo las mantas esa noche no era una opción, así que se quedó sobre las cobijas, manos cruzadas sobre el pecho, posición de listo para ser embalsamado, ojos en el techo, corazón tronando contra sus costillas… el susurro de las sábanas a su lado le indicó que Davina se estaba moviendo. Hacia él. Maldita sea.
—¿Te dormiste?
—Sí.
—Mmm, que lástima, quería preguntarte si te gustó. —Derek se tensó, había dicho que estaba dormido, ¿verdad? Bien, ya no contestaría, a la mierda—. No era mi intención darte ningún espectáculo, ¿sabes?
—¿De qué estás hablando? —carraspeó, negándose a girarse para enfrentarla.
—¿De verdad vas a pretender?, no estoy avergonzada.
—¿Por qué habrías de estar avergonzada?
Su risa suave fue a la vez sexy y malditamente alegre.
—Porque me masturbé en tu tina.
Puta. Mierda. Derek sintió de nueva cuenta un rayo atravesando su verga como un maldito latigazo, toda su sangre se fue de golpe hacia el sur, y se estremeció de forma involuntaria cuando una mano aterrizó en su pecho.
—¿Vas a seguir fingiendo? —Derek tragó saliva audiblemente.
—No.
—¿Te gustaría entonces regalarme un orgasmo? Tal vez tus dedos sean mejores que los míos. —Jesús. Tenía que estar bromeando. Cuando se echó a reír, supo que sí, le estaba tomando el jodido pelo, y solo entonces pudo respirar, quizás incluso volvió de entre los muertos—. Todo indica que eres un voyerista, ¿sabes?, he escuchado de una casa de fantasías a la que podrías asistir sin ser visto…
—Hasta mañana, Davina. Necesito dormir.
Su voz fue meramente un comando, ronca y espesa.
No fue su intención sonar tan jodidamente fastidiado como se escuchó, era simplemente que estaba al borde, deseaba tanto tocarla con sus malditos dedos, y después sustituirlos con su boca, que incluso tuvo otro puto espasmo. Estaba molesto más que nada por la forma en que la deseaba y no podía tenerla. Le fastidiaba hasta la mierda sentir culpa cada vez que pensaba en tocarla.
—Lo siento, solo bromeaba —susurró con una pequeña voz—, no quería incomodarte.
Entonces se estaba alejando. No se necesitaba ser muy listo para saber que otra vez la había lastimado; alcanzó a sujetarla por el brazo cuando iba a mitad de la alcoba. Agradeciendo cuando no se zafó de su agarre, le tomó la mano, jugando con sus dedos.
—Lo lamento —balbuceó, haciendo una mueca ante su jodida erección mientras intentaba mirarla en la oscuridad—. No quería… es decir, tú no me incomodas… solo no sé qué hacer con todo esto, estoy jodidamente confundido. ¿Ya te fastidiaste de mí?
—¿Qué? —sonó extrañada—, ¿piensas que me quiero ir porque me fastidié de ti?
—Sí… supongo.
—Solo no quería incomodarte más. —Él suspiró, acariciando sus brazos.
—Tenemos un serio problema si crees que me incomoda verte masturbándote, Davina. Créeme. —Ella se rio por lo bajo, y lo sorprendió cuando internó una mano en el cabello de su nuca y comenzó con ese suave raspado de uñas que lograba confortarlo.
—No se suponía que vinieras tan rápido de tu carrera, y yo solo… necesitaba un desfogue.
—Me gusta ese tipo de desfogue, es mucho mejor que mis métodos —se rio oscuramente, atrayéndola por completo a sus brazos—. Lamento no satisfacer todas… uhm, tus necesidades. Sé a lo que te referías cuando me dijiste que necesitabas compañía, y yo…
—Cuando estés listo, cariño. Un paso a la vez.
Él se quedó callado, pensando en eso, un oscuro pensamiento rondando su cabeza.
—¿Y si nunca lo estoy? —La soltó, caminando de un lado a otro—. Han pasado los suficientes años desde que ella murió y todavía no me siento jodidamente listo. Cada noche me muero con ella, y cada mañana despierto solo, odiando saber que tengo un largo día por subsistir, a veces solo atravieso los días, otros ni siquiera sé para qué me molesto.
—Derek... —Él se llevó las manos al cabello, tirando con fuerza de la raíz.
—Estoy corrupto, mi alma está vacía, mierda, me siento tan vacío.
Se sentó en la cama con la respiración acelerada, sintiéndose derrotado de tantas formas. Por eso no le gustaba sentir. Necesitaba un pase. Un escalofrío de adrenalina lo recorrió, como si el puro pensamiento le hubiera dado tranquilidad, miró la puerta.
—Nos hacemos compañía, pero también soy tu amiga y te voy a ayudar a superar esto.
Davina lo montó a horcajadas en un movimiento que lo tomó completamente desprevenido, normalmente, Derek podía resistirse, negándose a entregar por completo el control en este tipo de situaciones. Las groupies llevaban intentando seducirle durante años, y muchas eran poseedoras de potentes dotes de seducción, así que siempre se mantenía alerta.
Pero, a diferencia de todas aquellas mujeres que solo querían acostarse con él, Davina no estaba allí por esa razón, y a Derek le gustaría poder dejarse llevar, aunque solo fuera un poco, pero no podía.
Esa nefasta quemadura que lo había consumido durante todos esos años estaba más encendida que nunca.
—El problema está en que no sé si puedo avanzar —suspiró mirando un punto por encima de su oreja—. No sé si quiero. Darle vuelta a la hoja me hace sentir como una escoria. He hecho de todo para mantener el recuerdo de Ellen conmigo, ella era mi esposa...
—Lo sé, pero tienes que entender que tú no tienes la culpa de lo que pasó.
—¿Que no tengo la culpa? —Se rio entre dientes, una risa fría al tiempo que sujetaba con fuerza sus muslos, no sabía si para retenerla o para intentar alejarla.
—¿Es que no lo ves?, eran unos adictos, no tenían control de su propia vida, no a esas alturas, ninguno de los dos. —Derek trató de esquivar su mirada—. Escúchame, tampoco tiene por qué desaparecer, de alguna manera piensas que para salir adelante necesitas borrar su recuerdo y no es así, por favor, mírame, Derek. —Sujetó su rostro hasta que él elevó la mirada, sus ojos dolidos, llenos de angustia—. Ella es bienvenida, ¿lo ves? Salir adelante no es olvidar, es aprender a vivir con todo ese dolor.
Los remordimientos se podían acumular como en una presa. Llenando la cabeza hasta que, al igual que un día de mucha lluvia, simplemente se desbordaban.
Derek estaba desbordado. Cansado. Hastiado. No podía verlo porque tenía el rostro enterrado en su cuello, pero podía sentirlo en la forma en la que sus brazos la sujetaban y por la manera en la que se aferraba a ella. Se habían quedado abrazados en la oscuridad, escuchándose respirar.
Davina conocía esta clase de sentimiento, cortesía de Brant. Exhalando, sacudió ligeramente la cabeza; por ahora, mientras sujetaba a Derek, en todo lo que podía pensar era en ayudarlo, en lo hermoso que era. Cuán fuerte e intrépido, cuán salvaje, cuán tímido. Era un artista nato. No importaba que no tuviera ninguna gracia social, que se saltara las entrevistas, que detestara posar para la cámara, que el noventa por ciento de sus palabras fueran gruñidos, o que a la hora de lanzar un comentario nunca fuera sutil. Era brusco y a veces hasta agresivo, pero sus ojos de ese azul índigo contaban otra historia. Podía reconocer ahora sus miradas, desde el fuerte anhelo, la duda, hasta la misma excitación. Fuego negro en su mirada mientras ella se complacía, pero también brillo protector cuando le dijo que le compraría un auto. Cuando la miraba, la hacía sentir segura, podía ver que había alguien más allí, y que guardaba más dolor que con el que podía cargar.
—¿En quién estabas pensando?
—¿Cuándo? —preguntó con suavidad, rascando todavía el cabello bajo su nuca, aún se encontraba a horcajadas sobre él y por favor, no quería bajarse todavía.
—Cuando estabas en la tina. —Ah, eso.
La cabeza todavía le daba vueltas ante el rápido giro que había dado la conversación. Davina había peleado durante años contra esto, este sentimiento de mariposas en el estómago, de felicidad absoluta por ver a alguien, de sentirse completa hasta estar de nuevo con esa persona.
Había salido con suficientes tipos, pasado momentos agradables y otros no tantos, memorables y para el olvido, pero entonces llegó Derek. Este hombre grande, tatuado y roto que, según las fotos que había visto en internet, solía sonreír, y por anécdotas de los chicos, escribía tontas canciones de amor.
—¿De verdad quieres saber? —Él se tensó bajo su cuerpo, era tan predecible.
—Sí.
—En ti —susurró contra su oreja, mordisqueando suavemente el lóbulo. Él se estremeció, su agarre en sus caderas volviéndose más fuerte.
—Eres una cosa difícil de manejar —dijo, enterrando aún más el rostro en su cuello.
—Siempre tengo un buen día cuando soy una “cosa” para alguien. —Él se rio.
—Tan astuta.
—¿Te sientes mejor?
—Un poco —suspiró, su aliento cálido mandando un escalofrío por su cuerpo—. Gracias por estar aquí. Sé que es difícil para ti… verme con la situación de Giselle.
Davina pensó en lo que conversó con ella, ¿estaría en lo correcto?, ¿la querría solo porque se aferraba mediante ella al recuerdo de su esposa? En un impulso, se inclinó besando sus labios de manera suave, pero cuando iba a retirarse, él sujetó su mejilla, reteniéndola en su lugar al buscar de nuevo sus labios, el beso suave pero persistente hasta que de forma tímida y por primera vez, su lengua tocó el borde de su labio inferior.
El beso era sencillo, en parte agradecimiento en parte exploratorio, no lo suficiente para incendiar la habitación, pero tan fuerte como para que a Davina se le hiciera un nudo en el estómago. Y este era el problema con Derek. Él no necesitaba hacer nada para tenerla ardiendo. Suaves toques, simples caricias, besos pequeños, y ya quería saltar sobre él y violarlo en donde fuera. Jesús, ¿por qué esperó tanto entre un hombre y otro? Nublada por la lujuria, aferró los dedos a su cabello, la sangre le hervía bajo la piel cuando sin pensarlo se contoneó sobre él, y gimió con suavidad cuando él dio una suave estocada contra ella.
—Maldita sea —siseó Derek, separándose abruptamente de sus labios, descansando la frente en su hombro—. Lo siento… eso fue pasarse de la raya.
—¿Tú crees? —Él se rio entre dientes mientras Davina contemplaba sus ojos, observando cómo la excitación que lucía en ellos se sosegaba, poco a poco—. Lo siento, Derek, no sé qué me pasa contigo, pero me gustaría que se detuviera.
—¿La atracción no deseada entre nosotros?
—No pensaba llamarla así, pero… qué alivio. —Rodó los ojos—. Pensé que solo yo me sentía así, y me estaba volviendo malditamente loca. —El guitarrista sujetó un mechón de su cabello y lo pasó tras su oreja.
—La siento, y me da… pavor. Es demasiado, ¿y si no sé manejarlo? Puedo lidiar con la prensa, con la furia de mi primo, con el rechazo social, pero no con un jodido corazón roto, no otra vez.
Davina encontró su mano en la oscuridad y la colocó justo sobre su corazón.
—¿Sientes esto? —Él sonrió torcidamente, elevando una ceja.
—¿Es una de tus necesidades?
—Cállate, quieres —regañó, rodándole los ojos.
Derek sujetó su rostro con la mano libre, su pulgar acariciando su mandíbula. Toda diversión abandonando el lugar, sus ojos fijos, su ceño pronunciado. Davina se mordió el labio, acercándose más a él.
—¿Qué necesitas, preciosa?
Oh, necesitaba tantas cosas. Tantas que le dolía la cabeza, pero principalmente:
—A ti —contestó con la voz entrecortada.
—Estoy más allá de jodido, lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé.
—¿No habías dicho que tenías suficiente de imbéciles inadaptados?
—Quizás no los suficientes. —Se encogió de hombros haciéndolo suspirar.
De pronto, la joven se dio cuenta de que no solo quería su compañía para satisfacer sus necesidades físicas, porque dentro de su pecho otras necesidades se estaban levantando. Anhelaba su oscuro silencio. Quería atrapar sus escasas sonrisas con los labios. Necesitaba que fuera feliz, porque estaba segura de que sería contagioso.
—Davina… —murmuró contra sus labios, depositando suaves besos—. No volveré a comportarme como un idiota cuando se trate de Giselle, lo prometo —suspiró, estrechándola más fuerte, y ella no pudo recordar cuándo fue la última vez que estuvo, no solo a horcajadas sobre un hombre sin estar montándolo, sino sintiendo esta conexión que iba más allá de lo físico—. Sé que hice un juramento, y durante todo este tiempo es lo único que he cumplido, pero ahora creo que es más importante jurarle a Ellen que intentaré… —Sacudió la cabeza, exhalando—. Que no volveré a drogarme, en lugar de jurar no estar con nadie más que ella.
Esa noche durmieron abrazados, después de muchos días, como una pareja real. Sin embargo, Davina no se engañaba, y esperaba que hubiese una red que pudiera amortiguar su caída al final.