Guerra y paz
LIBRO CUARTO » Tercera parte » XIX
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XIX
¿Qué ruso, al leer la descripción del último período de la campaña de 1812, no ha experimentado un penoso sentimiento de despecho, contrariedad y confusión? ¿Quién no se ha preguntado por qué no fueron capturados y aniquilados todos los franceses, cuando tres ejércitos, con fuerzas superiores, los rodeaban y cuando ellos mismos, desorganizados y muertos de hambre, se rendían en masa y cuando (lo dicen los historiadores) el objetivo de los rusos consistía precisamente en detener, cerrar el paso y capturar a todos los franceses?
¿Cómo ese ejército ruso, inferior en número al francés, habiendo dado batalla en Borodinó, después de rodear al enemigo por tres partes con el fin de capturarlo, no lo consiguió? ¿Es posible que los franceses tuvieran tan enorme prestigio ante los rusos que, aun cercándolos con fuerzas superiores, no pudieran vencerlos? ¿Cómo pudo suceder?
La historia (aquella que se da a sí misma ese nombre) responde que eso sucedió porque Kutúzov, Tormásov y Chichágov, así como otros, hicieron o no hicieron estas o aquellas maniobras.
Mas ¿por qué no las hicieron? ¿Por qué no fueron juzgados y castigados, si eran culpables de haber impedido la consecución del objetivo señalado? Pero, aun admitiendo que Kutúzov, Chichágov, etcétera, fueran causantes del revés de los rusos, es incomprensible: ¿por qué, en las condiciones en que se hallaban sus tropas en Krásnoie y en Berezina (en ambos casos las tropas rusas eran superiores en número), no capturaron al ejército francés con sus mariscales, sus reyes y su emperador, cuando era ése precisamente el objetivo de los rusos?
La explicación que se da a ese extraño fenómeno (la misma que utilizan los historiadores militares rusos) se circunscribe a Kutúzov, a quien acusan de haber impedido la ofensiva; acusación falta de base, pues sabemos bien que la voluntad de Kutúzov no había podido contener el ataque de sus tropas en Viazma y en Tarútino.
¿Por qué el mismo ejército ruso que con fuerzas inferiores conseguía la victoria de Borodinó frente a un enemigo en pleno vigor, ahora, en Krásnoie y Berezina, cuando sus fuerzas eran superiores a las del contrario, resultaba vencido por el desorganizado ejército francés?
Si el objetivo de los rusos era cortar la retirada y capturar a Napoleón y sus mariscales, podemos afirmar que lejos de lograr esa meta fracasaron de manera lamentable todas las tentativas por alcanzarla; ésta es la razón de que el último período de la campaña sea presentado justamente por los historiadores franceses como una sucesión de victorias y que la interpretación de los historiadores rusos, al atribuirse también el triunfo, sea absolutamente falsa.
Forzados por la lógica, los historiadores militares rusos llegan sin quererlo a esa conclusión, y a pesar de sus llamamientos líricos al valor, la lealtad, etcétera, se ven obligados a confesar que la retirada de los franceses desde Moscú está jalonada por diversas victorias de Napoleón y derrotas de Kutúzov.
Pero si dejamos de lado el amor propio nacional, advertiremos que ese razonamiento se contradice a sí mismo, pues la serie de victorias napoleónicas llevó a los franceses a una derrota total mientras que las derrotas de los rusos trajeron la destrucción total del enemigo y la liberación de su patria.
El origen de esa contradicción radica en el hecho de que los historiadores estudian los acontecimientos por las cartas de los soberanos y los generales, por informes, documentos, etcétera, que admiten la existencia de un proyecto falso que jamás existió en el último período de la guerra de 1812: el intento de capturar y apresar a Napoleón con sus mariscales y ejércitos.
Semejante objetivo no existió ni podía existir, porque carecía de sentido y habría sido imposible lograrlo: carecía de sentido porque, en primer lugar, el ejército desorganizado de Napoleón huía de Rusia lo más rápidamente posible, es decir, hacía lo que podía desear todo ruso. ¿Por qué, entonces, iban a ser necesarias diversas operaciones contra un enemigo que deseaba irse?
En segundo lugar, era absurdo cortar el camino a unos hombres que empleaban todas sus energías en huir.
En tercer lugar, era absurdo perder tropas propias para aniquilar un ejército que se iba disolviendo por sí mismo, sin causa externa, y en tales proporciones que, sin encontrar ningún obstáculo en su camino, alcanzó la frontera con la centésima parte de todos sus efectivos.
En cuarto lugar, el mismo deseo de capturar al Emperador, a los reyes y duques habría sido insensato: el logro de semejante deseo habría entorpecido en sumo grado la acción de los rusos, como reconocen los más hábiles diplomáticos de la época (J. Maistre y otros). Y más insensato aún habría sido el deseo de capturar a todas las tropas francesas, cuando las rusas se habían reducido a la mitad antes de Krásnoie y cuando, para custodiar a los prisioneros, habrían sido necesarias divisiones enteras y los soldados rusos no siempre recibían su ración completa y los prisioneros ya capturados morían de hambre.
Ese sabio proyecto de capturar a Napoleón y a su ejército se parece al plan del hortelano que para expulsar de su huerto al animal que ha destrozado sus plantas corre a impedirle la salida y comienza a golpearlo en la cabeza. Sólo la cólera justificaría esa reacción. Pero ni siquiera eso podría decirse de los autores de tal proyecto, puesto que no eran suyas las plantas holladas por el enemigo.
Y además de insensato, el proyecto de cerrar el camino a Napoleón y a su ejército habría sido imposible.
Imposible, ante todo, porque —y así lo demuestra la experiencia— el movimiento de las columnas a cinco kilómetros del campo de batalla no coincide nunca con el plan preparado de antemano, y la probabilidad de que Chichágov, Kutúzov o Wittgenstein se reuniesen en el sitio y el tiempo fijados era tan pequeña que equivalía a lo imposible. Así lo pensaba Kutúzov, y cuando recibió el proyecto objetó que los actos de sabotaje a gran distancia nunca dan los resultados apetecidos.
Era imposible, además, porque para frenar la fuerza de la inercia con que se retiraba el ejército napoleónico habría sido preciso contar con muchas más tropas de las que tenían los rusos.
Por otra parte, era imposible pues la expresión militar «cortar» no tiene ningún sentido. Se puede cortar un pedazo de pan, pero no se puede cortar un ejército. Cortar un ejército —cerrarle el paso— es absolutamente imposible, puesto que siempre queda mucho espacio alrededor que se puede rebasar y siempre está la noche, cuando no se ve nada, de lo cual podrían convencerse los sabios militares con los ejemplos de Krásnoie y el Berezina. Tampoco se puede capturar a nadie a menos que el interesado consienta en que lo capturen, igual que no podemos atrapar una golondrina a no ser que ella se pose en nuestra mano. Puede capturarse a quien se rinde, como los alemanes, según todas las reglas de la estrategia y la táctica. Pero, con toda razón, los franceses no lo hallaban oportuno, puesto que la misma muerte por hambre y frío les esperaba tanto en la prisión como en la fuga.
Y sobre todo, era imposible el proyecto porque, desde que el mundo es mundo, nunca existieron guerras en condiciones tan terribles como la de 1812, y los rusos, que para perseguir a los franceses pusieron en juego todas sus fuerzas, no podían hacer más sin aniquilarse a sí mismos.
Durante la marcha del ejército ruso de Tarútino a Krásnoie se perdieron, entre enfermos y rezagados, cincuenta mil hombres: es decir, la población de una gran capital de provincia. La mitad del ejército desapareció sin entrar en combate.
Y es precisamente al hablar de ese período de la campaña cuando las tropas, sin calzado y sin ropa de invierno, con provisiones insuficientes, sin vodka, pernoctando meses enteros en la nieve a temperaturas de quince grados bajo cero, con sólo siete u ocho horas de luz diurna y noches largas; cuando no puede mantenerse la disciplina, cuando los hombres permanecen en los dominios de la muerte no unas pocas horas, como en la batalla, sino meses enteros, en lucha continua con el hambre y el frío, cuando cada mes perece la mitad del ejército, es precisamente en ese tiempo, al hablar de ese período, cuando los historiadores dicen que Milorádovich debía haber realizado una marcha oblicua, que Tormásov debía haber ido a tal sitio, que Chichágov habría tenido que desplazarse a otro (con la nieve por encima de la rodilla) y que Fulano habría abatido e interceptado… etcétera, etcétera.
Los rusos, reducidos a la mitad, hacían cuanto podían y debían hacer para alcanzar un objetivo digno de un pueblo; y no son culpables de que otros rusos, bien apoltronados en sus tibias viviendas, propusieran planes imposibles.
Todas esas extrañas y ahora incomprensibles contradicciones entre los hechos y los relatos de los historiadores se deben a que quienes describen esos acontecimientos hicieron historia de las hermosas palabras y los bellos sentimientos de uno u otro general, en vez de atenerse a los hechos.
Las palabras de Milorádovich, las recompensas recibidas por este o aquel general, sus mismos proyectos, les parecen harto interesantes; pero los cincuenta mil hombres que fueron quedando en los hospitales o en los cementerios ni siquiera les interesan, porque no constituyen el objeto de sus estudios.
Y, sin embargo, basta con apartarse de los informes y planes generales, basta con estudiar el movimiento de aquellos cientos de miles de hombres que tomaron parte directa e inmediata en los sucesos, para que todos esos problemas que parecen insolubles encuentren fácil y sencillamente una solución indiscutible.
El objetivo de cortar el paso a Napoleón, impedir que se uniese a su ejército, no existió nunca sino en la imaginación de una docena de hombres. No podía existir, porque era insensato e irrealizable.
Lo único que el pueblo pretendía era liberar a su patria de la invasión. Esto se logró, en primer lugar, por sí mismo, puesto que los franceses huían y no quedaba más que dejarles el camino libre; en segundo lugar, por las acciones de las guerrillas, que diezmaban al enemigo; y, en tercer lugar, porque un gran ejército ruso seguía los pasos de los franceses, dispuesto al combate en caso de que se detuvieran.
El ejército ruso debía actuar como un látigo sobre el animal que corre. Y el buen mayoral sabe que el látigo en alto, como una amenaza, es mejor que golpear la cabeza del animal que huye.