Guerra y paz

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LIBRO TERCERO » Segunda parte » XIX

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XIX

El día 24 tuvo lugar la batalla del reducto de Shevardinó: el 25 no se cruzó ni un solo disparo y el 26 se libró la batalla de Borodinó.

¿Para qué y cómo se dieron y aceptaron las batallas de Shevardinó y Borodinó? ¿Para qué tuvo lugar esta última? Carecía de todo sentido tanto para los franceses como para los rusos. Su inmediato resultado fue y tenía que ser la próxima caída de Moscú (lo que temían los rusos más que ninguna otra cosa en el mundo); y para los franceses, la cercana pérdida de todo su ejército (lo que también temían más que nada). Ese resultado era evidente ya entonces; y, sin embargo, Napoleón no evitó la batalla y Kutúzov la aceptó.

Diríase que para Napoleón, después de haber recorrido dos mil kilómetros por el interior del país, debía de ser evidente que, aceptando la batalla, corría el riesgo de perder una cuarta parte de su ejército e ir a una derrota segura. Para Kutúzov debía de ser igual de evidente que al aceptar la batalla y arriesgar él también otra cuarta parte de su ejército, la pérdida de Moscú era indudable. Para Kutúzov, era una evidencia matemática, la misma evidencia que tendría si jugando a las damas tuviera un peón de menos y siguiera cambiando: en este caso la derrota sería segura y, por tanto, no debería cambiar.

Cuando mi adversario tiene dieciséis fichas y yo catorce, sólo soy más débil que él en la proporción de un octavo; pero cuando hayamos cambiado ambos otras trece piezas, él será tres veces más fuerte que yo.

Antes de la batalla de Borodinó, las fuerzas rusas estaban, aproximadamente, en la proporción de cinco a seis con respecto a las del enemigo; después de la batalla quedaron en la proporción de uno a dos: es decir, antes de la batalla eran cien mil contra ciento veinte mil; después, cincuenta contra cien. Y, sin embargo, el inteligente y experto Kutúzov aceptó la batalla y el genial adalid —así llaman a Napoleón— la libró, perdiendo la cuarta parte de su ejército y alargando aún más su línea de comunicaciones. Si dijeran que ocupando Moscú, como ocurrió con Viena, Napoleón pensaba poner fin a la campaña, las pruebas que se pueden oponer son muchas. Cuentan los historiadores que Napoleón, ya en Smolensk, quiso detenerse, que comprendía el peligro de alargar sus comunicaciones y sabía que la ocupación de Moscú no significaba el término de la campaña, porque después de lo de Smolensk veía en qué estado le dejaban las ciudades rusas y tampoco recibía respuesta alguna a sus repetidas manifestaciones de que deseaba iniciar conversaciones.

Dando y aceptando la batalla de Borodinó, Napoleón y Kutúzov procedían de un modo insensato, no eran dueños de sus actos; y los historiadores, basándose en hechos consumados, han aportado pruebas hábilmente trenzadas para demostrar la previsión y el genio de los caudillos que, de todos los instrumentos inconscientes de los acontecimientos mundiales, fueron los más dóciles y menos conscientes.

Los antiguos nos dejaron modelos de poemas heroicos en los que los héroes acaparan todo el interés de la historia; y no acabamos de habituarnos a que en nuestros tiempos carezca de sentido ese tipo de historia.

Para la otra pregunta: ¿cómo se libraron las batallas de Borodinó y la de Shevardinó, que la precedió?, también existe una explicación definida, conocida de todos y absolutamente falsa. Los historiadores se muestran unánimes en describir los acontecimientos de la siguiente manera:

Después de su retirada de Smolensk, el ejército ruso buscaba la posición más ventajosa para la batalla campal y la encontró, al parecer, en las cercanías de Borodinó.

Los rusos, al parecer, fortificaron con anterioridad tal posición, a la izquierda del camino de Moscú a Smolensk, casi en ángulo recto, entre Borodinó y Utitsa, en el mismo lugar donde se desarrolló la batalla.

Delante de esta posición se dispuso, al parecer, una avanzada sobre la altura de Shevardinó, con el fin de vigilar al enemigo; el día 24 Napoleón atacó y tomó esa avanzada; el 26 se lanzó contra todo el ejército ruso dispuesto en el campo de Borodinó.

Eso es lo que escriben los historiadores, y todo es absolutamente inexacto, como podrá comprobarlo fácilmente quien desee penetrar en el sentido de la acción.

Los rusos no buscaron la mejor posición: todo lo contrario, durante la retirada abandonaron posiciones mucho mejores que la de Borodinó; y no se detuvieron en ninguna de ellas porque Kutúzov no quería aceptar una posición que él no habría escogido y porque la batalla campal no parecía aún inevitable; además no tenía fuerzas suficientes, ya que Milorádovich se retrasaba con sus milicias, aparte de otras innumerables causas. El hecho es que ciertas posiciones anteriores a la de Borodinó (donde se libró la batalla) no sólo eran mejores sino que ni siquiera podían llamarse posiciones; no eran ni más ni menos que cualquier otro lugar del Imperio ruso que pudiera señalarse por casualidad con un alfiler sobre el mapa.

Los rusos, lejos de fortificar las posiciones del campo de Borodinó, a la izquierda y en ángulo recto del camino (es decir, donde tuvo lugar la batalla), no pensaron siquiera, hasta el 25 de agosto de 1812, que el encuentro pudiera ocurrir en aquel lugar. Una prueba de ello, en primer lugar, es que al día 25 no había obras de defensa en aquel punto y las que se iniciaron el 25 no estaban terminadas el 26; otra prueba es la situación del reducto de Shevardinó, situado delante del lugar donde se libró la batalla, elección carente de todo sentido. ¿Por qué fue mejor fortificado ese reducto que cualquier otro lugar? ¿Por qué lo defendieron el día 24 hasta muy avanzada la noche, realizando los máximos esfuerzos y perdiendo seis mil hombres? Para observar al enemigo era más que suficiente una patrulla de cosacos. La tercera prueba de que no se había previsto la posición donde tuvo lugar la batalla y de que el reducto de Shevardinó no era su punto avanzado es que Barclay de Tolly y Bagration estaban convencidos, hasta el día 25, de que ese reducto constituía el flanco izquierdo de la posición y que el propio Kutúzov, en su informe escrito bajo la impresión de la batalla, calificó el reducto de Shevardinó como flanco izquierdo de la posición. Sólo mucho más tarde, cuando, ya con tiempo, se escribieron circunstanciados partes de la batalla, se inventó (seguramente para justificar los errores del general en jefe, que siempre debe ser infalible) la extraña y errónea afirmación de que el reducto servía de puesto avanzado (cuando era un punto fortificado del flanco izquierdo) y que la batalla de Borodinó había sido aceptada por los rusos en una posición fortificada y escogida de antemano, cuando en realidad ocurrió en un lugar imprevisto y apenas fortificado.

De hecho, las cosas ocurrieron del siguiente modo: la posición se eligió a lo largo del Kolocha, río que divide el camino general no en ángulo recto, sino agudo, de manera que el flanco izquierdo estaba en Shevardinó y el derecho en las cercanías de la aldea de Novóie; el centro se hallaba en Borodinó, en la confluencia de los ríos Kolocha y Voina. Esta posición, cubierta por el Kolocha, corresponde a un ejército cuyo objetivo es detener a un enemigo que avanza sobre Moscú por el camino de Smolensk. Cosa evidente para quien mire el campo de Borodinó, como dicen, olvidando cómo se desarrolló la batalla.

Napoleón, que había alcanzado el día 24 la aldea de Valúievo, no descubrió (dicen las historias) las posiciones rusas de Utitsa a Borodinó (no podía verlas, puesto que no existían). No descubrió tampoco el puesto avanzado del ejército ruso, pues, persiguiendo la retaguardia rusa en el flanco izquierdo, se encontró con el reducto de Shevardinó y, de un modo completamente inopinado para los rusos, hizo pasar sus tropas al otro lado del Kolocha. Los rusos, sin tiempo para disponer la batalla campal, retiraron su ala izquierda de la posición que tenían el propósito de ocupar y en cambio ocuparon otra que no estaba ni prevista ni fortificada. Con su paso a la orilla izquierda del Kolocha, siempre a la izquierda del camino, Napoleón desplazó toda la futura batalla de derecha a izquierda (con respecto a los rusos) y la situó entre Utitsa, Semiónovskoie y Borodinó (en un campo que nada tenía de ventajoso como posición y donde iba a desarrollarse toda la batalla del día 26).

Si en la tarde del día 24 Napoleón no hubiera llegado al Kolocha y no hubiera aplazado el ataque hasta la mañana siguiente, nadie habría puesto en duda que el reducto de Shevardinó era el flanco izquierdo de la posición rusa, y la batalla se habría producido tal como se esperaba. En ese caso se habría defendido, probablemente, con mayor tesón aún el reducto de Shevardinó, como flanco izquierdo ruso; se habría atacado a Napoleón en el centro o en la derecha y la batalla campal habría tenido lugar el día 24 en una posición fortificada y prevista. Pero como el ataque al flanco izquierdo ruso se produjo por la tarde, tras el repliegue de la retaguardia, es decir, inmediatamente después del combate de Gridnieva, y como los jefes rusos no podían o no tuvieron tiempo de librar la batalla decisiva en la tarde del 24, la primera y principal fase de la batalla de Borodinó estaba ya perdida desde el 24 y había de llevar a la derrota, que tuvo lugar el día 26.

Tras la pérdida del reducto de Shevardinó, en la mañana del día 25, había quedado al descubierto el flanco izquierdo y los rusos se vieron obligados a replegar el ala izquierda y fortificarla precipitadamente, estuviera donde estuviese.

Pero, además, el 26 de agosto las tropas rusas estaban al abrigo de fortificaciones débiles y no acabadas. El inconveniente de esa situación se agravó porque los generales rusos no tuvieron en cuenta un hecho ya consumado (la pérdida de la posición en el flanco izquierdo y el desplazamiento de todo el futuro campo de batalla de derecha a izquierda) y mantuvieron sus extendidas posiciones desde la aldea Novóie hasta Utitsa, que los obligó, en plena batalla, a mover sus tropas de derecha a izquierda. Así pues, la batalla de Borodinó no se produjo como se ha descrito (con intención de ocultar los errores de los generales y disminuyendo, por lo mismo, la gloria del ejército y del pueblo ruso). La batalla de Borodinó no se dio en una posición escogida y fortificada, con fuerzas muy inferiores por parte de los rusos; la batalla de Borodinó, debido a la pérdida del reducto de Shevardinó, tuvo que ser aceptada por los rusos en campo abierto, en un lugar apenas fortificado, con fuerzas dos veces inferiores a las francesas, es decir, en unas condiciones en que resultaba inconcebible no sólo combatir durante diez horas y dejar la batalla indecisa, sino evitar durante tres horas la derrota completa y la desbandada del ejército.

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