Gloria

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Gloria

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Todo lo haces de prisa y corriendo.

GLORIA:

Sí, soy muy moderna.

CABALLERO:

¿Por qué haces esto?

GLORIA:

Por lo mismo: interés personal. Pero no tengas miedo: el viaje sólo es de ida. Ya no soy la misma. Ahora soy como tú. ¿Vienes o no vienes?

CABALLERO:

¿No te arrepentirás más tarde?

GLORIA:

Más tarde no. Ya estoy arrepentida ahora. Pero hace tiempo que he aprendido a vivir con el remordimiento. Al principio es cansado y fastidioso; pero luego, cuando te acostumbras, hace mucha compañía. Como un perrito. ¿Vienes o no vienes?

CABALLERO:

La pregunta es retórica.

GLORIA:

Cinco minutos.

GLORIA sale por 3.

CABALLERO:

¡Psssst!

GABRIELLE entra inmediatamente por 2.

GABRIELLE:

Señor…

CABALLERO:

Todo está saliendo mejor de lo que habíamos pensado.

GABRIELLE:

Yo no había pensado nada.

CABALLERO:

Haremos el negocio como a mí me conviene y, de propina, una conquista fácil.

GABRIELLE:

Ah, no, señor. La conquista la hará usted. Conmigo no cuente.

CABALLERO:

Tú a callar y a obedecer. Si haces lo que yo te diga, todo saldrá a pedir de boca. ¿Acaso no salen siempre bien mis planes?

GABRIELLE:

A usted siempre le salen bien, señor.

CABALLERO:

Pues esta noche no será la excepción. ¿Te juegas la paga?

GABRIELLE:

No, señor. Ni loco.

CABALLERO:

Está bien. Te acepto la apuesta. Pero tendrás que ayudarme.

GABRIELLE:

Yo me las piro.

CABALLERO:

Tú te quedas y haces lo que yo te ordene.

GABRIELLE:

Señor, ¡estoy en libertad bajo fianza!

CABALLERO:

Lo sé de sobra. Fui yo quien puso el dinero de la fianza. Y lo puedo retirar cuando me plazca, ¿lo entiendes?

GABRIELLE:

Dígame lo que he de hacer.

CABALLERO:

Al final de aquel pasillo hay un Tapies. No tiene pérdida. Allí me está esperando Gloria. Necesito veinte minutos para despachar otro asunto, quizás menos. Con un cuarto…

GABRIELLE:

Ah, no, señor. Esta treta siempre nos sale mal.

CABALLERO:

Esta vez saldrá bien. Gloria no sospecha y a la hora de la verdad, es muy sumisa. Tú sólo tienes que apagar las luces, imitar mi voz, decir lo que yo te he enseñado y hacer lo que las circunstancias dictan. Mientras tanto, yo haré una visita a la señorita Silvia. Tengo un empacho de Gloria y la otra, en cambio, posee el atractivo de la novedad. Además, habíamos empezado la mar de bien y no me gusta dejar las cosas a medias.

GABRIELLE:

Me descubrirán, señor, siempre me descubren. Ya no tenemos edad… Quiero decir que yo no tengo edad…

CABALLERO:

No tengas miedo. Ella lo hará todo. Su buena fe y su vanidad juegan a favor nuestro. Tu haz el mínimo. Y quítate este bigote asqueroso.

(GABRIELLE

se quita el bigote y se lo mete en el bolsillo de la chaqueta.) Espera. Quítate también la chaqueta, que huele a cocina, y ponte la mía.

El CABALLERO y GABRIELLE se intercambian las chaquetas. A GABRIELLE le viene muy grande la del CABALLERO.

GABRIELLE:

¿Lo ve, señor? Se nota mucho.

CABALLERO:

Te la quitas nada más entrar en la habitación.

GABRIELLE:

Es inútil: soy más bajo que el señor.

CABALLERO:

¡Idiota, lo que has de hacer no se hace de pie!

Le empuja y GABRIELLE sale por 4.

CABALLERO:

No hay moros en la costa y la presa duerme. Ha llegado la hora del placer y las tinieblas.

(Se dirige hacia 3. Suena el timbre.) ¡Maldita sea!

(El timbre sigue sonando con insistencia.) ¡Ya va! ¡Ya va! ¡Pero deje de tocar o levantará la liebre!

Se pone la chaqueta de GABRIELLE, que le viene muy pequeña, y va hacia la puerta de entrada al piso. Antes de abrir saca del bolsillo de la chaqueta el bigote postizo y se lo pone. Abre.

CABALLERO:

Signore…

COPONIUS:

¿Dónde está mi mujer?

CABALLERO:

La sua moglie, signore?

Entra COPONIUS. Es jorobado y muy feo. El CABALLERO cierra la puerta y va tras él.

COPONIUS:

Soy Coponius. Hemos hablado por teléfono usted y yo. ¿Dónde está?

CABALLERO:

¿Quién?

COPONIUS:

Mi mujer, idiota. Te pago para que lo sepas. ¿Dónde está?

CABALLERO:

¿La señorita… Silvia?

COPONIUS:

No soy bígamo. ¿Dónde está?

CABALLERO:

Ha salido… Quiero decir, de esta sala. En este momento… no se encuentra aquí, como puede ver.

COPONIUS:

Muy bien, chico. Tienes madera de detective. Sigue así y acabarás saliendo en una novela de Vázquez Montalbán.

(El CABALLERO

se arregla el bigote, que está a punto de caérsele.) ¿Qué haces? ¿Te encuentras bien?

CABALLERO:

Sissignore. ¿Puedo preguntarle una cosa?

COPONIUS:

Sí, pero no me hables en italiano. ¿Te has vuelto loco?

CABALLERO:

No, señor, es la costumbre. Pero, dígame, si yo estoy aquí, quiero decir que si yo soy el detective que usted ha contratado para vigilar a la señorita Silvia sin que nadie lo sepa, ¿por qué ha venido personalmente a descubrir el pastel?

COPONIUS:

¿Esto quieres saber?, ¿que por qué he venido?

CABALLERO:

Sí, a descubrir el pastel.

COPONIUS:

¿Te parece que no tiene lógica?

CABALLERO:

Ni la más mínima.

COPONIUS:

Pues tienes toda la razón, muchacho. No tiene la más mínima lógica. Pero esta tarde, ordenando el secreter de mi despacho, he descubierto que había desaparecido la pistola.

CABALLERO:

¿Y cree que la señorita Silvia la ha cogido?

COPONIUS:

Tal vez ha sido ella. No lo sé. He venido a averiguarlo. La necesito.

CABALLERO:

¿A la señorita Silvia?

COPONIUS:

La pistola. Y también a Silvia.

(Habla en tono siniestro y afectado, como un barítono en una ópera de Verdi.) Si no puedo vivir con ella, he decidido matarla. Me dirás que es una locura. Me dirás: ¿qué sentido tiene entablar un proceso judicial, contratar un abogado, un procurador y un detective, hacer la correspondiente provisión de fondos, y cuando todo parece estar a punto, asesinar a la parte demandada? Me dirás: ¿qué sentido tiene? ¿Eh?

CABALLERO

(arreglándose el bigote):

No se lo sabría decir.

COPONIUS:

Pues yo te lo diré, muchacho, yo te lo diré. Una cosa es la cabeza y otra, el corazón. Raciocinio y pasión, las cosas concretas y las ideas abstractas. ¿Me sigues?

CABALLERO

(arreglándose el bigote):

Hasta aquí, sí.

COPONIUS:

Por una parte quiero que la sociedad me reconozca mis derechos, que los tribunales dicten sentencia a mi favor. Soy la parte lesionada. Por otra parte quiero tomarme la justicia por mi mano, quiero venganza, violencia y sangre. Quizás soy un tanto paradójico, pero no incongruente. ¿La has visto?

CABALLERO:

¿La pistola? No.

COPONIUS:

¿Y a Silvia?

CABALLERO:

A la señorita Silvia, sí.

COPONIUS:

¿Dónde está?

CABALLERO:

Al final de aquel pasillo, al lado de una litografía de Tapies.

COPONIUS:

¿Y qué hace allí?

CABALLERO:

Está en la cama con un desconocido.

COPONIUS:

¡Qué estás diciendo!

CABALLERO:

Que está en la cama…

COPONIUS:

¡Ya te he oído! ¿No me lo podías haber dicho antes?

CABALLERO:

No quería interrumpir la exposición del señor.

COPONIUS:

¡Maldita sea! ¡Y yo sin pistola!

CABALLERO:

Coja un cuchillo de la cocina.

(Señala hacia 1.) Es por allá.

COPONIUS:

Gracias. Ya lo sé. Conozco el piso. Hasta hace poco yo era muy amigo de la familia. Éramos como hermanos, los cuatro. Soy padrino del hijo mayor de Ricky y Gloria, y Silvia es madrina de la nena. Y nuestro hijo… pero no es momento de recordar los días felices. La vida es como es: todo va bien y un día, de repente, sin saber cómo, todo se pone patas arriba.

CABALLERO:

Diga usted que sí. Pero dese prisa, señor, si los quiere sorprender in flagrante delicto.

COPONIUS:

Tienes razón.

(Va hacia 1. Antes de salir se da media vuelta.) No te vayas. Necesitaré que testifiques en el juicio. Pienso alegar trastorno mental transitorio. Como máximo me caerán dos años.

COPONIUS sale por 1.

CABALLERO:

Espero que este bruto cumpla su propósito antes de darse cuenta de que es Gloria y no Silvia. Lo siento por Gabrielle, pero no tenía otro remedio. Cuando una mujer no sabe guardar la compostura, hay que tomar medidas drásticas.

(Pausa.) Me habría gustado ver cómo acaba la función, pero la prudencia me aconseja otra cosa. También me habría gustado recuperar la chaqueta. Sobre todo por las tarjetas de crédito y las llaves. En fin… No se puede tener todo.

(Mientras habla se quita el bigote, lo mete en el bolsillo de la chaqueta, se la quita y la deja sobre el sofá.) Por lo menos recuperaré el abrigo. Fuera hace un frío de mil demonios.

Sale por 2. Por 4 entra GLORIA con el vestido rojo.

GLORIA:

¿Qué pasa? ¿Dónde estás? ¿Por qué no has venido? Hace rato que te espero.

(Se mira al espejo dando vueltas.) Mira, me he puesto el vestido rojo, ¿te acuerdas? El que te gustaba tanto. Lo he guardado todos estos años pensando que todo acaba volviendo, los hombres y las modas.

Entra el CABALLERO por 2 con el abrigo puesto.

CABALLERO:

¡Gloria!

GLORIA:

¿Dónde te habías metido? ¿Y qué haces con el abrigo puesto?

CABALLERO:

Tenía… un poco de frío… ¿Y tú?, ¿por qué no estás en tu habitación?

GLORIA:

Como no venías…

CABALLERO:

¿Quieres decir que él… que yo… que nadie…? Gloria, querida, me voy. Las cosas se han complicado un poquito. Mañana te llamaré para explicártelo…

GABRIELLE

(dentro):

¡Socorro!

CABALLERO:

Demasiado tarde.

Por 3 entra GABRIELLE en calzoncillos.

GABRIELLE:

¡Auxilio!

GLORIA lo mira sin entender nada. El CABALLERO, a espaldas de GLORIA, se quita el abrigo y se vuelve a poner la chaqueta y el bigote de GABRIELLE. COPONIUS entra por 3 con un cuchillo de cocina en la mano.

COPONIUS:

¡Maldito pervertido, te voy a matar!

GLORIA:

¡Coponius!

GABRIELLE

(poniéndose detrás de GLORIA

):

Aiuto, signora, che mi ammazza!

COPONIUS:

¡Otro que se empeña en hablarme en italiano! ¿Os habéis vuelto todos locos?

GLORIA:

Calma, hombre, cálmate. ¿Qué haces aquí? ¡Y con un cuchillo!

(Señalando a GABRIELLE.

) ¿Y este personaje, quién es?

COPONIUS:

Un violador. ¿No le ves la pinta?

GABRIELLE:

Yo sólo cumplía órdenes. Él… es decir, usted, me contrató…

COPONIUS:

¿Yo te contraté? ¿Yo te contraté para que te metieras en la cama con Silvia?

GABRIELLE:

No, no, el detective, ¿no se acuerda?

COPONIUS:

No digas bobadas. Yo contraté a aquel señor del bigote.

GLORIA se da la vuelta y ve al CABALLERO con la chaqueta y el bigote.

GLORIA:

¡Aaaaaaaaaaaaaaaah!

CABALLERO

(en voz baja):

Disimula.

(A GABRIELLE.

) Y usted, quienquiera que sea, póngase esto

(Le tira su abrigo.) Está en presencia de una dama.

GABRIELLE se pone el abrigo, que le llega hasta los pies.

GABRIELLE

(al CABALLERO

):

Dígale que yo…

CABALLERO

(en voz baja a GABRIELLE

):

Calla, idiota, te está bien empleado por haberte equivocado de habitación.

GABRIELLE:

Es que yo no sé quién es Tapies.

GLORIA:

¿Qué está pasando aquí?

COPONIUS:

Dímelo tú. ¿Desde cuándo mi mujer hace servir vuestra casa, tu propia habitación, el lecho conyugal, para sus devaneos?

GLORIA:

No seas malpensado. Silvia ha bebido una copa de más y se ha ido a la cama. Le puede pasar a cualquiera. Ricky ha ido a la farmacia a buscar un producto que le ha recetado Oriol.

COPONIUS

(señalando a GABRIELLE

):

¿Y este fulano? ¿También se lo ha recetado Oriol?

GLORIA:

No sé de dónde ha salido.

GABRIELLE:

Signora, sono Gabrielle, il cameriero.

GLORIA:

Ah. ¿Y qué hace sin ropa?

GABRIELLE:

La ropa está en la habitación. Yo creía que usted… que su habitación… todo estaba a oscuras… y cuando he visto entrar a este señor con el cuchillo… como comprenderá, no era cuestión de perder la vida por los pantalones.

GLORIA:

Me temo que voy entendiendo lo que pasa.

Por la puerta de entrada al piso entra RICKY con un paquete de la farmacia en la mano.

RICKY:

¡Ya estoy aquí!

Todos quietos y en silencio. RICKY, viendo que nadie le da una explicación, se quita el abrigo y se lo da al CABALLERO creyendo que es GABRIELLE. El CABALLERO deja caer el abrigo al suelo GABRIELLE corre a recogerlo.

RICKY:

Tengo la sensación de que en mi ausencia aquí ha pasado algo… y aún está pasando.

GLORIA:

Nada que no pueda aclararse fácilmente. Gabrielle, traiga más bebida; la velada no ha hecho más que empezar. ¿Whisky?

(Todos dicen que sí con la cabeza.) Ya lo ha oído, señor detective.

GABRIELLE:

Sissignora… Ma cosí, in mutande…

Se abre el abrigo para recordar que todavía va en calzoncillos. RICKY lo mira desconcertado.

GLORIA:

Ah, sí, tiene razón. Un hombre no puede ir por el mundo sin sus atributos.

(Le quita el bigote al CABALLERO

y se lo da a GABRIELLE.

) Tenga, póngase esto. Ahora ya puede servir las bebidas.

(A COPONIUS.

) Y tú, dame este cuchillo.

(COPONIUS

le da el cuchillo a GLORIA

y ésta a GABRIELLE.

) El señor ya no lo necesita, lléveselo a la cocina y métalo en la lavaplatos.

GABRIELLE sale por 1 con el cuchillo y el abrigo de RICKY.

COPONIUS:

Entonces éste era…

GLORIA:

El detective que contrataste para que espiara a Silvia. Vergüenza habría de darte.

COPONIUS:

Es ella la que se debería avergonzar de darme motivos de espionaje.

GLORIA:

Pues ya has visto el resultado.

COPONIUS:

No me lo puedo creer: Silvia… con este miserable.

GLORIA:

Y encima tú vas, y le pagas.

CABALLERO:

Cuando se bebe uno tiene la manga más ancha.

COPONIUS

(al CABALLERO

):

¿Y usted quién es?

CABALLERO:

Un amigo de la casa, para servirle. En realidad, usted y yo nos conocimos hace unos años, no sé si se acuerda: en el palco presidencial del Barça, con el señor Núñez…

COPONIUS:

Ah, sí, es verdad. Perdone que no le haya reconocido. Estoy un poco alterado. Como ha visto, motivos no me faltan.

(Se dan la mano.) ¿Pero qué hacía usted vestido de camarero y con el bigote de mi detective?

CABALLERO:

Nada: una broma. Se lo iba a explicar, pero venía usted tan indignado, hablando de una pistola y de su mujer…

RICKY:

¿Una pistola? Coponius, ¿de qué habla este individuo?

COPONIUS:

De mi revólver. Ha desaparecido del cajón.

RICKY:

¿Y crees que puede estar aquí?

COPONIUS:

Estoy seguro de que Silvia lo ha cogido.

GLORIA:

Es natural: si tu la persigues con un cuchillo…

Entra GABRIELLE por 1 con una bandeja y las bebidas. Se ha quitado el abrigo del CABALLERO y se ha puesto un delantal de cocina que le llega hasta los tobillos. Sólo cuando se vuelve de espaldas se ve que todavía va en calzoncillos.

RICKY:

¿Y dónde está ahora la pistola?

GLORIA:

Lo mismo da. Las bebidas ya están aquí. Borrón y cuenta nueva. Brindemos.

(Levanta la copa.) Salud.

Todos brindan menos COPONIUS.

TODOS:

¡Salud!

GABRIELLE sale por 2.

GLORIA:

Coponius, ¿tú no bebes?

COPONIUS:

No. Yo me voy. Aquí no tengo nada que hacer. Ni aquí ni en ninguna parte. Pero no quiero estar en vuestra compañía.

(Al CABALLERO.

) A usted, que parece un señor, le debo una explicación. No será larga. Nací en el seno de una familia pobre, numerosa y desunida. No recibí educación ni afecto, ni nada que pudiera predisponerme al triunfo. Y para colmo, ya ve usted, no tengo un físico demasiado agraciado. De inteligencia tampoco ando sobrado. Pero con perseverancia hice el bachillerato y hasta conseguí hacer una carrera en la Universidad cuando no era fácil ingresar para quien no pertenecía a una clase acomodada. Nunca encontré el camino sembrado de rosas. En la Facultad de Letras empecé a tratar a las chicas. Antes apenas me había fijado en ellas: tenía otras ocupaciones. Ahora, en cambio, en el patio de la Facultad de Letras, y sobre todo en las clases de lingüística aplicada, las chicas se convirtieron para mí en una obsesión. Las miraba y me decía: ¡A la mierda Saussure y a la mierda la gramática generativa! Nada me interesaba tanto en el mundo como las chicas. Yo sabía, por supuesto, que con mi facha, pobre y un poco corto de entendederas, poca fortuna podía esperar en este terreno. Ellas aceptaban mi compañía, pero lo hacían movidas por la curiosidad o por la compasión. Yo sufría y pensaba: con la que me quiera de veras, sin reservas ni sentimentalismos, me casaré, y haré por ella todo lo que puede hacer un ser humano y más aún. La cubriré de riquezas, le daré todos los caprichos…

(Pausa.) ¿Usted qué opina?

CABALLERO:

Que está más chiflado que una regadera.

GLORIA:

No le hagas caso. Todos esto son fantasías. Nos caía bien porque era simpático y buena persona. Más tarde, cuando se volvió engreído y prepotente, consiguió dar pena de verdad.

COPONIUS:

A mí la que me gustaba en aquella época era Gloria. Pero ella no me hacía el menor caso, ni a mí ni a nadie, era fría, ambiciosa y altiva; todo le parecía poco para ella. Al final, como pasa siempre, se casó con el único infeliz que le aguantaba los humos, o que se los creía. Después del segundo hijo se sintió decepcionada y le puso unos cuernos que llegaban al techo. Al final tuve que conformarme con Silvia. Era atractiva y agradable, tenía todas las virtudes y un sólo defecto: estaba mal de la azotea. Sin duda por eso se casó conmigo. Si no, ¿a santo de qué? Pero a mí no me importaba: yo era feliz, porque la amaba sinceramente, con todo mi corazón. Todavía la amo. Por ella abandoné la Lingüística y me hice rico. Por ella abandoné mi vocación, señor, por ella me introduje en un mundo que odiaba. Para que ellos pudieran seguir hablando de Lacan y de Bakhtin, de Derrida, señor, de Deleuze y de Baudrillard, yo tuve que ocuparme de cosas serias. Estoy hablando de la Bolsa, señor, del mercado de divisas, de opciones y de futuros. Hablo de los índices generales y del Mibor, señor, de Carburos Metálicos, señor, de Aguas de Barcelona, ¡de esto estoy hablando! De Gas Natural, señor, de Argentaria y de Duro Felguera. Estoy hablando de Repsol y Petrocat, señor, de Telefónica y del BBV. De esto han vivido ellos y sus hijos, e incluso se ha podido comprar una casa como ésta. Mire a su alrededor, señor: lujo moderno, que es el más caro. Todo pagado con mi dinero. Yo lo he hecho todo. No por ambición personal, sino por amor. Siempre hice lo que ella quiso, hasta poner dinero en esta empresa absurda y ruinosa que ellos denominan «editorial». Un pozo sin fondo, señor. Si le han dicho otra cosa le han engañado.

RICKY:

¡No estoy de acuerdo en absoluto!

GLORIA:

Déjale que se desahogue, Ricky, ¿qué más da ya?

COPONIUS:

Al cabo de un tiempo descubrí que nada de todo aquello había servido: ni los sentimientos ni los esfuerzos, ni siquiera el dinero. Silvia me engañaba con otro. Y estos dos, a los que yo consideraba mis amigos, lo sabían, se reían y callaban. Comprendí que no pertenecía a su mundo, que era un extraño sentado a su mesa, que toda la felicidad no había sido más que un sueño. Ahora vuelvo a estar en el punto de partida, pero habiendo perdido la juventud y la esperanza.

(Pausa.) He venido a buscar la pistola para matar a Silvia, pero me temo que si la hubiera encontrado, me habría matado a mí mismo. He hablando demasiado. Me voy.

(Inicia la salida.)

GLORIA:

¿No traías abrigo? Hace un frío que pela. Lo han dicho por la radio.

COPONIUS:

Ya lo sé, pero no te preocupes, tengo el coche aquí mismo. Adiós.

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