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Capítulo 41

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Cuando desperté, el amanecer estaba cerca, el tenue fulgor de la madrugada se filtraba en finas líneas, a través de los pórticos de la ventana.

Estaba sola en la gran cama y todavía llevaba puesta la ropa de la noche anterior. Lo último que recordaba era que estaba con Jos en el sofá y que lo vi limpiar y arreglar la ballesta en el silencio. Me incorporé y miré mis pies, afortunadamente no llevaba las Converse. Nunca me había gustado dormir calzada. Después un pensamiento me llegó y me ruboricé… Jos me había llevado hasta la cama y quitado las zapatillas deportivas. Lo busqué en la habitación y lo encontré dormido en el sofá, que era demasiado pequeño para su complexión.

Me levanté en silencio, recogí una muda de la caja, tomé nota mental para poner toda la ropa que me servía en el armario y me fui hacia el baño. Me vestí y me recogí el cabello en una cómoda coleta alta.

Cuando salí, Jos estaba despierto, sentado en el sofá y con el cabello espléndidamente revuelto por el sueño.

—Buenos días. Veo que has encontrado el alijo de gelatina. ¿Estás preparada? —Su mirada me recorrió.

—¿Preparada para qué?

—Para salir de caza —dijo, señalando a la ballesta.

—¿Caza? ¿Qué vamos a cazar? —pregunté.

—Comida. Ya lo verás. —Sus cejas se alzaron y animaron toda su cara. Una sonrisa sellaba sus labios.

Después me dio la espalda, cogió ropa del armario y se encerró en el baño. No me iba a dar más pistas.

Cuando terminó, salimos de la habitación y recorrimos alrededor, poniendo en orden a toda la fauna que había en la granja. Limpiar, poner alimento, agua, recoger huevos… Utilizamos prudentemente un poco nuestra velocidad gen, por lo que nos llevó menos tiempo, aunque tuvimos constantemente un ojo vigilante alrededor. Cuando todo estuvo hecho, Jos recogió la ballesta y nos fuimos hacia la casa a desayunar.

El delicioso olor me invadió igual que el día anterior, solo que esta vez un hombre al que no conocía estaba en la mesa, desayunando con la familia. Llevaba la cabeza rapada al uno y sus ojos oscuros parecían rastrearlo todo mientras conversaba seriamente con Xavier.

—¡Hola, chicos! ¿Habéis pasado buena noche? —La animada voz de Mónica llenó de color la sala. Me ruboricé hasta las raíces comprendiendo la extensión de la pregunta, a mi lado Jos estalló en una carcajada, atrayendo la atención aún más en nosotros.

Xavier se levantó y, en un ademán hacia el desconocido, nos dijo:

—César te presento a Ari, la novia de Jos, a él ya lo conoces. César es un compañero de negocios.

El desconocido inclinó la cabeza hacia nosotros en modo de saludo. Después pasó una avariciosa mirada por nuestros cuerpos, deteniéndose en mi cuello y en la ballesta.

—Sí, lo recuerdo. Jos, ¿has pensado en la propuesta de unirte a nosotros? —le dijo a Jos.

—Sí, señor —contestó muy serio, y después añadió—: Pero todavía estoy aprendiendo en la granja, vine con esa intención. Y ahora que Ari está aquí, podremos prepararnos los dos. —Sonrió hacia mí, de una forma que me recordaba al protagonista galán de la típica película del viejo Hollywood.

—Qué lástima, serías un buen efectivo. Piénsatelo —puntualizó César.

—Gracias por la propuesta de nuevo. Lo haré —respondió Jos.

César asintió con la cabeza y encogió los hombros como si realmente no le importara, después continuó su conversación con Xavier.

Jos se excusó y pidió llevarnos el desayuno, ya que se estaba haciendo tarde si queríamos traer algo de comida de vuelta. Agradecí no tener que quedarme, porque César me hacía sentir incómoda.

Aunque hacía un día nublado, no había mucha humedad en el aire y era agradable de respirar. Caminamos en silencio a través del bosque, pero no pasó mucho tiempo hasta que le pregunté por César:

—¿Él es de la resistencia?

Supo enseguida a quién me refería.

—Sí. Su posición también es de poder, como la de Xavier.

—¿Qué quería decir con lo de la propuesta? —pregunté intrigada.

—Quiere que me una a su causa.

—No me cae muy bien. Hay algo en él…, no sé. —Mis ojos escudriñaron el bosque.

Se detuvo un momento y asintió.

—Es muy inteligente y tenaz. Si estaba en la casa es que algo importante ha pasado o está por pasar. Lo sabremos cuando lleguemos —me aclaró.

Reanudamos nuestro paso, haciendo crujir el suelo boscoso a nuestros pies. Nos estábamos adentrando cada vez más hacia el oeste. Había pasado una hora más o menos y me estaba impacientando, si Jos quería llegar pronto, allí donde fuera, no entendía por qué no usábamos nuestra velocidad, pero lo que sí sabía era que habría un motivo más que válido para que fuera así.

—¿Dónde vamos? —Quise saber.

—Cerca, ya queda poco. —Se detuvo, mirando alrededor—. ¿Tienes hambre? Si quieres paramos a comer.

Mi estómago contestó por mí en un rugido incómodo y Jos soltó una risita.

—Allí hay un buen lugar. —Señaló hacia un claro que se divisaba perfectamente entre los árboles.

Cuando llegamos, mi boca casi cayó abierta. No me había dado cuenta de que habíamos hecho nuestro camino cuesta arriba y ahora estábamos en la cima de una montaña, observando el paisaje boscoso a nuestros pies. Era una hermosa vista, podía ver un río serpentear por el borde de la montaña y sentía viva la energía del lugar.

Había unas grandes piedras planas y junto a ellas había otras más pequeñas que daban la apariencia de asientos; dos árboles hacían de manto protector sobre ellas.

—¿Vienes a comer o no? —Puso la comida encima de las piedras planas.

Salí de mi aturdimiento, mi cuerpo picaba por la necesidad de llenarme de esa energía tan especial. Hice un esfuerzo por ignorar mi naturaleza y me senté al lado de Jos, poniendo la suficiente distancia para no tocarlo.

—Lo que has notado es el volcán, estamos sobre uno de los muchos que hay por aquí —hablaba tan bajito, que tuve que inclinarme para poder oírlo mejor.

—¿Eso es bueno? —pregunté en un susurro.

—Sí, esa energía nos hace más fuertes, lástima que no podamos utilizarla como quisiéramos. Hay vigilancia en los alrededores. La resistencia está haciendo progresos, han conseguido detectar si un gen está usándola y debemos ser prudentes. Aunque pronto pasaremos la barrera, afortunadamente este lugar es demasiado grande como para tenerlo todo vigilado. Te enseñaré cómo localizar las zonas detectadas.

Le dio un bocado a su bocadillo y masticó pensativamente. Me distraje de nuevo viendo cómo los ángulos de su mandíbula se cerraban y su nuez de Adán se movía con cada trago. Era algo tan primitivo y varonil que instintivamente sacudió mi interior. Jos alzó sus cejas, con una mirada insondable señaló mi comida y dijo con una voz que me pareció demasiado fuerte en ese momento:

—Come.

El hambre se abrió de golpe en mí, empecé a comer.

Jos me enseñó a cazar con ballesta. No entendía por qué nos molestábamos usando ese método, nuestra raza cazaba con las manos y en segundos. Recordé que Jack era capaz de hacerlo hasta con menos tiempo. Me recordó que no podíamos usar nuestro poder gen en zonas determinadas. Me alarmé al saber que Jack rondaba y cazaba por allí… y si hacía saltar los detectores, eso definitivamente nos pondría en peligro. Agudicé mis sentidos, pero no encontré rastro de Jack.

—Jos…, Jack está por ahí, y es un gen…, me preocupa que esté usando su poder y pueda ser detectado —le comenté preocupada.

—¿Puedes llamarlo? —preguntó.

—No lo sé. Nunca lo he tenido que hacer…, siempre que he querido encontrarlo, estaba allí.

Jos abrió los ojos asombrado, después asintió con semblante serio.

—En ese caso debes querer encontrarlo, quizás así aparezca.

Durante un momento cerré mis ojos y me concentré en que Jack estuviera allí. Fue inútil, en los siguientes minutos, la quietud del lugar no había cambiado un ápice. Mis hombros se hundieron de frustración.

—No te preocupes, dale tiempo, quizás deba recorrer una buena distancia antes de llegar aquí —supuso Jos.

Me mordí el labio inferior dudando y fijé mi vista alrededor, deseando ver el pelaje castaño entre los matorrales. Para cuando quise darme cuenta, Jos había recogido los restos de nuestra comida.

—Vamos. —Se puso en pie.

Conseguimos un jabalí, había sobrepoblación en la zona y eran muy dañinos para el cultivo. Seguí a Jos de vuelta, con la ballesta cargada a mi espalda, mientras él llevaba al jabalí de unos ochenta kilos, como si fuera simplemente una molesta mochila. Mi cuerpo parecía de gelatina y aún me estremecía ante el recuerdo del cuerpo de Jos pegado al mío, enseñándome cómo disparar el maldito trasto.

De repente, se detuvo, me hizo una señal hacia unos arbustos que se movieron ligeramente, y de allí salió Jack. La alegría me llenó, dejé descuidadamente la ballesta en el suelo y me lancé en un abrazo de oso hacia el lobo. Me saludó rozando su húmedo hocico en mi mejilla y me dio unos pequeños mordisquitos felices en el brazo, me hacían cosquillas. Me reí, ese era mi Jack. Después saludó a Jos moviendo juguetonamente la cola. Recogí la ballesta, y me reuní con ellos para el camino de vuelta. Andamos durante unos minutos en silencio hasta que Jos nos indicó un rincón del bosque, apartó unos arbustos y medio desenterró un artilugio metálico, nunca había visto algo parecido.

—Este es uno de los receptores de energía gen que tienen escondidos la resistencia.

Sentí el aliento lobuno en mi oído y seguidamente el pelaje pasó por mi lado para lanzarse hacia el aparato con un gruñido amenazador.

—¡No, Jack! No lo destruyas. —Jos lo detuvo.

Observé cómo el tamaño del iris ambarino del lobo cambiaba, se hacía más pequeño y la pupila negra más grande.

—Si los rompemos, sabrán que hay alguien de nosotros por aquí. —Jos volvió a enterrar el aparato.

—Oh, no, Jack parece conocerlos… —Me estremecí.

—Sí, quizás haya destruido algunos. Son desagradables y seguramente él debe notarlos, igual que todos lo hacemos si prestamos atención. Es por eso que te lo he enseñado y también a Jack.

Hinqué una rodilla en el suelo boscoso y miré atentamente a Jack, me devolvió la mirada expectante.

—Jack, no debes romper esto —dije señalando al dispositivo—. No debes ser gen si esto está cerca. ¿Comprendes?

Exhalé un suspiro de derrota, porque Jack era un animal y no podía entender lo que estaba diciéndole. Parecía un trabajo absurdo. El lobo dirigió su mirada suspicaz al aparato y después a mí de nuevo. Sentí que su poder empezaba a desplegarse, mierda, nos iban a descubrir. Desesperada agarré la cabeza del animal y me acerqué a unos milímetros de su rostro, mis ojos traspasando a los suyos.

—Sshhhss —le susurré—. No, Jack, aquí no. —Y me volví al detector para que él comprendiera.

Al instante su poder desapareció, después se deshizo de mi abrazo y me lamió la mano, le respondí murmurándole: «Buen chico». Al rato sentí cómo el alivio nos recorría a Jos y a mí. Me levanté lentamente sacudiéndome la tierra de las rodillas.

—¿Es posible que lo haya entendido? —pregunté asombrada.

—Creo que sí. —La cara de Jos era de incredulidad, mientras movía la cabeza en gesto de negación—. No sé lo que tiene ese lobo, pero desde luego, no es normal.

El mundo que conocíamos antes se había vuelto del revés, ya nada era normal para nosotros. Me reí a carcajadas.

—¿De qué te ríes? —Jos me miró divertido.

—¿Qué crees que es lo normal, Jos? Míranos; tú llevas a cuestas un jabalí del que se necesitan dos o tres hombres para levantarlo, Jack es un lobo gen, que acaba de comprender lo que le decimos. Llevamos una ballesta para disimular nuestras capacidades superiores de caza y hay repartidos unos extraños aparatos, destinados para descubrirnos a la raza humana… —Extendí mis manos y continué—: Todo esto parece sacado de una alocada y grotesca película.

—Pues, no nos queda otra alternativa que vivirla. Ahora es nuestra vida, aunque parezca una locura o de ficción. —Jos, todavía sonriendo, se encogió de hombros.

Sopesé sus palabras, razón no le faltaba.

Recorrimos el camino hasta llegar a la casa, Jack se despidió de nosotros en el linde del bosque. Cuando vimos que estaba despejado de ojos curiosos, entramos, levantando nuestra presa entre los dos.

Un adolescente de unos quince años se acercó a nosotros, era moreno, delgado y desgarbado. Algo en su rostro me resultó familiar, pero no supe por qué. Dejamos al jabalí en el suelo del patio delantero.

—Hola, Biel. ¿Ya has regresado? —Jos se adelantó para saludar al joven.

—Sí, ya estoy de vuelta. Ha sido el verano más largo de mi vida. —El chico rodó los ojos y ese gesto me recordó a Ruth—. ¡Vaya pieza habéis conseguido! —Señaló al animal muerto, con los ojos grandes por la emoción.

No nos apetecía describir cómo habíamos capturado al animal y parecía que el chico estaba curioso, afortunadamente Jos se dio cuenta y cambió de tema.

—Biel, te presento a Ari.

El muchacho me sonrió, el sol de la tarde brilló en sus ojos marrones y en su cabeza rapada al uno.

—Hola. —Su voz sonó extraña, en aquel punto entre el niño y el adulto.

Lo observé intentando averiguar a qué me recordaba, me di cuenta de que había pasado unos segundos y todavía no le había respondido cuando Jos añadió:

—Biel ha vuelto de pasar el verano en casa de sus tíos. Él es el hijo de César, viene muy a menudo por aquí. Le gusta los caballos, casi cada mañana se encarga de ellos.

Miré agradecida a Jos y de vuelta a Biel. Se parecía mucho a su padre, pero había inocencia en vez de dureza en sus rasgos, por otro lado, siempre me habían gustado los caballos, pero nunca había tenido la oportunidad de acercarme demasiado a uno.

—Encantada de conocerte. Así que… ¿cuidarás los caballos mañana? —Intenté ofrecer mi mejor sonrisa, consciente de que las relaciones nunca fueron mi especialidad.

—Sí, claro, los he echado de menos. ¿Los conoces? —me preguntó.

—No. La verdad es que llegué ayer y aún no me ha dado tiempo —le expliqué.

—Entonces mañana te los presentaré. —Me dedicó una contagiosa sonrisa triunfal que me confundió en un principio, pero, al momento, me encontré respondiéndole con otra sonrisa.

—Nos vemos mañana entonces —confirmé.

Justo en ese momento, Jos carraspeó, lo miré y vi su ceño fruncido. Deslizó su brazo alrededor de mi cintura en una demostración de cercanía; ese gesto inesperado envió oleadas de deseo a través de mi columna vertebral. Intenté zafarme,sin embargo, él me apretó más cerca, como si hubiera leído mis intenciones. En ese instante mi cuerpo me traicionó, sentí que me acercaba a su costado igual que si tirara de mí con unos hilos transparentes. El anhelo creció dentro de mí, quería más, quería pegarme completamente a su duro cuerpo, me incliné ávidamente en su dirección, esperando el contacto, pero él ya no estaba allí. Me giré para encararlo, molesta al sentir el vacío como una traición a mis sentidos.

—Vamos, será mejor que entremos a este animal cuanto antes. —Me guiñó un ojo y una sonrisa petulante se dibujó en sus labios, después se agachó hacia el jabalí.

—¿Os ayudo? —la pregunta de Biel me desconcertó, reventando en ese instante mi burbuja. Jos tenía la capacidad de distraerme hasta tal punto que había olvidado la presencia del chico. Afortunadamente logré asentir.

Era de noche cuando íbamos de camino a nuestra habitación y aún fulminaba con la mirada la espalda de Jos, cuando llegamos a la puerta se detuvo.

—Venga, Ari, que no ha sido para tanto. —Se giró.

—¿Por qué lo has hecho? —pregunté acusándole.

—No entiendo cómo te molestas tanto. Vamos, ese chico iba a soñar esta noche contigo si no hubiese intercedido —razonó.

—No lo creo y, sí, me molesta que, sin previo aviso, hagas lo que has hecho —le reproché.

—En realidad, sí lo crees… ¿no viste la mirada que te lanzó? Y no te preocupes, que tomo nota para avisarte antes en otra ocasión.

De repente me había perdido en la conversación, no sabía qué había querido decir; si me avisaría cuando alguien me mirase demasiado intenso o si suponía que no lo creería cuando él lo advirtiera. Vi otra vez esa sonrisa y rabié por quitársela. Entonces su mirada cambió y su rostro se volvió serio.

—Voy a acercarme a ti —declaró.

¿Qué quería decirme con eso? Ya estaba demasiado cerca para mi gusto, aun así se acercó más, ahora un palmo nos separaba. Me retiré a un lado y él se volvió a acercar, repetí el movimiento hasta que mi espalda tocó la puerta.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté desconcertada, intentando lidiar con su cercanía y hablar al mismo tiempo.

—Te estoy avisando. —Apoyó las manos en la puerta, justo encima de mis hombros y se inclinó hacia mí, hasta estar tan solo a unos centímetros de tocarnos—. Voy a besarte.

Demasiado tarde lo comprendí. En un latido, sus labios estaban presionando contra los míos, sentí su cálido aliento fundirse en mi boca. Sin poderlo reprimir, un gemido se precipitó por mis cuerdas vocales y abrí mi boca, dándole la bienvenida a la suya. En respuesta gruñó, con un sonido ronco y profundo de su garganta.

Sentí que mi mundo se volvía del revés. Noté cómo la conexión hacía vibrar mi cuerpo y este respondía por cuenta propia, atrapando mi voluntad porque ya sabía la respuesta correcta; mi sistema nervioso central no tenía que procesar nada. En ese momento, la dolorosa brecha en mi pecho dejó de existir.

La familiar brisa empezó a silbar por la conexión, demasiado pronto para mi gusto, Jos retrocedió.

—Aquí no. Vámonos —susurró en mi oído

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