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Capítulo 44

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Al día siguiente Jos me despertó tarde, de hecho muy tarde, ya que todas las tareas de la granja ya estaban acabadas. No me sentí culpable de perdérmelas, pero, curiosamente, sí de no tenerlo a mi lado.

Se subió a la cama y me acurruqué en su pecho, inspirando sonoramente el reconfortante aroma a vainilla y canela, haciéndome olvidar la terrible noche pasada.

—¿Cómo te encuentras? —Me sacudió ligeramente, cuando vio que se me cerraban los ojos de nuevo.

—Mejor. Gracias —articulé, con los párpados cerrados.

—Pues, venga, perezosa, que ya has dormido suficiente. Deberíamos aprovechar el día tan soleado y bueno que hace. —Señaló hacia una silla y añadió—: Allí tienes tu equipo de escalada, está todo preparado.

Me acurruqué bajo las mantas, reconociendo para mí misma que, realmente, sí estaba perezosa, hasta que impactó en mi mente lo que acababa de decir.

—¿Escalada? —Asomé la cabeza de un tirón.

—Sí, vamos a una montaña, seguro que te gustará, tiene unas vistas tan magníficas que no las olvidarás.

Eso significaba ir a un lugar muy alto, muy apartado y, por consiguiente, a un largo camino de la casa. Me sentí cansada solo de pensarlo.

—¿No podemos ir otro día? —sugerí.

—No, no después de lo que te pasó ayer. Además me lo agradecerás, estoy seguro —afirmó.

Rasqué unos momentos más de cama, quedándome quietecita y, aunque deseaba holgazanear, no debatiría lo que acababa de decir Jos, porque tenía razón y yo perdería irremediablemente. Se levantó y tiró de las mantas, apartándomelas y obligándome a salir de la cama…, ya estaba empezando a perder.

Me vestí, comimos un desayuno ligero y, con el sol en nuestras espaldas, nos dirigimos al bosque. Iba más lenta de lo habitual, arrastrando mis pies por el cansancio de la noche pasada, por suerte Jos cargaba con todo el material.

Resoplé cuando llegamos al pie de la montaña que íbamos a escalar. No me apetecía, para nada. Jos captó perfectamente mi estado de ánimo.

—Venga, vamos. Te sentirás mejor cuando lleguemos arriba y puedas quemar un poco de energía gen. Será bueno, ya lo verás —me animó.

Ni siquiera le respondí. Me limité a ponerme el arnés y a seguir sus instrucciones paso a paso. Dirigida por Jos, escalé unos cuantos metros y bajé en rapel varias veces. Cuando lo hice las suficientes veces, Jos ató una cuerda entre nuestros cuerpos y tomó la delantera.

Bajo el cálido sol, veía su cuerpo flexionarse en el traje de escalada negro y elevarse armoniosamente por la pared rocosa, con una elegancia innata y una seguridad como si fuera Spiderman. En cambio, yo me arrastraba penosamente, intentando seguir su ritmo y fracasando en cada ascenso. Me sentía igual que una gran tortuga: torpe y lenta. Mi cuerpo y mi mente se encontraban como si hubiera estado de juerga y de borrachera toda la noche, pero sin subidón ni diversión.

Ascendimos y ascendimos sin parar durante mucho rato, no me atreví a mirar hacia abajo porque ya tenía bastante con saber lo que quedaba por delante. La pared de roca negra parecía no tener fin.

Al rato, empecé a notar los músculos tensos por el esfuerzo y que la sangre bombeaba ruidosamente en mis oídos.

Me detuve, cuando me di cuenta de que Jos hacía lo mismo, miró en mi dirección hacia abajo. Su flequillo lucía despeinado por el aire y sus ojos brillaban animados, como si supiera lo que pasaba por mi cuerpo y mi mente.

—Ari, venga, queda muy poco, estamos casi en la cima. —Me sonrió.

Tampoco le respondí en esta ocasión, sentía la boca demasiado reseca por el esfuerzo, y la debilidad asomarse en mi piel. Levanté la mano para sostenerme en el siguiente agarre en la pared, pero fallé, lo intenté de nuevo y entonces la pared pareció inclinarse en un ángulo incorrecto. No comprendí qué sucedía hasta que el grito de Jos me alertó. De repente, mi cuerpo estaba suspendido en el aire, solo sujetado por la cuerda que me unía a él.

Me incorporé como pude, y con las pocas fuerzas que me quedaban me impulsé en un intento de engancharme de nuevo a la pared. Fue entonces cuando vi a la altura que nos encontrábamos, entré en pánico y me bloqueé. No sé cuánto estuve así, hasta que advertí que algo zumbaba fuertemente molestando mis oídos. Comprendí que la causa del zumbido eran los gritos apresurados de Jos.

—¡Ari! ¡Sujétate! ¡Vamos! Usa tu poder —chilló.

Lo intenté.

—¡No puedo! —Me alarmé.

—Sí puedes, aquí es zona segura, vamos. —Hizo un ademán ascendente con la mano.

No podía, no porque me resistiera a utilizarlo o porque pensara que era una zona dentro del radio de los detectores, sino porque realmente no podía acceder al poder gen. Había como una barrera invisible que repelía mis intentos, cuanto más fuerte intentaba acceder y usarlos, más fuerte me repelía. Me sentí miserablemente humana...

—¡Jos! ¡No puedo! —grité asustada.

Pasó veloz por mi lado y lo vi igual que un borrón negro. Lo sentí pegado a mi espalda, después entrelazó su cuerpo con el mío y me giró hasta tenerme cara a cara, mis piernas rodearon sus caderas y mi cintura quedó fijada, con una cuerda nueva, a su arnés. Pudo ver el terror reflejado en mi rostro.

—Ya te tengo. Tranquila —susurró en mi oído.

Nos quedamos unos minutos en silencio, por encima del viento, que nos envolvía. Podía oír mi respiración trabajando forzosamente: tragué un sollozo.

—Shss, ya ha pasado. Voy a subirte. Sujétate a mí. ¿Puedes? ¿Estás lista? —Me tranquilizó.

Asentí, agarrándome más fuerte y continuamos el ascenso.

Entonces, pude observar cómo Jos se agarraba, sin problemas en la roca. Tenía los famosos pulpejos adherentes en sus dedos. Era un don apreciado, del que me habían hablado en una ocasión; se me pusieron los ojos grandes como naranjas. No le dije nada, hasta que estuvimos en la cima, a salvo, y con mis pies sobre la tierra.

—¡Tienes ese poder en las manos y no me habías dicho nada! —le acusé.

—No —me respondió con una sonrisa ladeada.

—Pero ¿por qué? —pregunté.

—¿Por qué, qué? ¿Por qué no te lo había dicho o por qué los tengo? —sondeó.

—Por qué no me lo has dicho. —Rodé mis ojos ante la obviedad.

—No quería alardear y era un secreto, como el tuyo dentro del agua. —Encogió los hombros, restándole importancia.

Me sentí herida, era una sensación de traición, porque no había confiado lo suficiente en mí.

—¿No confías en mí? —le pregunté dolida.

Me abrazó y me retiró el cabello del rostro para mirarme a los ojos.

—Claro que confío en ti, tonta —me dijo cariñosamente.

—No has sido justo —le acusé.

—Eh, si te sirve de algo, es el único secreto que te he ocultado. Ahora ya lo sabes todo de mí, y… ¿sabes qué? —Una sonrisa espléndida se formó en su boca.

—¡Qué! —exclamé ansiosa.

—Que eso me gusta.

—¿El qué te gusta? —Me estaba exasperando con su juego de palabras.

—Compartirlo contigo. —Y se acercó en busca de mi boca.

Quise bufar en respuesta, pero el beso que me dio, me hizo cambiar de idea y se lo devolví con ganas.

Observamos el entorno desde la cima y me encantó. Era un lugar precioso. Un águila sobrevolaba el cielo en amplios círculos, aprovechando las corrientes de aire caliente. Bajo nuestros pies, se extendían las montañas negras de la Garrotxa. Esa tierra estaba llena de bosques, con los árboles de distintos colores que iban del verde más oscuro al marrón, amarillo, y rojo. Era la naturaleza en estado crudo. Inspiré con generosidad ese aire tan puro.

—Ari, ¿qué te ha pasado antes? —Jos me lanzó la pregunta y me giré.

—No lo sé. Me siento débil y no he podido acceder al poder gen. —Me sentía confundida.

—¿Estás enferma? —Parecía preocupado.

—No, no es eso. Es… debilidad, como si fuera humana. Últimamente he sentido muy pesado el poder retenido, con la necesidad de liberarlo constantemente y me ha costado no hacerlo —me expliqué como pude.

—Bueno, todo esto es nuevo, el conocimiento sobre los poderes gen es muy reciente. No puedes ser humana, eso no debe preocuparte porque genéticamente no lo eres. Lo entiendes, ¿verdad? Quizás sea algo temporal. Lo descubriremos.

Asentí en silencio, esperando que tuviera toda la razón y pronto volviera a ser la misma.

—Buscaré la forma de preguntarle a Oriol y a Pol —declaró.

Me enderecé de golpe, alarmada.

—No, por favor, no lo hagas, no todavía. No quiero preocuparles… y ellos nos querrán de vuelta… y no quiero volver aún —le pedí, poniendo mis manos sobre su pecho.

Jos suspiró y me atrajo hacia él. Sentí su mano en mi espalda, haciendo pequeños círculos calmantes y noté el movimiento de su barbilla sobre mi cabeza cuando habló:

—Está bien…, pero Mónica y Xavier deben saberlo. Sobre Oriol…, solo por ahora. Prométeme que me avisarás de cualquier cambio.

Eso me pareció bien, lo podía hacer.

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