Frozen

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Capítulo treinta y seis

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CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
Anna y Elsa

Después de la tormenta, sale el sol.

Arendelle tenía un nuevo comienzo y la gente no podía esperar a celebrar el renacimiento del reino. Los aldeanos inundaron el castillo para celebrar no solo la coronación de Elsa, sino que habían recuperado a su princesa perdida. Anna les había sido devuelta. Después de tanta tristeza, la alegría abundaba en Arendelle. La silueta de las princesas estaba en las banderas que colgaban de cada poste del reino.

Y, cuando al fin llegó el momento de que Elsa se pusiera delante del obispo para aceptar su corona, Anna estaba exactamente donde tenía que estar: justo al lado de Elsa.

—¡Reina Elsa de Arendelle! —declaró el obispo al presentarla al pueblo en la capilla.

Elsa resplandecía de orgullo mientras sujetaba el orbe y el cetro en sus manos. No sintió ningún hormigueo en los dedos, ni tampoco miedo. Sabía que su propósito era el de servir a su pueblo y lo haría con cada fibra de su ser.

Tras la ceremonia, hubo un banquete en el Gran Salón con una fuente enorme de chocolate y una hermosa tarta. Hubo bailes, risas y júbilo. El propio castillo parecía irradiar alegría. Durante demasiado tiempo, el castillo había vivido en pena. Y ahora volvía a recuperar la alegría de verdad.

Mientras los aldeanos disfrutaban de la compañía los unos de los otros, Elsa y Anna se escabulleron hacia la entrada del castillo y se quedaron observando el retrato de la familia que habían recuperado. Aquel en el que aparecían el rey, la reina, Elsa y Anna había vuelto al lugar de honor que le correspondía. El señor Ludenburg ya había anunciado que crearía una nueva escultura completa para la fuente del patio del castillo que reflejara una familia de cuatro.

—Cuéntame algo sobre ellos que no sepa —dijo Anna enlazando un brazo con el de Elsa.

Cada día, Anna le hacía ese tipo de preguntas a Elsa, y a ella le encantaba responderlas. Las dos se quedaban despiertas hasta altas horas de la noche, sentadas en la cama de la otra y hablando de todo lo que pudieran imaginar.

—Les encantaban los dulces tanto como a nosotras —contó mientras volvían andando hacia la fiesta—. En concreto las «krumkaker».

Anna sonrió.

—¡Me acuerdo de haberlas hecho! Tú siempre te comías la mitad de la masa antes de que la señorita Olina pudiera hornearla.

—¡Esa eras tú! —dijo Elsa acusándola y riéndose.

—A lo mejor era mamá —dijo Anna, pero también estaba riéndose.

Kristoff y Olaf observaban sonriendo a las hermanas desde la entrada.

Parecía que nadie quería que la fiesta acabara, así que no lo hizo. Por lo menos, no durante un largo rato. Pero cuando subió la temperatura en la sala donde se hacía el banquete, Elsa supo exactamente qué hacer para refrescarlos. Entonces, los juntó a todos fuera del castillo.

—¿Estáis preparados? —preguntó Elsa a la multitud.

Sus vítores y aplausos le indicaron todo lo que tenía que saber.

Ya no sentía que su magia fuera grilletes. Era, realmente, un don, como le había dicho siempre su madre, y ahora lo usaba con alegría en lugar de con miedo.

Elsa dio unas pataditas con el pie en el suelo del patio. Una sábana de hielo cubrió lentamente la plaza. A continuación, alzó las manos al cielo e hizo que cayeran copos de nieve. En una noche de verano tan calurosa como aquella, una fiesta con una pista de hielo improvisada era el regalo perfecto.

La gente patinaba sobre la plaza, disfrutando de la magia que se había guardado para ella durante tanto tiempo. Anna se deslizó hasta su lado.

—¡Qué divertido es esto! —dijo su hermana sonriendo—. Estoy tan feliz de estar aquí contigo.

Elsa sostuvo su brazo con fuerza.

—Nunca más volveremos a separarnos —prometió. Entonces, transformó los zapatos de Anna en un elegante par de patines de hielo.

—Oh, Elsa. Son preciosos, pero no tengo ni idea de patinar —dijo Anna.

Elsa la cogió por los brazos y se deslizaron juntas por el hielo.

—¡Venga! —dijo animando a su hermana pequeña—. ¡Aprenderás! —Las dos comenzaron a reír a la vez que daban vueltas alrededor de la fuente del patio.

—¡Ya lo tengo! ¡Ya lo tengo! ¡Ahora no lo tengo! —se rio Anna resbalándose.

—¡Cuidado! ¡Reno patinando! —exclamó Kristoff al pasar por su lado con Sven.

—¡Hola, chicas! —Olaf se unió a ellos en la pista—. ¡Desliza y gira! ¡Desliza y gira! —aconsejó mientras se agarraba a la capa de Elsa y las acompañaba a dar una vuelta por la plaza.

Elsa sonrió con el corazón lleno de felicidad y la mente en un lugar maravilloso. Su gente estaba feliz. Ella estaba contenta. Y su hermana la quería mucho mucho. Una hermana que, finalmente, había recuperado. Las cosas eran tal y como tenían que ser.

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