Frozen

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Capítulo veinte

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CAPÍTULO VEINTE
Elsa

Cuando Elsa se dispuso a iniciar su nuevo viaje, se dio cuenta de que no sabía cómo encontrar el Valle de la Roca Viviente. En su recuerdo, no había reparado en puntos de referencia ni había prestado atención a la ruta que había tomado su familia. Entonces solo era una niña. Y ahora, con el reino cubierto de blanco, resultaba aún más difícil encontrar el camino. Lo que necesitaba realmente era un mapa. Pero ¿estaría señalada en un mapa normal una ubicación mágica como el valle?

Solo había una forma de averiguarlo. Tenía que encontrar a alguien que viviera en las montañas y que pudiera conocer la zona. Elsa utilizó su magia para acelerar la búsqueda creando un trineo hecho de hielo que la ayudara a descender la montaña. El trineo iba ganando velocidad mientras atravesaba el bosque. Cuando divisó una chimenea en la distancia, se dirigió a ella directamente. La edificación estaba parcialmente cubierta por un ventisquero. El hielo había congelado el letrero del porche. Elsa le dio unos golpecitos y el hielo se rompió, lo que le permitió leer lo que estaba escrito en este: «Puesto Comercial de Oaken el Trotamundos y Sauna». Elsa se detuvo un momento antes de llamar a la puerta. ¿Qué pasaría si alguien la reconocía? Si entraba en la tienda con un vestido de fiesta podrían descubrirla. Elsa hizo un gesto ondeante con la mano y creó una capa con capucha azul marino brillante. Se cubrió la cabeza con la capucha con la esperanza de que ocultara su conocida cara. Seguidamente, subió los escalones y entró en la tienda.

Había un señor con un jersey estampado y gorro a juego sentado detrás del mostrador.

—¡Cucú! ¡Rebajas de verano! —exclamó—. Bañadores, zuecos y crema solar preparada por mí a mitad de precio. Si busca equipación para el frío, no nos queda demasiado en nuestro departamento de invierno. —Señaló hacia una esquina apartada de la tienda en la que había un solitario zapato para la nieve.

—Gracias, pero tengo todo lo que necesito para este tiempo. —Elsa se quedó en una sombra observando todo el espacio que se encontraba iluminado con una luz tenue. Las estanterías estaban abarrotadas de provisiones desde picos hasta ropa y comida—. Lo único que necesito es un mapa. —Hizo una pausa—. O indicaciones del Valle de la Roca Viviente.

El hombre abrió sus azules ojos de par en par.

—Oh, sí, tengo un mapa, ¿«ja»? Pero no conozco el lugar que menciona, querida. —Salió tambaleándose de detrás del mostrador, intentando con mucha dificultad salir sin tirar ninguno de los libros apilados en la estantería de detrás con su enorme complexión. Desenrolló un pergamino grande y se lo mostró a Elsa señalando diferentes lugares. Uno de los lugares parecía una zona rocosa al noroeste de donde estaba estacionado el trineo de Elsa—. Espero que encuentre lo que está buscando, a pesar de que este no sea el mejor tiempo para viajar. La única persona lo suficientemente loca para estar fuera con esta tormenta es usted, querida —añadió Oaken—. Menuda ventisca en julio, ¿«ja»? Me pregunto de dónde vendrá.

—De la Montaña del Norte —murmuró Elsa sin pensar. Con un gesto, puso unas monedas en la mano de Oaken—. Gracias por el mapa. —Volvió a salir y se deshizo de la capa.

Oaken tenía razón sobre la parte de la ventisca: el viento aullador había aumentado ese día, y muchas zonas estaban ahora cubiertas de una gruesa capa de hielo. Elsa se subió al trineo de nuevo y, usando su magia para propulsarlo, cruzó el río y continuó deslizándose mientras se mantenía alerta para localizar el área rocosa que se imaginaba que podía ser el valle. Lentamente, el paisaje comenzó a cambiar. Los árboles cubiertos de nieve dieron paso a grandes peñascos. Había algo allí que le resultaba familiar. Elsa se detuvo, ocultó el trineo tras una línea de árboles y siguió a pie por un camino escarpado hasta que llegó a lo que parecía ser la entrada a un valle. Conforme se iba acercando, se iba dando cuenta de que se encontraba en el lugar correcto. El valle tenía el mismo aspecto que el que había visto en su recuerdo; unos géiseres de los que salía vapor salpicaban los espacios abiertos de aquel paisaje que, aparentemente, no se veía afectado por la profunda helada en la que se encontraba sumido todo el reino. Una niebla baja dificultaba la visión, pero reconoció un círculo en el que descansaban cientos de rocas formando un dibujo extraño. A la vez que se aproximaba, su respiración se fue agitando. Aquellas eran las peñas que, en su visión, se habían agitado y habían rodado cuando su padre había convocado a los trols.

—¿Hola? —Elsa oyó el eco de su voz en las paredes de las montañas—. Necesito vuestra ayuda. —Las rocas no se movieron, así que probó con un nuevo enfoque—. ¿Gran Pabbie? Soy la princesa Elsa de Arendelle. Estoy intentando encontrar a mi hermana.

De repente, las rocas empezaron a agitarse. Elsa dio un paso atrás mientras se acercaban tambaleándose hacia ella y una roca grande se aproximó rodando hasta sus pies, punto en el que se detuvo y se transformó en un trol. Las otras rocas también se convirtieron en trols. Enseguida supo que el que llevaba el colgante de cristal amarillo y un vestido hecho de musgo era a quien estaba buscando.

—¿Gran Pabbie? —preguntó, y él asintió con la cabeza—. Estoy aquí en busca de vuestra ayuda.

—Princesa Elsa —dijo con voz áspera—. Ha pasado mucho tiempo.

Elsa miró al blanco de sus enormes ojos.

—Estoy buscando a mi hermana. El reino no parece saber de su existencia, pero yo la recuerdo. Los recuerdos regresaron a mi memoria la mañana de mi coronación al encontrar un retrato de mis padres y mío con una niña pequeña pelirroja. Inmediatamente supe que se trataba de Anna.

Gran Pabbie asintió.

—Entiendo.

—Mis padres nos trajeron aquí a Anna y a mí en busca de vuestra ayuda cuando éramos pequeñas. —Las lágrimas empezaron a manar antes de que pudiera pararlas—. Ya sé que la alcancé accidentalmente con mi magia, pero no era mi intención herirla —susurró.

—Claro que no, niña. —Gran Pabbie se acercó y Elsa se arrodilló frente a él y puso sus manos entre las suyas. Las manos del trol eran ásperas y estaban frías.

—Yo no quería que olvidara mi magia, pero, de alguna manera, al interferir con vuestro hechizo debí de estropearlo todo —continuó Elsa atragantándose—. Perdí a mi hermana y mis poderes en el proceso.

—Fue un grave error —coincidió el trol.

—No descubrí que tenía poderes hasta hace unos años. Reaparecieron el día que fallecieron mis padres —añadió Elsa. El recuerdo era aún tan intenso que le dolía hablar de ello.

—Sentimos mucho oír la pérdida de tus padres —dijo Gran Pabbie, y los trols que lo rodeaban asintieron.

—Gracias. Mi vida sin ellos ha sido difícil —admitió Elsa—. Descubrir que tengo una hermana me ha devuelto la esperanza. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Ahora no puedo pensar en otra cosa que no sea encontrarla. ¿Me podéis ayudar?

—Elsa, siento tu dolor, pero tienes que escucharme —dijo Gran Pabbie, y el resto de los trols se sumieron en un silencio absoluto—. No puedes intentar encontrarla.

Elsa retiró las manos.

—¿Por qué no?

—El hechizo que os ha mantenido separadas es algo que ni siquiera yo puedo comprender del todo —explicó—. Si recuerdas a Anna, quiere decir que la magia está comenzando a desvanecerse, pero hasta que esta maldición que cayó sobre vosotras no se rompa, no puedes intervenir.

«¿Maldición? ¿Intervenir?» Lo único que quería era ver a su hermana.

—No lo comprendo. —Elsa comenzó a llorar, ahora más en serio—. ¿Qué maldición? ¿De verdad no me vais a ayudar a encontrarla? Anna es la única familia que me queda.

Gran Pabbie dio un suspiro profundo.

—No es que no quiera. Es que no puedo. Solo tienes que esperar un poco más.

—¿Esperar? ¡Llevamos años separadas! —Elsa estaba ahora sollozando—. Anna es todo lo que me queda. ¿Por qué tuvisteis que usar magia para mantenernos separadas?

—Has pasado por mucho, niña, lo sé. ¿Qué es lo último que recuerdas? —le preguntó.

—Lo último que vi en mi visión fue a mí misma intentando evitar que borrarais los recuerdos de Anna. —Elsa lo miró—. Temía que mi magia la hubiese matado, pero entonces encontré una carta de mis padres en la que me contaban que Anna estaba viva. Pero... tuve que marcharme antes de que pudiera averiguar dónde estaba y por qué habíamos sido separadas.

Gran Pabbie volvió a ofrecerle sus manos.

—Quizá yo pueda ayudarte a recordar el resto. —Diciendo esto, tocó su frente y deslizó la mano hacia el cielo. Tras su mano apareció una estela de estrellas blanquiazulada que, con un movimiento circular, se elevó en el cielo, donde apareció una imagen del pasado que tanto Elsa como los trols podían ver. Elsa reconoció la imagen de inmediato: mostraba a sus padres, a Anna y a ella misma la noche que golpeó a su hermana con su magia accidentalmente.

La imagen reprodujo la visión que había tenido el día de su coronación y, una vez más, se vio a sí misma, pero mucho más joven, intentando impedir que Gran Pabbie modificara los recuerdos de Anna. Gran Pabbie y su madre habían procurado detenerla, pero había sido demasiado tarde. En el momento en el que su mano conectó con la del trol, se produjo una explosión de luz azul. Ese era el punto en el que el recuerdo de Elsa había llegado a su fin, pero la visión de Gran Pabbie siguió su curso.

Elsa vio cómo su yo de pequeña y Gran Pabbie eran lanzados hacia atrás. Los trols buscaban refugio corriendo mientras su padre protegía a su madre y a Anna con su cuerpo. Cuando el polvo se dispersó, Elsa se vio inconsciente en el suelo. Su madre dejó a Anna cuidadosamente en el suelo y corrió hasta ella.

—¿Qué le ha ocurrido a mi hija? —Su padre se acercó corriendo también. Aquella imagen era demasiado dura.

—Mis poderes han conectado con los de Elsa. —A Gran Pabbie le faltaba el aliento—. Creo que esto ha modificado la magia de alguna manera.

—¿Eso qué significa? —preguntó su padre.

Para horror de Elsa, mientras ellos hablaban, Anna comenzó a congelarse lentamente desde las puntas de los zapatos; el hielo le subía por las piernas. En unos segundos, el hielo se adueñaría de su cuerpo entero.

Gran Pabbie se volvió justo a tiempo.

—¡Majestad, coged a Elsa! —le gritó al rey—. ¡Corred hacia una zona más elevada! ¡Aprisa!

El rey cogió a Elsa en sus brazos y subió corriendo los escalones de piedra hasta la entrada del valle. Cuando su madre reparó en el cuerpecito de Anna que lentamente se estaba convirtiendo en hielo, corrió hacia ella, pero no podía hacer nada por detener su avance. Gran Pabbie tampoco parecía poder hacer nada. Elsa notaba cómo el corazón le latía con una fuerza salvaje mientras observaba la escena. Reinaba un caos absoluto. Algunos trols hasta estaban llorando y asustados. Sin embargo, conforme la distancia entre los cuerpos de Anna y Elsa se iba haciendo mayor, el hielo que cubría a Anna comenzó a derretirse. Su madre la cogió en brazos y la abrazó mientras soltaba unos sollozos de alivio.

—¿Qué le acaba de ocurrir a Anna? —preguntó su madre llorando—. No lo comprendo. Pensaba que había hecho desaparecer el hielo.

Gran Pabbie se arrodilló al lado de Anna y puso sus manos sobre la cabeza de esta. La miró y después miró al lugar donde se encontraba el rey, que tenía en sus brazos a Elsa y estaba en una zona más elevada. Todos observaron a Gran Pabbie subir hasta donde se encontraba el rey y colocar sus manos sobre la cabeza de Elsa también. Cuando volvió a bajar y se situó en el centro del círculo mirando hacia la reina, todo el valle estaba en silencio.

—Gran Pabbie, ¿qué ocurre? —preguntó uno de los trols.

—Me temo que ha caído una maldición sobre ellas —musitó Gran Pabbie.

—¿Una maldición? —repitió su madre—. ¿Cómo?

—Ha sucedido cuando la magia de Elsa y la mía se han cruzado —explicó—. Cada uno intentaba conseguir algo diferente mediante magia; yo quería borrar los recuerdos de magia de la memoria de Anna, mientras que Elsa quería que los mantuviera. Esta combinación ha provocado un resultado totalmente diferente: una maldición. —Gran Pabbie alternaba la mirada entre el rey y la reina—. Parece que Elsa ha olvidado sus poderes.

—Pero los volverá a recordar, ¿verdad? —preguntó su madre.

—En algún momento. Por ahora, sus poderes están bloqueados por el miedo a que le pase algo a su hermana —explicó Gran Pabbie—. No recordará cómo usarlos hasta que este extraño hechizo se haya desvanecido.

—¿Y eso cuándo será? —preguntó su padre.

La expresión en la cara de Gran Pabbie era solemne.

—Cuando necesite a su hermana más de lo que nunca lo haya hecho.

—Pero se necesitan ahora —dijo la reina. La desesperación se oía con claridad en su voz.

—No siempre tenemos lo que queremos; esto es lo que nos enseñan las maldiciones —dijo Gran Pabbie amablemente—. La magia puede ser impredecible, sobre todo cuando interactúa más de un tipo. Parece que la maldición ha afectado a cada una de las hermanas de forma diferente. Anna no puede estar cerca de Elsa sin que el hielo consuma su cuerpo y avance hacia su corazón. Si está demasiado tiempo en el corazón, el hielo crecerá, como suele hacerlo, y acabará matándola. —Su madre comenzó a llorar—. Y Elsa, aunque se encuentra bien físicamente, no podrá sobrevivir a largo plazo si echa de menos el amor de su hermana. Ella es su mayor alegría.

Elsa observaba el recuerdo de Gran Pabbie con agonía. Aquello era su culpa. Si no hubiese intentado detener el hechizo de Gran Pabbie, Anna no habría acabado herida. Esa era la razón por la que las habían separado: la presencia de Elsa cerca de Anna podía matarla. ¿Cómo habrían podido sus padres perdonar a Elsa por lo que había causado?

—¿Podéis revertir el hechizo? —preguntó su padre con voz ronca.

Gran Pabbie miró al cielo y después de nuevo a la tierra antes de hablar.

—No creo que sea posible. —Su madre lloraba aún con más fuerza—. Pero aún hay esperanza. La magia, cuando se oculta en sentimientos como los de Elsa, desaparece con el tiempo. Esta maldición no durará para siempre. Cuando llegue el momento exacto, y las niñas se necesiten más que nunca, su maldición se romperá.

La reina levantó la mirada con los ojos enrojecidos.

—¿Queréis decir que algún día Anna y Elsa podrán estar juntas sin correr peligro?

—Sí. —Gran Pabbie miró arriba hacia la aurora boreal que brillaba por encima de ellos—. Sé que no es la respuesta que buscáis, pero el amor que se procesan vuestras hijas es capaz de superar cualquier hechizo. —Su madre sonrió a través de las lágrimas—. Sin embargo, por ahora tienen que permanecer separadas. Nadie sabe cuánto durará esta magia.

Por toda la zona herbosa, los trols murmuraban entre ellos comentando la situación. Sus padres estaban intentando procesar su nueva realidad, la cual era claramente devastadora.

—¿Cómo podremos explicárselo? —preguntó su madre—. Esto les partirá el corazón.

—Las niñas están siempre juntas —le dijo el rey a Gran Pabbie—. No querrán estar separadas. —Miró a su esposa—. ¿Crees que sería posible mantenerlas en dos alas separadas del castillo?

—No —coincidió ella—. Y tampoco sería seguro. No entenderían las consecuencias de estar juntas. Podría ocurrir un accidente en un abrir y cerrar de ojos. Es imposible volcar este tipo de responsabilidad tan grande sobre ellas a tan temprana edad.

—Eso es verdad —coincidió su padre—. Y si la gente descubriese lo que le podría ocurrir a Anna si se acercase a Elsa, nuestros enemigos podrían intentar utilizar estos conocimientos en su beneficio. No podemos dejar que nuestras hijas se conviertan en peones del juego de otros —concluyó con asiento.

—No. —Las lágrimas caían a raudales por las mejillas de la reina—. ¿Qué podemos hacer?

Gran Pabbie miró a su padre y después a su madre con una mirada triste.

—Me temo que ponerlas en alas separadas del castillo no es suficiente. Y el rey está en lo cierto: el resto del mundo no puede conocer la debilidad de Anna y Elsa. Ambas son herederas al trono de este reino. Es demasiado peligroso.

Elsa pudo ver que lo que Gran Pabbie estaba diciendo cayó como una losa sobre los hombros de sus padres.

—No podrán soportar estar separadas —dijo su madre—. Conozco a mis hijas.

Gran Pabbie se quedó pensativo durante un momento.

—Quizá pueda ayudar. —La miró—. La magia puede hacer posible lo imposible. Podría lanzar un hechizo que escondiera la identidad de las niñas de todos menos de vos, sus padres, hasta que se rompiera la maldición. Mantendrá a vuestras dos hijas libres de peligro en el reino, pero también protegerá sus corazones frágiles si eliminamos los recuerdos de la otra. —La reina parecía alarmada—. Solo hasta que se haya roto la maldición —le aseguró—. Si hacemos esto, ninguna de las dos niñas recordará a la otra cuando se despierten.

El significado de lo que estaba diciendo el trol estaba escrito en la cara de su madre. Miraba de una de sus hijas a la otra, a tan solo unos metros de distancia.

—Eso es muy cruel. No obstante, no creo que tengamos otra opción. —Miró a su marido—. Al menos no tendrán que vivir con la verdad que solo su padre y yo conoceremos.

Gran Pabbie la miró con tristeza.

—No es justo —coincidió.

Su madre se levantó con decisión. El labio inferior le temblaba mientras levantaba la mirada hacia su padre, y tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Tenemos que permitir que Gran Pabbie las ayude a olvidar la existencia la una de la otra hasta que la maldición quede rota. Hemos de encontrar un lugar seguro en el que dejar a una de ellas. Es la única opción.

Su padre parecía estar igual de destrozado que su madre.

—Pero ¿cómo decidiremos cuál se quedará con nosotras?

Incluso algunos de los trols lloraban por el rey y la reina. Elsa observaba la escena con lágrimas cayéndole por las mejillas. Podía sentir el dolor de sus padres. Finalmente, su madre habló.

—Elsa se quedará con nosotros —decidió—. Ella es la siguiente en la línea de sucesión al trono, y sus poderes son demasiado potentes para que pueda controlarlos ella misma. —Ahora era su padre el que lloraba también—. Sabes que así es como debe ser, Agnarr. Cuando Elsa recuerde que los tiene, hemos de estar ahí para ayudarla a comprender.

Su padre asintió.

—Tienes razón. Pero ¿adónde llevaremos a Anna? —La voz se le quebró.

—¿Hay alguien en quien confiéis para que cuide de Anna como si fuera suya? —preguntó Gran Pabbie a su madre.

—Sí, lo hay —susurró su madre—. A esta amiga le confiaría mi vida. Pero criar a mi hija es demasiado pedir.

—Nada es pedir demasiado si se hace desde el cariño —le recordó Gran Pabbie—. Y, para aliviar vuestra angustia, Anna estará oculta, pero podrá tener una vida normal a plena luz. —Gran Pabbie miró a su madre—. Vos seréis los únicos que recordaréis su verdadero derecho de nacimiento. Podréis verla cuando queráis, pero ella no conocerá su verdadera identidad.

Sus padres se miraron desde los extremos del valle. Ambos tenían lágrimas que les corrían por la cara. Su padre se volvió hacia Gran Pabbie.

—Haced lo que tengáis que hacer. Solo proteged a nuestras hijas —vaciló. Las palabras le resultaban difíciles de decir en alto—. Ayudad a Elsa a olvidar que tiene una hermana, borrad los recuerdos de Anna de su vida anterior y... eliminad la existencia de Anna de la memoria del reino.

Observándolos, Elsa entendió la decisión de sus padres, pero también podía sentir su dolor, que era un reflejo del suyo propio. Si no hubiera interferido...

Cerrando los ojos, Gran Pabbie alzó sus manos hacia las estrellas una vez más. Las imágenes de una vida separada de Anna y Elsa pasaron ante ellos como si fueran nubes. Enrolló los recuerdos en uno y presionó una mano sobre la frente de Anna. A continuación, subió los escalones e hizo lo mismo con Elsa. Un rayo de luz blanca resplandeciente se propagó por todo el valle como un terremoto y viajó hacia los confines del reino hasta que se desvaneció.

—Está hecho —dijo Gran Pabbie—. Y, ahora, tengo un regalo: su futuro.

Gran Pabbie alzó de nuevo las manos al cielo y les mostró a sus padres unas nuevas imágenes. Una de ellas era de Anna jugando felizmente en el patio de un pueblo con un grupo de niños. La otra era de Elsa estudiando con su padre en la biblioteca. Ambas niñas sonreían. Ambas estaban creciendo sanas. Lo único era que no estaban juntas. Sus padres intentaron sacar una sonrisa a través de su tristeza.

—Cuando llegue el momento, recordarán y volverán a reunirse —prometió Gran Pabbie.

 

 

Eso fue lo último que Elsa oyó antes de que Gran Pabbie tocara el recuerdo en el cielo y este volviera a su mano como si fuera un torbellino. Se llevó la mano a la frente y lo volvió a poner a salvo en su mente.

—¿Entiendes ahora por qué no es seguro que encuentres a Anna? —preguntó con tono amable.

—Pero yo recuerdo a Anna —dijo Elsa alzando la voz—. ¿No significa eso que la maldición se ha roto?

Gran Pabbie negó con la cabeza.

—Comienza a romperse, pero si la maldición se hubiese roto de verdad, no serías la única en recordar a tu hermana, sino que todo el reino la recordaría también.

El corazón de Elsa se hundió. Gran Pabbie estaba en lo cierto. Ella era todavía la única que sabía quién era Anna. Aparte de Olaf, y este no era la fuente más fiable. Intentó contener nuevas lágrimas.

—¿Cómo sabéis que Anna aún no me recuerda? ¿Y si está ahí fuera buscándome?

Gran Pabbie le apretó las manos.

—Yo lo sabría. Y tú también. Elsa, debes mantener la calma; puedo ver más allá del valle y sé lo que el miedo le está haciendo a tu magia. El reino se encuentra sumido en un eterno invierno.

—No era mi intención que ocurriera esto —dijo Elsa con voz baja—. No sé cómo arreglarlo.

—Lo descubrirás —le aseguró Gran Pabbie—. Debes concentrarte en controlar tus poderes. El resto vendrá por sí solo. La magia se está desvaneciendo, ¡puedo sentirlo! Estás recordando tu pasado.

Anna pronto lo hará también. Pero, hasta que lo haga, debes mantener la distancia. La vida de tu hermana depende de ello.

Elsa miró hacia el camino que salía del valle. Más allá de las rocas podía ver la tormenta de nieve.

Había creído que encontrando a Anna cambiaría todo, pero estaba equivocada. Elsa había puesto todo su empeño los últimos días y había luchado por encontrar a su familia y, ahora, no podía ni siquiera seguir haciéndolo. Si se acercaba demasiado a Anna, el hielo la consumiría.

Incluso después de todo este tiempo, estaba destinada a estar sola.

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