Frozen

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Por suerte para ellos dos había una pequeña posada haciendo esquina. En su interior bullía una pequeña fiesta donde tocaban trompetas y cajas de madera, a la par que el resto bailaba dando saltitos en círculos. Todos los presentes lucían el mismo aspecto que el grupito anterior. Pelos y ojos de vivos colores, estatura idéntica, complexión atlética, medidas perfectas. Parecían clones unos de otros, excepto por las facciones del rostro; algunos tenían los ojos más grandes o almendrados, y otros los labios o la nariz de distinto tamaño.

Allie frunció el ceño. «Increíble». Si no supiera que era una mujer cuerda hubiese pensado que estaba metida en algún cuento de los hermanos Grimm.

—¿Aquí? —interrogó, no muy segura de si era buena idea.

—¿Sugieres otro lado? —la miró por encima del hombro, agradecido de que estuviera más relajada.

—No, la verdad es que no.

En el mostrador había una mujer de pelo azul muy guapa. Tenía los ojos grandes y expresivos. Sonrió al verles.

—¡Buenas! ¿Sois nuevos?

—Eh… sí —asintió Ravn—. Estamos instalándonos. Nos gustaría dormir.

—¡Eso es perfecto! Arriba hay una habitación libre, usadla.

—Dos —dijo Allie, interviniendo al ver que el hombre se iba ya—. Dormimos separados.

La chica parpadeó, confusa.

—Pero estáis atados —señaló las esposas como si eso fuese lo más normal—. No podéis dormir separados.

—Estoy de acuerdo con la chica —dijo Ravn, reprimiendo una sonrisa.

—Me niego a dormir en la misma cama que tú —dijo, alzando la barbilla—. Ni loca.

—Pues duermes en el suelo. A mí me da igual tener un brazo colgando —aseguró él, tirando de ella escaleras arriba.

—¡He dicho que no! —gritó, agarrándose al barandal de la estrecha escalera.

Ravn ni se molestó en discutir con ella. Se la echó al hombro con suma facilidad y subió. Al fondo estaba la habitación.

Entró, descubriendo que era bastante grande y amplia, poco decorada, con muebles color negro. La cama era enorme, lo cual facilitaba las cosas.

Dejó a la chica en el suelo, enfurruñada, y se quitó la chaqueta, dejándola acomodada en el brazo esposado.

—¿Qué pretendes que hagamos ahora? —inquirió Allie con enfado—. Hay una norma muy básica entre nosotros.

—Allie —la cortó él, cansado y con la espalda cargada—, necesito descansar. Olvídate de tu estúpida norma. Somos adultos, comportémonos como tal. Sé que no confías en mí y pedírtelo a estas alturas es una locura, pero te juro que no voy a hacerte nada. He venido a investigar y es lo que pienso hacer. Necesito la mente clara para ello.

Ella se mordió el interior de la mejilla, sintiéndose pequeña y débil frente a su mirada inquisidora. Era tan ridícula comportándose de esa forma. Ya estaba bien de tantas normas y tantas broncas. A fin de cuentas, Ravn la protegía.

—Vale. Me pido el lado derecho —dijo sin más, acercándose a la cama.

Ravn se acomodó en su lado, bajo las mantas, después de quitarse los zapatos. Iba a desabrocharse los pantalones también, pero pensó que eso incomodaría a Allie y empezaría a gritar otra vez. Además, quería respetarla como mujer. Meterse en la cama con ella medio desnudo no era lo que un caballero vería correcto.

Allie se quitó el corsé y los tacones. Respiró hondo, notando lo bien que se sentía sin sus costillas presionadas. Lo único que le faltaba era un baño caliente y música. Echaba terriblemente de menos esa parte de su vida.

Al meterse en la cama no pudo reprimir un gemido. Eso sí era un lugar de descanso. Olía a limpio, y aunque estaba fría, dormiría mucho mejor que en el suelo. Ravn tenía razón: necesitaban descansar.

Durmieron durante horas, sin moverse apenas. Sus manos esposadas descansaban en el centro, sin rozarse, con la chaqueta de Ravn a modo de barrera. Ninguno soñó nada. El cansancio hizo mella en ellos, dejándolos exhaustos. Ya había amanecido cuando Allie abrió los ojos al mundo. Pasó una mano por sus ojos, notando que se encontraba más fuerte y serena, y, dándose cuenta de la realidad, giró la cabeza, topándose con las largas pestañas de Ravn.

Descansaba mirando hacia ella, con una mano bajo su barbilla. No recordaba lo adorable y sexy que se veía cuando dormía.

Sus párpados estaban relajados, su pecho subía y bajaba con lentitud, los labios, algo resecos, formaban una semicurva bastante bonita, y el pelo le caía revuelto sobre la frente.

Suspiró, notando que su corazón dolía mucho. Mirar al hombre por el que su alma lloraba era peor que ser torturada. No podía detener el ácido que cubría su herida cuando le miraba fijamente, por eso evitaba hacerlo la mayor parte del tiempo. No sabía hasta qué punto era vulnerable a ese hombre. ¿Y si le hacía daño otra vez? ¿Y si la estaba engañando para venderla a los supuestos asesinos?

«Ravn, ¿por qué me hiciste esto?»

Inspiró hondo un par de veces, tranquilizándose. No podía seguir así, llorando interiormente cada vez que recordaba los momentos vividos a su lado. Era ilógico. Ella no era de la clase de mujeres que se rendían a la primera, y en esos momentos pensaba hacer uso de su fortaleza. Costase con lo que costara.

Olvidaría a Ravn, se libraría de él y volvería a reconstruir su corazón y su vida.

Sí, haría eso.

«Sin embargo…». Tragó saliva cuando estiró el brazo y le acarició el pelo. Seguía igual de suave, igual de oscuro. Su piel estaba cálida. Dejó la mano durante unos segundos sobre su frente, hasta que la cordura la golpeó con dureza. ¡Ella no podía permitirse esas locuras! Le costarían su vida de nuevo, y ya no había nada más que tirar abajo. Ravn la había dejado sin nada.

Ese maldito bastardo.

Enfadada consigo misma, con Ravn y con el mundo en general se dio la vuelta, acomodándose de nuevo, y cerró los ojos. Intentó volver a dormir, pero fue inútil. No estaba cansada. Lo único que le quedaba era esperar a que él se despertara. A menos que…

Cayó en la cuenta de que la llave de las esposas debía estar en algún lado. Ya fuese en la chaqueta o en sus pantalones. Prefirió lo primero; volver a tocar su cuerpo por debajo de su cadera no era una idea que le entusiasmase.

Con lentitud, reprimiendo la respiración sin darse cuenta, cogió la chaqueta y buscó en los bolsillos, incluidos los secretos.

Conocía de sobra el tipo de chupa que solía usar Ravn. Solo que allí no estaba la llave. Soltó un taco dentro de su mente, expulsando todo el aire de sus pulmones, y la dejó donde estaba. Acto seguido se abalanzó a destaparle.

Ravn dormía de lado, así que tuvo que hacer un gran esfuerzo para colocarle sobre su espalda. Pensó que se despertaría, pero el hombre estaba profundamente dormido. Allie bajó su mano hasta los bolsillos de su pantalón y la introdujo en el derecho. Nada. Mirando fijamente su rostro la sacó y se dispuso a buscar en el otro lado, hasta que Ravn empezó a reírse y a ella se le detuvo el corazón.

—Por favor, Allie. ¿Desde cuándo te aprovechas de hombres indefensos para abusar de ellos?

Ella parpadeó, nerviosa y abochornada, mientras sacudía la cabeza. Maldito hombre, ¡tenía que ser policía!

—Vete a la mierda —aulló ella, sin saber dónde meterse.

Él abrió los ojos y la miró con una chispa de diversión brillando en ellos. Había permanecido en silencio durante diez minutos, esperando a ver qué hacía, y cuando notó que buscaba la llave, esperando encontrarla en él, pensó que sería divertido asustarla.

—Tranquila, yo me dejo tocar lo que quieras. Pero al menos despiértame. Dormido no es que vaya a funcionar muy bien. Creo.

Allie apretó tanto la mandíbula que le dolió. Ravn se incorporó, acomodándose sobre su brazo izquierdo, y la miró largo y tendido. Casi había olvidado cómo se veía recién levantada, con los rizos cubriéndole parte del rostro y más voluminosos que nunca. Preciosa.

—No te estaba manoseando —se defendió ella en un tono hosco—, solo buscaba la llave.

—Qué pena. Pensaba que querías usarme como objeto sexual para perdonarme.

Allie notó que una garra fría le estrujaba el corazón. De pronto apartó la mirada y trató de calmarse, no quería volver a abofetear a Ravn.

—¿Sabes? No sé cómo puedes tomarte a broma todo lo que hiciste, Ravn. Se supone que somos adultos, pero tú te comportas como si solo me hubieses robado el coche. No tienes idea de todo el mal que hiciste ese día, y así te va. Vas a quedarte solo toda tu vida.

Ravn intentó aparentar indiferencia, pero lo cierto es que sus actos calaron hondo en él. Pensaba que Allie terminaría olvidándose de todo porque estaba a su lado y todavía le quería. Nada más lejos de la realidad. Ahora era consciente de que realmente le odiaba, y que para ella estar allí era una tortura.

Nunca le perdonaría, porque había destrozado todo lo que habían construido juntos con anterioridad. El dolor en grandes cantidades jamás se logra sacar de dentro, y eso él lo sabía de primera mano.

—Lo siento —dijo—. He sido un completo desconsiderado —se sentó en la cama y se desperezó—. Olvidémoslo. ¿No tienes hambre?

Allie nunca comprendería a ese hombre, por muy bien que le conociera. O hacía cosas fuera de lógica o se comportaba de forma correcta. «Vamos bien».

El estómago le rugió de hambre, sacándola de sus pensamientos. Sí, claro que quería comer. Y tomarse un zumo de kiwi sin grumos, acompañado de una rodaja de naranja. Pero no iba a tener nada de eso y lo sabía. Ni siquiera estaban seguros de que fuesen a encontrar comida allí abajo.

—¿Dónde podemos ir a comer? —preguntó, frotándose la barriga.

—No sé, buscaremos algo. Esta ciudad subterránea tiene pinta de ser lo contrario de FROZE.

—Eso no responde a mi pregunta. Pero teniendo en cuenta que eres un policía mediocre no me queda otra que dejarme guiar por ti —bostezó y se levantó de la cama—. Necesito ir al baño, Ravn. Suéltame.

—Oh, no —negó él—. Huirías a la primera de cambio.

—¿A dónde? Estamos bajo tierra, no es como si pudiera ir a algún sitio.

—Volverías a FROZE, hablarías con esos imbéciles y te matarían, como a tantos otros.

—Exageras. No sé cómo volver a FROZE. Aunque me pese, tú eres mi esperanza ahora mismo.

—Así que estás usándome —comprendió, alzando una ceja.

—¿Lo dudabas? —sacudió la cabeza, sus rizos rozándole los hombros—. Lo del baño va en serio.

—Y lo de que sigas esposada a mí también.

—¿Estás intentando joderme, Ravn?

—No, esa eras tú hace un momento.

Allie no perdió los nervios. Para Ravn aquello no era más que un juego. Jamás se tomaba nada en serio.

—Si me sueltas, prometo no ir a ninguna parte. Dejaré que sigas reteniéndome en contra de mi voluntad un tiempo más. Te prometí que te ayudaría en tu investigación, Ravn, y yo cumplo mis promesas. Lo sabes. Actualmente estás solo, no sabes dónde está Sander. Únicamente me tienes a mí.

«Sí, cierto. Y eso empeora la situación sobremanera».

—De acuerdo, te soltaré un rato.

Allie lo detuvo al ver que sacaba la llave del bolsillo trasero de su pantalón y hacía el amago de soltarse.

—Definitivamente —dijo—. Yo no te pedí meterme en este asunto, y no obstante, estoy bajo tierra, en una isla alejada, sin posibilidad de huir. ¿De verdad piensas que voy a salir corriendo?

—Sí —contestó sin dudarlo.

Allie rodó los ojos en sus órbitas. Hombre cabezota. No tenía remedio.

—Vale, como siendo considerada contigo no consigo nada, tendré que usar otros métodos.

Saltó sobre la cama, sentándose a horcajadas sobre él. En redó los dedos sobre su sedoso pelo oscuro y le echó la cabeza hacia atrás. Los ojos de Ravn ardieron igual que el carbón. Entreabrió los labios, esperando el beso que ella le prometía. Allie tardó varios segundos en juntar sus labios, deleitándose con lo cálido que era Ravn y, sobre todo, con lo mucho que le estaba gustando sentirle tan próximo.

Gimió al sentir su sabor de nuevo. Un sabor que no había olvidado después de tantos meses. El corazón se le paralizó en el pecho, y de pronto fue como si el mundo se hubiese olvidado de girar.

Solo existía la sensación de calor que la embargaba por completo.

Ravn no sabía qué hacer. Apartarla le parecía una mala idea, pero dejar que continuase era aún peor. No quería que después volviera a gritar que le odiaba y que no quería tenerle al lado.

Allie solo daba una de cal y otra de arena todo el tiempo, y no sabía por dónde iba a salir. Como en ese momento.

Sin embargo, besarla era lo mejor que le había pasado en mucho, mucho tiempo. Pasó la mano no esposada por su espalda, acariciando la delicada piel de su nuca, de sus hombros. Bajó hasta su cadera y la acercó más. «Dioses, esto es una locura».

Allie decidió que era hora de actuar. Eso no era diversión, por muy bien que estuviera pasándoselo. Deslizó su mano por los hombros de él, hasta la mano que sujetaba la llave. Él no vio venir sus intenciones, fue fácil quitárselas y abrir las esposas que le hacían daño en la muñeca. Al verse liberada sintió que un gran peso se quitaba de encima. Sin embargo, tardó minutos en terminar con el beso. Cuando miró a Ravn a la cara quiso echarse a reír y llorar al mismo tiempo.

Había conseguido burlarlo, pero también había caído en la trampa que hacía que su corazón doliese aún más.

—¿Y esto? —preguntó él en voz baja, mirándola fijamente.

Allie sacudió la cabeza, se bajó de su regazo y estiró los brazos por encima de su cabeza, feliz de ser libre de nuevo. Ahí es cuando él se dio cuenta de la realidad. Pasó la mirada de las esposas a ella, y gruñó. ¡Lo había engañado! Esa… maldita mujer le había tomado el pelo.

—Vaya, juegas bien —siseó, entrecerrando los ojos sobre ella—. Nunca vi tus ases.

—No tenías que verlos. Es fácil tumbarte, Ravn. Puedes ser un cabrón, pero sigues siendo un hombre. Y a los hombres solo se les conoce una debilidad. Bueno, dos si contamos el coche —sonrió con superioridad.

Él se quitó las esposas rápidamente y las dejó sobre la cama.

Al incorporarse, Allie reculó un poco, midiendo sus movimientos. Ravn se revolvió el pelo, como acostumbraba a hacer antes de meterse en la ducha.

—Lo tendré en cuenta la próxima vez que te pongas cariñosa conmigo. No quiero que me claves un puñal por la espalda.

—Entonces tranquilo, ese no es mi estilo. Suelo ir de frente —dijo. Luego caminó hasta el pequeño baño que había dentro de la habitación, pero antes de cerrar la puerta asomó la cabeza y dijo—: Nada de colarte en el baño, Ravn. Todavía llevo una pistola.

—Descuida, Alyson. Lo mío no es violar a las mujeres. Dejo que ellas vengan suplicándome —repuso con un deje chulesco.

Allie cerró de un portazo. Él negó con la cabeza y se acercó a la ventana. Fuera seguían predominando las luces luminiscentes y la oscuridad. Por supuesto, no podía haber luz del sol si estaban bajo tierra, y eso le confería una tonalidad muy frívola a la pequeña ciudad. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención es que todo parecía igual que horas antes. No había gente en la calle, pero seguía escuchando la música en el piso inferior, y podía ver que salía humo de los pubs. ¿Sería aquello un lugar donde estar de juerga de forma permanente? Pero, de ser así, ¿qué sentido tenía? FROZE gritaba a los cuatro vientos que dentro de sus dominios cualquier persona que lo deseara podría olvidar sus sentimientos. Serían invencibles sin emociones que impidieran sus metas. Y, sin embargo, construían otra ciudad debajo con movimiento continuo. No entendía nada.

«Para eso estás aquí, para poner luz al asunto de una vez por todas».

Sí, claro, pero si seguía llevando a Allie consigo tardaría demasiado. Ella le confundía, y le retrasaba. Quizás no había sido tan buena idea llevarla consigo.

«Ya has perdido a Sander, no la pierdas a ella también».

La maldita voz en su cabeza estaba implacable esa mañana. Suspirando, regresó a la cama y miró el teléfono móvil. Seguía sin cobertura. Apretó los puños. ¿Dónde estaría Sander? ¿Y por qué no le había pedido ayuda?

* * * *

Essei degustó las tortitas como cuando era niño y su madre se las hacía para desayunar. Hacía un día magnífico. El sol daba de lleno sobre la ciudad, las calles seguían igual de solitarias que siempre, y sus trabajadores se ocupaban de la intervención que sería llevada a cabo esa tarde.

Lo único que extrañaba era a su hija. Llevaba demasiado tiempo sin verla, exactamente desde que se había marchado de casa para vivir la vida de ciudad en ciudad, como si el dinero y la seguridad que él le ofrecía fuese la peor forma de vivir.

Casi se había borrado la imagen de su rostro, aunque era muy parecida a su madre. Los mismos ojos, el mismo tipo de pelo, la misma complexión. Solo que su pequeña tenía un carácter distinto, más agresivo. Estaba dispuesta a saltarse las normas cada vez que podía, sin importar a quién se llevaba por delante.

Su madre, en cambio, era sumisa y fiel. Como a él le gustaban las mujeres.

—¿Otra vez pensando en ella? —le interrumpió su mano derecha, sonriendo.

—¿Qué haces aquí? Se suponía que estabas preparándolo todo.

—He tomado un descanso. Me avisaron que había tortitas para desayunar y no pude resistirme —hizo un aspaviento con la mano, quitándole importancia—. Pero he visto que estabas sumido a tus pensamientos y me he preguntado qué puede hacer que pierdas la cabeza de esa forma.

Essei sonrió con frialdad.

—Está empezando a cansarme el hecho de que te metas donde no te llaman —le avisó.

Su súbdito borró todo rastro de sonrisa del rostro.

—Lo siento, pensaba que éramos algo más que jefe y aprendiz, ya sabes. Pero he captado el asunto, nada de cordialidades entre tú y yo.

Essei tomó un trozo de su desayuno y bebió un sorbo de café.

Aquello sabía a gloria. Sin embargo, el chocolate ya no le supo tan dulce con él allí. Molestando.

—¿Cómo va la operación?

—Bien. Kado cree que saldrá a la perfección, tenemos muchas esperanzas puestas en ello.

—Quiero que me aviséis en cuanto terminéis. Es de vital importancia que lancemos el anzuelo de una vez por todas. Los de arriba estamos impacientes por verlo todo terminado.

—En unas horas, Essei, nuestro mayor sueño se hará realidad. Confía en mí —dijo, cruzando los brazos—, el mundo conocerá las grandes maravillas de FROZE. Y cuando eso ocurra, nosotros podremos celebrar aquello por lo que hemos nacido.

Essei asintió, contento, e hizo girar el tenedor. Sí, todo iba a salir bien. Y él recuperaría lo que era suyo.

5

Allie salió del baño mucho más contenta que cuando entró.

Por suerte, Ravn había cumplido su promesa y no la había molestado, cosa que agradeció enormemente, porque necesitaba desintoxicarse de su perfume y su compañía de inmediato, o seguiría cayendo como una tonta.

Se puso la misma ropa que antes, no tenía otra allí abajo, pero se sintió mejor sabiendo que estaba limpia y que el día mejoraría. Un poco, al menos.

Ravn la miró con indiferencia. Ella se desinfló de pronto. ¿Qué le pasaba ahora?

—¿Puedo entrar ya o necesitas una hora más?

—¿Llevo una hora ahí dentro? —él asintió como respuesta—. Vaya, lo bueno es doblemente gratificante ¿no crees? —sonrió, encogiendo los hombros, y se acercó a por sus tacones que, para su sorpresa, estaban limpios y no llenos de barro, como los dejó. Frunció el ceño y miró a Ravn—. ¿Has sido tú?

—Sí, quería aligerar un poco nuestro paso por aquí, pero ya veo que ha sido una tontería —cogió su chupa de cuero y se metió en el baño, cerrando el pestillo.

Allie sacudió la cabeza. Desde luego, había metido la pata al besarle. No solo ella se sentía mal ahora. Con un suspiro se sentó en la cama y se colocó los zapatos. Deseó poder tener allí sus botas de cowboy, eran más cómodas. Sin embargo, pasaría mucho tiempo hasta que volviera a verlas.

Aprovechando que Ravn se estaba vistiendo fue a la planta de abajo a preguntar si tenían algo de comer o si conocían de alguna tienda. No obstante, uno de los hombres que bailaba, incansable, en el centro de la habitación le sonrió, sujetándola por las manos, y la atrajo hasta la pequeña fiesta que seguían celebrando.

Vio que tenía el pelo azul y vestía ropa bastante cara. Mocasines, pantalones negros de Ducci y una camisa blanca impecable. Ni siquiera sudaba. ¿Qué clase de persona se pasaba horas bailando sin sudar una sola gota? Humanos no, desde luego.

Además, sus palmas eran muy cálidas, más que las de cualquier otra persona.

—Perdona —dijo, deteniéndose—, quería preguntarle algo.—No hables, baila —contestó él, moviendo los pies.

Allie se cayó de bruces cuando sus pies se revolvieron con los del hombre de forma imprevista. Asustada, se alejó de él y fue a parar al mostrador donde les atendieron la noche anterior.

La chica, igual de sonriente y con la misma ropa, le dio un papel arrugado. Un mapa.

—No sois de por aquí ¿verdad? —preguntó—. Se os nota a leguas que no pintáis nada aquí abajo.

—¿Qué lugar es este? —se interesó Allie, buscando alguna respuesta a tantas incógnitas.

—No tengo permiso para hablar sobre ello. Lo mejor será que vayáis a ver a Mor, ella siempre aporta luz a las vidas más oscuras.

«Suenan como una secta».

—Eso haremos —dijo, asintiendo y guardándose el mapa—. Pero… —miró al hombre que la había sacado a bailar—, ¿qué hacéis aquí, exactamente? ¿Sois una comunidad?

Sacudió la cabeza.—En realidad, mantenemos nuestra existencia en secreto —susurró para que solo la escuchara ella—. No puedo decirte nada más, lo siento. Juramos proteger nuestro mundo con la muerte.

—Suena serio —comentó, más para sí misma que para ella—. Una cosa más, ¿sabes dónde podemos encontrar comida aquí abajo?

—Sí, eso sí —dijo, recuperando su tono de voz normal—. En un par de calles encontraréis la tienda de Barneys. Decidle que vais de parte de Dora y no tendréis que pagarle ningún precio.

—Gracias —sonrió y subió a la habitación de nuevo.

En lo físico, la pensión pasaba por una normal, igual que las que había en Noruega. Pero en cuanto a población… En fin, nada que ver. Allí se cocía algo extraño, y ella quería saber qué. FROZE quedaba a un segundo plano, mientras que la investigación de Ravn cobraba el protagonismo absoluto.

—¿Dónde estabas? —preguntó él, secándose el pelo.

Allie se fijó en que no llevaba camiseta, y los botones de su pantalón estaban desabrochados. Frunció los labios. «Típico de Ravn».

—¿Puedes vestirte? Ahora compartes tu espacio vital con una mujer —dijo, sentándose sobre la cama.

—Sí, una mujer que me ha visto demasiadas veces desnudo. No verás nada nuevo —aseguró, encogiendo los hombros.

Decidió ignorarle por su bien. Lo último que quería era otra pelea. Ya habían discutido suficientes veces en las últimas horas.

—Oye, tengo novedades —sacó el mapa, zarandeándolo en el aire—. Dora, la chica que lleva esta pensión, nos invita a desayunar. ¿Qué dices?

—Por mí bien. Es hora de comenzar a recopilar información. Me pongo la camiseta y vamos.

—Está bien, chico duro.

* * * *

Freyka llegó a casa destrozada. Llevaba llorando todo el viaje, e incluso en el taxi que le llevó desde la estación a su apartamento.

Como no lo había vendido, la recibió con un montón de sábanas cubriendo los muebles y una capa de polvo demasiado gruesa.

Dejó las maletas en la entrada, junto a su abrigo, y recorrió el apartamento habitación por habitación. Echó de menos las de veces que había sido feliz allí dentro, pues sabía que, en mucho tiempo, solo lo llenaría de lágrimas.

«Qué idiota eres. No tendrías que haberte marchado».

Miró de nuevo el móvil, esperando a que Ravn hubiese llamado. Nada. Ni un simple mensaje para saber si había llegado bien. ¿Tan poco le importaba o es que FROZE le había absorbido el cerebro también?

Negó con la cabeza, decidiendo que, si las cosas habían ocurrido así, las aprovecharía. Llamaría a su hermana para contarle que estaba de vuelta, iría a tomar café con ella y vería a sus sobrinos. Ese era un plan estupendo.

A fin de cuentas, quedarse allí encerrada, pensando en Ravn, no era la mejor forma de hacer frente a una nueva etapa de su vida. Por mucho que fuese a doler.

* * * *

Los ojos zafiro de Allie se clavaron en la puerta de lo que parecía ser una taberna de la época medieval. El cartel, de madera, casi se caía, olía a fritanga que echaba para atrás, y un par de hombres bebían un líquido azul que, al parecer, debía ser algún tipo de alcohol, porque casi no podían permanecer erguidos.

—No entro ahí —se negó en rotundo ella, abriendo mucho los ojos.

—No será para tanto. Comemos y nos vamos. Prometido.

—Ravn, ni lo sueñes. Esta vez no me tienes esposada a ti para obligarme a entrar ahí —aseguró, reculando un par de pasos.

—Sí, es verdad —pasó una mano por la barba que empezaba a nacerle—. Será mejor que no me obligues a repetir la operación. Demonios, solo quiero que me aten si es en una cama, y desnudo.

—Siempre pensando en lo mismo —hizo un mohín de asco e inspiró hondo—. Pero vale. Tengo demasiada hambre como para ser tiquismiquis.

Antes de que él dijera nada, se metió dentro de la taberna y buscó una mesa lo más cerca posible de la entrada. No quería tener que subsanar nada después.

—Qué prisa tienes, princesa —comentó Ravn, sentándose a su lado.

—Cuanto antes entremos, antes saldremos —encogió ligeramente los hombros—. ¿Pides tú?

No hizo falta, un tipo bastante alto, con el pelo rubio brillante echado hacia detrás, se acercó a la mesa.

—¿Queréis algo?

—Venimos de parte de Dora —dijo Ravn, sereno—. Dijo que ella se ocupaba de la cuenta.

—Entiendo —el hombre juntó las yemas de los dedos, y Allie se fijó en que las tenía pintadas de negro—. Por supuesto. Los amigos de Dora son míos también. En seguida les traigo el plato de la casa.

Tan rápido y silencioso como vino, se marchó. Allie y Ravn cruzaron una mirada, preguntándose qué ocurría.

—No me gusta este sitio —recorrió con la mirada el lugar, que estaba limpio, sí, pero seguía viéndose muy antiguo y decaído—. Exuda inseguridad.

—Soy policía, Allie —dijo él, como si eso bastara para tranquilizarse.

Ella negó con la cabeza, dándolo por perdido. Él y ella no tenían nada de qué hablar, más allá de la investigación que llevaban a cabo. O acababan de empezar.

—Aquí tienen —dijo el hombre, regresando con una bandeja—. Si desean algo más, no duden en decírnoslo.

—Gracias —Allie le sonrió en agradecimiento. Las tripas le rugían de hambre.

Solo se trataba de verduras al vapor, pero para ellos fue mucho más que nada. Ella cogió el tenedor y pinchó la primera. No reconoció qué tipo de verdura era, así que mordisqueó el borde.

Sabía dulce.

—¿Qué se supone que es? —Ravn alzó el plato, buscando algo conocido—. ¿Qué comen aquí abajo?

—¿Qué más da? Está bueno —dijo ella, dando un sorbo a su vaso de agua—. Sencillamente cómelo.

Ravn tenía sus reservas, pero decidió hacerle caso. Si alguien como Allie, excesivamente quejica, comía aquello tranquilamente, entonces no tenía nada que temer. Todo estaba bien.

Desayunaron -si es que a aquello se le podía llamar así- en silencio la mayor parte del tiempo. Solo al final, cuando Ravn estaba cansado de oír conversaciones ajenas, decidió entablar una con Allie. Aunque ella no pareciera estar por la labor.

—¿Qué ha sido de ti estos meses?

Ella detuvo el tenedor a medio camino del plato a su boca, y lo miró fijamente. Había una sombra de dolor, rabia y soledad en sus pupilas. Ravn se sintió culpable. No tenía que haber sacado un tema tan peligroso y doloroso.

—¿Interesa?

—A mí sí, pero si no quieres hablar de ello, lo comprenderé —se apresuró a decir.

Allie sacudió la cabeza, pensando que era una locura.

—Tú no eres comprensivo, Ravn. Te molesta todo —puntualizó, recordando las discusiones que habían tenido en el pasado—. Y, desde luego, no es de tu interés lo que haya hecho en mi vida. Si tanto te incomoda el silencio, dime cómo ha ido tu relación con Freyka y por qué te dejó.

Apretó los dientes, enfadado. ¿Esa mujer no tenía límites?

Sabía de sobra lo que estaba haciendo: provocándole. Llevárselo a su terreno. Si alejaba estratégicamente la dirección de la conversación de su vida a la de él, todo iría bien. Estaba claro que no pensaba dejar escapar la conversación para recordarle que era un cabrón por haberse ido con otra, abandonándola.—¿Tanto daño quieres hacerte? Hablar de Freyka no arreglará nada.

—No hay nada que arreglar, Ravn —le recordó.

—Por supuesto que sí —su tono de voz se alzó una octava—. ¿Pretendes estar a mi lado, fingiendo que me soportas, cuando en el fondo me odias?

—No finjo nada, Ravn —dijo con tranquilidad, mirándole con los párpados algo caídos—. Intento salvar mi vida, que es distinto. Da igual si eres tú o cualquier otra persona de este mundo quien está a mi lado. Lo importante ahora mismo es descubrir qué ocurre y salir de aquí.—¿Por qué has cambiado de opinión? Pensaba que no me creías.

—He visto cosas, Ravn. Cosas que no me gustan. Quisiera creer que estás equivocado, pero con todo esto —abarcó toda la taberna con los brazos— es imposible ponerse una venda en los ojos.

Él enterró profundamente la rabia que sintió al oír sus palabras. Por supuesto que ella no le había acompañado por propia voluntad, era un idiota por creer lo contrario. Le había hecho daño, y ella no quería saber nada de él, ¿por qué no lo aceptaba? ¿Por qué se empeñaba en ganársela de nuevo si sabía que no funcionaría?

—¿Y ya has elaborado alguna teoría? —preguntó, siguiendo ese camino para no desviarse más. Estaba harto.

—Hum, puede ser —asintió, miró en derredor y luego se inclinó hacia él, bajando la voz—. Hablaremos luego, cuando no haya nadie cerca.

—Uh, qué misteriosa suenas.

Esbozó una sonrisa ladina, negó con la cabeza y terminó de comer. Estaba más animada con el estómago lleno.

—¿Qué planes tenemos ahora?

—Buscar a Mor —dijo él—. Es la que tiene las respuestas aquí, parece ser.

—¿Estás seguro de que no pasará nada?

—Guardo la esperanza de que así sea. Debemos arriesgarnos si queremos salir de aquí con las pruebas necesarias. Además, no sé si te has fijado, pero no hay una sola cámara aquí abajo.

Allie cayó en la cuenta de pronto, dándole la razón. Desde que habían bajado allí no se habían topado con ninguna cámara. Y eso era muy extraño, teniendo en cuenta que FROZE estaba llena de ellas.

—¿Por qué será? —murmuró.

—No lo sé —gruñó, apretando los puños—. Cuando creo entender algo, aparecen más cosas extrañas y echa por tierra mi teoría.

—Es duro, pero no imposible —intentó calmarle ella—. Eres policía ¿no? Sabes más cómo proceder ante esto que yo. Lo único que me gustaría es salir ilesa. Morir bajo tierra es un poco irónico ¿no crees?

El desconocido engominado apareció, sonriendo, y paseó su inquietante mirada oscura entre ellos.

—¿Ha estado todo bien?

—Sí, la verdad es que sí —dijo Ravn—. Gracias por sus servicios. Nosotros nos íbamos ya.

—Comprendo. Buena suerte. Dora ha sido muy generosa pagando esto por vosotros.

—Dele las gracias de nuestra parte —pidió Allie antes de abandonar el lugar, seguida de Ravn.

Barneys sacudió la cabeza. No podía creer en su suerte. Corrió hacia el teléfono de la pared y marcó el número de Dora. Al otro lado, la chica, igual de cálida y agradable que siempre, contestó.

—Carne fresca ¿eh? —comentó él, extasiado.

—¿Te ha gustado el regalo? Pensé que la chica era tu tipo —ronroneó al otro lado.

—Has acertado, Dora, como siempre. Me conoces muy bien. Cuando la luna se alce en el cielo hoy haré que todos celebremos un gran día. Ya lo verás, Dora.

—Lo sé, Barneys. Siempre me haces tan feliz.

Él rió, apoyando la espalda sobre el mostrador, encantado de tener una consorte como Dora, capaz de todo por conseguirle lo mejor.

—Nos vemos esta noche. No faltes.

—No lo haré —aseguró la chica—. Hasta que la luna salga, Barneys.

Él colgó y regresó a su trabajo como tabernero. Solo quedaban unas horas hasta que el ritual pudiera llevarse a cabo. No era tanto.

* * * *

—¿No nos miraba de forma extraña el tabernero? —Allie preguntó mientras se guiaban por el mapa que Dora les había dado—. No sé, me ha dado escalofríos.

—¿No será que te pone? —dijo con despreocupación, prestándole atención solo a medias.

Allie, ofendida, cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con enfado.

—Oh, sí, quería acostarme con él, pero me daba cosa dejarte allí abajo, solo —dijo con desdén.

—Pues entonces regresa. A mí tu vida sexual no me interesa.

Giró el mapa de nuevo, buscando por todas partes un lugar donde apareciera marcada la casa de Mor. Solo que no había nada de eso. Por no haber, no había nombres de calles.

—Maldito mapa de las narices —arrugó el papel y se lo lanzó a Allie—. Tendremos que apañárnosla para dar con Mor por nosotros mismos. Preguntaremos o algo.

Ella lo ignoró por completo. Su atención se había visto atraída por una mujer que corría calle abajo, con el rostro lleno de lágrimas y las manos manchadas de sangre. Aunque eso no fuese lo que más sobresalía de ella. A diferencia de los excéntricos que vivían allí abajo, la mujer parecía normal, como ellos.

—Eh, policía, mira ahí —dijo, señalando a la individua con un gesto de la mano—. ¿Te parece bien empezar con ella?

Los ojos de Ravn se expandieron con sorpresa. No podía creer lo que estaba viendo. Era como revivir la escena de la desaparición de Sander.

—Vamos —dijo, acercándose a ella.

La mujer se detuvo en cuanto los vio, y aliviada de encontrarse con vida en aquél lugar, se lanzó contra Allie, pidiéndole ayuda.

—Espera, espera —Allie la sujetó por los hombros para que se calmase—. ¿Qué te ha pasado? ¿Necesitas ayuda?

Sus ojos se movieron con nerviosismo, y sus piernas temblaban tanto que terminó por caer al suelo. Allie y Ravn se apresuraron a ayudarla.

—Yo… Yo…

—Respira hondo —ordenó Ravn, actuando como un verdadero policía—. Primero de todo, recupera el aliento. Ahora nos contarás qué ocurre.

Ella asintió, apoyando las manos sobre el asfalto. Allie sintió una punzada de pena al verla así, le recordó a ella el día de su… Negó con la cabeza, borrando ese recuerdo de su cabeza. Lo último que le faltaba en ese delicado momento era echarse a llorar también.

—Vamos —le tocó el hombro en ademán tranquilizador—. ¿Qué te pasa?

La chica inspiró hondo varias veces y clavó en Allie sus ojos castaños.

—Mi… Mi novio ha desaparecido… Se lo llevaron… Yo…

—¿Cómo? —Ravn se tensó, clavando en ella sus cinco sentidos—. ¿Cuándo ha sido? ¿Dónde?

—Hace una hora —sorbió con fuerza—. No sé qué ha ocurrido. Fue un momento a por mi abrigo, y cuando quise darme cuenta… Solo había un charco de sangre en… en…

Rompió a llorar de nuevo. Allie la abrazó para no hacerle más bochornosa la escena. Ravn las miró a ambas sin saber qué hacer. ¿Otra desaparición? Era el segundo hombre que desaparecía en menos de veinticuatro horas allí en FROZE, y no quería ser el siguiente.

—Eh, Alyson —la llamó—. Voy a investigar la escena. ¿Podrás quedarte aquí con ella?

—Sí, descuida. Y, sobre todo, vuelve de una pieza. Te necesitamos para salir de aquí.

Ravn no dijo nada, pero saber que ella se preocupaba por él, aunque solo fuese por un motivo egoísta, le llenó el pecho de orgullo. Así que se marchó al lugar de la desaparición después de preguntarle a la desconocida.

—¿Estás mejor? —preguntó cuando la chica se separó de ella—. ¿Necesitas algo?

—No, yo… —se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Lo siento. No quería interrumpiros. Es solo que… Dioses, sois las únicas personas que hay aquí abajo que no tienen el pelo de un color destacable. No sabía a quién pedir ayuda.

—Sí, ese parece ser el gran inconveniente de estar aquí abajo. Lo que me lleva a preguntar, ¿qué hacías aquí con tu novio?

La chica tragó saliva.

—Él perdió a toda su familia, así que pensé que sería una buena idea venir aquí, para ver si es verdad que los sentimientos se evaporan. Deseaba que su dolor se esfumase, me rompía el corazón verle tan destrozado.

—Lo siento por él —susurró, anonadada—. Debió ser duro.

—Sí —asintió, mirando al suelo—. Llevábamos aquí dos meses, y él comenzó a comportarse de forma muy extraña. No parecía él, sino un muñeco sin razón. Se pasaba horas mirando al vacío como si nada. Así que un día, harta, decidí que quería llevármelo de aquí. Pero esos… —golpeó su rodilla con el puño—. ¡Nos negaron la salida de FROZE! Dijeron que era imposible salir sabiendo demasiado de ella. Regresamos a la mansión Ishtaki, y esta noche…

—Intentaron asesinaros —comprendió Allie—. ¿Verdad?

Asintió, volviendo a sollozar.

—¿Cómo lo sabes? ¿A vosotros también…?

—No —negó con la cabeza—. Lo de nosotros sucedió de otra forma. ¿Cómo conseguisteis huir aquí abajo?

—Therus encontró una trampilla en una de las casas en las que nos escondimos. Conducía aquí.

—Vaya, eso me suena —comentó en voz baja. Sacudió la cabeza e intentó sonreír de la forma más natural posible—. Seguro que Therus estará bien.

—¿Tú crees? Había tanta sangre…

—Le habrán golpeado o algo. No son tan idiotas de matar a alguien porque sí. Ya lo verás.

Su explicación no era nada tranquilizadora, pero la chica logró calmarse un poco. Poco a poco dejó de llorar y pudo secarse el rostro con un pañuelo que Allie le dio. Ésta se lo agradeció con una sonrisa.

—¿Lleváis mucho tiempo aquí? —se interesó.

—Menos de un día.

Abrió mucho los ojos, sorprendida.

—¿En serio? Supongo que eso explica que parezcáis tan normales.—¿Lo dices por las personas que viven aquí abajo?

—Y por las de arriba —señaló el enorme techo de metal que protegía la ciudad del desprendimiento de tierra que pudiera ocasionarse. Fue entonces cuando Allie se fijó en algo.

—¿Eso de ahí no es la misma torre central de FROZE?

Su compañera, siguiendo la dirección de su brazo, vio que tenía razón.

—Parece ser que sí.

Allie esbozó una sonrisa ladina. «Esto le encantará a Ravn».

—Creo que ya tenemos nuestra salida —dijo.—¿Dices de colarnos en la torre y…?

—Exacto. Si de verdad es la misma de arriba, solo tenemos que burlar la guardia y subir a FROZE de nuevo. Una vez arriba será más fácil huir de esta isla.

—Pero Therus… —se mordió el labio inferior, preocupada.

—Iremos a por él. No nos marcharemos sin encontrarle antes —se apresuró a decirle, pensando que la última cosa que la chica quería oír era que su novio estaba bajo tierra.

Asintió, evitando llorar de nuevo. Allie, junto a ella, miró la hora en su móvil. Aunque seguía sin haber cobertura, esperaba que Ravn estuviera bien. Su ayuda era de vital importancia.

«Vuelve, cabronazo, o no te perdonaré si te dejas ganar por los malos».

Pasó una mano por su rostro, encontrándose de pronto algo mareada. Junto a ella, la desconocida se apresuró a sujetarla para que no cayera al suelo y se diera un mal golpe.

—Eh, ¿qué te pasa? Oye —la zarandeó, pero Allie ya se había dormido—. ¡Oye! —gritó—. Mierda, ¿te han drogado o algo así?

Le tomó el pulso, asegurándose de que estaba viva. Le dio una bofetada para ver si reaccionaba, pero nada. El corazón le dio un vuelco. No quería perder a otra persona esa noche, no era justo.

—No, demonios —tomó a la mujer en su regazo para que no se enfriara—. Esto no puede estar pasándome a mí. ¿Y ahora qué hago?

Miró a un lado y a otro de la calle, y vio que un chico de pelo rubio, todo echado hacia atrás con la ayuda de la gomina, las miraba con curiosidad.

«Es un bicho raro, pero a lo mejor nos ayuda», pensó.

—¡Por favor! —le gritó para llamar su atención—. Ayúdanos.

Él, caballeroso, cogió a Allie del suelo y ayudó a la otra a levantarse. Su plan había salido incluso mejor, porque además tenía a otra mujer para él. «Perfecto».

—Sígueme.

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