France

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Capítulo 12

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—¡Helios! —gritó France cuando apareció en la cueva del curandero, que estaba ubicada en la parte de atrás del consejo.

—¡Qué! —contestó el furioso macho entrando en la sala de curaciones, con una botella de bourbon en la mano y su inseparable túnica andrajosa con capucha.

—¿Qué coño haces? —preguntó Yrre, que no estaba menos furioso.

—Te he traído para que Helios te cure. Eso puede dejarte una buena cicatriz.

—No lo necesito —decretó.

—Entonces voy a seguir durmiendo —dijo Helios dándose la vuelta.

France congeló a Helios en el sitio. Y se dio la vuelta para enfrentar a Yrre.

—Vamos a dejar las cosas claras. No necesito tu ayuda, el plomo no me afecta, por si no te has dado cuenta. Así que, ya que has dado por hecho que era una damisela en peligro y has metido tus zarpas en donde no debías, deja ahora que me haga cargo de esto.

Yrre levantó una ceja y después observó sus manos.

—Debes de ser la única en nuestra raza a la que no le afecta…

—Soy única en muchas cosas…

—Y tenías que ser mi compañera…

—Ya ves, la vida es una putada.

Y dicho esto, descongeló a Helios.

—¡Hazlo! —le ordenó de nuevo.

El curandero se puso manos a la obra murmurando algo ininteligible.

—Sé que no es de nuestro clan, pero lo harás igualmente. No hagas que busque algo para desgraciarte bajo esa túnica —lo amenazó.

—Está bien, solo porque es de nuestra raza…

—Y porque yo te lo ordeno, no lo olvides —declaró furiosa.

—¿A dónde vas? —preguntó Yrre cuando la vio salir por la cortina.

—A solucionar algo —comunicó ya en el pasillo con solo la tela entre ellos.

—Joder. —Lo oyó musitar—. ¿Podrías ir rápido? —preguntó después a Helios, pero ella ya estaba saliendo del complejo.

Tampoco le interesaba la contestación de Helios.

 

***

 

A ella no le afectaba el plomo y eso lo había sorprendido. Su corazón se paró un instante cuando la vio metida debajo de aquella red y el fuego envolviendo su cuerpo. Realmente creyó que estaba en peligro. Pero había malinterpretado la escena: France los estaba atacando y lo cierto es que no necesitaba su ayuda. Pero, por desgracia, sabía cómo funcionaba la mente de Agor… y era una mente enferma.

Había dejado a sus hombres protegiendo a las mujeres y niños, y aún tenía que pensar en lo que iba a hacer con el anciano traidor, Alexo. Le dolía condenar a su compañera si él decidía aplicar el castigo capital, el cual merecía.

De repente se oyó un revuelo de voces que hacían eco por los pasillos del consejo, y reconoció algunas.

Helios ya estaba terminando de aplicarle los ungüentos y le puso algunas gasas alrededor de las palmas de las manos y los dedos.

—Te lo agradezco —dijo levantándose del taburete en el que el hombre le había indicado que se sentara.

—En unas horas habrás sanado.

—Perfecto.

Salió apartando la cortina y deseando respirar aire más puro, ese hombre parecía una destilería andante, daba igual que a su raza no le afectara el alcohol, ese macho no debía dejar de beber para desprender semejante hedor.

Guiándose por las voces llegó hasta el lugar en donde se hacían las reuniones, junto a los tronos, y vio a su clan en medio, cerca de una chimenea. Todos estaban refunfuñando y mirando a France, que permanecía de pie en el centro con las manos en las caderas y con el peso de su cuerpo en una pierna, mientras que la otra estaba ligeramente doblada por su rodilla.

—Os quedaréis aquí —ordenó.

—¿Dónde está Yrre? —demandó una de las mujeres, la compañera de Alexo—. ¿Sabe que nos has traído aquí sin preguntar?

—Estoy aquí, Oswine. —Tenía que calmarlos—. Tranquilos, France habrá tenido una buena razón para traeros.

—¿Es que ni siquiera lo sabías? —lo increpó la mujer—. Se ha llevado a mi compañero.

Recorrió a todos y se percató de que faltaban tres en total. Alexo, el anciano, Wica y Bestadan, una de las mujeres sin compañero.

—¿Qué pasa? —preguntó Aisha; si Yrre no recordaba mal, era la compañera de Tahiél.

—Busca unas habitaciones para ellos —dijo France, sin mirarlo.

Aisha no se movió del sitio y se cruzó de brazos.

—¿Qué? —preguntó France.

—Esos modales —inquirió la chica humana.

France resopló.

—Por favor, Aisha —masculló su compañera de vida, lo que casi lo hizo sonreír.

—Encantada de hacerlo —contestó Aisha cantarina y encantada, o eso parecía, de que France hubiera entendido que debía ser amable —. Por favor, seguidme —pidió a su clan.

Pero nadie se movió.

—¡Hacedlo! —ordenó él—. Aart, Fugol, Wulf, Putman, Sceadu y Luwine, quedaos aquí.

—Quiero saber dónde está Alexo —volvió a increpar Oswine.

—Y lo sabrás, ahora vete.

La mujer iba a decir algo más y abrió la boca para hacerlo, pero la mirada de Yrre la hizo cambiar de opinión. Cogió su bolsa del suelo y siguió a los otros.

—Bien, ya conocéis a France…—empezó a decir a sus hombres.

—Tu compañera —le cortó Aart.

—Déjalo, Aart.

—¿Qué le ha pasado a tu primo para lucir ese magnífico rostro? —preguntó France zanjando el tema.

—Te ha gustado, ¿eh? —murmuró uno de los hombres con sorna.

—He caído rendida a sus pies tanto por su apariencia como por su exquisita educación. —Un chorro de ironía teñía sus palabras.

—Agor, es así —decretó Yrre.

—Tú no estás muy lejos de parecerte a él —contestó como un resorte.

—Uhhhh

—¿Problemas en el paraíso?

—Esto de encontrar compañera, ¿es siempre tan complicado?

—Cuando aparezca mi compañera buscaré el pico más alto para lanzarme.

—Eso no te mataría, idiota.

Todos hablaban a la vez mientras Yrre y ella mantenían un duelo de miradas hasta que él reaccionó.

—A callar —ordenó con voz grave.

Todos lo hicieron menos Aart, que seguía riéndose.

—¡Aart!

—Perdona hermano, es que verte en esta tesitura…

Yrre se pasó una mano por la frente y después la encaró.

—¿Por qué te has llevado a esos tres?

—Uno es un traidor —dijo levantando un dedo—. La otra, ha estado pasando información a Agor —explicó levantando otro dedo.

—¿En serio? —preguntó Fugol.

—Los pillé reunidos en el bosque. Así conocí al encantador Agor.

—¿Y Wica? —preguntó Yrre cabreado.

 

***

 

Y eso le estaba molestando bastante, que manía tenía este macho de proteger a la inmunda humana.

—A esa solo la he encerrado porque me cae mal. —No desvelaría aún sus conocimientos, los pocos que tenía sobre esa mujer, no confiaba en ella y siempre era bueno guardarse un as en la manga.

—Joder —dijo uno de los hombres, del cual no sabía su nombre—. Eso puede cabrear a nuestro líder.

Se miró las uñas alargando el brazo.

—¿Y me ves preocupada? —inquirió contemplando el esmalte nacarado.

—France, el único pecado que ha cometido es enamorase de Yrre —intentó mediar Aart.

France sonrió.

—Y consolarlo cuando ha llegado a las cuevas termales después de follarme, por cierto.

Yrre abrió los ojos con la sorpresa.

—No creo que eso incumba a mis hombres —protestó.

—Tú has preguntado…

—Te ha engañado, y lo sabes. ¿Es que acaso no detectas una mentira? Está despechada, pero es joven y se le pasará.

—Claro que las detecto, aun así, me ha cabreado. —France tenía una fijación con esa chica, debía reconocerlo, pero no lo haría.

—Y la has encerrado.

—Sí.

—¿Y ahora eres feliz?

—No sabes cuánto. La voy a convertir en mi nuevo juguete.

Los rostros de los hombres mostraban cautela y confusión a partes iguales.

—¿Tú juguete? —acertó a preguntar Fugol.

—France, tus juguetes suelen terminar muy mal —dijo Neoh que entraba en aquel momento.

—¡No voy a permitir que la mates! —gruñó Yrre.

—Y no lo haré; se morirá sola.

—¡¿Qué?!

—Déjalo Yrre, discutir con France no suele llevar a ninguna parte —argumentó Storm—. Cuando se canse de Wica, te la devolverá. Lo difícil es saber en qué condiciones.

—Ya estamos todos —dijo France con sarcasmo.

—Has traído aquí a nuestra gente porque… —Aart intentó reconducir el tema.

—Por Agor, por supuesto.

—Gracias —dijo Yrre sabiendo que los clanes de Alaska no metían a cualquiera entre sus muros de protección invisibles.

—¿Vas a contestar a mi pregunta? —inquirió France.

—¿Cuál?

—Agor, ¿qué le pasó en la cara?

—¿Vas a soltar a Wica?

—No.

—Entonces no hay nada de qué hablar. Mantente fuera de esto.

«Maldito idiota».

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