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Domingo por la tarde
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Domingo por la tarde
EL domingo por la tarde Mary Jane se reservaba un poco de tiempo para ella. Había contratado una empleada para que los domingos estuviera con los niños como mínimo dos horas. Era una pequeña recompensa que se daba, algo que siempre la dejaba fresca y lista para hacer frente a los retos familiares y laborales. Empleaba el tiempo en leer material que le sirviera de inspiración, una nueva novela, dar un paseo en bicicleta o saborear un café y relajarse. Seattle estaba lleno de cafés, y había uno estupendo a tan sólo tres manzanas de su casa. Cogió algunos libros y se fue a la calle. Su mesa favorita, en un rincón tranquilo del café, la estaba esperando.
-Un café con leche desnatada y en taza grande, por favor. -Se sentó con su café y decidió empezar con una lectura que la inspirara.
Cogió una copia gastada de “El encanto de las cosas simples”, de Sarah Ban Breathnach, un libro con una lectura para cada día del año, y buscó el 8 de febrero. Unas palabras clave parecieron saltar de la página:
La mayoría de nosotros nos sentimos incómodos si nos vemos como artistas, y sin embargo cada uno de nosotros lo es. Cada día, con cada elección, creamos una obra de arte única. Algo que sólo uno puede hacer... La razón por la que naciste fue para dejar tu marca indeleble en el mundo. Ésa es tu autenticidad... Respeta tus urgencias creativas... apuesta por la fe... descubrirás que tus elecciones son tan auténticas como lo eres tú. Es más, descubrirás que tu vida es todo lo que se supone que debe ser: un alegre soneto de acción de gracias.
Había planeado pensar en el trabajo, y las palabras sobre la elección y la fe la transportaron al puesto de pescado. «Esos hombres son artistas -pensó-, y han elegido crear cada día.» Y a ella también se le ocurrió un pensamiento asombroso: «Yo también puedo ser una artista».
Entonces cogió una carpeta de un seminario sobre liderazgo al que había asistido. Allí había escuchado por primera vez la palabra cárcel utilizada como metáfora para el trabajo. Dentro había una fotocopia descolorida de un discurso escrito por John Gardner. Recordó que Gardner animó a la gente a fotocopiar sus papeles, «un gesto generoso», pensó.
«Debió de decir algo importante, si aún me acuerdo de él después de tanto tiempo.» Repasó el discurso página por página.
El escrito de John Gardner
El pasaje empieza:
No se sabe por qué algunos hombres y mujeres se marchitan mientras que otros permanecen vitales hasta el final de sus días. Es posible que marchitarse no sea la palabra adecuada. Quizá debería decir que mucha gente, en algún punto del camino, deja de aprender y de crecer.
Mary Jane levantó la vista mientras pensaba: «Eso encaja con mi grupo; y también con mi viejo yo». Sonrió ante la decisión que implica decir «mi viejo yo». Volvió al pasaje.
Debemos ser comprensivos al juzgar las razones. Quizá la vida les ha presentado problemas más duros de los que podían resolver. Quizás algo ha herido profundamente su confianza en sí mismos o su autoestima. O quizá han corrido tan duramente y durante tanto tiempo que han olvidado por qué corrían.
Estoy hablando de personas que, por muy ocupadas que parezcan estar, han dejado de aprender y de crecer. No me burlo. La vida es dura. A veces, concentrarnos en seguir adelante es un acto de coraje...
Tenemos que afrontar el hecho de que la mayoría de los hombres y las mujeres que se encuentran en el mundo laboral tienen menos inventiva y están más cansados de lo que creen, de lo que saben, y más aburridos de lo que se atreverían a admitir.
Un famoso escritor francés dijo: «Hay personas cuyo reloj se detiene en un momento determinado de su vida». He observado cómo se mueve mucha gente por la vida. Como dice Yogui Berra: «Al mirar se ven muchas cosas». Estoy convencido de que la mayoría de la gente disfruta aprendiendo y creciendo, sea cual sea el punto de la vida en el que se encuentren. Si somos conscientes del peligro de marchitarnos, podemos tomar medidas para evitarlo. Si tu reloj se ha parado, puedes volver a darle cuerda.
Hay algo que yo sé de ti que quizá tú no sepas de ti mismo. Dentro de ti tienes más recursos de energía de los que nunca has utilizado, más talento del que nunca has aprovechado, más fuerza de la que nunca has puesto a prueba, y más que dar de lo que nunca has dado.
«No me extraña que me acuerde de John Gardner. Tengo muchos relojes a los que dar cuerda, pero al primero que necesito dar cuerda es al mío», pensó.
La hora siguiente, Mary Jane se la pasó escribiendo en su diario y se alegró al comprobar que se sentía más tranquila. Mientras se preparaba para volver a casa, miró lo que había escrito y marcó con un círculo la sección que la guiaría el lunes por la mañana.
Solucionar el problema del vertedero de energía tóxica exigirá que me convierta en líder en todos los sentidos de la palabra. Tendré que arriesgarme a la posibilidad de fracasar. No habrá un puerto seguro. Pero no tomar ninguna acción supondría el fracaso rotundo. Tengo que empezar como sea. Mi primer paso es cambiar de actitud. Elijo la confianza, la esperanza y la fe. Daré cuerda a mi reloj y me prepararé para disfrutar aprendiendo y creciendo mientras trabajo para aplicar las lecciones del puesto de pescado a mi vertedero de energía tóxica.
Lunes por la mañana
A las 5.30 de la mañana se sintió un poco culpable mientras esperaba que abriera la guardería de su hija. En días raros como aquél, dejaba a Brad en la guardería hasta que llegaba un autobús que lo llevaba a la escuela. Miró a sus hijos, que tenían ojos de sueño y dijo:
-No acostumbro a levantaros tan temprano, niños, pero hoy tengo que estar pronto en la oficina para preparar un proyecto realmente importante.
Brad se restregó los ojos y dijo:
-No importa, mamá.
Y Stacey añadió:
-Sí, es divertido llegar siendo los primeros. Así cogeremos los videojuegos que queramos.
Cuando se abrieron las puertas, Mary Jane los acompañó dentro y dio un gran abrazo a cada uno. Antes de irse, se volvió para mirarlos y comprobó que ya estaban entretenidos.
Apenas encontró tráfico. A las 5.55 estaba en su despacho, con una humeante taza de café y varias hojas delante. Cogió un rotulador y escribió en grandes letras: