Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO UNO

Página 6 de 62

d

e

m

o

s

t

r

a

r

t

e

c

u

á

n

t

o

t

e

q

u

i

e

r

o

.

Marcos

No entendí muy bien por qué la chica que estaba sentada a mi lado se había mosqueado tanto cuando le ofrecí el paquete de galletas. Había intentado ser amable con ella, incluso estuve a punto de preguntarle dónde había comprado el camafeo que llevaba para regalarle uno igual a Sandra, y si no le dije nada cuando empezó a comerse mis galletas fue porque vi una expresión afligida en su rostro. No quería darle mayor importancia, ni tampoco quería enfadarme por una chorrada como esa. Gente idiota la había a patadas, y justamente a mí me había tocado estar al lado de una chiflada. ¡Quién lo iba a decir de una rubia tan guapa como ella!

A pesar de este pequeño contratiempo, estaba decidido a pasar una tarde perfecta con Sandra. Desde el día de Nochebuena no la veía y tenía ganas de darle mi regalo de Navidad. Iríamos a la chocolatería que tanto le gustaba y nos tomaríamos un buen chocolate caliente con unos cruasanes untados con mantequilla.

Me extrañó que Sandra me estuviera esperando en la parada del autobús y no en la chocolatería en la que habíamos quedado. Su cara era todo un poema e intuía que volveríamos a tener otra bronca. Nuestras discusiones se habían convertido en rutina. Ya ni me acordaba de lo que era tener una buena tarde de risas con mi novia.

Antes de que ella dijera alguna cosa saqué de mi bandolera una cajita con mi regalo. Deseaba que le gustaran los pendientes de plata que le había comprado. Elena me había ayudado a escogerlos. Mi hermana tenía bastante mejor gusto que yo a la hora de elegir regalos. Lo bueno de tener a Elena es que siempre estaba ahí cuando la necesitaba.

—Muy considerado de tu parte —me espetó Sandra.

Se apartó cuando le fui a dar un beso en los labios. Cerré los ojos. Habían pasado unos cuantos meses desde que me prometí que no volvería a sentirme como un miserable cada vez que a Sandra le entraban sus ataques de celos. Pero por más que ella me juraba que nunca más se volverían a repetir, siempre había una siguiente vez. Día sí y día también discutíamos por tonterías. Y ahora me preguntaba cómo sería tener una novia con la que compartir otra cosa que no fueran reproches. Mi corazón estaba tan maltrecho que, por muchas tiritas que le pusiera, apenas conseguía darles sentido a mis sueños. Necesitaba encontrar con urgencia una tienda donde repusieran corazones. Deseaba que nuestras manos volvieran a tocar una estrella, la segunda a la derecha, y que pidiésemos el mismo deseo. Quería volar al país de Nunca Jamás y perdernos allí por unas horas para reír como niños. Pero ella se empeñaba en ser como Wendy como cuando se había hecho mayor y se olvidó de volar.

Y yo quería seguir creyendo en el amor, así que posé el dedo sobre su nariz respingona para que se le destensara el ceño.

—Estás muy seria.

—Lo sabía, sabía que me estabas engañando. ¿Quién era esa? —me preguntó apartándome de un manotazo el dedo.

—¿Quién era quién, Sandra?

Suspiré con calma, tratando de no perder los nervios. Ya no sabía si quería estar exactamente donde estaba, si no me estaba volviendo loco por extrañar algo que había dejado de existir hacía muchísimo tiempo. Y lo peor de todo era que en nuestras miradas ya no había magia.

—Esa del autobús.

—¡Y yo qué sé, Sandra! No conozco a todas las chicas de Valencia. Me he sentado a su lado y ya está. Era el único sitio que había vacío en el autobús.

—No me mientas, Marcos. He visto cómo le dabas algo. ¿Por eso no has quedado conmigo estos días, porque estabas con ella? ¿Porque la prefieres a ella antes que a mí?

—¿De qué estás hablando?

—Y ahora me dirás que estoy loca y que me lo estoy inventando todo. Que todo son imaginaciones mías.

Suspiré. Aquello me estaba superando.

—¿En qué momento te he dicho que estás loca? Ni siquiera lo he insinuado.

—Pero he visto cómo la mirabas a ella.

No sé cómo había empezado esta conversación, pero de pronto sentí que mi corazón se iba comprimiendo por momentos. Necesitaba uno de repuesto. Esto era ya una emergencia.

—¿Me creerías si te dijera la verdad? Dime, ¿me creerías si te dijera que esa chica que estaba sentada a mi lado se ha comido todas mis galletas? No sé cómo ha ocurrido, pero eso es lo que ha pasado.

Sandra se mordió el labio inferior. Sus ojos estaban vidriosos.

—No te das cuenta, Marcos, pero por mucho que me digas que confíe en ti siempre terminas engañándome.

—No entiendo a qué viene esto otra vez. ¿Por qué no olvidamos que nos hemos encontrado en la parada del autobús y nos tomamos un chocolate bien caliente?

Yo solo quería olvidar este malentendido. Sandra negó con la cabeza.

—Sabes que aunque quieras no puedes engañarme. Siempre me has dicho que yo sería la única, que no habría ninguna más. Yo soy la primera y la última, y cuando me doy la vuelta me encuentro que no es así.

Sandra giró sobre sus talones y comenzó a caminar hacia la plaza de la Reina. La seguí, me mantuve a su lado sin hablar y esperé a que ella se calmara.

—Me has hecho daño, Marcos. Yo no soy como tú, que puedes enrollarte con todas las que te encuentras por el camino. No, yo necesito a alguien que me sea fiel, no un novio que continuamente me engañe.

—Sandra, por favor, no sé de dónde sacas que te he engañado.

—Pero ¿cómo puedes tener la desvergüenza de negarme que entre esa chica y tú no hay un rollito? Dime, ¿cuándo la has conocido? ¿Desde cuándo salís juntos? ¿Primero quedas con ella y luego sales conmigo?

Sentí de repente cómo se abría una brecha tan grande entre nosotros que las palabras caían en lo más profundo del abismo. Ya no había posibilidad de rescatar nada. Habíamos perdido lo que fuera que tuviésemos en el pasado. Conocía el sabor de mis lágrimas, que me escocían en los ojos y que no podía derramar, ese dolor profundo que se me había instalado en el pecho porque ya no sabía dónde se alojaba la felicidad. Ya no nos teníamos. Por mucho que lo intentásemos, era un querer y no poder.

—Será mejor que me vaya, Sandra. Si me quedo es posible que diga cosas de las que más tarde me arrepienta.

—Has quedado con ella, ¿verdad?

—¿Con quién, Sandra? —exploté. Ya no podía más. Había tocado fondo—. No he quedado con nadie más que contigo.

Intentar razonar con ella era imposible. Era como si ella hablara en mandarín y yo en tagalo.

—¿Sabes?, yo no soy como esas tías con las que sé que sales. A mí no me puedes usar y después tirar como si fuera una basura.

Me cubrí un instante la cara con las manos. Tragué saliva y entonces le dije lo que llevaba tiempo negándome:

—Se acabó, Sandra. —La miré a los ojos—. Hemos terminado. No puedo seguir con lo nuestro. Me agotas. ¿Es esto lo que querías? Pues ya lo tienes.

Ella se quedó parada y con la boca abierta. Negó varias veces con la cabeza. Se lanzó a mi cuello y colocó las manos en mis mejillas. Estaban frías. Rozó sus labios con los míos. Cerré los ojos. Necesitaba sentir esa suavidad de la que una vez me había enamorado, y sin embargo, nuestros besos eran desapasionados. Ya no me embargaba ninguna emoción cuando nos besábamos. Ella se apretó mucho más a mí, buscando unas caricias que yo ya no podía darle. Me mordió en un labio y sentí el sabor metálico de la sangre en mi boca.

—No, no hemos terminado. Sé que podemos arreglarlo. —Las lágrimas corrían por sus mejillas—. No sé qué me ha pasado. Te juro que no volverá a ocurrir. Por favor, Marcos, tienes que creerme. Volvamos a empezar.

Había oído tantas veces esas mismas palabras que ya no tenían sentido. Sabía que volvería a pasar otra vez. Cuatro besos y dos caricias no podían compensar todo el daño que me había hecho, todo el dolor que llevaba arrastrando.

—¿Por dónde quieres que empecemos? Ya no hay nada entre nosotros, ¿es que no lo entiendes?

Sandra me empujó con rabia.

—Eres igual que todos los tíos, un mentiroso. Te has aprovechado de mí. ¿Qué he sido yo para ti, un pasatiempo? Me prometiste que estaríamos siempre juntos.

—¿Promesas? ¿Qué son las promesas, Sandra? Si te digo la verdad, las promesas están para romperlas cuando uno de los dos no cumple su parte del trato. Y eso es lo que quiero hacer ahora, quiero terminar de una vez por todas con esta pesadilla.

¡Dios, cómo había deseado decir estas palabras en voz alta! ¿Durante cuánto tiempo me había dicho que lo nuestro no podía terminar?

—Estabas deseando terminar conmigo, ¿verdad? Pues vete a la mierda y lárgate con esa rubia. Al final te darás cuenta de que nadie te querrá como yo. Porque tú me quieres sí o sí.

La miré. Casi sentí lástima por ella.

—Eso pensaba yo, pero no, te equivocas. Ya no siento nada por ti.

Aquellas malditas palabras que le había dicho casi me hicieron más daño que cuando ella me golpeó con los puños en el pecho. No era del todo cierto, pero no podía seguir con ella si no quería terminar en un pozo sin fondo.

—Siempre has sido una mierda de novio. Nunca me has querido.

La miré por última vez antes de darme la vuelta.

—Adiós, Sandra.

Ya no tenía nada más que decirle.

—Marcos… Marcos… —gimió varias veces más.

Cuando dejé de oír su voz sentí cierto alivio. Me perdí entre el barullo de la gente que caminaba por la calle San Vicente. Entonces, en cuanto estuve lo bastante lejos de ella, me paré un momento y reflexioné sobre lo que había pasado. Habíamos terminado y no había vuelta atrás. Sin saber por qué, solté una risa histérica que liberó toda la frustración que llevaba dentro. Tenía una herida en el pecho que no dejaba de sangrar. ¡Cómo me dolía! Pero solo me quedaba seguir hacia adelante y no mirar atrás.

Definitivamente el amor no era como me habían hecho creer, ese maravilloso estado en el que la vida era de color de rosa, ni tampoco era como ese eslogan que leí una vez en un gran almacén: «El verdadero amor supone siempre la renuncia a la propia comodidad personal». Aquella cita era de Tolstoi. Y no, ya no me creía que tenía que renunciar a ser yo para que ella me anulara a la menor oportunidad. De un tiempo a esta parte mi vida era muy oscura.

¡A la mierda con el amor! Iban a pasar muchos años antes de que volviera a enamorarme. No quería que nadie me humillara como lo había hecho Sandra.

Me metí las manos en los bolsillos y anduve sin rumbo fijo. Sonreí con tristeza al darme cuenta de que seguía llevando el regalo de Sandra. No dudé en dárselo a una chica que estaba sentada en un banco. Me senté a su lado y dejé la cajita allí.

—Perdona, se te ha caído esto del bolsillo.

—No, no se me ha caído. Son unos pendientes de plata. Son un regalo.

—Pero si no nos conocemos de nada.

—¿Y qué más da?

Ella me miró como si estuviera loco, pero en aquel momento me daba igual lo que la gente pensara de mí. Seguí caminando, perdiéndome entre la gente y sintiendo que la soledad hacía mucho tiempo que se había apoderado de mí y yo ni siquiera me había dado cuenta.

Entonces me dije suspirando:

—¡Bienvenido a la bendita soltería!

E

s

t

o

n

o

p

u

e

d

e

h

a

b

e

r

a

c

a

b

a

d

o

a

s

í

.

Y

o

t

e

n

í

a

r

a

z

ó

n

.

M

e

e

s

t

a

b

a

s

e

n

g

a

ñ

a

n

d

o

c

o

n

u

n

a

z

o

r

r

a

.

P

e

r

o

t

e

h

a

s

e

q

u

i

v

o

c

a

d

o

c

o

n

m

i

g

o

.

Y

o

t

e

l

o

h

e

d

a

d

o

t

o

d

o

,

h

e

a

p

o

s

t

a

d

o

p

o

r

e

s

t

a

r

e

l

a

c

i

ó

n

y

t

ú

n

o

p

u

e

d

e

s

d

e

c

i

r

m

e

c

u

á

n

d

o

s

e

a

c

a

b

a

e

s

t

a

h

i

s

t

o

r

i

a

.

T

e

n

í

a

m

o

s

p

l

a

n

e

s

d

e

f

u

t

u

r

o

.

Y

o

e

s

t

a

b

a

o

r

g

a

n

i

z

á

n

d

o

l

o

t

o

d

o

.

É

r

a

m

o

s

l

a

p

a

r

e

j

a

p

e

r

f

e

c

t

a

.

¿

P

o

r

q

u

é

t

e

e

m

p

e

ñ

a

s

e

n

h

a

c

e

r

m

e

d

a

ñ

o

?

E

s

t

o

n

o

s

e

a

c

a

b

a

r

á

n

u

n

c

a

.

L

o

j

u

r

o

p

o

r

l

o

m

á

s

s

a

g

r

a

d

o

.

H

a

r

é

q

u

e

v

u

e

l

v

a

s

a

m

í

o

s

e

r

á

l

o

ú

l

t

i

m

o

q

u

e

h

a

g

a

e

n

e

s

t

a

v

i

d

a

.

S

o

l

o

e

r

e

s

p

a

r

a

m

í

.

E

s

t

a

v

e

z

t

e

h

a

s

p

a

s

a

d

o

y

v

a

a

s

e

r

d

i

f

í

c

i

l

q

u

e

t

e

p

e

r

d

o

n

e

l

o

q

u

e

m

e

h

a

s

h

e

c

h

o

,

P

o

r

f

a

v

o

r

,

p

e

r

d

ó

n

a

m

e

.

V

o

y

a

c

a

m

b

i

a

r

,

t

e

l

o

j

u

r

o

,

p

e

r

o

t

ú

n

o

s

a

l

g

a

s

c

o

n

m

á

s

z

o

r

r

a

s

.

M

a

ñ

a

n

a

s

e

r

á

o

t

r

o

d

í

a

y

v

e

r

á

s

l

a

s

c

o

s

a

s

d

e

o

t

r

o

Ir a la siguiente página

Report Page