Fidelity

Fidelity


CAPÍTULO DOS

Página 10 de 62

o

s

r

e

a

l

m

e

n

t

e

.

T

ú

d

e

c

í

a

s

q

u

e

e

r

a

n

c

e

l

o

s

,

p

e

r

o

n

o

,

n

o

s

o

n

c

e

l

o

s

.

Y

o

t

e

q

u

i

e

r

o

,

y

c

u

a

n

d

o

h

e

r

e

g

r

e

s

a

d

o

v

e

o

q

u

e

e

s

t

á

s

c

o

n

u

n

a

m

a

l

d

i

t

a

z

o

r

r

a

r

u

b

i

a

.

¿

Y

q

u

é

m

e

d

i

c

e

s

a

h

o

r

a

?

N

o

s

o

n

c

e

l

o

s

,

m

e

e

s

t

á

s

e

n

g

a

ñ

a

n

d

o

.

Y

a

e

s

t

o

y

c

a

n

s

a

d

a

d

e

q

u

e

n

o

m

e

h

a

g

a

s

c

a

s

o

.

V

o

y

a

t

o

m

a

r

c

a

r

t

a

s

e

n

e

l

a

s

u

n

t

o

o

t

r

a

v

e

z

.

T

e

v

a

s

a

a

c

o

r

d

a

r

.

Marcos

Tres deseos para ser feliz. Me parecía todo tan extraño e incluso tan fácil que estaba seguro de que este tipo de lámparas, de llegar a existir, habrían dejado muy pronto de venderse, porque finalmente la gente siempre querría un cuarto, un quinto y hasta un sexto deseo. En esto coincidía con Lu.

Me alegré cuando recibí en mi móvil su e-mail. Cuando terminara el programa le escribiría. Hacía un mes y medio que había descubierto ese programa. Me gustaba escuchar a esa chica. Tenía una voz que lograba seducir al mismo tiempo que hablaba sobre algunas cuestiones que yo mismo también me había planteado. Fue casualidad que encontrara el dial. Sin entender por qué, y sin conocerla siquiera, sentía que había algo en ella que me atrapaba sin remedio. Porque sin saberlo, esa Lu parecía contar parte de mis sueños en sus locuciones.

Antes de que acabara el programa Susana me envió varias fotografías en ropa interior. Algo me decía que iba siendo hora de dejarlo también con ella. Me divertía con Susana, pero eso era todo. No quería profundizar mucho más en una relación que no me llevaba a ninguna parte. Yo solo era su profesor de teatro. La había conocido casualmente en la ESAD, cuando fue a inscribirse para las pruebas de acceso. El día que la conocí, casi a finales de julio, ella se acercó para preguntarme dónde estaba secretaría. Como no tenía nada que hacer, la acompañé hasta el primer piso y se la presenté a la secretaria. Y desde aquel momento, Susana y yo habíamos sido inseparables.

El sonido de unos nudillos en la puerta de mi cuarto me sobresaltó. Elena entró y se sentó en el borde de mi cama.

—Pasa, no te cortes —le solté—. Total, qué más te da que yo te dé permiso para entrar.

Mi hermana, a veces, tenía la mala costumbre de entrar en mi cuarto aunque yo no le diera permiso.

—¡Ay, qué tiquismiquis eres!

—Y tú siempre estás igual. Ni se me ocurriría entrar en tu cuarto sin tu permiso. Si lo hiciera te pondrías hecha una fiera.

Elena pasó de mi comentario y cambió de tema.

—No sé qué te ha dado con este programa, pero esa chica está todo el día hablando de libros. ¿No es un poco aburrido?

—Vale, Elena, ¿a qué has venido? Estoy ocupado. Me gustaría terminar de escuchar el programa.

—Nada, solo me apetecía estar con mi hermanito.

Me tiró uno de los cojines que había en mi cama a la cara.

—A mí no me engañas. ¡Tú quieres algo! Pero si tenías pensado que fuera contigo esta tarde a algún sitio, lo siento, pero ya he quedado con Susana.

—Genial —dio un salto en la cama—, porque quería que me acompañaras mañana a una exposición de fotografía. Así no me siento tan sola. Mamá se pondrá a hablar con sus contactos y pasará de mí. Dime que mañana me acompañarás. ¡Dime que sí, por favor!

Hice como que me lo pensaba unos segundos hasta que finalmente le contesté:

—Está bien. Mañana por la tarde la reservo para ti. Ya me lo pagarás cualquier día de estos con uno de esos favores que no te gustan. —Solté una carcajada.

—No me mires así. —Me empujó—. No te estoy pidiendo que me acompañes a ningún sitio raro.

—Ya te he dicho que iré contigo. Y después tú me acompañarás a una performance que han organizado algunos de mis colegas en el barrio del Carmen.

—Sabía que me lo harías pagar caro.

—Te aseguro que las performances de mis amigos son más divertidas que las exposiciones a las que me obligas a ir.

—Lo que tú digas.

Elena se levantó, pero antes de salir de la habitación se dio la vuelta y se sentó otra vez en la cama. Mucho me temía que me iba a perder el programa de radio.

—Lo que no entiendo es por qué aún sigues con Susana.

—¿Y por qué no? Susana es de ese tipo de chicas que no quieren un novio. Y mientras sea así, por mí perfecto.

—¡Pero es tan pija!

—Sí, pero para pasar un rato con ella tampoco me importa.

—¡Qué bruto eres!

—¡Y qué quieres que te diga! No la estoy engañando. Nunca le he dicho que la quiero, ni que deseo ser su novio. ¿Qué más puedo pedir?

—Podrías ser un poco más delicado.

—¿Vienes a darme ahora clases de moralidad?

—No, pero tampoco me gusta que hables así de ella.

—A ver cómo te lo explico, hermanita. Ni Susana quiere que me case con ella ni yo quiero un compromiso de por vida. Teniendo estos conceptos claros, ¿qué hay de malo en tener una amiga con derecho a roce?

—Pues estoy segura de que aunque Susana no te lo haya dicho, está interesada en ti.

—No, te equivocas. Susana tiene un novio ultramegamillonario que está enamorado de ella hasta los huesos. Creo que son tal para cual. Ella se ve casada una vez que sea famosa y haya salido en algún programa de la tele y con dos niños monísimos que vestirán igual que sus papás. Alguna vez me lo ha dejado caer.

—Dirás lo que quieras, pero te pone ojitos cada vez que os veo juntos.

—Pero si Susana es de ese tipo de niñas que van de modernas pero que al final solo desean casarse. La han educado para eso, para ser una buena esposa y una mejor madre. Estoy seguro de que será la perfecta ama de casa, casada con un hombre de negocios, que celebrará el cumpleaños de sus hijos en un club muy elitista y tendrá una chica para que se ocupe de los niños mientras habla con sus amigas de lo mucho que pasan sus maridos de ellas.

—Eso es un cliché. Y tú lo sabes.

—¿Te acuerdas de aquella obra que fuimos a ver de mi amigo Ángel Lucas, Apartamento en venta? Es cierto que está llena de tópicos y clichés, pero los clichés son clichés y existen. Lo creas o no, es así.

Elena enarcó exageradamente las cejas. No estaba muy convencida de lo que le decía.

—El que está equivocado eres tú. Creo que aún no entiendes a las chicas. Te digo que a Susana le gustas para algo más que para echar un polvo.

Terminé bufando exasperado. No ya solo porque estaba teniendo ese tipo de conversaciones que un hermano nunca tenía con su hermana pequeña, sino porque no me dejaba escuchar el programa de radio.

—¿Y cómo pretendes que os comprenda si vosotras mismas no llegáis a entenderos? Nosotros, por ejemplo, somos más simples que el mecanismo de un botijo.

—Sí, ya. Vosotros venís con un libro de instrucciones debajo del brazo. Yo tampoco os entiendo, la verdad.

Miré la hora. El programa estaba a punto de terminar y quería escuchar las últimas palabras de la locutora. Además, también iba siendo hora de arreglarme. Había quedado con Susana sobre las cinco para ir a Gandía, a una casa que sus padres tenían en la playa.

—Si no te importa, tengo que cambiarme.

Elena se levantó y desde la puerta me dijo:

—Está bien. Te dejo que escuches la radio. Recuerda que mañana por la tarde eres mío.

—Que sí, pesada. Y tú serás mía. Les diré a mis colegas que te saquen a hacer alguna tontería.

—Ni se te ocurra hacerlo, porque te aseguro que soy capaz de poner en Facebook esa foto tuya de cuando eras pequeño y te quedaste dormido en la taza del váter mientras hacías caquita.

Le tiré un cojín a la cara. Mi puntería seguía siendo perfecta.

—Entonces yo tendría que sacar mi artillería pesada y sacar esa foto de cuando tenías cinco años y te estabas comiendo un moco.

—¡Cómo os lo tengo que decir! No me estaba comiendo los mocos.

Solté una carcajada. Entonces Elena me lanzó el cojín, aunque yo fui más rápido que ella y lo esquivé sin problemas.

Esperaba con ansia el poema con el que Lu cerraba su programa. Eran muy pocas las veces que ella hablaba de un poeta que no conociera. Y en esta ocasión, como me había adelantado en el correo que me envió, utilizó un poema de Mario Benedetti que se titulaba Botella al mar:

P

o

n

g

o

e

s

t

o

s

s

e

i

s

v

e

r

s

o

s

e

n

m

i

b

o

t

e

l

l

a

a

l

m

a

r

c

o

n

e

l

s

e

c

r

e

t

o

d

e

s

i

g

n

i

o

d

e

q

u

e

a

l

g

ú

n

d

í

a

l

l

e

g

u

e

a

u

n

a

p

l

a

y

a

c

a

s

i

d

e

s

i

e

r

t

a

y

u

n

n

i

ñ

o

l

a

e

n

c

u

e

n

t

r

e

y

l

a

d

e

s

t

a

p

e

Y terminó diciendo:

—«Porque como decía Pablo Neruda: ”Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños”. Y hasta aquí ha llegado este vuelo en ”Polvo de estrellas en la casita de Lu”. Espero que hayáis disfrutado de este viaje tanto como yo. Si eres uno de los afortunados que encuentran mi botella en el mar, descubrirás algo más que caracolas».

De nuevo, «Polvo de estrellas en la casita de Lu» no me había decepcionado. Me gustaba hacer viajes literarios con esta chica. No me importaría conocerla en persona y ver si me seguía sorprendiendo tanto como lo hacía por la radio.

Aun así, dejé de pensar en ella cuando me metí en el cuarto de baño, me di una ducha rápida y corrí a mi habitación para terminar de vestirme. Algo me decía que esa noche iba a pasármelo bien. Susana me había enviado otras dos fotografías por whatsapp con un conjunto que se había comprado ese día. Desde luego la foto era de lo más sugerente. Me invitaba a quitárselo a bocados, y ¿qué otra opción tenía yo sino hacer realidad sus deseos? Era todo un placer complacerla en ese sentido.

Llegué puntual a la cita. Había quedado con Susana en recogerla en la parada de metro de Joaquín Sorolla, y desde ahí nos iríamos a Gandía. Ella llegó con veinte minutos de retraso. No sé cómo se las apañaba para perder siempre el metro. Llevaba una cesta con lo que cenaríamos esa noche.

—Siento llegar tarde, pero es que en la tienda me han entretenido con varios modelos que quería comprarme. Sé que te gusta el color rojo y deseaba comprarme algo especial.

Me recompensó con un beso largo y muy húmedo. Le acaricié los muslos por debajo de la falda hasta llegar a sus bragas. Ella me apartó la mano.

—Tendrás que esperar un poco más.

Sus labios estaban brillantes y rojos después de nuestros besos.

—¿Y no vas a dejar que pruebe un poco antes? Gandía está muy lejos.

Susana titubeó, pero finalmente negó con la cabeza.

—No, quiero sorprenderte.

—¿Ni siquiera puedo ver ese modelo que te has comprado?

—No. —Se mordió el labio inferior—. Ese aún no te lo he enseñado.

—Está bien, princesa. Podré esperar.

Creo que nunca había conducido tan rápido una vez que nos metimos en la autopista. Si ella tenía ganas de llegar, no lo demostraba. Parecía disfrutar de este juego que nos traíamos.

—¿Sabes?, cuando lleguemos serás tú la que me pida que te quite ese conjunto —la desafié la última vez que me apartó la mano de sus muslos.

—Estás muy seguro de ti mismo. —Soltó una carcajada.

—No me pongas a prueba. Saldrás perdiendo.

—¿De verdad?

—Sí. Aunque me muera por arrancarte la ropa interior, sabré contenerme.

Ella siguió sonriéndome. Casi suspiré de alivio cuando entramos en Gandía. Me fue guiando hasta la playa, y una vez llegamos, me cogió de la mano para entrar en la casa. Susana ni siquiera esperó a cerrar la puerta para rodearme con los brazos el cuello. Me dejé llevar por sus besos cálidos cuando la levanté a pulso y la apoyé contra la pared. Ella se quitó la camiseta.

—¿Qué quieres que haga ahora? —le pregunté en cuanto se quedó en sujetador.

—¿No se te ocurre nada?

—Muchas ideas, pero prefiero que me lo digas tú.

—Eres malo.

Le sonreí.

—Ya te he dicho que al final terminarías pidiéndomelo.

Entonces me susurró al oído lo que tanto deseaba escuchar. Atraje sus labios hacia mí, después le di un pequeño mordisco en el cuello y cumplí sus deseos.

H

a

s

p

a

s

a

d

o

l

a

n

o

c

h

e

c

o

n

e

l

l

a

.

Y

n

o

m

e

d

i

g

a

s

q

u

e

s

o

n

i

m

a

g

i

n

a

c

i

o

n

e

s

m

í

a

s

p

o

r

q

u

e

y

o

s

é

l

o

q

u

e

h

e

v

i

s

t

o

.

H

a

s

e

s

t

a

d

o

c

o

n

e

l

l

a

e

n

G

a

n

d

í

a

y

l

e

h

a

b

r

á

s

h

e

c

h

o

t

o

d

o

l

o

q

u

e

m

e

h

a

c

í

a

s

a

m

í

.

T

e

o

d

i

o

,

t

e

o

d

i

o

m

u

c

h

o

.

N

o

,

n

o

e

s

c

i

e

r

t

o

,

s

a

b

e

s

q

u

e

t

e

q

u

i

e

r

o

m

u

c

h

o

,

p

Ir a la siguiente página

Report Page