Fern

Fern


Capítulo 19

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Fern sintió que su cuerpo se tensaba. Había hecho aquella afirmación porque tenía la certeza de que no habría un vestido apropiado en todo Abilene. En realidad, nunca había considerado tener que enfrentarse a todas esas personas quisquillosas y de aspecto amenazador. No sabía qué haría que se sintiera más incómoda, si sus miradas o el vestido en sí. No podía recordar cómo se sentía una al llevar un vestido. Cómo caminar, cómo sentarse. No tenía ni idea de qué iba a hacer con las manos callosas y agrietadas. Ni siquiera los guantes habían podido protegerlas del duro trabajo de enlazar vacas.

Además, Samantha también estaría allí. Ninguna mujer en su sano juicio querría ser comparada con ella. Fern saldría de su elemento natural para entrar en el mundo en el que Samantha se encontraba más a gusto, el mundo que ella había nacido para dominar.

Si se tratara de un rodeo, todo sería diferente.

Pero Fern no podía perder aquella oportunidad de estar con Madison. Faltaban tres días para el juicio de Hen en Topeka. Sería liberado y todas las acusaciones serían retiradas. Hen quedaría libre. No habría ningún motivo para que Madison se quedara más tiempo en Abilene.

Le dolía pensar que se marcharía. No podía rechazar la oportunidad de pasar unas horas más con él.

—Tú eres mucho más pequeña que yo —dijo Fern—. No habría manera de que un vestido tuyo me quedara bien, ni siquiera aunque le rompieras todas las costuras.

—Éste te quedaría perfecto —rió Rose con algo de timidez, pensó Fern—. Me deprimía tanto verme como una hembra de búfalo que encargué dos vestidos a San Louis y otro a Kansas City. La tienda de San Louis me envió las tallas equivocadas. Si te quedan bien, no tendré que devolverlos.

Fern se tranquilizó. No había manera de que nadie pudiera equivocarse tanto con un vestido para Rose como para que le quedara bien a ella. Pero al mismo tiempo que se sentía aliviada de no tener que ir a la fiesta también lo lamentaba.

Por una vez en la vida le habría gustado divertirse un poco, tener una oportunidad de ser ella misma, no tener que preocuparse por convencer a todo el mundo de que era tan

hombre como cualquiera. Y para ser honesta consigo misma, le habría gustado que un hombre quisiera bailar con ella. No sabía bailar, pero sin duda le encantaría intentarlo.

Pero, sobre todo, le gustaría que alguien pensara que era guapa. Sabía que no lo era. Lo supo desde que tenía 10 años y un chico le dijo que era más fea que un cachorro de bulldog. Ella lo tiró al suelo de un golpe, haciendo que le sangrara la nariz. Lo había hecho más para no llorar que para hacer daño a aquel niño. Pero le había dolido tanto que nunca lo había olvidado.

Nunca había pensado en querer ser guapa hasta que Madison empezó a pasar todo el tiempo con ella, diciéndole que era hermosa y que la amaba. Era culpa de Madison. Todo era culpa suya.

—Ya hemos hablado bastante por esta noche —dijo Rose cuando oyó los pasos de George en el porche—. Mañana tendremos que ver si podemos hacer realidad nuestros deseos. Entretanto, será mejor que no vayas a la granja —sugirió a Fern—. El trabajo con los cerdos no es la mejor manera de prepararse para una fiesta.

* * *

Madison no encontró a Rose en casa. Después de armarse de valor para hablarle acerca de Fern, le irritó que no estuviera allí. Decidió esperar, pero al poco tiempo se cansó de su propia compañía. Salió al porche, y luego al jardín trasero, donde encontró a William Henry jugando a la sombra de un álamo. No se veía a Ed por ningún lado.

William Henry había construido una cabaña con troncos verdaderos. También había un corral hecho de palos diminutos con muescas para que encajaran las barras. En el corral había cerca de una docena de caballos y vacas tallados en madera. Tres vaqueros a caballo patrullaban los alrededores, al parecer para defender la granja de los cuatreros.

—Esa granja tiene una pinta estupenda —comentó Madison mientras William Henry hacía que uno de los jinetes recorriera el corral al galope—. ¿Te la compró tu padre?

—No —contestó William Henry sin apartar la mirada de su juego—. El tío Salino me la hizo. Y me está haciendo otras mientras estamos lejos de casa.

El primer jinete completó su vuelta alrededor del corral. William Henry escogió otro y empezó un segundo recorrido.

—¿Tiene nombre el jinete? —le preguntó Madison.

—Este es el tío Monty.

Levantó el muñeco para que Madison pudiera verlo bien.

—¿Ves? Está poniendo mala cara.

—¿Por qué? ¿Han robado una de sus vacas?

—No. Esa chica lo ha estado molestando de nuevo. Al tío Monty no le gustan las chicas. Dice que causan demasiados problemas.

Madison pensó que su hermano y él podrían coincidir en algo después de todo. No cabía duda de que Fern había vuelto su vida patas arriba.

—¿Quién es el otro jinete? —le preguntó Madison.

—Este es papá —contestó William Henry, enseñándole el muñeco más grande—. Y éste es el tío Hen. A él tampoco le gustan las chicas.

—Menos mal que a tu papá sí le gustan las chicas.

—A papá tampoco le gustan —afirmó William Henry categóricamente—. Sólo le gusta mamá.

—A mí también me cae bien tu mamá —dijo Madison, intentando ocultar una sonrisa.

—A todo el mundo le cae bien mamá —aseveró William Henry—. Ella nunca causa problemas. Lo arregla todo.

Esas pocas palabras describían a la mujer con la que Madison había esperado casarse. Eran la descripción de Samantha. Pero se había enamorado de Fern, la mayor catástrofe natural al oeste del Mississippi.

—Supongo que no todas las chicas pueden ser como tu mamá.

—El tío Monty dice que meterse con Iris es peor que perseguir a un novillo. El tío dice que Iris debería ser deportada o encerrada donde no pudiera molestar a nadie.

Madison se rió ante la ocurrencia de su sobrino.

—¿De dónde es ella?

William Henry miró alrededor. Luego, acercándose a Madison, le susurró al oído:

—El tío Monty dice que es del infierno —y se rió con picardía—. Mamá me prohibió decir esa palabra, pero el tío Monty la dice todo el tiempo. Mamá asegura que un rayo alcanzará al tío Monty, pero papá dice que los rayos no perderían el tiempo de esa manera.

Madison sabía que no debía dar alas al crío, pero por primera vez sentía cariño por su sobrino. Nunca le habían interesado los niños, pero William Henry era diferente. Tal vez porque era el hijo de George, sangre de su sangre. Tal vez porque veía en él al niño que había sido antes de que la brutalidad de su padre destruyera su inocente fe en el mundo.

Quizá veía en él al hijo que podía tener con Fern.

Fuera lo que fuera lo que le había llegado al alma, ya no necesitaba hablar con Rose. Sabía lo que quería y también cómo conseguirlo. Pero había añadido un nuevo punto a su lista. Quería un hijo como William Henry. Quería contribuir a traer al mundo una generación de Randolph para la cual formar parte de una familia fuera lo más importante y lo más gratificante de la vida.

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