Fern

Fern


Capítulo 22

Página 38 de 48

—Bueno, lo he hecho de corazón —aseguró la señora Abbot—. De todas formas la señora Randolph se va a desilusionar. Te tiene mucho cariño.

—Yo también le tengo cariño —dijo Fern—, pero hay ciertas cosas que no pueden ser.

Las lágrimas estaban ya a punto de asfixiarla, así que corrió hacia la puerta. Se negaba a llorar frente a la señora Abbot o a cualquier otra persona. Este era su acto de locura particular. Superaría esta situación a su manera.

El viaje a la granja fue solitario. No sintió la misma hospitalidad que tanto apreciaba cuando estaba en la pradera, no sintió la libertad de espíritu de la que tanto había disfrutado. Aunque no quisiera reconocerlo, había dejado su corazón en Abilene, y no estaba segura de poder recuperarlo algún día.

* * *

Madison no encontraba a Fern en ninguna parte. Además de echarla de menos, tenía muchas cosas que decirle. Samantha se había ofrecido a ayudarla a entrar en la sociedad de Boston. De hecho, le había propuesto que Fern viviera con ella y con Freddy hasta que se sintiera lo suficientemente cómoda para ocuparse de su propia casa. Para una mujer como Fern, intentar formar parte de la sociedad bostoniana seguramente sería conflictivo y descorazonador. Madison quería hacer todo lo que estuviera a su alcance para facilitarle las cosas.

—Si está buscando a la joven dama —le dijo Sam Belton—, estuvo preguntando por usted hace un rato. Le dije que lo había visto dirigirse hacia el pasillo.

—¿Sabe si ya se ha marchado?

—No creo que lo haya hecho.

Madison no podía imaginar qué estaría haciendo Fern sola en uno de los salones. Quizá no estaba sola. Sintió celos. No quería pensar en que pudiera estar con un hombre, ni siquiera con Freddy. Mucho menos con Freddy. Alargó el paso al tiempo que intentó abrirse camino con impaciencia entre el gentío.

No saludó a ninguna de las personas que le hablaron. Ni si quiera las oyó. Había puesto toda su atención en encontrar a Fern.

No la vio en ninguno de los salones. Todos estaban vacíos. ¿Adónde podía haber ido? No había otro lugar. Oyó a las mujeres haciendo ruido en la cocina. Quizá ellas conocieran algún otro salón. Empujó la puerta para entrar.

—Estoy buscando a una invitada que ha venido en esta dirección —dijo a las mujeres allí congregadas—. No está en ninguno de los salones. ¿Hay algún otro lugar adonde pueda haber ido?

—¿Se refiere usted a una mujer guapa que llevaba un vestido de color amarillo fuerte?

—Seguro que es guapa —dijo otra mujer mientras daba un codazo indiscreto a su amiga—. Un hombre como él no saldría con una mujer fea.

Madison no quiso sonreír.

—Muy guapa, sí, y llevaba un vestido de color amarillo muy fuerte —confirmó él.

—Pasó corriendo por aquí hace unos veinte minutos. Salió al jardín. No sé adonde se dirigió después.

Madison empezó a preocuparse. Algo había sucedido. La última vez que vio a Fern parecía estar divirtiéndose. No la habría dejado sola si hubiera pensado que no lo estaba pasando bien.

No había ni rastro de Fern allí fuera, pero tampoco esperaba que lo hubiese. Ella no saldría de la casa para ir a pasear por el jardín. Algo le habría disgustado. Al no encontrarlo, se habría ido corriendo. No se detuvo a pensar por qué no buscó a Rose. Se había acostumbrado tanto a servirle de consuelo, a estar a su lado casi todo el tiempo, que ni siquiera consideró la posibilidad de que hubiera buscado a alguien más.

¿Por qué habría de hacerlo? Él era el hombre al que amaba. Era el hombre con el que se iba a casar. El que quería llevarla a Boston y darle todo lo que se puede comprar con dinero. El que iba a pasar el resto de su vida intentando compensar las cosas terribles que le habían sucedido en los últimos veinte años. Era natural que fuera a buscarlo a él.

¿Por qué no lo había hecho?

Cuando se dio cuenta de que su calesa no estaba, realmente empezó a preocuparse.

* * *

—No dijo por qué se marchaba —le indicó la señora Abbot—. No dio ninguna explicación. Simplemente entró corriendo, cogió casi todas sus cosas y volvió a salir. Pero no sin antes romper ese vestido. Aunque yo intente arreglarlo, nunca podrá volver a ponérselo.

Cuando Madison vio el vestido, supo que Fern estaba más que disgustada, estaba furiosa.

Él también se puso furioso. No sabía quién la había ofendido, no tenía ni idea de qué le habían dicho o hecho, pero se ocuparía de que quienquiera que fuese lo pensara dos veces antes de volver a hacer algo a Fern. Ya era hora de que la gente supiera que ahora contaba con un hombre que estaba dispuesto a defenderla. De hecho, estaba dispuesto a enfrentarse con cualquier persona para protegerla.

—Me pidió que le dijera que haría que le trajeran la calesa por la mañana —dijo la señora Abbot.

—No se preocupe. Pienso ir a la granja enseguida. Yo mismo la traeré. Y también traeré a Fern de regreso.

* * *

El viaje no le sirvió a Fern para tratar de calmarse. Todo lo contrario. Cuando terminó de acomodar el caballo y guardarlo en la caballeriza, estaba incluso más nerviosa. Todo le recordaba a Madison. Su caballo, su calesa, el granero, la casa. Estaba rodeada de él. Sintió que se estaba asfixiando.

Pero no tenía ningún otro lugar adonde ir, al menos esa noche. Tal vez podría vender la granja o quemar la casa y el granero. Sonaba como un despilfarro absurdo, pero en aquel instante estaba dispuesta a hacer cualquier cosa que desterrara de su vida toda influencia de él. No creía que pudiera seguir respirando mientras el aire mismo estuviera contaminado con lo que él le había dado.

Mientras cruzaba indignada el jardín para llegar a la casa, cayó en la cuenta de que las únicas cosas que tenía que no le había dado Madison eran la ropa que llevaba puesta, once gallinas, cuatro cerdos y una vaca. Incluso el hato, gracias a las bromas que había hecho respecto a los novillos, había sido contaminado por él.

Entró en la casa y cerró de un portazo. Recordó el momento en el que pensó que aquella casa que él le había comprado era la cosa más maravillosa que alguien jamás hubiera hecho por ella. Sin embargo, ahora tenía la sensación de que era una prisión.

No podía quedarse allí. Al menos no esa noche. Se quedaría hasta mañana en el rancho Connor. Era posible que Madison la siguiera, pero nunca pensaría buscarla en aquel lugar.

¿La seguiría Madison? Qué tonta era. Acababa de decirse a sí misma que se sentía en una prisión y que él lo había contaminado todo. ¿A qué se debían esos pensamientos? Pero él no iría detrás de ella. Estaba segura de ello, aunque tampoco serviría de nada que lo hiciera. Quizá realmente había pensado que la amaba —la gente hacía cosas aún más absurdas—, pero la llegada de Samantha le había devuelto el sentido común. Se confundió de nuevo cuando la vio vestida con aquel traje de fiesta, tal vez gracias al impacto de descubrir que de verdad era guapa.

Como quiera que fuera, se había repuesto de esa conmoción a tiempo para darse cuenta de que amaba a Samantha. Y a ella le parecía bien. Fern no quería estar con un hombre que no la amara. No se permitiría soñar con un hombre que quería a otra.

Cogió una manta y una almohada y las tiró junto a la puerta. Estaba buscando unas sábanas cuando oyó ruido de cascos.

Se quedó paralizada. Madison la había seguido. ¿Qué iba a hacer ahora?

Ir a la siguiente página

Report Page