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Libro Segundo: Bailando con muertos » Doce

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DOCE

—¿George?

—¿Sí? —No levanté la mirada. Editar los comentarios del gobernador Tate para elaborar una entrevista coherente era sencillo, sobre todo porque no estaba obligándome a mí misma a ser imparcial. Yo no le gustaba nada, así que no había ningún motivo para disimular que el sentimiento era recíproco. Dar una forma legible al conjunto del material recopilado me llevó menos de un cuarto de hora, y rápidamente los índices de audiencia se situaron en unas cifras satisfactorias. Lo que estaba robándome tiempo, en cambio, eran los archivos complementarios. No sólo tenía que zambullirme en un montón de fotografías y vídeos, sino que también el extraordinario número de chismorreos y rumores relacionados con el gobernador rozaban lo inabarcable. La organización de la convención estaba a punto de dar los resultados de las votaciones, en menos de una hora tendríamos un candidato oficial del partido, y yo ni mucho menos había acabado mi trabajo.

—En serio, George, ven.

—¿Qué pasa?

—Hay aquí un hombre.

Entonces levanté la vista, bizqueando cegada por el resplandor que se colaba por la puerta abierta de la habitación antes de ponerme las gafas de sol. La estancia se oscureció y adquirió unos relajantes tonos monocromos. Todo aquel que disfruta con los colores es que no ha sufrido las migrañas que provoca el Kellis-Amberlee.

—¿Quieres intentarlo otra vez? Porque casi has dicho algo y me da que quizá quieras hacer más ininteligible tu verborrea. Ya sabes, sólo por echarnos unas risas.

—Dice que tú le has invitado. —Shaun se inclinó hacia delante y en sus labios se dibujó una sonrisita irónica. Continuó en un tono adulador—: ¿Necesitas calmar los nervios de la noche electoral? Es decir, no es que sea monstruoso, aunque no creía que los granjeros musculitos fueran tu tipo…

—Espera. ¿Rubio pajizo, de tu estatura más o menos, ojos azules, mayor que nosotros y con pinta de mosquita muerta?

—O de cualquier insecto muerto —confirmó Shaun, entornando los ojos—. ¿Estás diciéndome que de verdad lo has invitado aquí?

—Es un desertor del grupo de periodistas que cubren la campaña de Wagman. La congresista abandona, y él nos trae todo el material que ha recopilado acompañándola. A cambio se quedará con nosotros hasta que la campaña del senador Ryman llegue a su fin.

Shaun enarcó las cejas.

—¿Material de dominio público?

—De serlo no lo utilizaría para negociar con nosotros. ¡Buffy! —Guardé los cambios en el documento que estaba editando y me levanté con la mirada dirigida hacia el armario que nuestra ficcionista residente había habilitado como despacho privado. La puerta crujió al abrirse y Buffy asomó la cabeza—. Búscame todos los archivos personales que puedas conseguir de los periodistas que han cubierto la campaña de la congresista Wagman y sal aquí fuera. Tenemos que hacer una entrevista.

—¡Vale! —respondió, y volvió a perderse en el interior del armario. Mi ordenador emitió unos pitiditos sólo unos segundos después para avisarme de que había recibido los archivos que había solicitado. Si una cosa tenemos es que somos tremendamente eficientes.

—Genial. —Me volví a Shaun—. Averigüemos de una vez si estamos perdiendo el tiempo con este tipo. Tráelo.

—Tus deseos son órdenes —dijo Shaun, dando media vuelta y cerrando la puerta a su espalda.

Buffy emergió del armario y se sentó a mi lado. Se había peinado el cabello hacia atrás y se lo había recogido en una coleta no demasiado apretada; llevaba puesta una camisa azul que seguro que pertenecía a Chuck. Su aspecto reflejaba tanta profesionalidad como la de una vulgar quinceañera, lo cual suponía una prueba perfecta para el entrevistado, pues si el tipo no era capaz de desenvolverse en nuestro entorno natural de trabajo era que en realidad no quería trabajar con nosotros.

—¿Estás planteándote en serio contratar a este tipo? —preguntó Buffy.

—Depende de lo que tenga y de sus referencias —respondí. Ella asintió con la cabeza.

—Me parece bien.

La posible continuación de la conversación se vio interrumpida por la puerta al abrirse. Shaun entró en la habitación desde la sala de prensa seguido por el individuo, que traía bajo el brazo un sobre sellado que me lanzó en cuanto cruzó la puerta. Lo cacé al vuelo y guardé silencio unos instantes, con una ceja enarcada. Buffy se incorporó ligeramente en la silla con toda su atención puesta en el recién llegado.

—Ahí está todo —dijo el excolaborador de Wagman—. Vídeos, documentos en papel y archivos de datos. Seis meses de seguimiento de la congresista más otros pormenores, y los tratos que ha hecho antes de abandonar. Esta noche vuestro muchacho será confirmado como candidato gracias, en parte, a la cantidad de votos que Wagman le ha prometido.

—Dudo que ella pueda desequilibrar las votaciones —repuse. Entregué el sobre a Buffy—. Échale un vistazo a ver si encuentras algo que podamos utilizar.

—Entendido. —Se levantó y permaneció unos instantes inmóvil y en silencio. Dirigió una sonrisa estudiada y pícara al recién llegado—. Oye, Rick, pareces agobiado y desesperado.

El recién llegado, Rick, le respondió con una sonrisa que parecía considerablemente más sincera y que, pensé yo, expresaba cierto alivio.

—Ya, Buffy. Por tu parte, parece que sigues con la costumbre de ponerte la ropa de tus novios. Espero que esta vez estés con un católico.

—Eso queda entre mis oraciones y yo —replicó, lanzándole un beso.

Me volví a Rick y me bajé las gafas hasta la punta de la nariz para evitar las dudas sobre la ambigüedad de mi expresión.

—Intuyo que ya os conocéis.

—No, simplemente es que llamo Buffy a todas las rubias desconocidas. Te sorprendería saber la de veces que acierto. —Me tendió la mano. Buffy refunfuñó, claramente divertida, y se retiró a su armario.

Ya tendría tiempo luego para seguir indagando en ese tema.

—En fin, conoces a nuestra Accionista y sé que sabes quién soy yo. ¿Te importa si igualamos las cosas? —Acepté su mano y se la estreché.

Me la apretó con firmeza, aunque sin excesiva presión.

—Richard Cousins… Rick para los amigos. Reportero, actualmente sin afiliar, aunque espero que arreglemos pronto esa situación. Pueden consultarse mis inclinaciones en Temas de Conversación y La Pura Verdad.

—¡Vaya! —exclamé, soltándole la mano. Temas de Conversación y La Pura Verdad son dos de las mayores bases de datos de la comunidad bloguera. Cualquiera puede registrar sus preferencias en ellas y conseguir un certificado. Aun así su relación señal/ruido es sorprendentemente buena, en gran medida debido a la regularidad con la que realizan sus propios controles en busca de personas que por un lado afirman poseer ciertas preferencias mientras que por el otro defienden las contrarias—. ¿Clase de la licencia?

—A-15. Fue una exigencia de Wagman cuando le dio por imitar a vuestro muchacho. —Sacó una unidad de memoria extraíble de debajo de la chaqueta—. Aquí tenéis mi currículum con los enlaces, junto con mi historial médico actualizado y los resultados de los análisis de sangre.

—Fantástico. —Introduje el dispositivo en la ranura de mi ordenador y enseguida mi pantalla se llenó de archivos. Los miré un poco por encima mientras extraía la unidad de memoria y se la devolvía a Rick.

—Tus artículos más antiguos son sólo de hace dos años, y ¿ya trabajas con una licencia de clase A-15? No sé si decirte que me parece impresionante o simplemente un suicidio.

—Voto por «soborno al comité de licencias» —apuntó Shaun.

—De hecho… —empezó a decir Rick.

—Abre el archivo de las publicaciones de prensa escrita —dijo Buffy, emergiendo del armario—. Eso lo explicará todo, ¿verdad, Ricky?

—¿Prensa escrita? —Las cejas de Shaun se levantaron súbitamente—. ¿Te refieres a revistas y cosas de ésas?

—Más bien a periódicos —respondió Buffy con los ojos clavados en Rick. No tuve más remedio que reconocer que el chico estaba aguantando el acoso con elegancia y sin amilanarse—. Por eso es el chico de oro de la vieja escuela.

—Periódicos —repetí, sin poder creerlo, y pasé a la siguiente página de su informe. El resto de sus referencias llenaron la pantalla. Me ceñí de nuevo las gafas para ocultar mi mirada de sorpresa—. Aquí está… Buffy tiene razón. Redactor en el Saint Paul Herald durante cinco años. Periodista de campo del Minnesota News durante tres años. Pero ¿cuántos años tienes?

—Mi licencia para los medios virtuales se procesó completamente hace año y medio. Entré en el equipo de Wagman con todo en regla —dijo Rick, y añadió—: Y tengo treinta y cuatro años.

—¿Qué significa con todo en regla? ¿Que estuviste esperando a que la congresista se diera cuenta de que Ryman había tenido una idea brillante para subirte al carro? —preguntó Buffy en un tono afable.

—Está bien, basta ya. —Me quité las gafas y miré alternativamente a Buffy y a Rick—. ¿Qué pasa entre vosotros?

—Richard Rick Cousins, reportero, declaró sus preferencias por el ala izquierdista del Partido Demócrata sin cruzar la barrera de la psicosis; es un escritor serio, buen creador de titulares, aunque no demasiado inclinado a utilizar imágenes, y el cabrón me derrotó en un concurso de redacción de ensayos hace seis años —dijo Buffy.

—No puedes echarme eso en cara —protestó Rick—. No era una competición para adolescentes, y tú tenías dieciséis años.

—Puedo echarte en cara lo que me dé la gana —replicó Buffy, fulminándolo con la mirada, aunque rápidamente se dibujó una amplia sonrisa en su rostro—. No me dijiste que eran de Rick los documentos que querías que examinara, Georgia. Por fin buscando una historia real, ¿eh, pervertido oportunista?

—No te des aires, Buffy. Nada de lo que tú tengas entre manos será nunca una historia real —espetó Rick.

Shaun y yo nos miramos.

—¿Crees que se conocen? —me preguntó mi hermano.

—Presiento que sí. ¿Buffy?

Buffy me lanzó una mirada fugaz, como si no le apeteciera dar explicaciones. Se encogió de hombros.

—Después de que Rick me ganara en ese concurso empezamos a escribir juntos. Es un tío bastante guay cuando te olvidas de que es más viejo que el amanecer de los tiempos.

—Me tomaré ese comentario con la consideración que se merece —dijo Rick—. Sobre todo proviniendo de alguien que sostiene que Edgar Allan Poe es una figura relevante para la sociedad.

Buffy resopló.

—De acuerdo. Entonces os conocéis —concluí—. ¿Qué tal lo que nos ofrece? ¿Lo contratamos?

—Tiene buenos vídeos de Wagman de los últimos seis meses —respondió Buffy—, un par de entrevistas exclusivas y un montón de grabaciones de las llamadas de renuncia que ha realizado su director de candidatura.

Me volví perpleja a Rick.

Él me miró sonriente.

—No me dijo que dejara de grabar.

—Si me interesaran los tíos te plantaría un beso ahora mismo —soltó Shaun—. George, en el idioma de los reporteros, ¿cómo se traduce eso en índices de audiencia?

—Para empezar subirían un tres por ciento, más aún si sabe escribir y es capaz de conservar a sus lectores. Rick, podemos ofrecerte un puesto como redactor beta. Podrás firmar los artículos con tu nombre, pero todo lo que escribas pasará por mis manos o por las de mi segundo, Mahir Gowda. No tendrás acceso directo al senador. Si Ryman no sale nominado candidato, tu contrato tendrá una vigencia de seis meses. Te mandaré por correo electrónico todo el papeleo.

—¿Y si sale nominado?

—¿Cómo?

—Si sale nominado, que lo hará, ¿qué saco yo? —Sonreí.

—Sacas que te quedarás con nosotros hasta el final o hasta que te eche a la calle de una patada en el culo. Lo primero que ocurra.

—Me parece aceptable.

Me tendió una mano y yo se la estreché.

—Bienvenido a Tras el Final de los Tiempos.

Shaun le soltó una palmadita en la espalda antes de que Rick tuviera tiempo de esquivarla.

—¡Más testosterona en el equipo de la campaña! ¡Hombres! ¿Qué opinas de apalear muertos?

—Que es una buena manera de conseguir audiencia y suicidarse al mismo tiempo —respondió Rick.

Resoplé.

—Está bien. Puedes quedarte —le dije.

Llamaron a la puerta, que se abrió antes de que ninguno de nosotros tuviera tiempo de reaccionar, y Steve entró en la habitación con las gafas de sol ocultándole buena parte de la expresión del rostro. Me puse en pie.

—¿Es la hora? —pregunté.

Steve hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

—El senador me ha pedido que me asegure de que estáis preparados.

—Muy bien. Gracias, Steve. —Agarré mi mochila y me dirigí a nuestra reciente adquisición haciéndole un gesto con el dedo para que me acompañara—. Rick, vente conmigo. Nosotros haremos el trabajo de campo. Buffy, te necesito aquí para que te encargues de los ordenadores. Ponte en contacto con mis betas e indícales que empezaremos las emisiones en directo dentro de diez minutos y que tienen que estar listos para realizar la criba y demás tonterías de todo lo que les llegue del salón de actos.

—¿Enfoque editorial?

—Sólo los hechos, nada de opiniones hasta que yo me conecte y empiece a marcar la línea. —Mientras hablaba iba comprobando mi equipo moviendo las manos como una autómata. La batería de la grabadora estaba completamente cargada y el indicador de mi reloj informaba de que todas las cámaras estaban operando a un mínimo del setenta por ciento—. Despierta a Mahir, y sí, sé la hora que es en Londres, pero necesito a alguien realmente en su sano juicio para que elimine los comentarios molestos. Shaun…

—En el exterior del centro de convenciones con mi monopatín y mi bastón de hockey, ojo avizor por si los manifestantes y los piquetes intentan algo de lo que valga la pena informar —se me adelantó mi hermano, haciendo un afable saludo militar—. Conozco mis puntos fuertes.

—Diviértete, pero no hagas que te maten —respondí, dando media vuelta para ir hacia la puerta. Steve se apartó para dejarme pasar y me lanzó una mirada de soslayo cuando Rick salió detrás de mí—. No pasa nada, Steve. Está en el equipo.

—Les ha gustado mi voltereta hacia atrás —dijo Rick, levantando la cabeza para mirar a Steve a los ojos; realmente tuvo que levantarla mucho—. Eres altísimo.

—Sin duda sólo puedes ser periodista —dijo Steve. Cerró la puerta a nuestra espalda, y dejó a Shaun y Buffy en el interior de la habitación.

El centro de convenciones ya estaba lleno hacía un rato, pero comparado con la casa de locos que nos recibió en ese momento mientras nos dirigíamos al salón de actos principal, lo de antes había sido un mausoleo. Había gente por todas partes, desde miembros de los equipos de las distintas candidaturas hasta guardias de seguridad de empresas privadas, pasando por familiares de los políticos y periodistas, que de alguna manera se las habían arreglado para salir de la zona de prensa e internarse en la selva del salón. Estos no tardarían en mostrar los colmillos y empezar a inventar escándalos en busca de audiencia.

Rick se incorporó al bullicio con la calma de un profesional, y no se separó de mí mientras yo seguía el camino despejado que Steve iba dejando a su paso. Rick tampoco parecía tener ningún problema en recibir órdenes de una mujer diez años más joven que él; eso puede ser un problema para algunos de los tipos que intentan dar el salto de los medios de comunicación tradicionales al mundo bloguero. No es que quieran arrastrar sus prejuicios cuando hacen la transición, pero hay cosas de las que cuesta más desprenderse que de la adicción que crea ver tus artículos impresos en papel. Si Rick seguía obedeciéndome como había hecho hasta el momento, las cosas funcionarían.

Steve torció y se metió por los pasillos del fondo; luego nos condujo a través de la estridente algarabía del auditorio, donde políticos y espectadores de todas las edades, razas y credos se habían reunido para el solemne ejercicio de gritar a pleno pulmón siempre que les parecía que alguno de los futuros candidatos posaba fugazmente la mirada en ellos. Un porcentaje satisfactorio de la muchedumbre lucía chapas en las que podía leerse «Ryman presidente». Un grupo de jovencitas, sin lugar a dudas pertenecientes a alguna hermandad universitaria y vestidas con camisetas ceñidas, se habían encaramado a una barandilla, y sus gritos se elevaban por encima del barullo del proceso político.

Le di un codazo a Rick y le señalé las chicas.

—¿Te has fijado en las camisetas?

Rick se volvió hacia ellas y entrecerró los ojos.

—¿«Ryman a mandar»? ¿A quién se le ocurren estas cosas?

—De hecho, a Shaun. Tiene un oído increíble para las frases pegadizas. —Me di unos golpecitos en la anilla de la oreja auricular—. Buffy, estamos dentro. ¿Qué tal te llega mi señal?

—Alta y clara. Oh, gloriosa grabadora de imágenes confusas, intenta buscar un sitio despejado. Sólo recibo señal del cincuenta por ciento de las cámaras fijas.

—¿Te refieres a las cámaras fijas del propio centro de convenciones que se instalaron como medida de seguridad? ¿Las que se supone que son infalibles?

—Esas mismas; sólo podré utilizarlas para imágenes panorámicas. Las cadenas de televisión han situado en las paredes cámaras protegidas con un código que no consigo descifrar, ¡así que consigue buen material!

—Sí, señora —respondí.

—Buffy corta.

La conexión finalizó y me volví a Steve.

—¿Dónde nos ponemos?

—La señora Ryman ha dicho que puedes sentarte con ella detrás del estrado o quedarte aquí fuera grabando a la multitud —respondió Steve—. De todas formas tengo que volver allí. Van a empezar.

—Entendido. —Me quedé mirando a Rick mientras me desabrochaba el artefacto de grabación de la muñeca izquierda—. Llévate esto. Tiene tres cámaras que envían imágenes directamente a Buffy en el armario… sólo tienes que levantarla, las lentes tienen autofoco.

Cogió la muñequera con los dispositivos de grabación y se ajustó la cinta de velero alrededor de la muñeca.

—¿Estarás detrás?

—Sí. Nos reuniremos en la oficina cuando la multitud se disperse, y ya veremos que hacemos a partir de ahí. —Las imágenes que obtendría desde detrás del estrado no serían tan sensacionalistas, pero reflejarían una realidad más íntima, y ese tipo de cosas tienen una perdurabilidad de la que carecen las imágenes de muchedumbres. Atraparíamos lectores con las estridencias y los mantendríamos con el silencio. Además, se me presentaba una buena oportunidad para comprobar el comportamiento de Rick en una situación real. El término «periodo de prueba» no significa demasiado en el mundo de los medios de comunicación. O valía o no valía, y esa noche se vería.

—De acuerdo. —Dio media vuelta y fue hacia el escenario con el brazo levantado para proporcionar una mejor perspectiva a las cámaras. Contenta porque no parecía que Rick fuera a hacer el tonto, seguí a Steve por el borde de la sala en dirección a la zona oculta tras unas cortinas en el fondo del escenario.

Nadie pensaría que una cortinita de lona podía separar dos mundos tan distintos. La mayoría de las cortinitas de lona no tienen detrás un servicio privado de seguridad que podría aplastar una invasión a gran escala. Los hombres apostados en la entrada miraron de arriba abajo nuestras credenciales, pero no se molestaron en detenernos ni en pedirnos análisis de sangre, pues una vez tan adentrados en el centro de convenciones, si no estábamos limpios, significaba que todos estábamos muertos ya. Así que simplemente continuamos nuestro camino, dejando atrás el caos e introduciéndonos en el tranquilo refugio del otro lado de la cortinita.

Hace mucho mucho tiempo, los resultados de los procesos electorales se conocían antes de que se anunciaran al público. Introducidas las mejoras necesarias en la seguridad y con el incremento en el número de delegados que optaban por el voto a distancia, durante los últimos veinte años eso ha cambiado. Hoy en día nadie sabe quién va a ser nombrado candidato hasta que se produce el anuncio. Podríamos denominarlo un esfuerzo equivocado para devolver el dramatismo a un proceso que con el paso de los años ha ido convirtiéndose en un producto preparado de antemano. La telerrealidad en su máxima expresión.

Emily y Peter Ryman estaban sentados en un par de sillas plegables cerca del escenario. Él le tenía cogidas ambas manos con la suya izquierda mientras miraban juntos el monitor por el que iban desfilando los resultados actualizados. David Tate rondaba no muy lejos de ellos, y me lanzó una mirada envenenada en cuanto me vio aparecer.

—Señorita Mason —dijo dirigiéndose a mí—. ¿Buscando más basura para sacarla a la luz?

—De hecho, señor gobernador, estaba buscando más hechos de los que informar —repliqué, y continué mi camino en dirección a los Ryman—. Senador, señora Ryman, ¿están preparados para oír los resultados?

—No preguntes por quién doblan las campanas, Georgia —respondió el senador con gravedad. Luego rompió a reír y soltó las manos de su esposa para levantarse y estrechar la mía.

—Cualquiera que sea el resultado, quiero daros las gracias a ti y a tu equipo. Quizá no hayáis cambiado el rumbo de la campaña, pero sin duda la habéis hecho mucho más divertida para todos los miembros de mi candidatura.

—Gracias, senador. Es agradable oírselo decir.

—Peter se tomará unas semanas de descanso, pero después tenéis que venir los tres a visitar la granja, y no acepto un no por respuesta —dijo Emily—. Sé que a las niñas les encantará conoceros. Rebecca adora especialmente tus artículos, Georgia. Para ellas sería un auténtico placer.

—Será un honor. Pero no planeemos todavía las vacaciones del senador.

—Nada más lejos de mi intención —repuso el candidato Ryman, lanzando una mirada al gobernador Tate. La mirada que le devolvió su contrincante no fue precisamente amistosa—. Creo que vamos a ir hasta el final.

Sonó una campana que pareció enfatizar sus palabras, y se hizo el silencio en el salón. Retrocedí levantando la barbilla para mejorar el ángulo de la cámara que llevaba en el cuello de la camisa.

—Veamos si estaba hablando en serio, senador —dije.

—¡Y ahora, el hombre del momento del Partido Republicano y el próximo presidente de nuestros maravillosos Estados Unidos de América, el senador de Wisconsin, Peter Ryman! ¡Senador Ryman, acérquese a saludar al pueblo! —anunció por los altavoces la voz estridente de un famosillo de tercera que había pasado de protagonizar telecomedias estúpidas a locutor de convenciones.

El clamor fue ensordecedor. Emily soltó un chillido que sólo en parte era de sorpresa, le echó los brazos al cuello a su marido y lo besó en ambas mejillas mientras él la abrazaba y la levantaba del suelo.

—Bueno, Em —le dijo él—. Contentemos al pueblo.

Ella asintió con la cabeza, sonriente, y el senador se adentró en el escenario con su esposa detrás. El volumen de la ovación se multiplicó. Algunas de las personas del público estarían sin voz al día siguiente, pero en ese momento a ninguno de ellos les importaba.

Tate, con el rostro inexpresivo, permaneció inmóvil. Antes de dirigirme a la salida del escenario, todavía con la cámara grabando, me entretuve para captar la reacción del hombre que acababa de ver cómo se hacían añicos sus sueños.

—¡Vamos, Pete! —mascullé, incapaz de contener la sonrisa. Había conseguido el nombramiento como candidato y ahí estaba nuestro hombre, en el escenario, aceptando el nombramiento.

Nos lanzábamos a la carretera.

Mi anilla de la oreja emitió los tres pitidos que indicaban la petición de una comunicación urgente. Respondí mientras me alejaba del tumulto.

—¿Shaun, qué…?

La voz de Buffy me interrumpió. Sonaba seria, con un tono tan frío que al principio no la reconocí.

—Georgia, ha habido un brote en el rancho. Me quedé helada.

—¿En qué rancho?

—En el rancho de los Ryman. Aparece en todos los blogs; hablan de ello en todas partes. Se cree que un caballo ha sufrido una conversión espontánea. Nadie sabe el motivo y todavía están examinando las cenizas y acordonando el perímetro. Se desconoce dónde… dónde… ¡Oh, Georgia, las hijas estaban allí cuando saltó la alarma y nadie sabe…!

Lentamente, como en un sueño, me volví hacia el centro del escenario. Buffy seguía hablando, pero ya no importaba lo que decía. El senador había aceptado formalmente el nombramiento y estaba plantado allí encima, sonriente, tomado del brazo de su bella esposa, saludando con la mano a la multitud que lo había elegido para enarbolar su estandarte hacia el puesto más importante de la nación. Parecían las personas más felices del mundo. Personas que nunca habían sabido lo que era una auténtica tragedia. Que Dios los ayudara, porque estaban a punto de saberlo.

—¿… sigues ahí? Mahir está intentando controlar los foros, pero necesita ayuda, y te necesitamos para filtrar las noticias válidas sobre todo este asunto…

—Dile a Mahir que se pongan en contacto con Casey, de Los Medios de Comunicación al Desnudo, y prepara una serie de artículos sobre la situación del rancho a partir únicamente de los hechos. Dile que adelantaremos la publicación de mi entrevista con el candidato —respondí en un tono apagado—. Despierta a Alaric y que se ponga a trabajar con Mahir hasta que Rick acabe aquí, luego envíamelo. ¿No quería sumarse a la fiesta? Bueno, pues ya tiene su invitación.

—¿Qué vas a hacer tú?

Emily Ryman estaba riendo con las manos entrelazadas. No tenía ni idea de lo que estaba ocurriendo.

—Me quedo aquí para informar de la noticia —respondí con gravedad.

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