Faith

Faith


Capítulo 15

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Mis músculos se tensaron y eché atrás mis hombros. Sentía mariposas en el estómago, pero lo ignoré. No importaba que nunca antes había hecho tantas cosas por mí misma como ahora.

Respire profundamente y saqué el aire. Podía hacerlo. Al final, todo sería maravilloso. Me di ánimos asintiendo con mi cabeza, antes de darme cuenta de que cualquiera que me viera podría pensar que yo era rara.

El primer paso era el horno. Recolecté un poco de paja de la cocina y la llevé conmigo afuera. Este horno era totalmente diferente a aquellos a los que yo estaba acostumbrada. ¿Cómo se usaba éste exactamente?

La estructura con forma de colmena era tan alta como yo y tenía una puerta al frente, pero no estaba anexada a una estufa. No había parrillas o algo más dentro, sólo una superficie plana y piezas cubiertas de hollín

Saqué un poco del hollín, cubriendo mis manos con el tizne negro. Luego metí la paja y la encendí. No pasó mucho tiempo para que el fuego ardiera, crocante y pidiendo más paja. Habré dado al menos otros tres viajes de ida y vuelta a la casa para lograr meter suficiente combustible. Ahora esperar.

Mientras el horno se calentaba, regresé a la cocina. Había suficiente harina para hacer un poco de pan, así que amasé varias hogazas. Esto sería lo primero que entrara en el horno. Después de eso, sería el turno del pastel.

En teoría, era fácil. Mezclar los ingredientes. Ponerlos en un molde. Hornearlos y una vez salido, embetunar el pastel. Nunca había hecho uno yo sola. Yo sólo había ayudado a mi madre a batir los huevos, pero, ¿qué podría salir mal?

Reuní los ingredientes en la mesa de la cocina y saqué el tazón más grande que pude encontrar. La mantequilla ya estaba suave, así que la vacié al tazón y la cubrí con azúcar.

En cuanto empecé a acremar los dos ingredientes, los recuerdos de mi niñez acudieron a mi mente. Recordé las horas que pasé batiendo mezcla en el tazón con mi pequeño tenedor hasta que mis brazos estaban tensos y adoloridos. Mamá era muy exigente en cuanto al estado de los ingredientes, que si la mantequilla no estaba lo suficientemente esponjada, que si los huevos no estaban bien batidos, y tenía que volver a hacer el proceso desde el principio. Obviamente, mis recuerdos de hornear con Mamá no eran del todo agradables.

No teníamos un cernidor, así que vacié la harina directo del saco sobre el azúcar y la mantequilla, intentando incorporarla lo más suavemente posible. Después agregué las claras de huevo acremadas a la mezcla y la dividí en dos moldes de pastel. Todo lo que faltaba era hornearlos.

Habían pasado algunas horas, y el horno ya estaba listo. Puse mi mano dentro y conté hasta diez. Después de eso, el calor era demasiado intenso, y las llamas amenazaban con chamuscar mi brazo. Saqué la paja quemada y coloqué las pequeñas hogazas en la base del horno.

El siguiente paso era simple. Todo lo que tenía que hacer era limpiar los granos verdes de café. Les saqué la tierra y piedras y los coloqué un una charola grande. El café lo tostaría ya al final con el último calor del horno. Hubiera sido mejor si tuvieran una olla de hierro, pero tendría que ajustarme a mis recursos disponibles acá en el Salvaje Oeste.

Habiendo hecho eso, empecé a coser. Eso era simple. Siendo una niña pequeña, me encantaba confeccionar vestidos para mi muñeca. Mamá inclusive me enseñaba nuevas puntadas que yo ponía en práctica en cada proyecto, y aprendía otras diferentes de la Señora Shelby cada que visitaba su tienda. Ella bromeaba acerca de que yo era su pequeña aprendiz y que llevaría su tienda cuando fuera mayor.

Meter y sacar la aguja e hilo era relajante. Los movimientos me hacían sentir algo familiar en esta tierra extraña. Corté los pedazos y los cosí a mi gusto, escuchando a Minnie jugando en su pequeño rincón.

Imaginé la expresión de su rostro mañana cuando viera el vestido. ¿Se pondría feliz? Ojalá así fuera. Mientras hacía su vestido, cosía también los retazos. La muñeca de trapo de Minnie también tendría un vestido nuevo.

La hora de la cena me tomó por sorpresa. Estaba tan absorta en la costura que no me di cuenta hasta que ya era demasiado oscuro para ver la tela. Di un salto. Necesitaba sacar el pan y meter el pastel, y luego apurarme a preparar la cena. ¿Por qué era que desde que llegué a este lugar, siempre andaba de prisa?

Rápidamente corrí y saqué los panes del horno. Se veían dorados y tostados. No demasiado tostados, esperaba. Los envolví con un secador limpio y puse los moldes de pastel. No había tiempo para revisar la temperatura, pero asumí que estaría ya no estaban tan calientes como para quemarme.

En cuanto terminé, busqué algo de comida en la casa. Seguramente habría algo aparte de los nabos. Ahora sabía que había huevos, pero esperaba que hubiera algo más.

Los pocos estantes y gabinetes que había estaban vacíos. Daba vuelta a los tazones y cacerolas buscando comida olvidada, pero no había nada. Fue cuando vi la bolsa del Señor Mason. Aún cuando ya había sacado todo, había un bulto grande dentro. Metí mi mano y saqué algo maravilloso.

¡Salchicha! Debió haberla puesto en la canasta cuando yo no lo estaba viendo. ¡Qué anciano tan generoso!

Ahora sí, las cosas serían más sencillas. Nabos fritos y salchichas. Calenté la estufa y corté las salchichas en pequeños medallones circulares. Encima les puse rebanadas de nabos y una pizca de sal.

Roy entró después de un rato y yo seguía cocinando la salchicha. Estaba empapado de sudor de pies a cabeza, y su camisa se le pegaba al cuerpo. Tenía manchas de tierra en la frente y en las manos.

Se acercó a la cubeta de agua limpia y tomó la toalla que yo había usado temprano. Hundió la toalla en el agua y se lavó el polvo del día. Yo desvié la mirada cuando se quitó la camisa para lavar su pecho.

“Huele bien,” dijo.

El corazón se me detuvo en el pecho. Era la primera vez que Roy me hacía un cumplido. Volvió a olfatear el aire.

“¿Salchicha? ¿De dónde sacaste salchicha?”

“Oh, Minnie y yo fuimos al pueblo. Fue en regalo del Señor Mason. Es un hombre muy dulce,” dije de prisa.

Roy se me quedó viendo por un momento, con la toalla húmeda colgando de su mano. ¿Me creería? Después de unos instantes, siguió con su aseo.

“Avísame la próxima vez que vayas al pueblo. Es peligroso ahí,” dijo. “Y no necesitas ir al pueblo por carne. Tenemos puerco salado que ya ha de estar listo para usar. Te lo traeré esta noche.”

¡Si tan solo hubiera sabido eso! Me hubiera ahorrado tanto tiempo y preocupación por la comida!

Al escuchar nuestras voces, Minnie salió de su espacio de juego.

“¡Papá!” gritó.

Minnie corrió hasta donde Roy y saltó a sus brazos. El la atrapó riéndose. Sus facciones se suavizaron en cuanto la vio.

“Ya supe que fuiste hoy al pueblo. ¿Te portaste bien?”

“¡Sí! Y le mostré a Faith dónde está la tienda, y ¡había tantos dulces! El Señor Mason me regaló un dulce y yo me lo comí de camino a casa. ¡Estaba delicioso!” dijo Minnie con el rostro iluminado.

Roy rio nuevamente y lanzó a Minnie en el aire para que gritara de felicidad.

“Parece que te divertiste mucho. Espero que tengas suficiente espacio en el estómago para la cena.”

La colocó nuevamente en el suelo y ella asintió con la cabeza antes de sentarse a la mesa. Justo a tiempo. Las salchichas estaban listas, así que coloqué grandes porciones en nuestros platos.

Apenas podía esperar a terminar nuestras oraciones para comer. No era propio de una dama, pero llevé grandes bocado de salchicha a la boca. Habernos saltado la comida me tenía muy hambrienta.

Las salchichas estaban crocantes, y no sabían para nada a nabos. Eso me agradó y sonreí mientras comía. Roy y Minnie comían más rápido que de costumbre. Era obvio que les había gustado, aunque no dijeran nada. Al final, sus platos estaban completamente limpios.

Roy se puso de pie y estiró sus brazos, lamiéndose los labios mientras lo hacía.

“Faith,” dijo, “puedes prepararte para la cama para mí.”

Todavía me faltaba sacar el pastel del horno y tostar los granos de café. No podía ir a la cama todavía.

“Todavía tengo algunas cosas que terminar en la casa. Y voy después,” le dije.

Roy asintió y bostezó. Se volvió hacia Minnie.

“Ven, vamos a alistarte para la cama,” le dijo.

Alargó su mano para que ella la tomara. Sentí una calidez inundar mi corazón cuando los observé juntos. Papá nunca pasaba tanto tiempo conmigo de esa manera. Ese era el trabajo de Mamá. Pero estos dos habían estados solos en el mundo durante cuatro años.

Roy estaba más interesado en Minnie que cualquier padre normal. Se veía en la manera en que él se protaba con ella. Algunas personas dirían que quizás estaba más interesado de lo que debía, pero el sólo verlos te hacía sentir feliz. ¿Cuál era el problema con eso?

Roy cerró la puerta tras de sí, llevándose a Minnie a la recámara. Eso fue suficiente para despertarme de su ensoñación. Salí a revisar los pasteles. Habían adquirido un color dorado, y tomé una toalla de cocina para sacarlos cuidadosamente del horno.

Ya no estaba tan caliente, tenía la temperatura justa para toscar los granos de café. O al menos eso deseaba. Introduje la charola en el horno. Deberán estar listos para la mañana.

Una vez dentro, tomé los pasteles y los apilé uno arriba del otro. Era demasiado tarde para hacer betún, así que esto tendría que ser suficiente. Limpié la mesa de la cocina, colocando el pastel de capaz en medio como centro de mesa.

Finalmente, me senté a terminar los dos vestidos. Ya no les faltaba mucho, y el ritmo de la costura era relajante. Antes de que me diera cuenta, empecé a cabecear de sueño.

Me hubiera quedado dormida ahí si no fuera porque Roy me llamó desde la habitación.

“¡Faith!” gritó. “¡Ven a la cama!”

Rápidamente, doble los vestidos y los coloqué en la mesa junto al pastel. Empecé a caminar a la recámara, pero me detuve otra vez en la mesa. No era mucho, pero esperaba que le alegrara el día a Minnie.

Empujé la puerta de la recámara y encontré a Roy en la cama y a Minnie en su catre. Sonreí. Así que siempre no le molestaba estar en el mismo cuarto conmigo esta vez.

Cuando me recosté a dormir, fue difícil descansar. Aún después de rezar, mi mente seguía activa. No podía esperar a ver qué sucedía mañana.

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