Faith

Faith


Capítulo 12

Página 14 de 23

C

a

p

í

t

u

l

o

1

2

El último día del viaje fue muy sombrío. Ninguno de los pasajeros tenía ánimos de festejar. Hasta el hermoso paisaje parecía menos que interesante.

Y solo pudimos comer gracias a la compasión de los propietarios de los puestos de la estación. Nadie nos negó una comida después de escuchar nuestra historia.

El asalto se reportó en la siguiente estación, pero nadie esperaba resultados de una investigación. ¿Qué podía hacer la policía? ¿Hacer una búsqueda en todo el desierto?

Para cuando llegamos a la estación de Guthrie, me sentí nauseabunda. No me había cambiado o lavado, ni siquiera me había peinado.

El tren frenó con un chirrido de las ruedas, y me tomó un momento darme cuenta de dónde estaba. Me incorporé e impulsivamente fui a recoger mis maletas. No fue sino hasta que manoteé al aire que caí en la cuenta de que ya no las tenía.

Como pude, bajé del tren y me sorprendió lo que vi. El periódico de Papá había publicado que las tierras Indias apenas las había abierto a los colonizadores hacía unos meses, pero Guthrie era una ciudad bien establecida. Yo esperaba un pequeño pueblo polvoso, pero esto no era cualquier asentamiento.

Inclusive había más gente en esta estación que en la de casa y en otras del Este. Y no solamente vi gente elegante. Vi a dos mujeres Nativas platicando en lenguaje desconocido.

Llevaban conchas y plumas en el cabello, y sus rostros estaban pintados con hermosas decoraciones que cruzaban sus frentes y mentones.

Escuché a otras personas hablando un lenguaje que no conocía, pero se veían iguales a los demás granjeros. ¿Serían europeos? Si lo eran, sus rostros estaban tan cubiertos de polvo rojo como el de los demás.

El polvo cubría la ciudad entera como una neblina, y parecía llenarlo todo. Aún después de unos momentos de estar ahí parada, se había acomodado en los pliegues de mi falda. Lo sacudí, provocando que se formara una pequeña nube a mi alrededor.

Pude haberme quedado ahí nada más, observando a la gente en su ir y venir. Dos hombres altos y delgados pasaron a mi lado. Llevaban bolsas llenas de víveres, y al parecer iban rumbo a sus tierras.

Me tomó un poco de tiempo recordar lo que estaba haciendo ahí. Llegué aquí para casarme. Y fue entonces cuando se me presentó el problema. No sabía con quién.

Observé nuevamente a la multitud, esta vez buscando a alguien quien pudiera ser mi esposo potencial. ¿Pero qué sabía acerca de él? ¿Mediría un metro noventa?

Debí parecer perdida, porque un grupo de mujeres de abordaron.

“Tú debes ser Faith,” dijo una de ellas. Tenía el cabello rojo brillante y lo llevaba recogido en un moño.

“Sí,” le dije, “¿cómo sabes quién soy?”

Las mujeres se vieron unas a otras con una sonrisa secreta.

“Soy Alice,” dijo la mujer. “Ella es Cara, y ella es Lillian. Estamos aquí para preparar tu boda.”

“¿Cómo? ¿Tan pronto?”

Las mujeres me rodearon. Su cercanía me hizo sentir incómoda.

“Sí, y debemos apurarnos porque ¡ya casi están en la iglesia!” dijo Alice.

Cara miró alrededor, obviamente buscando algo. “¿No trajiste equipaje?”

La herida estaba tan reciente que sólo mencionarlo me llenó los ojos de lágrimas.

“Asaltaron el tren...”

Inmediatamente, Lillian se puso a mi lado. Me echó los brazos encima y secó mis lágrimas con su pañuelo.

“Oh, Cara, ¿ves lo que has hecho? Tranquila, no lo volveremos a mencionar,” dijo Lillian. “Me aseguraré de que tengas todo lo que necesitas.”

Las mujeres me guiaron a un carruaje que nos había estado esperando.

“No te preocupes,” dijo Alice, “no queda muy lejos.”

“¿A dónde vamos?” pregunté.

“A mi casa,” dijo Lillian. “Te arreglaremos ahí, y nos iremos directo a la iglesia.”

“Pero mientras llegamos, cuéntanos sobre el asalto,” dijo Cara. “¿Te asustaste? ¿El asaltante era guapo?”

“¡Cara!” Lillian volteó a ver a Cara con una mirada severa. “Discúlpala, ella siempre se emociona cada que conoce a alguien. Aunque todas somos nuevas aquí. Pero cada tantos días, un grupo de gente deja la ciudad. De todos modos, nuevos granjeros logran establecerse aquí.”

“Pero, ¿por qué se van?” pregunté.

“La vida en Guthrie es demasiado difícil para algunos, yo imagino,” dijo Lillian.

No me gusto escuchar eso. ¿Cómo sería exactamente la vida aquí.

“Pero tú no te preocupes por eso ahora,” dijo Alice. “¡Estás a punto de casarte!”

No hubo un solo momento de silencio en el carruaje hasta la casa de Lillian. Las tres me rodearon con tanto afecto que por momentos olvidaba que estaba en una tierra extraña.

Cuando el carruaje se detuvo frente a la casa de Lillian, todas nos bajamos. Era un edificio sencillo, pero no descuidado. Me dio la bienvenida y me guió en dirección de la gran tina de metal que estaba en el centro de la cocina.

“Quizás no sea a lo que estás acostumbrada en la ciudad, pero esto es lo que usamos aquí,” me dijo. “Ya calenté agua para ti, así que cuida de no quemarte. Buscaré algo de ropa mientras te bañas.”

En tampoco tiempo, ya me sentí endeudada con estas mujeres. Apenas me conocían, y ya me daban entrada en su casa. No podía imaginar que esto sucediera allá en el Este.

Me quité la ropa y entré en la tina. Fue una sensación agradable librar mi piel de las prendas sucias. Vertí agua caliente cuidadosamente al agua fría en mis pies tratando de no quemarme. Cuando me senté, fue tan placentero que no quería nada más que disfrutar  del calor que envolvía mi cuerpo.

Pero esta no era mi casa. No tenía tiempo para relajarme, sólo lo suficiente para asearme. Así que tomé un trozo de jabón y una paño para lavarme y empecé a tallar. Para cuando terminé, el agua estaba oscura y turbia de tanta tierra.

“¡Casi lo olvido!” dijo Lillian irrumpiendo en el cuarto. Apartó la vista entregándome una toalla.

“Toma,” dijo, “para que te seques. Tenemos ropa que te puede quedar.”

Me dio pena que me vieran, aún envuelta en la toalla. Por supuesto, eran mujeres, pero aún así, mis mejillas ardían.

“Anda, anda,” dijo Lillian, “no te preocupes por nosotras. Acá no somos tan formales. Además, somos sólo chicas.”

Cara y Alice entraron en la habitación, en sus brazos llevaban pilas de vestidos, listones y cepillos.

“Tengo algo de ropa de cuando era más joven, que probablemente te pueda quedar,” dijo Lillian.

Las mujeres colocaron las prendas frente a mí. Un corset, enaguas, una falta y una blusa.

“Desafortunadamente, no tengo ropa interior para darte, pero al menos te verás bien para la boda,” dijo Cara.

Me apuré a ponerme la ropa. Las faldas tenían un bello tono de rosa, y la blusa era blanquísima. No eran tan bonitos como el vestido que me había regalado Mamá, pero decididamente eran mejores que la ropa que llevaba puesta cuando bajé del tren.

Cuando quedé lista, las tres me vieron con asombro.

“¡Qué hermosa te ves!” dijo Alice.

“Sí,” dijo Cara, “pero creo que necesita algo más.”

Sacó un cinto muy adornado y lo ciñó en mi cintura. Tenía tramas de pequeñas flores rosas y azules.

“Traje esto conmigo cuando llegué a Guthrie,” dijo, “pero pienso que tú puedes darle un mejor uso.”

“¡No puedo aceptarlo!”

“Considéralo un regalo. Un regalo de bodas.”

Cara no era la única con sorpresas. Lillian cepilló mi cabello, alisando los enredados nudos. Cuando estuvo lindo y limpio, los partió a la mitad y tomó dos rizos para que colgaran detrás de mis orejas. El resto, los levantó y lo acomodó en un moño, con un hermoso broche. Parecía como si hubieran colocado una ramita de flores de primavera en mi cabello.

Finalmente, estaba el regalo de Lillian. Elaboró un prendedor en forma de pájaro para adornar mi blusa.

“Espero que no te importe usarlo durante tu boda, es sólo algo que yo hice,” me dijo.

Mi cuerpo entero se llenó de su calidez. Quería abrazar a estas tres mujeres que se habían conectado conmigo en tan poco tiempo. Mi corazón rebosaba de gratitud.

“¡Gracias, muchísimas gracias por todo!” les dije.

“Ya habrá más tiempo para que nos agradezcas después,” dijo Lillian. “Por ahora, necesitas llegar a tu boda!”

Otra carroza nos dio un corto paseo hasta la iglesia. Contuve la respiración cuando se abrieron las puertas. Estaba a punto de suceder lo que todos llaman el momento más importante de nuestras vidas. No podía esperar.

Pero cuando las puertas finalmente expusieron el interior de la iglesia, me desilusioné. Había esperado decoraciones, una gran congregación de gente esperando dentro. Pero no había nada de eso.

Después de auella calidez que había sentido, era como si me hubieran dado un baño de agua fría. La iglesia estaba sola. No había decoraciones, ni congregación, ni nada. Era como si hubiera llegado cuando ya todo se había acabado.

Lo único que me permitió saber que estaba en el lugar indicado era que el sacerdote esperaba en el altar. Bajó la mirada a su pesada Biblia, y pareció no darse cuenta de que yo ya entraba.

Junto a él estaba un hombre que yo sólo podía asumir era mi futuro esposo. Era alto, como había dicho, pero me impresionó la severa mirada en su rostro. Sus cejas formaban una línea recta, haciéndole sombra a sus ojos azules, los que parecían penetrarme.

Usaba un traje oscuro, como todos los demás, pero algo parecía extraño. Entonces me di cuenta. Sus guantes y su corbata también eran negros. ¿Acaso seguía de luto? Si bien había mencionado que era viudo, ¿por qué entonces buscar una segunda esposa si seguía guardando luto a la primera?

Mi mente dio vueltas. ¿En qué lío me había metido exactamente?

“Ese es tu hombres,” dijo Lillian. “Roy Heatley. Es una pena que siempre esté frunciendo el ceño de esa manera.”

Antes de irse, Lillian me empujó suavemente en dirección del pasillo. Las tres se fueron a sentar a una banca, y eran la única congregación de esta sombría boda.

Me sentí rara caminando sola hacía el altar. Papá hubiera estado aquí, tomando mi mano. En cambio, estaba caminando sola para unirme a un hombre que no conocía.

Cuando llegué al altar y me coloqué a la izquierda del sacerdote, me volví a ver a Roy. Nuestras miradas se encontraron, y por un breve instante, sentí un poco de su calidez. Y así, repentinamente, se volvió frío otra vez. El sacerdote no pareció darse cuenta, o no le importó.

Empezó.

“Estamos reunidos aquí hoy...”

No había música, así que el único sonido en la capilla era la voz del sacerdote. Yo veía a Roy, tratando de averiguar qué tipo de hombre era, pero es evitaba mi mirada. ¿Sería demasiado tarde para dar vuelta atrás? ¿Demasiado tarde para decir que todo esto había sido sólo un gran malt¿entendido?”

Dijimos nuestros votos y Roy simplemente deslizó un sencillo anillo en mi dedo. Sus manos temblaban cuando lo hacían, pero logró colocármelo. Yo seguí los pasos como si estuviera dentro de un sueño. Era como si fuera simplemente una actriz, y mi papel era el de “la novia”.

No pasó mucho tiempo antes de que todo hubiera terminado. El sacerdote dijo su mensaje final.

“Porque así también se ataviaban en el tiempo antiguo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sujetas a sus maridos; así obedeció Sara a Abraham, llamándolo señor, y vosotras habéis llegado a ser hijas de ella, si hacéis el bien y no estáis amedrentadas por ningún temor. Amén,” dijo.

Todos contestamos a una misma voz. Y así terminó la ceremonia. Era ya una mujer casada. La Señora de Roy Heatley. Mi estómago dio un vuelco, sacudiéndose dentro de mí.

No hubo recepción de bodas después de la misa, así que simplemente salimos de la iglesia. Cuando salimos, vi cómo mi nuevo esposo se subía a un carruaje y estaba listo para partir. ¿Eso fue todo?

Lillian, Anna y Cara me rodearon.

“Tenemos otro regalo para ti,” dijo Anna.

“Lo que nos contaste del robo en el tren nos tocó el corazón, así que queremos asegurarnos de que tu matrimonio empiece con el pie derecho,” dijo Cara.

“Te hemos dado un baúl lleno de ropa. No es gran cosa, pero al menos tienes algo que puedas usar,” dijo Lillian. Bajó su voz y me habló al oído. “No te preocupes por el Señor Heatley, es un buen hombre. Sólo necesita a alguien que le enseñe a amar.”

Apretó mi hombre y luego se apartó.

“Es hora de irnos,” fueron las primeras palabras que escuché de mi esposo fuera de la iglesia.

No me extendió la mano para ayudarme a subir al carruaje, ni siquiera volteó a verme. Eché una mirada sobre mi hombro y vi que las tres mujeres seguían ahí. Lillian dijo algo.

“¡Buena suerte!”

Yo le sonreí y saludé. Ciertamente parecía que iba a necesitar toda la suerte que pudiera tener.

Una vez dentro del carruaje, partimos. Los caminos de Guthrie no eran tan parejos como en casa, así que nos sacudíamos una y otra vez. Las pezuñas de los caballos sonaban tan fuerte cuando golpeaban el rojo polvo que había por todas partes.

Esperé a que Roy dijera algo, pero nunca llegó ese momento. Volví a verlo. Ahora usaba un sombrero con una banda negra. Si antes no estaba segura, ahora sí lo estaba. Definitivamente, este hombre seguía de luto.

¿Cuánto hacía que había enviudado? De alguna manera, sentí que me había metido en el espacio de otra mujer. ¿Cómo podría estar a su altura?

El paseo fue corto, y pronto llegamos a mi nuevo hogar. Era un lugar sencillo. Uno de los terrenos que el gobierno había marcado para los granjeros de acá.

Al principio estaba sorprendida. En el Este no había casas hechas de pasto, pero aquí, muchos de los techos de las casas de nuestros vecinos reverdecían con vegetación. Algunas no eran más que casuchas de una sola habitación.

Pero la casa de Roy era diferente. El edificio era macizo, alto y con paredes rectas. Roy debió esforzarse bastante para construirla. Pude ver que era un muy buen artesano, cuidadoso de los detalles.

Cuando se detuvo la carroza, esperé a que Roy me ayudara a bajar, pero eso no sucedió. Me bajé yo sola y caminé hacia la casa.

En cuanto se abrió la puerta, escuché una voz.

“¡Papá, Papá!”

Una pequeña niña vino corriendo en mi dirección. Su cabello estaba lleno de rizos dorados que rebotaban cuando ella se movía. Tenía los mismos ojos azules punzantes de Roy, y sus labios se abrieron en una sonrisa llena de dientes. Al menos hasta que me vio.

Su pequeña cara se arrugó con una mueca.

“¿Quién eres tú?”

¿Quién era yo? Yo podía hacerle la misma pregunta si tan solo no fuera la viva imagen de su padre. Pero, él nunca me dijo que tuviera hijos. Al parecer, él tampoco le dijo que se iba a volver a casar. ¿Qué otra cosa escondía Roy?

Mi pecho se apretó. Había tantas preguntas qué hacer, información que necesitaba conocerse. ¿Había otros hijos? Quizás, ¿otras mujeres?

Respiré muy hondo y luego suspiré. Eso era entre Roy y yo. Esta pequeña niña no tenía la culpa de nada.

Me agaché para quedar a su altura y sonreí.

“Yo seré tu nueva mamá,” le dije. “Mi nombre el Faith, ¿cuál es el tuyo?”

Con eso, sus ojos se agrandaron como platos. Parpadeó varias veces y luego salió corriendo.

“¡Papá! ¡Papá!”

Me pasó de largo, casi tumbándome en su prisa. Puse mis manos por delante para evitar caer al suelo. Sosteniéndome en el marco de la puerta, pude levantarme y sacudirme las manos. Cuando me erguí, ahí estaba Roy.

Levantó a la niña en un hombro, y la cargó el baúl que me habían Lillian, Alice y Cara en el otro.

“Minnie,” le dijo, “has sido muy grosera. Ella es Faith, tu nueva...”

Dudó por un momento, desviando la mirada.

“Mi nueva esposa. Deberás llamarla Mamá.”

“¡No!” gritó Minnie. Su carita enrojeció y corrió a la casa. “¡Nunca! ¡No lo haré nunca!”

Roy frunció el ceño, pero no corrió tras ella. En vez de eso, simplemente entró a la casa. Cuando yo entré, mis ojos recorrieron las paredes. Pude ver todo de un solo vistazo. Al parecer, sólo había dos habitaciones, el salón principal y un cuarto detrás de una puerta cerrada.

Detrás del salón principal tenía un pequeño rincón con una cortina corrida. Un par de pequeños pies asomaron por debajo de la vieja tela. Así que ahí es donde está escondida Minnie.

Me tomó otro momento darme cuenta de que algo andaba mal con la casa. Estab oscura, demasiado para esta hora del día. Las pocas ventanas de la casa estaban cerradas y cubiertas por pesados telones.

Esto no era lo único. Había un gran reloj en el salón principal, pero no llenaba el ambiente con el familiar tictac. Estaba detenido. El espejo que colgaba sobre el lavabo de metal estaba cubierto con una tela negra.

De repente un frío me heló lo shuesos. Jadeé y mis manos volaron a mis labios. ¡La casa entera estaba de luto!

“¿Te encuentras bien?” preguntó Roy. Él vio mi expresión.

“Sí, pero...” busqué las mejores palabras. “Dijiste en tus cartas que eras viudo.”

En cuanto se dio cuenta de lo que yo decía, los labios de Roy se convirtieron en una delgada línea, y sus cejas se agacharon hasta casi cubrir sus ojos.

“Sí,” dijo, “lo soy.”

“Pero, ¿qué tanto hace que tu esposa dejó esta vida?”

“Mabel,” dijo.

Por primera vez sentí algo de ternura en la voz de Roy. Su expresión entera se suavizó, como si quisiera acariciar su nombre.

“Nos dejó hace cuatro años. Cuando nació Minnie.”

¿Cuatro años? Muchos hombres no alcanzaban a llevar el acostumbrado año completo de luto. Podía contar con los dedos de mi mano a aquellos  a quienes conocía que habían esperado doce meses para volver a casarse. Pero ¿cuatro años de luto completo?

“Me di cuenta de que esas mujeres entrometidas le dieron un baúl con ropa,” dijo.

“Sí, perdí toda mi ropa cuando asaltaron el tren, y –”

“Tendrás que teñirla toda de negro, no podemos costear ropa nueva.”

Casi no podía creer lo que él me decía. ¿Esperaba que yo también llevara luto?

“Y quítate todas esas joya, no las necesitamos aquí.”

Sin decir más, Roy se dio la vuelta y empezó a llevar el baúl a la recámara.

“¡No!” dije. Inclusive yo me asusté, y mis manos empezaron a temblar. “No crucé la mitad del país para internarme en el yermo y llevar luto por una mujer a quien jamás conocí!”

Roy tensó su quijada y me clavó una mirada feroz. “Y yo no mandé por ti para que te portaras como niñita y me causaras problemas en casa!”

Sus palabras me abofetearon la cara. Las lágrimas amenazaron con salir de mis ojos, pero luché para que no cayeran.

“No teñiré la ropa,” le dije.

Se me quedó viendo un buen rato, y luego se encaminó a la puerta.

“Apúrate y quítate el vestido. Que la comida lista para cuando regrese a cenar.”

Con eso, Roy salió dando un portazo tras de sí. El oxígeno escape de mi cuerpo y me recargue en la pared. ¿Quién había ganado?

Apenas había cruzado el umbral  de la casa y ya empezaban mis problemas. ¿En qué me había metido? Dejé mi hogar buscando romance y aventuras, y todo lo que había encontrado hasta ahora fue peligro y discusiones. ¿Habrá valido la pena todo lo que hice?

Ciertamente, mi nuevo esposo no parecía como un esposo, y ciertamente, él no me veía como su esposa. ¿Por qué estaba de luto despues de todo este tiempo? Y, ¿por qué se había casado si no tenía intenciones de hacer una nueva vida? ¿No era yo lo que él esperaba?

Hundi mi cabeza en mis manos. ¿Cómo podría competir con su primer amor, y madre de Minnie?

No lo haría. Me erguí, apartándome de la pared. No podía competir con Mabel, pero sí podía ser la mejor esposa que podía haber. Yo le mostraría a Roy que no sólo era una chica de ciudad. Yo era una persona con la que él iba a estar el resto de su vida.

Ir a la siguiente página

Report Page