Eve

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Capítulo 16

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Jack Cornell y todo su equipo dejó lo que estaba haciendo, que era trabajo rutinario de oficina, para investigar a Sergi Chelechenko y sus posibles conexiones con Tamara Petrova, por orden de Robert. Pocas horas después de la llamada de Rab McGregor desde Nueva York, localizaron varias biografías del individuo, que descendía de una acaudalada familia rusa, en su mayoría diplomáticos, exiliada en Francia en 1917, tras la revolución bolchevique. Sin embargo, y a pesar de su calidad de aristócrata exiliado, Chelechenko había ingresado en la carrera diplomática en la Unión Soviética, donde había vuelto por voluntad propia tras cursar estudios de derecho en la Sorbona, desde donde inició una brillante, y acelerada, carrera por las embajadas soviéticas del mundo entero. Hablaba seis idiomas correctamente, era experto en arte y antigüedades, y normalmente sus tareas se circunscribían al ámbito cultural, es decir, era agregado cultural, aunque en Nueva York este papel no estaba nada claro porque el titular de la cartera era otra persona, que residía en Washington. Sin embargo, Chelechenko hacía las veces de asesor y además intentaba solventar las relaciones sociales y culturales entre su país y la desconfiada sociedad norteamericana, que miraba con resquemor a la poderosa Unión Soviética.

En resumen, Chelechenko era hijo de diplomáticos, se había criado entre Inglaterra y Francia, tenía cincuenta y cuatro años, estaba casado con una rica heredera francesa de nombre Juliette Arnault, con la que no convivía desde hacía más de una década, y había llegado a los Estados Unidos al comienzo de la Segunda Guerra Mundial con un cargo nada claro, lo que había hecho correr desde el principio los rumores de que en realidad era un espía soviético y que mantenía una estrecha amistad con Stalin, algo que nadie podía confirmar.

Sin embargo, y a pesar de estos rumores, estaba plenamente asentado en la alta sociedad neoyorkina, donde gozaba de afectos y amistades muy importantes y los servicios secretos norteamericanos lo mantenían vigilado, aunque aún no habían podido encontrar ni una sola mota de polvo en su impecable currículo, como tampoco pudieron hacerlo Cornell y su equipo, que no fueron capaces de relacionarlo con Petrova.

—Si es su hijastra, en teoría es hija de Juliette Arnault, estamos con ella en este momento, pero no consta nada oficial y Tamara jamás nos dijo que tuviera una madre francesa, y rica.

—Vale Jack, sigue con eso, me quedan tres días aquí y me gustaría saber qué pasa en realidad antes de coger el avión.

—Claro, pero no es fácil y todo es muy lento.

—Lo sé, ¿y que pasa con Tamara?

—Hemos mandado a Livingstone a buscarla, pero no la encuentra.

—Bien, dará con ella, ahora te dejo, me están esperando.

—Claro, ¿qué tal todo por allí?

—Aburrido. Ya hablaremos.

Salió de la cabina de teléfono arreglándose la chaqueta del traje, sonrió a la recepcionista del Plaza que lo miraba con ojos chispeantes y se encaminó al club de caballeros donde su suegro y su cuñado Jake lo esperaban para tomar la última copa con un buen puro en la mano. Una par de horas antes habían llevado a las señoras a casa tras la cena por su cumpleaños y se había despedido de Eve instándola a esperarlo despierta. Llevaba cinco noches en Nueva York y seguía sin poder tocarla, y aquello lo estaba volviendo loco. Entre el asunto Chelechenko, Petrova y la falta de intimidad con su mujer, el humor se le estaba agriando, de modo que decidió, tras el último trago de

whisky mientras los hombres hablaban de carreras de caballos, que lo mejor sería disculparse y volver corriendo al piso de Park Avenue para verla y zanjar de una maldita vez su desazón, haciéndole el amor todo lo que restara de noche.

—¿Alguna noticia?

—No, nada en claro —dijo entrando en el dormitorio y se la encontró sentada frente al tocador, en camisón, cepillándose el pelo oscuro y ondulado. Se sentó a su lado, le acarició la espalda desnuda y, en cuanto la rozó, una erección enorme le llenó los pantalones. Se inclinó y le besó el cuello con la boca abierta—. Tienes la piel más deliciosa del mundo.

—¿Aún no pueden conseguir nada? —él negó con la cabeza sin dejar de abrazarla—. Sigo pensando que lo más sencillo es hablar con Tamara, Rab, en su situación no creo que mienta y gracias a ella Chelechenko puede convertirse en un magnífico fichaje para el MI6, ¿no?

—Sí, han mandado a Livingstone a buscarla, pero no la localiza.

—¿Habéis perdido a vuestra espía protegida?

—No es tan simple, Eve, ya te conté el incidente de París, después de eso se ha quitado de la circulación, pero Fred dará con ella.

—¿En serio? —completamente perpleja lo miró con los ojos muy abiertos—. Yo jamás descuido una fuente, ni la pierdo de vista. ¿Qué demonios estáis haciendo vosotros? Sois el maldito Servicio de Inteligencia.

—Lo sé, pero continúan trabajando —se apartó para desabrocharse la camisa y entonces vio lo que reposaba al lado de su perfume—. ¿Qué es esto?

—Preservativos.

—Ya sé que son preservativos. Quiero saber qué haces tú con esto.

—Me los dio Honor. Al parecer todo el mundo los usa aquí. ¿No has usado nunca un preservativo?

—Claro que he usado, hasta que te conocí, y vuelvo a preguntar: ¿qué haces tú con esto?

—Bueno —se levantó y se cruzó de brazos— no quiero otro embarazo y al parecer este es el mejor anticonceptivo, el más seguro y si queremos volver a… pues yo…

—¡¿Qué?! No pienso usar preservativos contigo, estamos casados, ¿sabes?

—Pero son seguros y…

—Esto se usa, Eve —agarró uno y se lo puso delante de los ojos—, cuando tienes una vida sexual promiscua, no con tu mujer, ¿lo entiendes?

—Estamos en 1946, no me puedo creer que seas tan anticuado, solo se trata de un anticonceptivo.

—Un profiláctico, una protección para enfermedades venéreas, para infecciones y también para evitar embarazos no deseados, pero que no se usa cuando uno tiene una vida sexual estable y monógama.

—No quiero quedarme embarazada.

—Tardamos dos años y medio en concebir a Victoria y, después de ella, más de un año en volver a conseguirlo, no tienes por qué quedarte embarazada inmediatamente.

—No quiero correr riesgos.

—Pues algún día ocurrirá, Eve, es inevitable.

—Se puede evitar, para eso están los preservativos.

—Escucha, sé que lo has pasado muy mal, lo sé —se sentó en la cama y la atrajo hacia él sujetándola por las caderas—, pero la mejor manera de perder el miedo y olvidar el dolor es otro bebé.

—No.

—Comprendo perfectamente cómo te sientes, pero no debemos convertirlo en un problema, o irá creciendo y será peor. Hay que normalizar nuestra vida, incluso Anne me lo aconsejó cuando hablamos del accidente.

—Aún tengo señales…

—¿Y duele? —ella negó con la cabeza y él le deslizó por los hombros el camisón hasta dejarla desnuda. Estaban en penumbra, pero aun así vislumbró los moratones tenues en sus costillas y se estremeció. Se los acarició con la yema de los dedos y luego los besó—. Lo siento mucho, mi vida, lo siento tanto.

—Fue horrible.

—Lo sé, pero lo superaremos juntos, ¿de acuerdo?

—Sí.

—Como siempre, juntos y queriéndonos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Te deseo con toda mi alma, Eve, ¿sabes cuanto tiempo hace que no te toco? Ni siquiera me has besado. Bésame —la sujetó por la nuca y le plantó un beso largo y desesperado. Ella siempre le decía que solía besarla como si tuviera hambre y esa noche era verdad, estaba hambriento de ella y no puso ningún reparo en devorarla hasta que la acomodó encima de la cama acariciando sus pechos suaves y firmes, sintiendo esos pezones sonrosados y erectos que eran la cosa más hermosa que había visto en toda su vida—. No sabes cómo te necesito, pequeña.

—¿Pero podríamos tener cuidado, Rab? ¡Robert! —intentó sentarse y lo contuvo con las dos manos—. Te lo digo en serio, no quiero quedarme embarazada.

—Tendré cuidado.

—¿Y por qué no probamos el preservativo?

—No, por favor, ya basta —ella guardó silencio y lo miró con sus maravillosos ojos oscuros asustados, así que bajó la cabeza y suspiró pegado a su cuello—. Intentaré tener cuidado.

—Bien.

—Ahora —deslizó la mano y la sujetó por la cadera perfecta y sedosa—. ¿Estás conmigo o no?

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