Eve

Eve


Capítulo 18

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Edimburgo, jueves 20 de noviembre de 1946

Separarse de su familia fue una de las cosas más duras que había tenido que hacer Eve desde el fin de la guerra, o eso le pareció, cuando se despidieron en el aeropuerto entre lágrimas y abrazos eternos, tras unos felices e intensos días en Manhattan. Lloraron todos, incluido su padre, y Rab, medio en broma, medio en serio, aplaudió varias veces la gran idea que había tenido al decidir ir a buscarlas personalmente a Nueva York, porque visto lo visto, Eve podría haber decidido quedarse allí para siempre, incapaz de despedirse de los suyos, y aunque ella le repitió incansablemente que, a pesar de todo, él era su prioridad y Edimburgo su hogar, él no respiró en paz y no se relajó hasta que no la vio sentada en la butaca del avión, a su lado, y camino los tres de casa.

Los años lo estaban volviendo completamente dependiente de su mujer, pensó sintiéndose un poco estúpido, abrazándola y consolándola en la partida, y para distraerla durante el largo y tedioso viaje, accedió a repasar una y otra vez con ella el caso Tamara Petrova y Sergei Chelechenko, un misterio que el MI6 no conseguía desenterrar. Ambos no salían del asombro con respecto a ese soviético y sus intenciones, y empezaron a desarrollar diversas teorías mientras sobrevolaban el Oceáno Atlántico.

—La cuestión es ¿por qué un tipo bien informado como Chelechenko, que incluso conoce detalles de una investigación tan delicada como la del Mirlo Blanco, necesita acudir a ti y delatarse para saber de Tamara? ¿No puede acudir a su contacto dentro de tu departamento? Si alguien le ha hablado de tu mirlo blanco, podrá hablarle de ella, ¿no?

—Supongo que su contacto era Rochester, que se pasó al otro lado hace meses, por lo tanto no sabe nada de lo de París, ni de la huida de ella.

—Entonces es cierto y Tamara sí le importa de verdad, está desesperado y no nos está engañando, es su hijastra.

—O no y miente —Rab estiró lo que pudo las piernas en aquel cubículo tan incómodo y se acurrucó en su cuello. Eve le acarició el pelo y siguió tomando notas—. Si algo he aprendido de este negocio es que todos mienten, no lo olvides.

—No lo olvidaré. ¿Y para qué miente y se arriesga?

—A lo mejor Petrova es más valiosa de lo que pensamos y solo quiere entregarla a su gobierno.

—Bueno, yo lo investigaré a mi manera y empezaré por su familia política en Escocia.

—Vale.

—Aunque lo que realmente me preocupa es la relación de ese hombre con mi familia. Obviamente no puede ser solo casualidad…

—¿Necesita una almohada, señor? —la azafata se acercó con un almohadón y se dirigió directamente a Rab, que se incorporó para sonreírle. Eve la miró de reojo y también sonrió moviendo la cabeza—. ¿Una manta? Pídame lo que necesite.

—De momento no necesitamos nada, gracias.

—¿Y la pequeña? —la mujer miró a Victoria, que dormía en el asiento junto a la ventana y se puso una mano en el pecho—. Pobrecita, es un ángel, se ha portado muy bien.

—Está muy cansada.

—Muy bien, llámeme si me necesita, señor McGregor.

—Gracias, Doris, es usted muy amable… —esperó a que se marchara y se volvió hacia Eve que estaba sonriendo sin levantar los ojos de su libreta de notas—. ¿Qué pasa?

—Es increíble.

—¿El qué?

—Pídele lo que quieras y a mí que me den morcillas.

—Se refiere a la familia.

—Ya, ya, a la familia. Cariño —lo miró a los ojos dándole un golpecito en la mejilla—, no puedes evitarlo, lo sé.

—¿El qué?

—No te hagas el inocente conmigo, pero da igual, intenta dormir, aún quedan cuatro horas por delante y si necesitas algo, ya avisaré yo a la señorita Doris.

Cuando al fin llegaron a Londres decidieron quedarse un día para que Robert pudiera reunirse con sus compañeros de unidad, repasar datos y reorganizar el trabajo, convirtiendo en prioridad la localización de ese tal François Pascaude. También pudo leer varios informes que hablaban de la desaparición de un testigo protegido tan valioso como Tamara Petrova, una mujer de treinta y dos años, soviética e inofensiva, que se les había esfumado como por ensalmo delante de sus narices. Un asunto que estaba siendo la comidilla del servicio secreto y que los estaba dejando como una panda de idiotas bastante considerable. Una verdadera vergüenza que eran incapaces de subsanar porque Petrova seguía sin aparecer mientras ellos seguían sin poder confirmar de forma rotunda su relación familiar con Chelechenko, lo que ponía sobre la mesa otra cuestión de máxima prioridad: el posible paso de ese diplomático de confianza de Stalin al bando occidental junto al Reino Unido si conseguían dar con Tamara, confirmar su vínculo y ponerla en sus manos.

Con esta oportunidad clave encima de la mesa, la localización de Tamara se convirtió en urgente y el equipo al completo se puso en marcha, todos menos Rab que, eximido del servicio activo por el incidente en París, decidió dejar la chapuza en manos de sus colegas ingleses y volvió a Escocia esperando no tener noticias de Chelechenko enseguida, o no hasta poder tener una explicación contundente respecto al paradero de su supuesta hijastra y de haber aclarado, con ayuda de Eve, la historia de su supuesta familia política, los De Mornay, que era con quienes debía litigar por la herencia de la señora Chelechenko, de soltera Juliette Arnault.

Por su parte Eve consiguió localizar a Frank McKenna en Londres, pero él se negó en redondo a hablar con ella de sus investigaciones, así que los dos, bastante frustrados, volvieron a casa cansados y cargados de regalos y se encontraron con algunas novedades de las que nadie les había avisado. La más inesperada, la decisión irrevocable de Andrew Williamson de divorciarse de manera fulminante de Graciella Fitzpatrick tras comprobar que alojaba a su nuevo amante en su hogar conyugal.

Fue lo primero que recibieron después de los abrazos y los saludos de bienvenida y Robert se quedó tan perplejo que optó por mandar a Eve y a Victoria solas a casa y dedicarse a buscar a su mejor amigo de

pub en

pub hasta que dio con él en Leith, bebiendo con Danny Renton, como en los viejos tiempos, completamente destrozado y humillado, mientras maldecía e insultaba a su mujercita y su amante inglés entre vaso y vaso de

whisky. Rab asumió inmediatamente el control del asunto, escuchó todas sus penas, se lo llevó con él a Eglinton Crescent, lo metió en su cuarto de invitados y al día siguiente inició encantado el proceso de un divorcio que podía llegar a ser muy complicado, aunque el desafío le devolvió de inmediato la energía y las ganas de retomar el trabajo en el bufete, dejando en manos de Eve la tarea de animar y recomponer a Andrew, como decía ella, apoyada de cerca por Anne, que llevaba días intentando consolarlo.

—¿Has hablado con Graciella?

—Sí —se desnudó con prisas y se metió en la cama con la sensación de llevar una semana sin dormir.

—¿Y?

—Nada, pequeña, apaga la luz y déjame dormir.

—¿Nada? ¿No tiene nada que decir?

—Dice que no piensa darle el divorcio, que su padre se opone y que convenza a Andy de que está equivocado. Quiere arreglar las cosas.

—¿Equivocado? Todo Edimburgo la ve a diario con su amante, Rab, por el amor de Dios, me lo ha comentado hasta la señora Murray. ¿Nadie va a cantarle las cuarenta? ¿De verdad? Si seguís así seré yo la que vaya y le dé un buen repaso a esa zorra.

—¿En serio? —estiró la mano y la deslizó por debajo de su camisón de seda negro—. ¿Y me dejarás verlo? Me encanta cuando te pones en plan gata salvaje.

—No estoy bromeando.

—Yo tampoco… —ronroneó enredando los dedos en sus braguitas.

—Cariño…

—Vale, escucha —suspiró apagando la luz—. Le dije todo lo que pienso de ella, ha llorado y ha pedido perdón. Por supuesto no la creo y quiero machacarla en los tribunales, pero de momento no puedo hacer nada más salvo ir y zurrar al capullo de amante que se ha agenciado. ¿Quieres que haga eso? Yo creo que no, porque no es mi responsabilidad, mi responsabilidad ahora es sacar a Andy del pozo y gestionarle un acuerdo de divorcio lo más favorable posible, ¿eh?

—Sí, claro, es que me hace hervir la sangre —se deslizó por las sábanas y se tapó con el cubrecamas mirando al techo—. Andy no se merece nada de esto. Ya sé que no eran un matrimonio modelo, pero al menos podría haber hecho las cosas de manera más discreta, intentando dañarlo lo menos posible.

—Ella no piensa en nada que esté más allá de su nariz.

—Es una zorra impresentable.

—Venga, sigue diciendo palabrotas, es muy

sexy… —soltó una carcajada suave y se acurrucó contra ella, abrazándola con todo el cuerpo—. ¿Qué tal tu día?

—Lo siento, pero no consigo encontrar nada de los De Mornay. Se supone que son ricos y que se codean con la alta sociedad de este país, pero no hay nada en la hemeroteca sobre ellos. Sin embargo, tengo un par de fuentes que quiero consultar y lo mejor es que he localizado a Jack Harrison, el superviviente de Stalag Luft III que McKenna dice que vive en Glasgow y que es profesor. Sugiere que es la mejor fuente para hablar de este tema e intentaré entrevistarlo, aunque a mí el que realmente me interesa es él.

—¿Quién?

—Frank McKenna. ¿Rab? —le besó la cabeza y le acarició la espalda sintiendo cómo su respiración empezaba a relajarse con el sueño—. Buenas noches.

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