Europa

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Él introducirá la mano por debajo de las sábanas. Tendrá los dedos calientes. Se los habrá calentado antes de empezar. Hará frío en la pensión, y él será siempre considerado. Tiene los dedos largos, impacientes, a los que obligará a moverse despacio cuando estén dentro de ella. La acariciará mientras la mira a los ojos. Sus dedos casi temblando de impaciencia, de emoción, mientras sus ojos lloran. Mientras penetrarán en los suyos casi con desesperación.

—Venderé todo y me iré contigo —le dirá. Y su dedo acariciará el vientre de Heda, que se estremecerá, que se humedecerá sin querer—. No quiero estar en ningún sitio donde no estés tú. Tendrás que aceptarme.

Pero ella no dirá nada. Se limitará a sentir. Sentir es lo único que podrá hacer sin consecuencias. Sentir el asco. Sentir el placer. No habrá tanta distancia en realidad. Gemirá como un animal cuando él empuje todo su cuerpo dentro de ella. Y un estertor la dominará. Y él se abrazará a su cintura tan ciega, tan estúpidamente como si ella fuera la madre de la Humanidad.

—Te quiero —dirá él.

Volverá su rostro hacia ella. Parecerá a punto de rezar. Acariciará su cara con una mano, mientras con la otra se empujará y se levantará de la cama y atravesará la habitación y dejará abierta la puerta del baño. Tiene el torso joven y ancho, a pesar de la edad. A veces, Heda le mirará los hombros antes de clavar sus uñas en él.

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