Eternity

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Capítulo 4

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 Con los dientes apretados, Carrie se detuvo en su ademán de recoger los pañuelos.

—¿Qué es lo que más le irrita de mí? ¿Tal vez el que hasta ahora haya salido con bien en lo que usted pronosticó el fracaso? —Se sentó de nuevo y se le quedó mirando, con las manos unidas delante de ella—. Ahora puedo darme cuenta de que lo que he hecho no ha sido justo para usted ni para los niños, pero pienso que debería darme una oportunidad. Creo que me ha juzgado mal. .

Por un instante volvió a ver en él aquella expresión de deseo y sintió una descarga eléctrica en la nuca, pero al punto se desvaneció, y Josh la miró fríamente.

— Déjeme que le explique algo, señorita Montgomery. Yo.., —Alzó una mano para impedir la protesta de ella—. Muy bien, de acuerdo, señora Greene. Mis hijos me importan más que nada en el mundo. Lo son todo para mí y quiero darles todo lo mejor y por lo mejor me refiero a una vida absolutamente estable. Quiero que tengan un padre y una madre. Quiero que tengan lo que yo no tuve y que crezcan en el campo, al aire libre. También quiero que tengan comida, comida hecha en casa. Estoy dispuesto a cualquier cosa con el fin de lograr todo eso para mis hijos. Si tengo que casarme con una mujer que sea medio animal de carga para obtenerlo, no le quepa ninguna duda de que lo haré. ¿Me comprende?

—¿Y qué me dice del cariño? —preguntó en voz queda Carrie—. ¿Acaso el cariño no significa nada para usted?

— El cariño que les tengo es mayor que el de doce personas juntas —contestó Josh, evitando la mirada de ella—. Lo que necesitan es buena comida, una casa aseada y ropas limpias.

— Ya veo. Y ha llegado a la conclusión de que yo no puedo darles ninguna de esas cosas. Tan sólo hace unas horas que me conoce y ya sabe exactamente cómo soy.

Josh le sonrió con aire condescendiente.

— Mírese. ¿Cuánto le ha costado ese vestido? Y no me negará que las perlas que lleva son auténticas. No tiene que contestarme. He descargado sus baúles, ¿recuerda? ¿Me cree lo bastante estúpido como para pensar que alguien como usted va a sentirse feliz viviendo en esta...? —Hizo un ademán con la mano—. Bien, en este cuchitril. —Se inclinó hacia ella, separados como estaban por la mesa—. ¿Sabe lo que creo, señorita Montgomery? Y, desde luego, es y  seguirá siendo siempre la señorita Montgomery, porque ni que decir tiene que no pienso convertirla en la señora Greene, y espero que sepa lo que quiero decir.

Sin poder evitarlo, Carrie desvió la vista en la dirección del dormitorio que todavía no había visto.

—Exactamente —prosiguió Josh—. Pues lo que yo creo es que ésta es una gran aventura para usted. Probablemente ha crecido malcriada y mimada por esos hermanos suyos tan increíblemente magníficos y ha llegado a creer que puede hacer cuanto quiera. En estos momentos pretende contribuir, con la alegre presencia de su personilla, a animar la casa de un pobre hombre con dos hijos. Pero ¿qué nos ocurrirá cuando se canse de todos nosotros? Entra en nuestras vidas haciéndonos reír con sus historias, haciendo que los niños y... —Respiró hondo—. Vaya, haciendo que los niños se encariñen con usted y, a fin de cuentas, provocando acaso que yo también llegara a adorarla para, luego, cuando se haya cansado de nosotros volver junto a papá y sus fascinantes hermanos. ¿Es eso lo que pasará? . .

—No —repuso Carrie, dispuesta a defenderse, pero Josh no le dejó hablar.

—¿Qué edad tiene, señorita Montgomery? ¿Dieciocho? ¿Diecinueve? Yo le echo todo lo más veinte.

Carrie no contestó. Al parecer, Josh se había formado su composición de lugar, por lo que le pareció inútil intentar disuadirle.

—No ha tenido tiempo de ver nada del mundo ni de acumular experiencias. Se enamoró, de una forma muy romántica, de una fotografía y se decidió a probar el matrimonio. Pensó que sería muy excitante viajar al oeste con cientos de vestidos y... —Se calló bruscamente y se puso en pie—. ¿De qué diablos sirven las explicaciones? Jamás lo entendería, ni en un millón de años. —Suspiró resignado—. Muy bien, señorita Montgomery, éste es el plan: puede quedarse aquí una semana, hasta que vuelva a pasar la diligencia, y entonces la enviaré de nuevo con su padre, tan intacta como cuando llegó. Se las arregló usted tan bien por sí sola para llevar a cabo el matrimonio que igualmente podrá ocuparse de su anulación.

Carrie se levantó a su vez del asiento.

—¿Ha terminado? ¿Ha dejado ya de insultamos a mí y a mi familia? Tal vez deba hablarle del pueblo en el que he crecido para que también pueda insultarlo. Es verdad que he vivido en un ambiente de riqueza, pero por lo que yo sé no es necesario ser pobre para dar y recibir cariño. Y me crea o no el amor es lo que me ha impulsado a venir hasta aquí. Yo...

No dijo más, porque de hacerlo hubiera roto a llorar. Cuando pensaba en todas sus esperanzas y en la realidad del encuentro con el hombre al que creía iba a amar, no podía hacer otra cosa que llorar.

Haciendo acopio de dignidad recogió su neceser de noche, se puso al perro debajo del brazo y se dirigió hacia el dormitorio.

— Me quedaré aquí una semana, señor Greene, aunque no por usted, sino porque sus hijos necesitan en sus vidas algo de felicidad y si yo puedo hacerles durante una semana felices eso es mejor que nada. Al cabo de la semana regresaré junto a mi padre, tal como usted desea. —Dio un paso en el interior del dormitorio, con la mano en la puerta—. En cuanto a su decisión de no tocarme en toda la semana, usted se lo pierde.

Dicho lo cual, cerró de un portazo.

Mantuvo vivo su enfado durante unos tres minutos, pero, acto seguido, se dejó caer en la cama, no demasiado limpia, y prorrumpió en llanto. Chuchú le lamió la cara y parecía tan triste como ella.

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