Esmeralda

Esmeralda


PESADILLA

Página 13 de 13

—Te equivocas, también es mi problema, porque eres amiga y te adoro, y no puedo verte sufrir así. Y tampoco a Nate. Sabes que puedes contar conmigo, quiero que cuentes conmigo—, vi asomarse algunas lágrimas en sus ojos. Cada vez me estaba pareciendo más a la Sam que creí dejar atrás hace mucho y decidí ignorar su dolor.

—No quiero hablar de eso. Todavía tengo que enfrentarme a Cam y eso me está matando, no puedo ni quiero pensar en nada más ahora—, le di una calada a mi cigarrillo.

—Pues creo que ella sin duda se dará cuenta de lo que está ocurriendo si te presentas de esa manera. No eres una máquina, Sam. Lo que has pasado ha sido de verdad terrible y creo que necesitas sacar todo eso fuera. Cuando yo vi la marca en tu espalda…—, de acuerdo, suficiente, pensé. No iba a dejarla seguir.

—¿Y tú crees que por haber visto la marca en mi espalda sabes remotamente lo que pasó? No me jodas, Lila… no tienes ni idea. Déjame en paz, ¿de acuerdo?—, apagué el cigarrillo de un pisotón, sin detenerme a ocultarlo. Ni modo, que me manden la multa a casa. Me di la vuelta como una fiera y azoté la puerta detrás de mí.

Necesitaba un espacio para poder derrumbarme en paz y me perdí en un pasillo contiguo. Me apoyé pesadamente sobre la pared y respiré una y otra vez para tratar de controlar mis pulsaciones. No fue suficiente, me giré para quedar de cara a la pared y apoyé mi frente sintiendo el frío, que parecía calmarme un poco.

Cuando percibí que mi respiración lentamente volvía a la normalidad, sentí sus fuertes brazos rodeando mi cintura y su pecho recargado en mi espalda.

No tenía que abrir los ojos para saber que Nate intentaba consolarme. Sus labios se depositaron con dulzura en mi nuca, ahora descubierta por mi nuevo corte de pelo. Nos quedamos así un momento, solo abrazados.

—Ella solo está preocupada por ti—, me susurró despacio. Yo aún no me había movido y no tenía intenciones de hacerlo.

—Lo sé—, fue la brillante respuesta que se me ocurrió. Me giró despacio hasta que sus ojos profundos como la noche se encontraron con los míos.

—Solo necesitas tiempo, nena—, dijo acercando sus dedos a mis labios. Asentí para no discutir.

Sabía que eso no era verdad. Siempre estaría dañada. Los dedos fantasmas de Bobby todavía se movían por mi cuerpo y sus jadeos se escuchaban como rugidos dentro de mi cabeza.

Me abrazó con ternura y luego caminamos al encuentro de los mejores amigos que alguien pudiera tener. Lila estaba anegada por las lágrimas mientras Rom acariciaba su espalda en un intento por reconfortarla. Ambos me miraron con tristeza cuando nos vieron acercándonos.

—¡Oh, Sam!, lo siento tanto, soy una desconsiderada—, bramó Lila mientras corría a encerrarme entre sus brazos. Permití el abrazo ignorando el dolor de mi cuerpo.

—Está bien, cariño. Lo lamento—, sonreí.

Luego de la cursilería correspondiente, subimos al lujoso jet de Eddie. Rom estaba la mar de contento cuando el piloto lo invitó a acompañarlo en la cabina y Lila charlaba animadamente con la aeromoza destinada para nuestro vuelo. Yo solo me recargué en mi asiento, rogando que la inconsciencia no tardara en apoderarse de mí. Estaba a punto de dormirme cuando la aeromoza nos preguntó si deseábamos algo para beber.

—¿Quieres algo, nena?—, dijo Nate ignorando a la aeromoza, que no le quitaba los ojos de encima. Maldita zorra.

—Mmm, nada para mí—, contesté sin ganas.

—¿Y Ud., Sr.?—, preguntó la niña.

—Un café—, contestó Nate mientras luchaba por abrochar su cinturón, nervioso.

—Ahora regreso—, dijo la azafata con una sonrisa seductora en los labios.

—Espera—, dije reconsiderando su ofrecimiento. —¿Me traerías un Martini, extra seco, con dos aceitunas?—, pregunté. Nate miró extrañado.

—Claro, Srta. Shaw, ahora mismo se lo preparo—, contestó antes de perderse por el pasillo. Él me observó esperando una explicación.

—¿Qué?—, pregunté haciendo acuso de recibo de su implícito reproche.

—Tú no bebes esas cosas y estás tomando medicación—, dijo cruzando sus brazos. Odiaba cuando se ponía en el papel de padre protector.

—Soy tu mujer, no tu hija—, le respondí fríamente.

—Pues si eres mi mujer, me parece que tengo todo derecho de preocuparme—, dijo frunciendo el seño con enfado.

—Puedes preocuparte, no atosigarme—, respondí desviando mi mirada hacia la ventanilla. Él estaba a punto de refutar mi argumento, cuando la azafata apareció con el café y el Martini.

—Aquí tienen. Cualquier cosa que necesiten, me lo hacen saber—, la azafata nos dejó los pedidos y se alejó nuevamente.

Nate continuaba con los brazos cruzados, mirando el Martini en mi mano como si fuera la peor ofensa que podía hacerle. Necesitaba hacer algo para terminar con la tensión, al menos por las próximas cinco horas que nos tomaría descender a tierra firme.

Me recliné un poco más en mi asiento, cruzando mis piernas y revolviendo mis aceitunas en el trago.

—El doctor dijo que no podías mezclar alcohol con tu medicación—, se quejó Nate.

Tomé el palillo con las dos aceitunas atravesadas y me lo llevé a la boca, cerrando los ojos para disfrutar de las primeras gotas de alcohol luego de tantos días.

—MMMMMMMMM—, murmuré exageradamente, sacando la aceituna del palillo y haciéndola girar dentro de mi boca.

—No es gracioso, Samantha—, recriminó apretando sus dientes. —Tienes qu…—.

Antes que pudiera continuar con su sermón, coloqué el proyectil en el centro de mi boca y arrojé la aceituna batiendo mi propio record.

¡Justo en el blanco! Solté una carcajada al verlo tomarse la nariz.

—¡Anotación!—, grité riendo.

—¡Pagarás por esto!—, se desabrochó el cinturón de seguridad y me tomé el Martini de un solo trago, dejando caer la copa al suelo mientras desabrochaba mi cinturón mucho más rápido que él. —¡No te escaparás!—.

Mientras huía despavorida de las cosquillas de Nate, me aplaudía internamente por ser tan buena para fingir frente a él. Todo lo que quería era que dejara de controlar cada maldito paso que daba, cada estúpida palabra que salía de mi boca.

El viaje en jet fue pan comido. El Martini hizo su trabajo y me relajó por completo. Solo desperté cuando sentí a Nate acomodándome en la parte trasera del Volvo.

—Hola, bebé—, dije acariciando la suave textura del cuero de mi precioso auto.

—Duerme, nena. Aún quedan tres horas de viaje—, susurró Nate mientras se acomodaba a mi lado. Recosté mi cabeza sobre su regazo y me dejé ir nuevamente.

Solo una vez más, cariño… solo una vez más…

—¡No!—, grité despertando de mi pesadilla.

Puse una mano sobre mi pecho en un inútil intento por detener mis pulsaciones. Pasé el dorso de mi mano sobre mi frente para quitar las gotas de sudor y me tomé un minuto para entender dónde me encontraba. Pasé mis dedos suavemente sobre el edredón de mi cama y a pesar de estar en la oscuridad, sabía exactamente hacia dónde mover mi mano para encontrar la perilla de mi lámpara de noche.

Todo estaba igual que el día que vi mi casa por última vez. Se oían voces provenientes de la sala. Estaba a punto de dirigirme a ellas cuando me di cuenta que no llevaba mi ropa, sino una camiseta de Nate que me llegaba casi hasta las rodillas. Ni siquiera me preocupé en cambiarme. Necesitaba verla… ya.

Caminé por el pasillo hacia la sala y allí la vi, sentada sobre el regazo de su padre.

—¿No piensas venir a darme un abrazo?—, dije con un puchero exagerado mientras le extendía los brazos a mi hija.

—¡Mami!—, gritó Cam en cuanto me vio. Saltó de los brazos de Nate y corrió como un elefante en una estampida, directo hacia mis brazos. Yo la recibí gustosa y cerré mis ojos con fuerza cuando su rodilla conectó con una de mis costillas rotas.

—Hola, cariño… no tienes idea de cuánto te he extrañado—, la apreté contra mi pecho, agradeciendo estar viva para tenerla nuevamente entre mis brazos. Ella se separó un poco de mí y acarició mi cabello corto. Gracias a Dios, Lila lo había teñido de negro nuevamente.

—Te cortaste el cabello—, dijo con una sonrisa en sus labios de corazón. Mi estómago dio un vuelco.

—Así es, necesitaba un cambio. ¿Qué te parece?—, sonreí.

—Es como el mío. ¡Me gusta!—, dijo colgándose nuevamente de mis brazos. No pude contener más las lágrimas.

—Estás llorando, mami—, dijo Cam con preocupación en sus ojitos.

—Es que… te extrañé tanto, mi amor—, respondí secando mis mejillas.

—¿Qué te paso ahí, mami?—, Cam posó su mano en la parte visible de la venda sobre mi hombro. La herida en mi cuello ya solo parecía un piquete, estaba cicatrizando muy bien.

—Soy algo torpe, mi amor. Me caí en el hotel de la conferencia, pero no duele casi nada—, mentí con suficiencia.

—¡Ay, mami!—, casi parecía estar reprendiéndome. —No te preocupes, yo cuidaré de ti—, acarició mi mejilla con su manito. Era la mayor verdad que había escuchado en todos estos últimos días. Cam me protegía y me cuidaba como siempre lo había hecho, incluso cuando me alejé de Nate, fue ella mi razón para salir adelante. Y ahora sería de la misma manera, no podía dejar que Bobby me quitara eso.

—Ven conmigo, nena. Voy a prepararte algo para cenar—, dijo Nate tomando a Cam en sus brazos. Me quité las lágrimas que quedaban y los seguí hasta la cocina. Me senté sobre la mesada mientras Nate buscaba los ingredientes para preparar alguna comida.

—¿Por qué no me despertaste?—, le pregunté mientras sacaba un cigarrillo de la etiqueta y lo encendía.

—Tienes que descansar, nena—, me contestó mientras cortaba unos vegetales.

—Estoy cansada de descansar—, dije con una sonrisa.

—Podrías jugar un poco con Cam—, sugirió con una sonrisa. Levanté la vista y vi a mi hija dibujando sobre la mesa de la sala.

—Ella parece estar divirtiéndose—, dije apuntando hacia la sala. Él sonrió y dejó el cuchillo a un lado.

—Nena…—, se acercó un poco hacia mi posición y deslizó un dedo sobre mi rodilla, —estoy feliz de tenerte en casa—, dijo apoyando su mano sobre mi pierna.

—Creo que debería tomar un baño… realmente lo necesito—, me bajé de la mesada y me alejé un par de pasos de él.

—De acuerdo, tómate el tiempo que necesites—, dijo recargándose sobre la mesada con los brazos cruzados sobre el pecho. Me acerqué hasta él y puse mis labios sobre los suyos, tratando de parecer convincente. Sus manos se apoyaron en mi cintura y profundizó un poco más el beso antes de apoyar su mentón sobre mi hombro.

—Te amo tanto, nena—, susurró en mi oído. —Te necesito conmigo—.

—Yo también—, dije tímidamente. Deseé de todo corazón que no escuchara la mentira en mi voz. No lo necesitaba, estaba asustada y me sentía fuera de lugar, en mi propia casa, en compañía del hombre de mi vida y mi pequeña hija. ¿Qué demonios ocurría conmigo? Lo besé una vez más y procuré ir lo suficientemente tranquila, como para que él no notara que quería salir corriendo a encerrarme en la habitación.

Me detuve en seco al momento en el que crucé el umbral de la habitación. No me había percatado de que necesitaría ayuda.

Hasta ahora, había sido Lila quien me había asistido con estas cosas. Mi brazo no estaba completamente inmóvil pero no podía levantarlo tanto como para poder quitarme la camiseta. ¿Nate lo había hecho por mí? ¿Había visto la cicatriz en mi espalda? Me invadió el pánico completamente.

Rebusqué en uno de mis cajones y encontré mi vieja camiseta con agujeros. Me ayudaría a cubrir la cicatriz en mi espalda.

Cuando estuve en el baño, me dispuse a comenzar la tarea titánica de quitarme la camiseta. La tomé con mi brazo bueno y comencé a tironearla hacia arriba, pero no hubo caso. Una mínima pero preocupante capa de sudor me cubría la frente mientras continuaba luchando sin éxito. Me puse tan nerviosa que perdí el equilibrio y golpeé las cortinas de la ducha. Grave, grave error.

—¿Nena, estás bien?—, preguntó Nate del otro lado de la puerta.

—Sí—, respondí casi en un susurro.

—¿Puedo entrar?—, preguntó despacio. Era la primera vez en nuestra corta pero intensa relación que me preguntaba algo así. Era mi confirmación de lo delicado de la situación.

—Sí—, respondí.

La puerta se abrió lentamente y Nate valoró mi situación desde el umbral. Estaba sentada sobre el inodoro con la tapa baja, sudorosa por el esfuerzo, y claramente asustada.

—No me puedo quitar esta porquería—, dije tironeando la camiseta.

—Lo siento, nena. Lila te cambió antes de irse y no me di cuenta—, se acercó un poco y me tomó de la mano para ponerme de pie.

Bien, había llegado el momento.

Me moría de ganas de pedirle que trajera a Lila pero sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarme a esto. Mejor temprano que tarde. Respiré profundamente y levanté mi brazo bueno sin quitar mis ojos de los suyos, era lo único que me evitaba un ataque de histeria en este momento.

Nate tomó la camiseta del borde inferior y comenzó a levantarla despacio. Estaba agradecida de estar cubierta por la estúpida venda que atravesaba todo mi torso, así me sentía más protegida. Procuré mantenerme lo más quieta posible. Todo fue tan ceremonioso que aunque el proceso duró un par de segundos, a mí me pareció eterno. Era consciente del toque de sus dedos en mi cintura, el roce de la tela en mi espalda, en el lugar exacto en donde Bobby me había marcado.

—Estás temblando—, dijo sacándome de mis pensamientos. No me había percatado de eso, pero era cierto.

—Tengo frío—, mentí. Nate se acercó un poco más, casi como si intentara probar su punto. Sus brazos se envolvieron en mi cintura mientras su cuerpo hacía contacto con mi piel desnuda.

—Yo nunca voy a hacerte daño, Sam—, dijo. No estaba lista para hacer un comentario sobre eso aún, y él lo entendió. —¿Necesitas ayuda con el baño?—, agregó. Por supuesto que la necesitaba, pero tampoco estaba lista para eso.

—Creo que puedo sola desde aquí—, le sonreí.

—Tómate tu tiempo, voy a darle de cenar a Cam y luego la llevaré a la cama para que tú y yo podamos estar un rato solos, creo que lo necesitamos—, la tristeza seguía instalada en sus ojos.

—De acuerdo—, contesté. —Y gracias por la ayuda—. Nate sonrió un poco y desapareció detrás de la puerta.

Suspiré de alivio al quedar sola y me tomé un momento para examinar mi imagen en el espejo. Los moretones de mi cuerpo habían desaparecido por completo. Estaba algo delgada, pero casi era normal en mí, no tardaría en recuperar las libras que me faltaban. Tomé un respiro antes de girarme para ver mi espalda. Ni siquiera me sorprendí al verla, estaba ya rosada por la cicatrización y el maldito había arruinado el ojo izquierdo de mi lobo. La letra era totalmente visible.

Mi rostro era otra historia. Tenía grandes parches oscuros productos del cansancio surcando mis ojos y una vez más, no había nada en ellos.

Como si estuviera buscando un premio de la Academia, ensayé algunas sonrisas, pero era inútil. Abrí el grifo para llenar la tina y encendí un cigarrillo mientras esperaba que se llenara. Era horrible no poder sumergirme completamente en el agua, quizás tendría algo de suerte y me ahogaría por accidente. Sumergí mis piernas, sentada al borde la tina y con una esponja comencé a bañarme, con cuidado de no tocar la estúpida venda.

Antes de terminar con el baño, ya había consumido tres cigarrillos más. Desagoté la tina mientras peinaba mi cabello. A decir verdad, no estaba tan mal. Cam tenía razón, ahora teníamos el mismo corte de pelo. Me puse la ropa interior y abrí la puerta, recargándome en el umbral.

—¿Nate?—, susurré despacio, por temor de alertar a mi nena.

—Aquí estoy, nena—, dijo caminando presuroso desde el pasillo.

—¿Podrías?—, dije extendiéndole mi camiseta.

—Claro—, sonrió. Tan ceremonioso como antes, me ayudó a vestirme.

Luego de unos minutos, estábamos sentados en la pequeña mesa de la cocina. Nate había preparado una exquisita ensalada de vegetales, el paraíso después de la asquerosa gelatina del hospital. Comimos casi en silencio, pero no era uno incómodo, sino uno compasivo.

—Necesito un trago—, dije después de dejar los platos en el fregadero.

—¿Una cerveza?—, Nate se puso de pie y caminó hacia la heladera.

—¿Recuerdas dónde puse ese magnífico whisky añejado que traje de Londres?—, pregunté rebuscando en las alacenas.

—Sam… ¿whisky? Tú no bebes whisky—, dijo con una mueca de desaprobación.

—Nate, no lo compré para exhibirlo. Solo es un trago. ¡Por Dios! ¿Por qué tanto drama?—, dije exasperada.

—Bueno, suficiente—, dijo cruzando los brazos sobre el pecho. De acuerdo, aquí venía el molesto Nate versión solo-me-estoy-preocupando-por-ti que tanto odiaba.

Seguí revolviendo en las alacenas hasta que por fin encontré mi trago. Saqué un par de vasos de la repisa y agregué unos cubos de hielo en ellos. Los serví y los puse sobre la mesa.

—Salud—, vacié mi vaso de un solo trago y el ardor del alcohol en mi garganta parecía recordarme que aún seguía con vida. Él me miraba fastidiado, sin decir una palabra. —Tú te lo pierdes—, dije tomando el otro vaso de la misma manera. No era una buena tomadora, así que luego de dejar el vaso sobre la mesa, sentí un leve mareo.

—Nena, ya basta—, me dijo seriamente.

—¿Qué?—, reproché encendiendo un cigarrillo.

—Esta porquería no ayuda—, apuntó con un dedo acusador al inocente whisky sobre la mesa.

—No estoy buscando ayuda, solo un trago, ¿es tan difícil de entender?—, dije con indiferencia. Me puse de pie dispuesta a volver a la oscuridad de mi habitación, pero Nate me detuvo del brazo y me regresó a la banqueta de la cocina, un poco más rudo de lo que esperaba.

—Te quedas ahí hasta que terminemos de hablar. Me importa un carajo si no quieres escucharme, pero de todos modos tengo algunas cosas que decirte, así que siéntate ahí—, dijo con firmeza. Me crucé de brazos enojada.

—Necesito…—, se aclaró la garganta y encendió un cigarrillo, —… saber con qué estoy lidiando aquí—, me exigió.

—Estoy bien—, mentí tratando que no se notara el temblor en mi voz.

—Puedes hablar conmigo—, sus ojos se volvieron más comprensivos. Sabía lo difícil que era esto para él.

—No tengo nada que decir—, mi voz era fría y mecánica. Tenía mi frase ensayada para cuando este momento llegara.

—¡Mierda!—, golpeó la mesa con el puño cerrado y la botella se tambaleó un poco. Se presionó las sienes con los dedos en un intento por calmarse y yo esperé pacientemente a que siguiera hablando. Él lo necesitaba, no yo. —No dejaré que te hagas esto—, entrelazó sus dedos sobre la mesa mirando fijamente un punto sobre ella.

—Bien, solo voy a decir esto una vez—, tomé un respiro y lo tomé de las manos. Hora de empezar con el espectáculo. —Voy a hacer lo que necesite para dejar todo esto atrás, iré al dichoso psiquiatra, haré las rehabilitaciones y me portaré como una buena niña, ¿de acuerdo? Pero comprende que intento que las cosas vuelvan a la normalidad… ya pasé por mucho en el pasado, y para ser sincera, esto es solo una cosa más de todas las que me han pasado en la vida. Quiero dejar todo atrás—, lancé el discurso que había ensayado frente al espejo un millón de veces y hasta me sorprendí de cuán convincente sonaba.

—¿Qué puedo hacer, Sam? Me siento como un completo inútil—, dijo aferrando mis manos entre las suyas.

—Estás aquí… conmigo, no hay nada más que pueda pedirte. Esto es algo que yo tengo que resolver, esto me pasó a mí—, dije buscando su mirada.

—Te equivocas, esto nos pasó a nosotros—, replicó con pesar.

—Nate… yo comprenderé perfectamente si esto es algo que te sobrepasa, si necesitas un tiempo, yo…—, dije con la voz entrecortada.

—¿Estas tratando de dejarme?—, las lágrimas ya empezaban a asomarse por sus ojos.

—No, cariño… yo… no quiero causarte más sufrimiento, no puedo obligarte a atravesar esto conmigo. Quizás lo mejor sería que me fuera por un tiempo, hasta que las cosas se calmen un poco, sé que podrías cuidar bien de Cam en mi ausencia…—, empecé a decir.

—No—, dijo firmemente. Era claro que esta no era una opción que Nate quisiera considerar.

—De acuerdo—, dije intentando tranquilizarlo. —Mañana mismo llamaré a un psiquiatra en el pueblo para acordar una cita, lo prometo—, le aseguré.

—Eso está muy bien—, acarició mi mejilla por unos segundos y sus dedos se trasladaron a mis labios. —Vamos a dormir, cariño—, dijo sin quitar la mirada de mis labios. El estómago me dio un vuelco.

—Adelántate… he dormido toda la tarde, creo que me tomaré unos momentos para escribir un rato—, dije poniéndome de pie. —¿No te molesta, cierto?—, pregunté mientras encendía mi laptop.

—Como prefieras—, se puso de pie junto a mí.

Sus manos se fueron hacia mis brazos, acariciándolos despacio. Cerré los ojos antes que tomara mi rostro entre sus manos, admirando la profundidad de su mirada azabache.

—Te amo más que a nada—, acarició mi labio inferior con un dedo. —Vamos a superar esto—. Antes que pudiera ver la inexpresividad en mi rostro, envolví mis brazos en su cintura y lo abracé con fuerza, deseando volver a creer que nuestro amor podía arreglarlo todo. Cerré mis ojos y apoyé mi mentón sobre su hombro, necesitando estar más cerca del calor de su cuerpo.

Cuando abrí mis ojos...

Mi corazón se detuvo.

El chispazo del encendedor hizo que mi piel se erizara por el miedo. Mis ojos comenzaron a cristalizarse mientras veía como se llevaba el cigarrillo a la boca. Estaba apoyado sobre la mesada de la cocina, con una sonrisa oscura en los labios, fulminándome con su mirada esmeralda.

Mi cuerpo tembló con violencia cuando vi a Bobby sonriendo…

Continuará… pese a todo.

Mariela Gimenez

Encontrála en facebook:

https://www.facebook.com/mariela.gimenez.9849?fref=ts

Has llegado a la página final

Report Page