Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo

Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo


I RAZÓN Y RIESGOS DE LA CLÍNICA ARQUEOLÓGICA

Página 9 de 30


I


RAZÓN Y RIESGOS DE LA CLÍNICA ARQUEOLÓGICA

Siempre me han parecido un tanto indelicados los estudios clínicos, tan en boga en la actualidad, acerca de personajes que gozan desde hace años —o siglos— de la paz de los justos. Porque, de una parte, el médico no tiene derecho a elegir por sí mismo sus pacientes, y supone un abuso de la superioridad que nos da nuestra condición de seres vivos el someter a nuestras exploraciones a quienes no están en aptitud de discernirnos su confianza.

Pero, además, los médicos nos equivocamos tantas veces cuando los enfermos están al alcance de nuestras investigaciones directas, que tiene mucho de atrevido y pedantesco el pretender acertar cuando nos separa de ellos el abismo sin orillas de la eternidad. Pongo, pues, por voluntario designio, en tela de juicio cuanto voy a decir en este ensayo, en lo que se refiere a interpretaciones médicas. Jamás he pretendido hablar ex cathedra, y menos que nunca ahora, cuando recojo ya de la experiencia la lección inestimable de que en nuestra ciencia sólo pueden tomarse en consideración aquellas opiniones que nacen tocadas de sencillez y humilde reserva.

Sin embargo, la Medicina ha progresado tanto en los últimos decenios, que meros indicios indirectos pueden bastarnos para formar un criterio aproximado a la verdad, respecto a hechos que tal vez en los tiempos en que se desarrollaron no pudieron ser interpretados con exactitud. En ocasiones, en efecto, el diagnóstico lo da, sencillamente, la morfología, y puede bastar, por lo tanto, para realizarle un buen retrato o una descripción literaria detallada. En cierto modo, no sería, pues, aventurado hablar de una arqueología médica. Por ejemplo: un clínico inglés, Adisson, descubrió en 1855 una interesante enfermedad que desde entonces lleva su nombre; pues bien: yo he publicado la descripción, perfecta, precisa y detallada, de esta misma enfermedad, realizada tres siglos antes por el padre Sigüenza en su famosa Historia del Monasterio de El Escorial
[15]
. Recordemos, entre los españoles que han contribuido a estos estudios, a Comenge, y las recientes e interesantes investigaciones del doctor Sanchís Banús sobre el príncipe Don Carlos
[17]
.

Este tipo de diagnósticos retrospectivos, que a veces son sólo ocupación de médicos desocupados, puede tener, en otras ocasiones, un verdadero interés histórico. Porque nadie ignora con cuánta frecuencia la gran tramoya de los hechos públicos ha sido conducida por individuos o francamente enfermos, o de esos otros que, como los funámbulos en su cuerda, atraviesan la vida balanceándose entre la normalidad y la patología. Y acaso no sería desmedido decir que a esta categoría, casi sin excepción, pertenecen, casi sin excepción, los grandes hombres que han hecho cambiar el rumbo de la Historia. Sin un punto de anormalidad en sus directores, la vida de los pueblos se hubiera deslizado por cauces infinitamente más tranquilos, aunque, a costa de esta tranquilidad, estaríamos todavía en los linderos de la civilización cavernaria. Para citar un ejemplo contemporáneo, pensemos en la revolución rusa, la más trascendente de sufrido la Humanidad. Pues bien: el hombre de sobrehumana energía que fue su conductor, Lenin, era, según el testimonio que yo mismo he recogido de algunos de sus médicos, un espíritu que planeaba en las alturas vertiginosas de la parálisis. Y esto no envuelve nada despectivo para los grandes artífices de la Historia, quiere decir, simplemente, que hay una fisiología y una normalidad históricas distintas de las que nos sirven, como suele decirse, «para andar por casa». Y de su casa no sale nadie para conducir a las muchedumbres si no tiene un superávit de impulsión que desborda de los límites de la normalidad doméstica y burguesa. Otras veces, sin embargo, la enfermedad adopta el tipo degenerativo y actúa en forma de disolución perturbadora sobre los pueblos que tienen la desdicha de soportarla. A este género pertenece la que aquejó a Don Enrique IV de Castilla, de que nos vamos a ocupar en este ensayo.

Ir a la siguiente página

Report Page