Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo

Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo


II VERDAD HISTÓRICA Y VERDAD BIOLÓGICA

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II


VERDAD HISTÓRICA Y VERDAD BIOLÓGICA

¿Fue Don Enrique un ser inepto, un impotente, como reza la etiqueta con que ha sido archivado en la Historia, o un pobre hombre calumniado por adversarios victoriosos a favor del éxito, que todo lo autoriza y lo sanciona, han hecho perdurable la fábula de su incapacidad?

Es sabido que los historiadores se dividen, frente a este problema, en dos bandos, a la verdad arbitrarios, Fundan su actitud en razones principalmente sentimentales, de simpatía o antipatía hacia unos u otros de los protagonistas del drama. Algunos cronistas de la época, como Palencia, Mosén Diego de Valera y Hernando del Pulgar, fueron los más resueltos propagadores de la escabrosa especie. Y, en realidad, tampoco los partidarios del Monarca, como Enríquez del Castillo, la contradicen abiertamente. De los historiadores posteriores, mientras unos, como Lafuente, admiten la impotencia

[18], otros la atribuyen a calumnias

Forjadas por los partidarios de los Reyes Católicos; tal, Mariana

[19], al que han seguido después otros muchos

[20], singularmente los portugueses, en los que el anhelo de esclarecer la verdad coincide con la satisfacción de sus sentimientos patrióticos. Entre los comentaristas contemporáneos persiste idéntica disparidad: Paz y Melia
[21]
da fe absoluta a la opinión de Palencia. Sitges

[22], en cambio, la considera como una calumnia vil. Puyol se adhiere también, con entusiasmo, a la tesis de Mariana.

Y el mismo Llanos y Torriglia, a pesar de su partidismo por la Reina Católica, no se atreve a dictaminar sobre la cuestión.

Veamos lo que pueden aportar a este pleito los hechos clinicos examinados por quien, como yo, no tiene —por ser ajeno al oficio— prejuicios de escuela, sino tan solo curiosidad ante la vida presente o remota.

Comenzaremos por reconstruir la vida patológica de Enrique IV, y de ella deduciremos después las conclusiones que puedan tener un interés histórico. Para ello nos serviremos lo menos posible de los juicios de historiadores, y todo lo que podamos de las referencias de algunos viajeros; pero, sobre todo, de los proporcionados por los cronistas de la época, sobre los que, antes de seguir, es necesaria alguna aclaración.

Dice con gran exactitud, Puyol que «el que quiera conocer los sucesos de aquel reinado por las narraciones contemporáneas, hallará a mano abundantísimo material; pero le será preciso usar de él con singular cautela, para no sufrir a cada instante la desorientación que producen los relatos contradictorios». Prudente advertencia, porque, como es sabido, la pasión que movía las plumas en aquellos años caóticos es sólo comparable a la que empujaba las espadas y destilaba en los alimentos la letal ponzoña. Sin embargo, al circunscribirnos, no a sucesos históricos, sino a episodios puramente humanos (cualquiera que sea su trascendencia histórica), la verdad resalta, casi sin dudas, a través de enconos y de servilismos. La verdad biológica es, en efecto, mucho más difícil de ser deformada que la verdad histórica, y nos es relativamente sencillo el lograr su auténtico hallazgo en el fondo de los espejismos desconcertantes de las leyendas más apasionadas. Las leyendas que se edifican sobre la vida humana de los hombres, y no sobre su vida histórica, tienen siempre una raíz real, que esa leyenda deforma, pero a la vez fija y esquematiza; de suerte que casi siempre es más ayuda que estorbo para la reconstrucción de la exacta silueta de los personajes pretéritos.

Desde este punto de vista nuestro, es evidente que el cronista preferido tiene que ser el famoso Alonso Palencia. Es sabido que mientras algunos historiadores, como Zurita, le consideran como «el historiador más veraz de España»

[26], o alaban, como Menéndez Pelayo, «la gravedad de su carácter moral», considerándole como «uno de los varones más honrados y de los espíritus más sanos y rectos de su tiempo»

[27]; otros, como Sitges, le tienen por un clérigo apasionado, procaz y deslenguado, indigno de todo crédito. Paz y Melia

[29]compila muchas opiniones sobre él y añade fervorosos argumentos en su defensa. Puyol le juzga con ecuánime serenidad, criticando severamente su intención histórica, pero reconociendo sus grandes dotes de observador y su valor documental. Esto es lo que a nosotros nos interesa. No podemos entrar, naturalmente, en los pleitos históricos. Pero insistimos en que los datos que nos proporciona, aparte de ser los más y detallados, revelan tal perspicacia y veracidad, desc.ubren tan claramente, aun en los momentos de mayor pasión histórica, su raíz de realidad, que desde sus Décadas, de tan gustosa lectura, hemos recogido gran parte del material del presente ensayo.

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