Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo

Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo


Notas

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Notas

[1] En los últimos años se ha reivindicado la memoria del joven príncipe Alfonso, afirmando, como muy probable, su muerte por envenenamiento. M. D. Morales Muñoz: Alfonso de Ávila, rey de Castilla, Ávila, 1988.<<

[2] J. Lucas-Dubreton: El rey huraño: Enrique IV de Castilla y su época (trad. española). Ediciones Morata, Madrid, 1945, pág. 41 (esta obra lleva un prólogo de Gregorio Marañón).<<

[3] J. Torres Fontes: Estudio sobre la Crónica de Enrique IV del doctor Galtnde: de Carvajal. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Murcia, 1946, pág. 39.<<

[4] L. Suárez Fernández; Los Reyes Católicos. La conquista del trono, Rialp, Madrid, 1989, pág. 14.<<

[5] D. Eisenberg: «Enrique IV and Gregorio Marañón», Renaissance Quarterly, 29, 1976, págs. 21-29.<<

[6] W. J. Irvine y A. Mac Kay.: «Medica! Diagnosis and Henry IV of Castile», Anales de la Universidad de Alicante, Historio Medieval, 3, 1984, págs. 183-190 (resumen en castellano, por Jiménez Ferrero, M.C., en ibíd., págs. l 91-194).<<

[7] J. B. Sitges: Enrique IV y la excelente señora llamada vulgarmente D01ia Juana la Beltraneja, 1412-1530. Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1912.<<

[8] Particularmente pensamos en sus obras Nobleza y monarquía. Puntos de vista sobre la historia castellana del siglo XV, Secretariado de Publicaciones de la Universidad, Valladolid, 1975 (2." edición), y «Los Trastámaras de Castilla y Aragón en el siglo XV (1407-1474)», incluido en el tomo XV de la Historia de España dirigida por R. Menéndez Pida!, Espasa Calpe, Madrid, 1964.<<

[9] W. D. Phillips: Enrique IV and the Crisis of Fljteenth-Century Castile. The Mediaeval Academy of America, Cambridge (Mass.), 1978.<<

[10] L. Suárez Fernández: Nobleza y monarquía..., pág. 11.<<

[11] El documento procede del Archivo General de Simancas. L Suárez Fernández: «Los Trastámaras de Castilla y Aragón...», pág. 221<<

[12] D. Phillips: Enrique IV and the Crisis..., págs. 50-52, en las que ofrece interesantes cuadros de los diversos nombramientos llevados a cabo por Enrique IV.<<

[13] C. Sánchez Albornoz: España, un enigma histórico. Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1962 (2.' edición), tomo I, pág. 665.<<

[14] J. Torres Fontes: Itinerario de Enrique IV de Castilla. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Murcia, 1953, pág. 22.

Capitulo 1<<

[15] Marañón: «El caso más antiguo conocido de la enfermedad de Adisson». Siglo Médico, 1922, págs. 70-605.<<

[16] Comenge: Clínica Egregia. Barcelona, 1895.<<

[17] Sanchís Banús: «La enfermedad y muerte del príncipe Don Carlos, hijo de Felipe II», Archivos de Medicina, Cirugía y Especialidades, 1927, vol. 26, pág. 493). En este certero ensayo justifica el autor la revisión médica de los personajes históricos, diciendo que la Historia la hacen los caracteres, y los personajes son el núcleo del objeto de la Psiquiatría. Exacto. Pero no sólo la Psiquiatría ha de intervenir en esta labor, sino otras ciencias biológicas y principalmente —cuando ello es posible— las que estudian la morfología y sus interpretaciones patológicas. Ejemplo de esta valoración de lo somático y lo psíquico para rehacer el retrato de personajes pretéritos es el admirable libro de Kretschmer: Geniale Menschen. Berlín, 1929.

Capítulo 2<<

[18] Lafuente: Historia de España, cap. XXX: «Si no fue impotente por naturaleza, dio ocasión con sus vicios a que tal vez se le tuviera y pregonara.»<<

[19] Mariana: Historia de España, lib. 22, cap. XX: «Puédese sospechar que gran parte de esta fábula se forjó en gracia a los Reyes Don Fernando y Doña Isabel».<<

[20] Álvarez de la Fuente (Sucesión real de España, ITI, pág. 228) dice, por ejemplo, hablando de la impotencia del Rey y de su intervención en los supuestos devaneos de la Reina: «Malicia fue de aquel tiempo, y en el más adelante, lisonja de los Reyes Católicos».<<

[21]Paz y Melia: Et cronista Alonso de Palencia. The Hispanic Society of America, Madrid, 1914.<<

[22] Sitges: Enrique IV y la excelente señora llamada vulgarmente Doña Juana la Beltraneja, Madrid, 1912. «Se ha dicho y se ha creído generalmente que fue impotente; pero ésta es la falta menos probada que se achaca a Enrique IV, y los textos en que se apoya tal imputación no son de una autenticidad tan evidente que merezcan crédito absoluto» (pág. 379).<<

[23] Puyol: Los cronistas de Enrique IV. Madrid, 1921. «Pero donde la crítica de Mariana raya a la altura que pueda alcanzar la que más alta llegue, es al juzgar el enmarañado y complicadísimo pleito de la sucesión del trono» (pág. 74). Copia los pasajes en que Mariana juzga, en el sentido expuesto, esta cuestión y termina: «Para nosotros, es evidente que los párrafos anteriores contienen una apreciación tan exacta como justa de aquella cuestión que de tal modo perturbó la vida de Castilla, y leyendo las Crónicas con el desapasionamiento y la serenidad que consiente lo lejano de los hechos, sácase la misma impresión reflejada en la obra de Mariana, que escribió a poco más de un siglo de distancia de ello» (pág. 75).

Ballesteros (Historia de España, III, pág. 116) parece inclinarse también este mismo sentido.<<

[24] Llanos y Torriglia: Así llegó a reinar Isabel la Católica. Madrid 1927. «Interesa, por último, al autor hacer constar que ni en este capítulo ni en el resto de la obra define rotundamente por cuenta propia la filiación ilegítima de la Beltraneja». «Si era o no, de hecho, hija de Enrique IV, arcano genésico es, cuya recóndita intimidad no permite que lo esclarezca la crítica histórica» (pág. 68).<<

[25] Puyol: op. cit., pág. 7.<<

[26] Zurita. Cit. de Paz y Melia: op. cit., pág. LIII.<<

[27] Menéndez Pelayo: Antología de poetas líricos castellanos, VI, pág.X<<

[28] Sitges: op.cit.<<

[29] Paz y Melia: op. cit., pág. Llll y siguientes.<<

[30] Puyol, op. cit., pág. 39: «la maravillosa observación que demuestra en cuanto escribe y las copiosas noticias que proporciona la vida de aquellos tiempos».

Capítulo 3<<

[31] Sabida es la atribución de este famoso Centón epistolario a diversos autores posteriores a la época, como el Conde de la Roca, Gil González, Dávila, Pellicer, etc. Esto, que desvanece su valor histórico, no amengua el deleite de su lectura.<<

[32] Crónica de Enrique IV, escrita en latín por Alonso de Palencia (traducción castellana por A. Paz y Melia), Madrid, 1904. Década I, Libro 1, Cap. l.º «Así hay confusa noticia de las muchas dudas de las gentes acerca de la legitimidad del príncipe y de susurrarse no ser hijo de Don Juan. Claro es que este rumor no pudo divulgarse durante su reinado con mayor libertad que el natural temor comportaba; mas la duda ofrecía muchos fundamentos que el Rey cuidó de disimular, principalmente por tener más hijos de su mujer y prima Doña María.»<<

[33] Generaciones, semblanzas e obras de los excelentes reyes de n Enrique el Tercero e Don Juan el Segundo, ordenadas Pérez de Guzmán.<<

[34] «Los más sesudos —dice el propio Palencia— consideraron el castigo demasiado cruel.» «Con razón censurarán los discretos la maldad del Rey» (op. cit. I, 2, 7.º).Todo este capítulo es de un interés dramático y de una belleza literaria insuperables.<<

[35] «Placíales oír hombres avisados y notaba mucho lo que de ellos oía; sabía hablar y entender latín; leía muy bien; placíanle mucho libros e historias; oía de muy buen grado los decires rimados, y conocía los vicios de ellos»; «sabía del arte de la música; cantaba y tañía bien, y aun justaba bien», Fernán Pérez de Guzmán, op. cit., XXXIII<<

[36] Léase lo referente a la historia esquizoide de la dinastía en el estudio de Sanchís Banús ya citado.<<

[37] Crónica de Don Juan II. Año de 1440. Cap. XXII.<<

[38] Henando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, Don Fernandoo y Doña Isabel de Castilla y Aragón, cap. IV.<<

[39] Hernando del Pulgar: Los claros varones de Castilla. I, Del Rey Don Enrique IV.<<

[40] Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, cap. IV<<

[41] Palencia, op. cit., 1, 1, 8.<<

[42] Desobedeciendo algunas veces al Rey, su padre, no porque de su voluntad procediese, mas por enduzimientos y persuasiones de algunos que, siguiendo sus propios intereses, le traían a ello.» «Por enduzimientos y persuasiones de algunos que están cerca de él, en su consejo, e procediendo de su voluntad, tuvo algunas diferencias con este Rey de Aragón.» (Los claros varones de Castilla, l.)

Capítulo IV<<

[43] Crónica de Juan II. Año de 1444. Cap. XV<<

[44] Mosén Diego de Valera: Memorial de diversas hazañas, Cap. VII. Las noticias de este cronista son interesantes a este resespecto, pues tal vez pudiera estar bien enterado de las intimidades de la Corte por su padre, Alonso Chirino, que fue médico de Don Juan II. (Véase González de Palencia, Alonso Chirino, «Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo», 1924.) Palencia (op. cit., 1, 1, 1º) copia literalmente la frase de la Crónica: «La Princesa quedó tal cual naciera».<<

[45] Valera, op. cir., cap. III. Es sabido que esta costumbre de a sábana, testimonio de la consumación nupcial, ha persistido hasta hace poco en algunos pueblos de España.<<

[46] Palencia, op. cit., l, 1, l.º.<<

[47] Palencia, l, 1, 2.º.<<

[48] La reproduce Sitges, op. cit., pág. 47.<<

[49] Cit. De Puyol, op.cit. pág. 70.<<

[50] Sitges, op. cit., pág. 57. «En cuanto a la impotencia de Enrique IV, está desmentida en la sentencia en términos tan claros y crudos, que no cabe torcida interpretación.»<<

[51] Comenge, op. Cit. Cap. XX.<<

[52] Colmenares: Historia de Segovia, cap. XXXI. Según Sitges, en Zurita y en el historiador portugués Nunes de Leáo se halla la misma referencia, cuyo original no se ha podido encontrar.<<

[53] A esto se refería, sin duda, Palencia al decir, como ya hemos copiado que la impotencia de Enrique IV era conocida desde su niñez y constituye una prueba más de que, más o menos apasionado, el famoso cronista manejaba, por lo común, datos verídicos. No miente, pues, cuando dice que esta impotencia fue «confirmada por los médicos», pues del informe de Soria lo único que tiene aspecto de realidad es la afirmación de la incapacidad de su real paciente; la interpretación del «maleficio» no tiene, desde luego, el menor valor científico ni histórico.<<

[54] Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos. Cap. IV. —Comenge (op. cit., cap. XX) atribuye estas palabras «al sabio Nebrija» (?). —También en sus Claros varones dice Pulgar que Don Enrique «tenía comunicación con otras mujeres, y nunca pudo tener con ninguna allegamiento de varón». —Finalmente, Barrantes Maldonado (Ilustraciones de la Casa de Niebla, vol. II) dice: «Cuan notoria fuese la impotencia del Rey Don Enrique mostróse» «en otras muchas mujeres, nobles e innobles, virginales y corruptas, con quienes él trató de haber acceso, las cuales públicamente confesaban la impotencia del Rey, cuyos nombres de algunas de ellas cuentan las crónicas».<<

[55] Se refiere a los personajes que cita el médico Fernández de Soria en su informe, pág. 37.<<

[56] Esta declaración de la virginidad postnupcial de Doña Blanca se reconoció, por tanto, públicamente y en un documento amañado por el mismo Rey. No parece, pues, exacto que éste achacara a su frustrada esposa la falta de sucesión, como afirman Palencia («Don Enrique atribuía la esterilidad a su esposa y no a su propia impotencia»: op. cit., 1, 3, 5.º) y Pulgar («el defecto de la que él imputaba a ella»: Claros varones, I). Es de notar que Enríquez del Castillo, cronista partidario del Rey, no habla para nada de la boda con Doña Blanca, ya que su relación empieza con la muerte de Don Juan II.

Capitulo V<<

[57] Comenge, op. cit., cap. XX.<<

[58] «Es sabido que el casamiento con Doña Juana de Portugal se gestionaba bastante antes de pronunciarse la sentencia de divorcio» (Sitges, op. cit., pág. 59). —Pisa (Descripción de la Imperial ciudad de Toledo. Primera parte. Toledo, 1617) explica este segundo casamiento con una frase llena de irreverente naturalidad: «Después le dio gana de casarse con Doña Juana» (pág. 204).<<

[59] Crónica del Rey don Enrique el Cuarto de este nombre por su capellán y cronista Diego Enríquez del Castillo, cap. XIII.<<

[60] Palencia, op. cit., I, 3, 1 O.<<

[61] Pisa (op. cit., pág. 203) da por hecho el fracaso de esta segunda noche de bodas, pero con palabras tomadas del relato, por los cronistas, de la boda con Doña Blanca: «y la noche de la boda la Reyna quedó como vino y como el día en que nació».<<

[62] Palencia, op. cit., I, 7, lº.

Capítulo VI<<

[63] Palencia, op. Cit. I, 6, 5º.<<

[64] Palencia, op. cit., I, 3, l 0.<<

[65] Palencia, op. cit., I, 7, 3.º<<

[66] Münzer: Viaje por España y Portugal en los años de 1494 y 1495. Versión el latín, noticia preliminar y notas por J. Puyol, Ma drid, 1924.<<

[67] Viajes por España, anotados y con una introducción por A. M. Fabié. Madrid, «Libros de Antaño», 1889.<<

[68] Hay que separar, sin embargo, el problema de la impotencia el Rey, que no parece dudoso (impotencia incompleta), del de la legitimidad o ilegitimidad de Doña Juana la Beltraneja, que es absolutamente oscuro, a pesar del ambiente favorable a la hipótesis adulterina.<<

[69] Valera, op. cit., cap. XXXIH.<<

[70] Pulgar: Crónica de los Reyes Catlóicos, cap. I.<<

[71] Pulgar: Claros varones, cap. I.<<

[72] Enríqucz del Castillo, np. cit... cap. CXXJV.<<

[73] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. LXV.<<

[74] Palencia, op. Cit.II, 1, 4º.<<

[75] Sitges, op. Cit.<<

[76] Palencia, op. Cit., 1, 7, 3º.

Capítulo VII<<

[77] Sitges, op. clt., pág. 212. Los nobles, a continuación, reconocieron también a Doña Juana como «hija de dicho señor Rey».<<

[78] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. CXLII.<<

[79] Palencia, op. cit., II, 3, 5.º.<<

[80]Sitges, op. cit., pág. 234.<<

[81] Hemando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, cap. XI.<<

[82] Palencia, op. cit., JI, JO, 9º.<<

[83] Valera, op. cit., cap. C.<<

[84] Damiâo de Gaes: Crónica do Príncipe Don Joam, cap. XLI.<<

[85] Enríquez del Castillo, op. Cit., Cap. CXXIV.<<

[86] Münzer, loc.cit., pág. 163.<<

[87] Paz y Melia, op. cit., pág. LlX.

Capítulo VIII<<

[88] En 1465, es decir, diez años después de la boda con Doña Juana y del comienzo de los supuestos o reales amores entre doña Guiomar y el Rey, que se dice empezaron a poco del regio matrimonio, vivía aquélla en Guadalupe, «porque el Rey, queriendo satisfacer en esto los deseos de Don Beltrán y de la Reina, la había alejado de su trato, aunque la consideraba mucho y deseaba verla casada con alguno de los Grandes» (Palencia, op. cit... l. 8. 4.0).<<

[89] Don Enrique la visitó alguna vez en Alaejos, «pero no estuvo mucho tiempo en su vana e infructuosa compañía» (Palencia, op. cit., I, 10, 9.º). Es decir, mera visita de cortesía.<<

[90] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. l.<<

[91] «Recorría, pues, Don Enrique escondidos bosques e intrincadas selvas, persiguiendo fieras, y huía del trato de las gentes» (Palencia, op. cit., I, 2, 4.º).<<

[92] Palencia, op. cit., I, JO, l.º<<

[93] Palencia, op. cit., 1, 10, 4.º Este monte de Gabia es Balsaín, donde Valera repite la misma descripción de Palencia (op. cit., cap. C).<<

[94] Pedro de Escavias: Vida de Enrique IV, publicada por Sitges, loe. cit., apéndice primero.<<

[95] Enríquez del Castillo, op. cit... cap. l.<<

[96] Valera, op. cit., cap. XCVIll.<<

[97] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. L.<<

[98] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. I.<<

[99] Palencia, op. cit., II, 1 O, 9.º.<<

[100] «Era doliente de la ijada y de piedra» (Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos. cap. XI).<<

[101] Palencia, op. cit., u, 10, 9.0<<

[102]Valera, op. cit., cap. C.<<

[103] Castillo, op. cit., cap. CLXVII.<<

[104] Castillo, op. cit., II, 10, 10º.<<

[105] Zurita, vol. IV, lib, cap. XXVII.<<

[106] Palencia, op. cii., 11, 10, 9.º

Capítulo IX<<

[107] Este sepulcro es bien conocido. Se debe a Juan de Merlo, ayudado por Juan Manuel Theotocopuli, el hijo del Greco, y por Juan Muñoz.<<

[108] Está publicada en la Historia de España de Ballesteros. Véase también su descripción, comentada, en Tormo: Las viejas series icónicas de los Reyes de España. Madrid, 1917.<<

[109] El Códice original de este viaje está, como es sabido, en la biblioteca de Stuttgart. En España se publicó, en la Colección de Libros de Antaño, en el volumen, ya citado, de Viajes por España, editado por A.M. Fabié, con los de Rosmithal, Guicciardini y Navajaero. En esta traducción hay un diseño del busto del Rey, calcado de la copia publicada por Vallet de Virville. En la Junta de Iconografía Nacional existe la reproducción del grabado original y la de otra versión del mismo, sin colorear y con la expresión del dibujo atenuada. También han publicado este retrato el Marqués de Laurencín (Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. 62, pág. 236), Paz y Melia (op. cit.), Cejador (Historia de la Lengua y Literatura castellanas, vol. I), y, finalmente, varios manuales y hasta revistas populares. La leyenda del grabado reza así: «Enrique por la Gracia de Dios, rey de Castilla y León, Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Algarve, Algeciras y Señor de Vizcaya y de Molina.»<<

[110] En el manuscrito dice: «Jorge de Ehingen mandó hacer las figuras de los reyes que se ven pintadas a continuación cuando los visitó a todos personalmente.» Fabié supone (op. cit., Prólogo) que estos retratos que han llegado a nosotros «no son los que se hicieron directamente del natural». «Como no se infiere, —dice— que formara parte de la expedición ningún pintor, parece verosímil que Jorge de Ehingen, con los perfiles que tomara por sí o por alguno de sus acompañantes, y con sus indicaciones, mandaría hacer los retratos que se ven en el Códice.» Un poco arbitraria parece esta suposición. La artificiosidad del grabado se debe relacionar con las condiciones generales de la pintura de la época a que aludimos en el texto.<<

[111] Marañón: «Introducción al estudio de la teoría humoral de la emoción», Policlínica, Valencia, 1921. N.º 87.<<

[112] Puyol. op. cit, pág. 13.<<

[113] Enríquez del Castillo. Op. cit... cap. I.<<

[114] Palencia, en cambio, dice: los ojos, «siempre inquietos en el mirar, revelaban con su movilidad excesiva la suspicacia o la avaricia» (I, 1, 2.º). Paz y Melia (op. cit., pág. XLVH) se inclina más a esta versión de la mirada inquieta de Palencia que a la de la mirada fija de Castillo, basándose en el estudio del retrato del Códice de Stuttgart; creo que con razón.<<

[115] Tandler und Gross: Die biologische Grundlagen der sekundaren Geschlechtscharaktere. Berlín, 1913.<<

[116] Fumo: «Studio di genetica e di clinica sopra cinque casi di eunucoidismo heredofamiliare», Rivista di Patologia Nervosa e Mentale, Febrero, 1922.<<

[117] Quiero llamar, sin embargo, la atención sobre el hecho de que no califico a Don Enrique de «eunucoide», sino de afecto de una «displasia eunucoide»; esto es, de una modalidad no francamente patológica, sino más bien de un estado constitucional y hereditario, calcado sobre el estado eunucoide, pero más próximo a la normalidad.<<

[118] «Aunque no tan grande como el Rey Don Juan, su padre.» (Escavias, op. cit., pág. 407.)<<

[119]Citado por Fabié (op. cit., pág. XL). Luego veremos, no obstante, el poco valor de este testimonio, muy posterior, de Commines (y no Coninces, como escribe Fabié). En cambio, Palencia dice: «el resto de su persona era de hombre perfectamente formado» (op. cit., I, 1, 2. º). Bernáldez habla también de que era «bien proporcionado en la compostura de sus miembros» (Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, cap. I); así como Valera: «era bien proporcionado» (op. cit., cap. C) y Escavias: «era de real presencia» (op. cit., pág. 407).<<

[120] Palencia, op. cit., I, 1, 2. º. Esta concavidad debía de ser el rasgo más típico de su rostro; véase más adelante los supuestos intentos de reproducirla en su hija Doña Juana para tratar de hacerla parecida a él. En parte se debía esta concavidad al aplastamiento de la nariz; en parte al prognatismo de la mandíbula inferior, signo típico de la reacción acromegaloide. Para F. Aguilar, en su Discurso de entrada en la Academia de Medicina (Madrid, l 933), se trataba de un prognatismo racial, iniciado en Alfonso VIII (el de Las Navas) y transmitido a los demás reyes de Castilla (San Fernando, Pedro el Cruel, Enrique de Trastámara, Juan II, Enrique IV). Según este autor, el prognatismo de los Austrias tenía este origen castellano, a través de Doña Leonor, hija de Enrique II, casada con Eduardo I de Portugal, abuelos de Maximiliano. Carlos V recibió el estigma por doble vía, pues era nieto de Isabel la Católica, hija de Juan II. La diferenciación que hace Aguilar entre el prognatismo racial y acromegálico tiene valor clínico, pero no patogénico. Los estigmas raciales se deben a condiciones orgánicas hereditarias; en este caso a disposiciones endocrinas de tipo acromegaloide, como ocurre también con las tallas elevadas o las bajas, familiares.<<

[121]«Los anchos pómulos» (Palencia, op. cit., 1, 1, 2.º).<<

[122] Sin embargo, no es excepcional, según mi experiencia, que no sólo eunucoides con reacción acromegálica, sino auténticos acromegálicos primitivos, en los que todos estos rasgos están violentamente exagerados, conserven los pies de tamaño normal. Recientemente he recogido una observación muy típica.<<

[123] Rodríguez Villa: Bosquejo histórico de Don Beltrán de la Cueva. Madrid, 1881, pág. 5: «Está tomada esta pintura de Enrique IV —dice— de un manuscrito de fines del siglo XV existente en la biblioteca de El Escorial, al folio 89 de un tomo de papeles varios (a, 4, 23), que lleva por epígrafe: La fisonomía del Rey Don Enrique IV. Su redacción es análoga a la de igual pasaje de la Crónica de Enríquez del Castillo, pero difiere de ella bastante.» Fundamentalmente —añadimos nosotros—, sólo en este detalle de los pies. Esta descripción es la que utilizó el Padre Coloma en su novela Fray Francisco, Madrid, 1914. Como decimos en el texto, el pie valgus que según esta versión padecía Don Enrique es hallazgo no raro en los displásicos hipogenitales. Pende llama la atención sobre la frecuencia de estas alteraciones óseas en el hipogenitalismo (En docrinología, 2. "edíción, Milán, 1925). Y nosotros nos hemos ocupado recientemente de la misma cuestión: Marañón, «Sur le syndrome ostheo-musculaire douloureux dans l'insuffisance ovarienne», París Médical, 1930.<<

[124] En mi libro La evolución de la sexualidad y los estados intersexuales (Madrid, 1930), me ocupo con detalle de los caracteres de la voz, de la cabellera y de la piel en estos eunucoides: coinciden exactamente con los datos expuestos, salvo la barba luenga del Rey, pues los individuos con esta displasia eunucoide suelen ser lampiños o poseer, a lo sumo, una barba juvenil.

Capítulo 10<<

[125] Véase Kretschrner, Korperbau und Charakter. 4 Auf. Berlín, 1925. De intento reducimos en este estudio a lo esencial las interpretaciones psiquiátricas.<<

[126] Münzer, op. cit., pág. 163.<<

[127] Nota lª del libro de Münzer, op. cit., pág. 163.<<

[128] En otro rey, más reciente, era evidente el defecto hipogenital con hipospadias, y tampoco lo sabemos por ningún informe oficial, sino por el estudio de los retratos y los recuerdos de su vida, que, escritos u orales, llegan hasta nosotros. Una sátira popular —de un «Provincial» moderno— hacía esta gráfica descripción de su hipospadias: «Y orina en cuclillas, como una señora».<<

[129] A veces, en efecto, la morfología macroscópica de los órganos genitales de estos eunucoides tiene una apariencia de normalidad casi completa; pero existen trastornos histológicos que demuestran la deficiencia de la secreción interna y las alteraciones displásicas, generales, típicas del eunucoidismo. Inversamente, órganos genitales muy deformados, como los de algunos criptorquídicos, pueden conservar una secreción interna normal. Por ello el informe médico sobre la anatomía de estos órganos no basta para juzgar de su función, como más arriba hemos dicho.<<

[130] Marañón: Evolución de la sexualidad, ya citado.<<

[131] Me advierte el Dr. Gárate de la errata de Fabié, pues éste dice Coninces en el texto de su edición del viaje de Einghen, en lugar e Commines, que, en efecto, en sus Mémoires, tomo 1, pág. 163 (ed... 1840), relata la entrevista en Hendaya entre Luis XI y Enrqiue IV: «Le roi de Castille estoit laid et ses habillements desplaisant aux francois qui s'en mocquercnt». Claro es que esta referencia no tiene ningún valor.<<

[132] En un reciente libro, Amiel, Un estudio sobre la timidez. Madrid, 6ª. edición, 1941, hemos estudiado con mayor extensión y precisión este tema, distinguiendo los dos grandes tipos de la timidez del varón: el engendrado por la conciencia de la inferioridad física, del que era arquetipo Enrique IV, y el engendrado en una superioridad, en una aguda especificación de la virilidad, que no se atreve, porque teme no encontrar su ideal femenino, ideal, por lo común, puramente teórico y muchas veces construido sobre la imagen de la madre.

Capitulo XI<<

[133] Marañón: «La main hipogenital», Revue de Médecine, 1922, ág. 578.<<

[134] En contra, en cambio, de este otro refrán, originado no en la observación, sino en el sentido del contraste, a que es tan propensa la mente humana, y que le conduce con tanta frecuencia al error: «manos frías, corazón caliente». Los franceses dicen esto mismo: froides mains, chaudes amours.<<

[135] Palencia, op. cit., 1, J, 2.0 Sin embargo, Tetzel (op. cit., pág. J 66) refiere, al describir su visita a los Reyes, que ambos «dieron a mi Señor y a cuantos le acompañaban, la mano».<<

[136] Marañón: Tres ensayos sobre la vida sexual. 7ª. edición. Madrid, 1934. Ídem: Amor, conveniencia y eugenesia. 8.' edición. Madrid, 1931.<<

[137] Enríquez del Castillo, op, cit., cap. l.<<

[138] Paz y Melia, op. cit., pág. LXIV.

Capítulo XII<<

[139]Enríquez del Castillo, op. cit., cap. XXIII.<<

[140] Palencia, op. cit., I, 4, 5.º<<

[141]Palencia, op. cit., 1, 5, 4.º<<

[142] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. XXIII.<<

[143] Palencia, op. cit., 1, 4, 5.0.<<

[144] Palencia, op. cit.: T. ~— 7º.<<

[145] Pisa, op. cit., pág. 209.<<

[146] Véase en Varela, op. cit., cap. XX, y en Enríquez del Castillo, op. cit., caps. XX XXI.<<

[147] Enríquez del Castillo, op. cit., cap. XXXVI.<<

[148] Lafuente copia íntegro el relato de esta curiosa y llamativa cabalgata, cuyo sentido es, sin duda, el indicado en el texto.

Capítulo XIII<<

[149] Menéndez Pelayo: Antología de poetas líricos castellanos, vol. III. Madrid, 1892, pág. 7.<<

[150] Paz y Melia, op. Cit., pág. 58.<<

[151] Véase dichas glosas en el volumen de Flores: Crónica del Rey Enrique Cuarto, 2ª. edición. Madrid, año de 1787.<<

[152] El mismo Menéndez Pelayo (op. cit., vol. VI. Madrid, 1896, pág. IV) las juzga así: «ni aun clandestinamente ha habido quien se atreviera a imprimirlas; tal es lo soez de su forma, lo brutal y tabernario de sus personalísimos ataques». «Una reseña de torpes imputaciones, verdaderas o calumniosas, que afrentan por igual a la sociedad que pudo dar el modelo para tales pinturas y a la depravada imaginación y mano grosera que fueron capaces de trazarlas.» «El cuadro monstruoso que describe provoca a náuseas el estómago más fuerte», etc., etc. El expurgo de Menéndez Pelayo quita a su versión todo su valor documental. Están íntegras en la Revue Hispanique, 1829. Son ni más ni menos que todas las sátiras anónimas nacidas durante las épocas de opresión, muy semejantes a varias de las que han circulado ahora, durante los años de la dictadura, en esta Castilla, siempre igual a sí misma.<<

[153] No conozco la versión original. En la traducción de Fabié (op. cit., pág. 166) dice: «Quebranta (el Rey) los principios de la ley de gracia y lleva una vida de infiel.» Paz y Melia (op. cit., pág. 48) traduce así: «quebranta los preceptos de la ley de gracia y lleva una vida infiel; hace vida impura y sodomítica». Mi docto amigo el Dr. Gárate —autor, por cierto, de un importante estudio sobre los viajeros del reinado de Enrique IV («Euskaria a mediados del siglo XV.» Yakintza, 1933-5-362)— me comunica que en el original alemán falta la última frase de la versión de Paz y Melia.<<

[154] Palencia, op. cit., ITI, l, 1.0<<

[155] Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, cap. II<<

[156] Palencia, op. cit., I, 10, 5. º<<

[157]Marañón: La evolución de la sexualidad, ya citada.<<

[158]Palencia, op. cit., I, 5, 3.º<<

[159] Palencia, op. cit., J, 5, 4.º<<

[160] Palencia, op. cit., I, 5, 4.0: Este Miguel de Lucas, al fin, abandonó la Corte, como es sabido, y se casó, yendo a vivir a Jaén, patria de su esposa, donde hizo una vida tan ejemplar, tanto en lo religioso, a que ya era inclinado en sus años de licencia, como en lo sexual, que mereció los públicos elogios del Arzobispo de Toledo: «Después de su matrimonio está consagrado por entero a sus deberes conyugales y huyendo de la corrupción de la Corte, veile retirado en Jaén, reformando allí con gran acierto viciosos hábitos inveterados» (Palencia, op. cit., 1, 7, l.º). De él decían las Coplas del Provincial: «Miguel Lucas sin provecho, a cuanto vale el derecho de ser villano provado...» «A od... y ser od... y poder bien fornicar»<<

[161] Palencia, op. cit., l, 9, 4.º<<

[162] Palencia, op. cit., I, 5, 8.º<<

[163] Palencia, op. cit., I, 5, 4.º<<

[164] Palencia, op. cit., I, 10, l.º<<

[165] Palencia, op. cit., III, 1, l.º<<

[166] A. de Castro: Examen filosófico sobre las principales causas de la decadencia de España. Cádiz, 1825.<<

[167] Frank Harris: Vida y confesiones de Oscar Wilde. Edición española, Madrid, 1928.<<

[168] Luego he averiguado que esta frase, que Maquiavelo atribuía a Castracani, era mucho más antigua y la dijo el filósofo Bion refiriéndose a Alcibíades.<<

[169] Refiere Palencia que Luis Méndez de Sotomayor, «abandonado por su mujer, vivía vergonzosamente, entregado a los vicios y a la más torpe corrupción de costumbres, empleándose en aquellos infames tratos que tuvieron origen en Castilla en tiempos de Don Álvaro de Luna y tan vergonzoso incremento tomaron después (op.cit., 9, 3.0). Paz y Melia da el mismo significado a estas palabras (op. cit., pág. 55), según las cuales dataría de esta época el origen de la homosexualidad en España, como plaga social. Este autor atribuye al trato de los moros una de las causas principales del vicio colectivo, que alcanzó tal difusión, que la Reina Católica se vio obligada a perseguirle, en 1497, con la pena feroz de muerte en la hoguera y confiscación de bienes. Ya nuestro Fuero Juzgo perseguía este vicio y lo penaba con la castración.<<

[170] Número 67 de la edición de Artiles: Obras completas de Juan Álvarez Gato. Madrid, 1928.

Capítulo XIV.<<

[171] Palencia, op. cit., 1, I, 2.º<<

[172] Palencia, op. cit., 1, 1, 3.º<<

[173] Palencia, op. cit., 1, 5, 4.º<<

[174] Palencia, op. cit., 1, 5, 7.º<<

[175] Palencia, op. cit., 1, 6, 2.º<<

[176] Palencia, op. cit., 1, 6, 5.0<<

[177] Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, cap. III.<<

[178] Mariana, op. cit., 22, XVII.<<

[179] Siekel: Onania und Homosexualitat, 3. Auf. Berlín, 1923: Este autor, llevando su punto de vista psicoanalítico a un extremo inaceptable, supone que en el hombre dado excesivamente al comercio con las mujeres públicas hay un fondo explícito de homosexualidad, ya que busca, a través de la mujer mercenaria, al otro hombre. Esto no se puede admitir como regla general, aun cuando en algunos tipos anormales la justificación psicológica de sus hábitos licenciosos sea la apuntada. Lenormand y Rouff han hecho una interpretación del Don Juan basándose en esta hipótesis: interpretación semejante a la mía de este personaje. (Marañón: «Notas sobre la biología de Don Juan», Revista de Occidente, enero 1925.)<<

[180] Palencia, op. cit., I, 5, 4.º

Capítulo XV.<<

[181] Recuerda ese título el de la «Triste Condesa», como se llamó la viuda de Don Álvaro de Luna, nombre que aún conserva la calle de Arenas de San Pedro que da al castillo de Don Álvaro. Me dicen, y no puedo creer que haya llegado a tan alto grado la majadería demagógica, que en 1931 fue sustituido este nombre por el de un personaje contemporáneo cualquiera.<<

[182] Palencia, op. cit., JI, 1, 3.º.<<

[183] Palencia, op. cit., I, 3, 10.<<

[184] A. C. de Sousa: Trovas de historia genealógica.<<

[185] Palencia, op. cit., I, 3, 10.<<

[186] Compárese, en efecto, la conducta de este infante prestándose a la ceremonia de la decapitación de la efigie de su hermana con la dignidad con que Doña Isabel rechazó la propuesta de nobles de alzarla como Reina a la muerte de dicho Don Alfonso. La diferencia de edades no era tanta que justificase esta distinta actitud. Era el temple ético el que no era igual en una y otro.<<

[187] Palencia, op. cit., 1, 10, 5.0<<

[188] Retozando Juan Zchrowitz con una muchacha, la palpó un pecho, y habiéndolo visto un castellano, la maldecía en su lengua, etc.» op.cot., pág. 72).<<

[189] Entiéndase que este libro fue publicado en Abril de 1941, a los dos años justos del fin de la guerra civil española. El ambiente patriótico-cívico-religioso era asfixiante alentado por las leyes de un régimen asumido como nacional católico por los vencedores. En lo nacional trataba de emular la política hitleriana. En lo católico se garantizaba las bendiciones de Dios plegándose a su moral más pacata..[Nota del maquetador].<<

[190] Es sabido que Don Enrique amaba la pestilencia, carácter típico de los seres sucios y malolientes. Porque muchos hombres huelen mal porque no pueden asearse; pero otros están sucios porque se deleitan en el hedor. A esta categoría perteneció, sin duda, el Rey de Castilla. «Cualquier olor agradable le era molesto, y, en cambio, aspiraba con delicia la fetidez de la corrupción, y el hedor de los cascos cortados de los caballos, y el cuero quemado, y otros aun más nauseabundos. De esta especie eran sus numerosas aficiones, de modo que por este sentido del olfato podía juzgarse de los demás» (Palencia, op. cit., I, 1, 2.°). Es indudable el carácter degenerativo de estos detalles, tan realistamente descritos. La relación de cales perturbaciones sensoriales con la anormalidad sexual es bien conocida.<<

[191] Palencia, op. cit., I, l, 2.º<<

[192] Véase nuestro ensayo «Psicología del vestido», en Vida e Historia. 2ª. edición. Buenos Aires, 1941.

Capítulo XVI.<<

[193] De una de las hermanas de Doña Juana, la infanta Doña Catalina, dice Palencia que «Su natural era inclinado ardientemente al matrimonio» (op. cit., I, 1, 9.º). Probablemente tendría el mismo temperament de la morena Reina de Castilla.<<

[194] Palencia, op. cit., I, 5, 1.<<

[195] Hernando del Pulgar: Crónica de los Reyes Católicos, cap. III. Doña Juana era, pues, una mujer coqueta y, tal vez, nada más. Entre nosotros la coquetería se ha considerado siempre como equivalente a la liviandad, sin pensar que si a muchas mujeres las ha perdido la inclinación a la coquetería, a otras muchas las ha salvado, porque, a veces, es sólo una medicina saludable que calma la sed, sin necesidad de beber.<<

[196] Palencia, op. cit., II, 1, 3º.<<

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