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XII Enigmas históricos » ¿Sobrevivió la duquesa Anastasia a la matanza de la familia Romanov?
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¿Sobrevivió la duquesa Anastasia a la matanza de la familia Romanov?
El asesinato del zar Nicolás II y de toda su familia a cargo de los bolcheviques es, sin duda, uno de los hechos trascendentales del siglo XX. Este espantoso regicidio puso fin a la época imperial rusa, dando paso a las tinieblas de la nueva ideología comunista apadrinada por personajes como Lenin, Trotsky o Stalin. El 20 de mayo de 1918, los Romanov, tras el desastre ruso en la Primera Guerra Mundial y el estallido de la Revolución de Octubre, se encontraban exiliados en Ekaterimburgo, una pequeña ciudad situada en Rusia central. En esa fecha una columna bolchevique comandada por el oficial Yakov Yukorovsky llegó al lugar donde se refugiaba la familia real con la triste misión de conducirles a una zona próxima al pueblo de Alapayevsk. Meses más tarde, concretamente en la noche del 16 al 17 de julio de ese año, fueron levantados de la cama en plena madrugada bajo pretexto de realizarles un retrato fotográfico en una lúgubre bodega de la casa en la que estaban recluidos el zar Nicolás II, la zarina Alexandra, el zarevich Alexei, sus cuatro hijas, Olga, Tatiana, María y Anastasia, así como Eugenio Botkin, médico personal de la familia y tres asistentes. Una vez dentro de la habitación y, tras haberles proporcionado dos sillas en las que se sentaron la zarina y el príncipe Alexei, los bolcheviques irrumpieron en la sala con la misión de ejecutar a los asustados rehenes. La matanza se perpetró mediante disparos y bayonetazos, siendo en el caso de las mujeres mucho más lamentable, al haberse cosido éstas una gran cantidad de joyas en sus ropajes interiores, lo que sirvió de escudo protector ante los primeros impactos. Una vez consumada la masacre, se planteó la necesidad de hacer desaparecer los once cadáveres y para ello se optó por la fórmula del enterramiento, previo baño de los cuerpos en ácido sulfúrico, a fin de evitar su posterior identificación. La idea original de trasladar a los Romanov al pozo de una mina cercana se desechó por estar averiado el camión que debía transportarles. En consecuencia, Yukorovsky decidió ocultar los cuerpos en un paraje cercano al lugar de la ejecución. Tras sepultarlos, el joven revolucionario ordenó camuflar el sitio, y desde entonces, y aunque existieron muchas sospechas sobre la ubicación exacta de la fosa, nadie, debido a las circunstancias políticas, se atrevió a investigar mucho más salvo contadas excepciones, lo cual empezó a crear una arriesgada leyenda sobre la hipotética supervivencia de alguno de los miembros de la familia real rusa.
Da igual el paso del tiempo, porque los enigmas que rodean a la familia Romanov siguen siendo de larga y prolongada sombra.
En abril de 1989, el director cinematográfico Geli Ryabov y el geólogo Alexander Avdonin afirmaron conocer el sitio exacto donde reposaban los restos de los Romanov y sus servidores. Dos años más tarde, el mandatario ruso Boris Yeltsin daba autorización para exhumar los cadáveres con el propósito de ofrecerles reconocimiento oficial y un entierro digno. En 1992, el eminente científico Pavel Ivanov, especializado en el estudio del ADN humano, solicitó la ayuda de su colega, el doctor Peter Gilí, perteneciente al servicio forense británico. Juntos iniciaron las investigaciones sobre más de mil fragmentos óseos encontrados cerca de Ekaterimburgo. Se cotejaron todas las posibilidades y al fin se averiguó que los huesos hallados pertenecían a cinco varones y cuatro mujeres. La polémica no tardó en dispararse, dado que según los estudios faltaban dos cuerpos. Esto podía, sin embargo, explicarse, ya que si nos atenemos al testimonio de Yuri Yukorovsky, los cadáveres del príncipe Alexei y de una de las hijas, supuestamente María o Anastasia, habrían sido quemados hasta las cenizas. ¿Por qué los bolcheviques actuaron así? Eso nunca lo sabremos, pero lo cierto es que no faltaron personajes que se arrogaron el derecho a ser la perdida Anastasia, una cruel pantomima encarnada principalmente en Anna Anderson, una inmigrante americana, quien mantuvo hasta su muerte ser la auténtica gran duquesa Anastasia, salvada in extremis por un soldado ruso con el que sostuvo un encendido romance hasta el fallecimiento del muchacho. Lo cierto es que muy pocos creyeron la versión de Anderson y durante todo el siglo XX aparecieron decenas de Anastasias para mayor confusión del relato. Finalmente, en 1997, se pudo saber, gracias a las modernas técnicas de investigación del ADN, que las candidatas a gran duquesa no eran quienes decían ser y sí, en cambio, unas impostoras de tomo y lomo o bien simples perturbadas con ínfulas imperiales. En los exhaustivos análisis clínicos llevados a cabo por los prestigiosos investigadores rusos y británicos se utilizaron muestras genéticas procedentes de diferentes parientes de los Romanov. Durante meses se analizaron pruebas sanguíneas y tejidos de familiares vivos o muertos, incluidos zares anteriores, miembros del clan que vivían en el exilio y el propio Felipe de Edimburgo, primo de la zarina Alexandra. Las conclusiones fueron claras y diáfanas, determinando que los nueve cadáveres encontrados pertenecían al zar, su esposa y tres de sus hijas; el resto eran el médico y los tres ayudantes. En cuanto al misterio sobre los dos cuerpos que faltaban, este asunto quedó resuelto al localizarse una pequeña fosa contigua a la principal en la que aparecieron cenizas humanas, lo que dio rasgos de verosimilitud a la declaración mantenida por el hombre que dirigió la cruenta matanza. Cabe suponer que dichas cenizas pertenecieran a los infortunados Alexei y María, dado que en la búsqueda de Anastasia se impuso una teoría rusa en la que se identificaron algunos huesos con el cadáver de la que fue hija menor del malogrado último zar.