Enigma
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La Dama de Elche
La historia de la emblemática Dama de Elche, como de tantas otras piezas artísticas, es también la historia de los tejemanejes políticos y arqueológicos, que han hecho que recaigan sobre ella las sospechas de una estupenda falsificación.
Sus peripecias empiezan el 4 de agosto de 1897, año en que se produce el hallazgo casual de la Dama de Elche en el yacimiento de La Alcudia en una urna de losa, que fue seguido, de forma casi inmediata, de su venta por cuatro mil francos a Pierre Paris, coleccionista que trabajaba para el Museo del Louvre.
La escultura de referencia se dató en el siglo IV a. C. y se trata de un busto de piedra caliza cuya función parecía ser la de urna funeraria, ya que tiene un orificio posterior donde se depositaban las cenizas del difunto. Muestra el busto de una mujer o divinidad con lujosas joyas y un tocado muy especial: dos enormes rodetes que son como enormes orejeras cuya función se desconoce. Según una hipótesis del profesor Francisco Vives, experto en la escultura y autor del ensayo La Dama de Elche en el año 2000, fue una figura de cuerpo entero sentada y con una policromía bien definida de rojos y azules. Posteriormente, se rompería en dos partes para reutilizar la zona del tronco y transformar la parte dorsal de la figura en una incompleta urna funeraria.
La imagen que tenemos de nuestros antiguos íberos pende de un hilo muy fino. Sí la Dama de Elche fuese un fraude, se desmoronaría un importante símbolo de nuestra Antigüedad.
Como la Ley de Excavaciones y Antigüedades, que prohíbe la venta o exportación de productos arqueológicos, no se promulgó sino hasta 1912, el arqueólogo francés Pierre Paris adquirió la pieza para el Louvre y allí estuvo durante décadas. En 1941 regresó a España gracias a las gestiones de Francisco Franco con el gobierno de Vichy presidido por Petain. Se intercambió por un Velázquez y a España llegó este enigmático busto junto con un cuadro de Murillo. Tras unos años en el Museo del Prado, pasó a presidir la estupenda colección de escultura ibérica del Museo Arqueológico Nacional.
La polvareda la levantó hace unos años un libro del estadounidense John F. Moffitt, docente en The New México State University, en que argumentaba sus dudas acerca de la autenticidad de la escultura. Resultado de veinte años de análisis detectivesco fue su libro El caso de la Dama de Elche. Crónica de una leyenda (1995). El profesor Moffitt lanzó un devastador dardo acusatorio sobre una de las obras más bellas y más famosas de la Antigüedad. Según su opinión, la Dama de Elche sería una falsificación de finales del siglo XIX, más concretamente de 1897, la fecha de su descubrimiento. Moffitt llegó incluso a sugerir un nombre para el autor de la falsificación: habría sido obra de un tal Pallas i Puig.
Frente a la irritación de muchos «defensores» de la antigüedad real de la Dama, Moffitt insistía en reclamar para la famosa pieza una datación mediante el carbono-14 de los únicos elementos susceptibles de dicha prueba, es decir, los restos de policromía que conserva. Nadie le hizo caso salvo una excepción: Juan Antonio Ramírez Domínguez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, que fue uno de los pocos especialistas que se tomó en serio la aportación de Moffitt, considerando correcta su hipótesis.
Parecía que la pieza no acababa de encajar en los parámetros de lo que se sabía sobre la escultura ibérica que surgió hacia el año 500 a. C. Al hacer un resumen de los numerosos argumentos que en aquel libro se aducen, hay que decir que los primeros de esa relación fueron recogidos por Moffitt de otros autores que también, en su momento, «habían dudado». Recuperó los siguientes reparos formulados por Nicolini o las discordancias que ya habían sido señaladas por el profesor García Bellido. Por ejemplo:
Circunstancias oscuras del descubrimiento de La Dama de Elche.
Frecuencia de las falsificaciones ibéricas en aquel tiempo.
Excelente estado de conservación, altamente sospechoso, de La Dama de Elche.
Carácter «único» y, además, anacrónico de la pieza, exagerando su «carácter ibérico».
Se trata de un busto de tamaño natural, un retrato «muy personal», algo anómalo, pues no hay retrato en Hispania hasta la época romana.
No es un fragmento de una escultura mayor. Hay falta de antecedentes de bustos en la escultura ibera.
Esta forma de busto con base cuadrada no se halla tampoco en ninguna de las culturas del Mediterráneo occidental durante el periodo clásico.
El cuidado o atención fisonómicos también son ajenos a la cultura y a la época. No hay sino retratos de héroes y éstos no aparecen hasta Alejandro Magno.
Adolece de un cierto eclecticismo: aspectos ibéricos, púnicos, etruscos, griegos y romanos, o sea, un completo «pastiche».
Los rasgos ibéricos de la Dama aparecen en ilustraciones sobre piezas publicadas antes de 1897. Un eventual falsificador pudo disponer, pues, de abundantes modelos para imitar.
Atribución ibérica automática por haber aparecido en La Alcudia, a pesar del carácter romano de la mayor parte de dicho yacimiento y particularmente de la estratigrafía donde se produjo el hallazgo.
Otras objeciones adicionales que Moffitt aporta, por su cuenta y riesgo, son las siguientes
El «aparato» que sostiene el tocado es una invención, puesto que no hay precedente.
En el lugar del hallazgo, la tierra estaba removida y suelta, cuando el resto del campo la presentaba prieta. Hallándose la pieza a «cosa de un metro» de la superficie del suelo en un predio cultivado, ¿es sostenible que nadie hubiese acertado a dar un solo golpe de azada en aquel punto durante dos mil años?
Sospechosa «oportunidad» del hallazgo, precisamente cuando hubo de producirse la visita del gran especialista francés Pierre Paris.
Falta de oxidación de la pieza, pese a haber sido tierra regada habitualmente desde tiempo inmemorial.
Moffitt concluye diciendo que el argumento arqueológico de la integridad de la pieza —que apenas presenta unos desperfectos mínimos, muy accidentales— se hace más firme, si cabe, cuando se tiene en cuenta que Ilici (Elche) fue totalmente destruida y que todos sus restos aparecen por ello despedazados, como observaba el arqueólogo Ramos Fernández. No sólo es inverosímil hallar una pieza intacta, cuando hubo de ser traída, llevada, tirada, etcétera, sino que consta que en ese lugar precisamente se produjo una destrucción total, de la que se han recogido millares de fragmentos mínimos.
Los ilicitanos reaccionan airados cada vez que la Dama de Elche es objeto de críticas y opiniones ofensivas, sintiéndose en la obligación de defender su emblema —excusatio non petita, accusatio manifesta— cada vez que se habla de una posible falsificación. Consideran descabelladas esas teorías, puesto que en posteriores congresos internacionales muchos especialistas han aportado argumentos que avalan la autenticidad de la Dama de Elche.
La pena es que aún no se haya hecho, de una vez por todas, la prueba del carbono-14 para disipar cualquier duda que surja, ahora y siempre, sobre la autenticidad de esta rareza de la escultura ibérica.