Enigma

Enigma


Inicio

Página 7 de 9

—Lo puse en el equipaje, apenas supe el asunto en que nos metíamos. Nunca está de más tener un poco de precaución, Destry.

Sherix se volvió en aquel momento.

—¡Destry, muchachos, venid! —llamó.

Roberts empezó a andar. Fisher meneó la cabeza.

—No me fío —insistió—. Destry, si ves algo sospechoso, date un tirón en la oreja izquierda. Inmediatamente, os echáis al suelo, ¿entendido?

—De acuerdo. Max.

Roberts y los otros tres caminaron hacia el lugar donde estaba la pareja. Onlo Mirrel tenía un brazo en torno a la cintura de Sherix.

—Estos son mis amigos, Onlo —dijo la muchacha, que parecía muy feliz. Después de presentarlos, añadió—: Gracias a ellos, he podido librarme de muchos riesgos, aparte de que consiguieron curarme de los nefastos efectos de la droga que me propinaron.

—Os doy las gracias por lo que habéis hecho en favor de mi prometida —dijo Onlo, un joven muy gallardo y de excelente presencia—. Nunca lo olvidaremos, os lo aseguro.

Roberts contestó con unas frases rutinarias. Onlo se volvió hacia la muchacha.

—Bien, Sherix, ya no tienes nada que temer —dijo—. Podemos volver a Mitzur sin ningún inconveniente. La conspiración ha sido descubierta y Bar-Neigh ha tenido que dimitir. En cuanto a la impostora, por haber declarado en contra del delegado general, se le ha perdonado la pena que debería haber sufrido, aunque, eso sí, será sometida a una operación de cirugía estética, para que desaparezca todo su parecido contigo.

—Oh, Onlo querido —exclamó Sherix, arrobada—. Todo esto parece increíble... ¿Verdad que es maravilloso, Destry?

—Sí, si fuese como lo cuenta tu prometido —respondió el joven.

Onlo frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? —exclamó con acento de enojo—. ¿Acaso dudas de mi palabra?

—Por principios personales, tengo la costumbre de dudar de lo que otros afirman en ciertas situaciones. Sherix, tengo entendido que en Mitzur hay también periódicos, como en la Tierra.

—Sí, claro —contestó la muchacha—. Empezaron a publicarse hará unos cuarenta años, después de la llegada de los primeros terrestres a Mitzur.

—Y hay también, supongo, libertad de prensa.

—Supones bien. Destry, pero, ¿adónde quieres ir a parar?

—La conspiración, si se ha hecho abortar, no es un asunto de poca monta, precisamente. Ha tenido que hacerse público y, como suele decirse, saltar a las primeras planas de los diarios. Onlo —siguió Roberts despiadadamente—, ¿traes contigo siquiera un ejemplar de cualquier periódico para que puedan ser comprobadas tus afirmaciones?

Sherix se desconcertó. Al mirar a su prometido, vio que éste se había puesto pálido.

—Vamos, Onlo, contesta —le apremió.

Mirrel vaciló, mordiéndose el labio inferior. Al fin, se enderezó y sacó el pecho.

—No, no he traído ningún periódico —exclamó—. ¿Para qué? ¿No es suficiente mi palabra? Tú me crees, ¿verdad, Sherix?

Ella se mostraba indecisa. De súbito, pillando a todos por sorpresa, Mirrel saltó sobre Roberts y lo derribó de un tremendo derechazo.

Inmediatamente, lanzó un agudo grito, a la vez que agarraba la mano de la joven.

—¡Vamos, Sherix! ¡Huyamos antes de que sea tarde! —gritó.

La acción había resultado lo suficientemente inesperada, para que nadie tuviera tiempo de reaccionar. Casi sin darse cuenta de lo que hacía. Sherix siguió a su prometido.

Roberts estaba en el suelo, aunque no había perdido el conocimiento. Incorporándose sobre un codo, miró hacia los fugitivos.

Más allá estaba la astronave en que había llegado el prometido de Sherix y en su costado aparecieron de repente cuatro extrañas aspilleras.

Presintió el peligro y se tiró de la oreja izquierda, a la vez que emitía un poderoso grito:

—¡Todos al suelo! ¡Rápido!

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO VIII

 

Higgins cargó con el hombro contra Lulú, tirándola a tierra. Bea estaba a la derecha de «La Gorda» y recibió el impacto de aquellos ciento diez kilos de carne y tejido adiposo. En el mismo instante, cuatro rayos de luz partían de otras tantas aspilleras.

Las descargas pasaron a un palmo escaso de los cuerpos tendidos sobre la hierba. Aun así, Roberts notó el intensísimo calor que desprendían aquellas descargas de calor puro. De haberle alcanzado en el pecho, se habría convertido en carbón casi instantáneamente.

Detrás de ellos tableteó el rifle de Fisher, vomitando disparos que parecían chasquidos de algún látigo gigante. Dentro de la nave se produjo una cegadora llamarada.

El rifle chasqueó incesantemente. Hubo dos fogonazos más y los disparos de la nave cesaron. Pero Onlo y Sherix estaban llegando ya a la escotilla.

La siguiente bala de Fisher fue más rápida que Mirrel y le alcanzó en la espalda, a la altura de la paletilla. Mirrel sintió el dolor en el pecho, a la salida del proyectil, y se encontró sin saber cómo lanzado contra la escala. Aulló y gritó, pero había perdido las fuerzas repentinamente y no se podía mover.

—¡Sherix, atrás! —gritó Roberts.

Fisher puso un nuevo cargador en el fusil y apuntó hacia la nave otra vez. Pero ya no hubo más reacción.

Sherix retrocedió, temerosa. Mirrel trató de volverse hacia ella.

—¡No me dejes! —suplicó.

Roberts corría ya hacia el aparato. La muchacha le miró afligidamente.

—¿Qué hago, Destry? —consultó.

—Ahora ya, nada —contestó él, ceñudo. Agarró a Mirrel por los sobacos y lo apartó de la escala—. Aguarda aquí —añadió.

Higgins, Lulú y Bea corrían ya hacia la nave. Roberts alcanzó la escotilla en cuatro saltos. Desde el umbral, se volvió.

—Hay que curar a ese tonto —dijo.

Luego avanzó hacia el interior del aparato. Olía espantosamente a carne quemada.

Cuatro cuerpos yacían en el suelo, en retorcidas posturas, apenas reconocibles como seres humanos que habían sido. Junto a ellos se divisaban los restos de cuatro pistolas, que habían deflagrado en una indescriptible explosión de calor.

Volvió muy pronto. Sherix y los demás le miraron inquisitivamente.

—Hay cuatro cuerpos carbonizados —dijo Roberts, lacónico.

—¿Cómo es posible eso? —preguntó Bea.

—Toda pistola térmica encierra un generador de temperatura, además del proyector que concentra la descarga calórica. Son unas armas terribles a cincuenta o sesenta pasos, pero tienen la desventaja de su inestabilidad. Un choque de mediana potencia, a veces, incluso, basta que se caigan de la mano al suelo, provoca la súbita expansión del gas térmico contenido a altísimas presiones. Cuanto más, un impacto de bala —Roberts sonrió—. Max tiene una puntería endiablada.

—Pero podían haber disparado más descargas, antes de que Fisher pudiera contestar adecuadamente —objetó Lulú.

—No. Se necesitan algunos segundos para rellenar el dispositivo de disparo. Ese es otro inconveniente de las armas térmicas... de las armas demasiado sofisticadas —concluyó el joven.

Sherix miró a Mirrel, que se retorcía de dolor en el suelo, con la mano derecha en el hombro perforado por el proyectil.

—¿Por qué, Onlo?

—Es inútil que le hagas preguntas —dijo el joven—. Aunque yo ya conozco los motivos de su traición.

—¿Hablas en serio? —preguntó Sherix.

—Claro. Salta a la vista, mujer. Supongo que Bar-Neigh le habría persuadido para que entrase en su juego. A fin de cuentas, la impostora es tu doble exacto. Eres muy hermosa y ella debe de serlo también. ¿Qué más le da casarse con una u otra, si conseguirá llegar a ser príncipe consorte, con todo lo que esto puede significar? ¿Me equivoco, Onlo?

—Me duele mucho... —gimió Mirrel.

—Ahora te curaremos —respondió Roberts—. Ahí viene Max y, si la vista no me engaña, trae en la mano un maletín sanitario.

Fisher llegó y se arrodilló junto al herido. Sus manos se movieron rápida y diestramente. La celulina era, además de cicatrizante y hemostática, anestésica, con lo que los dolores cesaron a los pocos momentos.

Luego, Fisher le dio una palmada en el hombro sano.

—Dentro de cuarenta y ocho horas, estarás como nuevo —dijo—. Tienes suerte, muchacho; ha sido una herida limpia, ya que no tienes ningún hueso interesado.

—Eres muy diestro curando heridas —observó Sherix.

—Es médico —sonrió Bea.

Fisher emitió una risita.

—La medicina es menos divertida que estafar a los incautos —contestó.

—Bueno, los otros están en el infierno. Pero, ¿qué hacemos con este bastardo? —exclamó «La Gorda».

—Sherix es quien debe decidirlo —contestó Roberts—. A fin de cuentas, la conspiración está dirigida contra ella.

—¡Pero Onlo quiso salvarme! —alegó la muchacha.

—¿De nosotros?

Sherix se mordió los labios.

—Sí, tienes razón —admitió—. Está bien, le abandonaremos aquí.

Lulú apuntó al herido con su rollizo dedo índice.

—El jurado te encuentra culpable y el juez te condena a Robinson Crusoe para el resto de tus días —dijo enfáticamente.

 

* * *

 

—Bar-Neigh te está poniendo demasiadas piedras en el camino, niña —dijo Lulú aquella misma noche, mientras preparaba la cena.

—Era de esperar, ¿no crees? —contestó Sherix, muy ocupada en batir media docena de huevos en un cuenco.

—Claro, claro. Si consigue eliminarte, sólo le faltará poner cordones a su marioneta. Bueno, en realidad, ya lo está haciendo. Tu doble está en la capital de Mitzur y todos la estarán viendo y oyéndola, y nadie notará la diferencia. Por lo visto, no le gusta que ocupes tu puesto. ¿Por qué?

—Bueno, resulta que Bar-Neigh no me gusta. No quiero decir como hombre, puesto que tiene casi cuarenta años más que yo. Lo que no me agrada es su afán de poder, espero que sepas entenderme.

—Sí, te entiendo de sobra. Nunca faltan primeros ministros de esa calaña.

—En Mitzur hay un bando, afecto a Bar-Neigh, que planea una expansión colonialista a escala planetaria. Si lo consiguiesen, Bar-Neigh se convertiría en el presidente de la Federación, con un rango superior al de cualquier jefe de estado planetario, incluida yo misma.

—O sea, el amo del cotarro. El Gran Jefazo, ¿eh?

—Exactamente, Lulú. Pero el otro bando, más numeroso.

aunque también más débil en el asunto de la fuerza, opina que los planes de Bar-Neigh, aunque quisiera situarme a mí como presidente de la Federación, son una utopía muy peligrosa, que puede conducir a Mitzur a la peor de las catástrofes. Y en esas estamos, querida.

—Sí, es un problema muy peliagudo. Cuando los menos tienen las armas, se imponen siempre a los más, que están desarmados. Dame los huevos, ¿quieres? —Lulú vertió el contenido del cuenco en la masa de harina que tenía preparada y sonrió—. Espero que me salga bien el pastel —agregó—. Oye. Sherix, si querían eliminarte, ¿por qué no te mataron en lugar de drogarte? Eso es algo que nunca he comprendido...

—Resulta que si tiene una fácil explicación —sonrió la muchacha—. La droga que me aplicaron es el alcaloide de una planta que crece solamente en Mitzur y que se denomina «vyvium». Los nativos de Mitzur, por cierto, comen mucho de esa hierba, que, aunque te parezca mentira, es muy sabrosa.

—Será cosa de probarla —dijo «La Gorda»—. Bien, ¿y qué más?

—Muy sencillo. En contraposición con otras drogas, la «vyvium» resulta neutralizada con el alcohol. La noche en que me habían secuestrado, yo llevaba un par de copas en el cuerpo. Era un vino delicioso, pero muy fuerte. Sentí mucho calor, salí a pasear para despejarme... y entonces fue cuando me atacaron. Como la droga me fue inyectada de inmediato, el alcohol neutralizó sus efectos lo suficiente para evitar mi muerte. Pero luego tuve que soportar las secuelas de la amnesia y la ceguera, aunque ésta también por fortuna sólo temporal.

—En resumen, es una hierba maldita.

—Oh, no, es muy sabrosa. Las patatas fritas también lo son, pero si ingirieses un solo gramo de la solanina, que es su alcaloide, no lo pasarías muy bien que digamos.

Lulú metió el pastel en el horno.

—Bueno, ahora a esperar el éxito o el fracaso —sonrió, en el momento en que Roberts entraba en la cocina—. Jefe, ¿cuáles son tus planes? —inquirió.

Los ojos de Roberts fueron hacia el rostro de Sherix.

—Puesto que estamos en Zatzur, deberíamos llevar a cabo la ceremonia de reconocimiento por parte de sus habitantes —contestó..

—Estoy dispuesta —aseguró ella—, Pero, ¿qué haremos de Onlo?

—Se tomó ya una decisión —respondió el joven heladamente—, Aunque, claro, dado tu rango, tienes el poder suficiente para disponer en sentido contrario.

Sherix hizo un gesto negativo.

—No, que se quede aquí para siempre. —Suspiró profundamente—, Ni por un momento llegué a sospechar de él... Pero tú, sí, Destry. ¿Por qué?

—¿Cómo pudieron localizarnos tan rápida y fácilmente? Que yo sepa, tú no has enviado ningún mensaje a tus simpatizantes. Ninguno sabe tu paradero. ¿O sí te comunicaste con Mirrel?

—No, desde luego, Destry.

—Luego, si llegó hasta nosotros, alguien tuvo que informarle de nuestra posición. Quién pudo ser, no tengo la menor idea, pero lo cierto es que Mirrel vino a tiro hecho.

—Sí, todo lo que dices es cierto —se lamentó Sherix.

—Anímate, muchacha —exclamó Lulú—. A fin de cuentas, el mundo no se ha acabado y hay más hombres que granos de arena en una playa. Con tu cara, tu tipo y tu rango, puedes elegir a tu gusto sin dificultad.

Ella se sonrojó.

—No es tan fácil como crees, Lulú —repuso.

—Yo sí que estoy en dificultades para conseguir un hombre. A menos que no me partan por la mitad, para hacer dos mujeres de cincuenta y cinco kilos cada una, no encontraré jamás un tipo que me mire con ojos de carnero degollado.

Sherix pareció sentirse más relajada y casi se echó a reír. Luego se volvió hacia el joven.

— Destry, ¿qué piensas hacer con la nave de Onlo? —consultó.

—La llevaremos a remolque, por control remoto, claro. Un aparato de reserva nunca está de más.

—Las hierbas que sujetan nuestra astronave empezarán a secarse mañana. Dos días más tarde, se desharán por sí solas. Entonces, volaremos al país de Kol-Um-Mnom. que en nuestro idioma quiere decir «los-hombres-que-ven-sin-ojos».

—Y así se efectuará la ceremonia de reconocimiento.

—Sí, penetrarán en mi mente y sabrán que soy Sherix Ur-Kor’ph, hija de emperador y nieta de emperadores —contestó la muchacha orgullosamente.

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO IX

 

El pueblo estaba situado en las suaves laderas de una serie de colinas, que formaban una especie de anfiteatro natural, de casi veinte kilómetros de diámetro. La nave aterrizó lejos de la zona habitada. Desde las lucernas de la proa. Roberts contempló el espectáculo en silencio.

Las casas estaban dispuestas con cierta regularidad, que, sin embargo, no alcanzaba límites absolutos, lo que habría conferido una inevitable monotonía al conjunto. Todas, según le explicó Sherix, eran de una sola planta y muy sencillas.

—Aquí la vida es fácil —dijo la muchacha—. Casi no hace falta más que alargar la mano para encontrar comida.

—Más la hierba «vyvium», claro.

Sherix señaló un extensísimo campo en el que se veían algunas personas inclinándose a intervalos.

—Ahí tienes hierba suficiente para comerla el resto de tu vida.

—La probaré, por no decir que no conozco su sabor, pero no me gusta ser un vegetariano absoluto.

La hierba tenía un color verde pálido, delicado, muy agradable a la vista. Fisher entró en aquel momento.

—El coche está ya en el suelo —informó.

—Muy bien, vamos allá —dijo el joven.

Agarró el brazo de Sherix y la empujó hacia la salida. Momentos después, estaban a bordo de un coche todo terreno, con ruedas balón, que formaba parte del equipo de la nave. En caso necesario, el vehículo podía salvar también corrientes de agua con demasiada profundidad. El motor era eléctrico, alimentado por generador foto voltaico, potente y silencioso. Momentos después, los seis viajeros se ponían en marcha hacia la ciudad de «los-hombres-que-ven-sin-ojos».

No había caminos apenas, sólo senderos abiertos por el paso de las personas. Algunos nativos volvieron la cabeza hacia ellos, aunque sin demostrar demasiada curiosidad.

Cuando llegaban a las primeras casas, alguien salió a su encuentro y alzó una mano para indicarles que se detuvieran. Roberts frenó de inmediato.

Era una hermosa muchacha alta, de piel tostada, vestida apenas con un ceñidor para el pecho y un trozo de tela en las caderas. El pelo era negro, brillante, muy largo. No había pupilas en sus ojos; sólo una película gris muy claro, casi blanca, que causaba una profunda impresión al verla en un rostro tan bello.

—Soy Anarda —se presentó la joven—. Delegada de Recepción del Consejo de Gobierno de Zatzur. ¿Quiénes sois vosotros?

—Me llamo Destry —contestó el joven, sin añadir el apellido—, y vengo con unos amigos, como séquito de la princesa Sherix, de Mitzur. Sherix viene a pedir el reconocimiento de su alto rango, para poder ser coronada como emperatriz, tal como dispone la ley.

Anarda hizo un leve movimiento de cabeza.

—El Consejo está advertido de que esa petición podía formularse de un momento a otro —contestó—. Seguidme, por favor... a pie.

Los viajeros se apearon del vehículo. Anarda dio media vuelta y empezó a caminar delante de ellos, con paso largo, pero mesurado. Roberts no pudo por menos de admirar la gracia de sus movimientos y la innata distinción que la envolvía como un aura invisible.

Fisher dio un par de zancadas y se emparejó con ella.

—Tengo entendido que no puedes ver. Anarda.

—Así es, Max.

—¿Has nacido ya con ese defecto?

—No. Sin embargo, me quedé ciega antes de cumplir dos años. Por tanto, no recuerdo las imágenes que pude contemplar a tan corta edad.

—Sin embargo, te desenvuelves muy bien...

—No nos hace falta la vista para poder movernos sin la menor dificultad, aunque, claro, en determinadas circunstancias, siempre resulta una desventaja. Pero no nos quejamos; la vida aquí es fácil, amable, no tenemos ambiciones y la paz y la calma reinan constantemente.

—No es mal género de vida —comentó Fisher—, Un poco monótono tal vez... ¿Estás casada?

—Aún no.

—¿Tienes prometido?

Anarda sonrió.

—Mucho te interesan mis asuntos privados —respondió.

—Perdona, no quise molestarte. Era curiosidad, solamente.

—No tengo prometido.

—Sin embargo, un día encontrarás a un hombre de tu agrado...

—Es lógico, ¿no?

Roberts sonrió, al ver lo interesado que Fisher se mostraba hacia la joven nativa.

—Parece que congenian —observó.

—Es lógico. El extranjero y la indígena bella y atractiva —respondió Sherix—, Suele suceder.

Roberts creyó captar cierto tono de despecho en la voz de la joven.

—¿Te molesta?

—No me gustaría que Max acabase un día haciendo algo que pudiese causar daño a Anarda. Mi deber es proteger a los zatzurianos.

—Hablaré con él más tarde —prometió Roberts.

Minutos más tarde, llegaban a una casa espaciosa, con varias habitaciones y una gran sala, sencillamente decorada. Anarda les enseñó una especie de baño, con todos los servicios, incluida una bañera circular de casi diez metros de diámetro.

—Luego os servirán de comer —manifestó—. Si lo deseáis, podéis moveros libremente por todas partes, aunque sin alejaros de la ciudad. También podéis hablar con los nativos; no os impondremos ninguna clase de restricciones.

—Gracias, Anarda —dijo Roberts—. Pero, por favor, una pregunta.

—Sí, desde luego.

—¿Cuándo se efectuará la ceremonia de reconocimiento?

—Ya se os avisará oportunamente. Mientras tanto, disfrutad de nuestra hospitalidad —Anarda se volvió hacia Sherix y ejecutó una profunda reverencia—. Alteza...

Los comentarios estallaron entre los viajeros apenas se hubieron quedado solos. Fisher se mostró indignado de que una joven tan hermosa como Anarda estuviese privada del sentido de la vista.

—Si dispusiese de instrumental adecuado, podría hacerle un examen a fondo... Ella veía al nacer, pero se quedó ciega a los pocos meses...

—Con Sherix, cuando la encontramos en el callejón, no pudiste hacer nada —alegó Lulú.

—No era mi especialidad y yo confiaba en el matasanos que la trató —se defendió Fisher—, Pero esto es distinto... —Se mordió los labios—. Nació con visión normal y luego se quedó ciega... ¿Por qué?

Un nativo apareció de pronto en la puerta, con una enorme bandeja en las manos, llena de provisiones de todas clases y hasta un par de botellas que contenían un líquido rojo.

—La comida —anunció el sujeto, sonriendo agradablemente—. Mi nombre es Typhax —se presentó.

Roberts le cogió la bandeja.

—Sois muy amables —contestó—. Os damos las gracias, Typhax.

Bea se acercó al nativo y le contempló unos instantes, mientras se atusaba el cabello con gesto malicioso. Typhax era un hombre que medía más de un metro noventa, musculoso, perfectamente proporcionado y de cabellos oscuros, aunque no negros del todo. Como los demás zatzurianos, tenía la piel tostada, debido a la escasez de prendas que constituían su indumentaria, sólo una especie de pantalones cortos y unas ligeras sandalias, lo cual permitía el excelente clima del planeta.

—Hola, Typhax —sonrió la joven—. Me llamo Bea.

—Es un placer conocerte. Bea —contestó el nativo.

Lulú se sentó a la mesa.

—Estoy muerta de hambre —confesó—. Eh, ¿qué es esto? —exclamó, intrigada, señalando un gran cuenco, que rebosaba de unas largas tiras de color verde pálido.

—«Vyvium» —dijo Typhax—. Comedla sin temor; es absolutamente inofensiva, muy sabrosa y bastante nutritiva.

Lulú hizo un gesto despectivo con la mano.

—Hierba, bah... —En una gran fuente había algo que parecía un pavo gigante, ya troceado. Agarró un muslo y le hincó el diente—. Esto sí es sabrosoooohhhh... —dijo, con la boca llena.

Roberts se echó a reír. Destapó una botella, llenó un vaso y probó el líquido rojo. Después chasqueó la lengua.

—Un buen vino —elogió.

 

* * *

 

Roberts despertó al día siguiente muy temprano, en la habitación que había sido asignada a los hombres del grupo. En el lado opuesto, Higgins dormía apaciblemente. Faltaba Fisher.

—¿Dónde se habrá metido este hombre? —masculló.

De pronto, se dio cuenta de que había una espesa niebla en el interior de la estancia. Todos los objetos aparecían difuminados, con los contornos borrosos, pero, extrañamente, no se percibía el menor olor a humo de ninguna clase ni se captaba la clásica sensación de humedad que se habría percibido de haber sido una niebla procedente de alguna zona con abundancia de agua. Al cabo de unos momentos, sin embargo, la niebla se aclaró un poco.

Apenas si había salido el sol. Roberts se dijo que Fisher había madrugado demasiado. «No se le habrá ocurrido ir a buscar a Anarda», pensó, mientras golpeaba el costado de Higgins con el pie.

Higgins refunfuñó.

—Déjame dormir...

—Vamos, Neil, arriba; tenemos prisa —exclamó Roberts.

—¿Qué pasa? —preguntó Higgins, sentado en el suelo, con los puños metidos en los ojos.

—Vamos, sígueme; no tenemos un minuto que perder.

Ir a la siguiente página

Report Page