Encuentro en Ío

Encuentro en Ío


Ejecución » 20 de abril de 2047, Ío

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20 de abril de 2047, Ío

—Es un milagro —dijo Martin Neumaier. Giró el microscopio para que ella pudiera mirar con facilidad por el visor—. Solo mira este mono gusanito.

Francesca no lo consideraba mono en realidad; este animal probablemente ni siquiera era un animal. A ella le parecía más bien un cruce entre un helicóptero y un zepelín.

—¿Y qué es en realidad? —preguntó.

—Sin duda es un organismo multicelular —contestó Martin—. Se alimenta de cualquier cosa que encuentra, lo cual es todo un logro. Es una lástima que no contenga materiales orgánicos o la Tierra podría resolver el problema del hambre de una vez por todas.

—¿No tiene materiales orgánicos?

—Bueno, las células no consisten de carbono, hidrógeno, y oxígeno. Ninguna criatura terrestre podría digerir esta cosa.

—¿Pero la cosa podría digerir cosas en la Tierra? —preguntó Francesca, quien se encogió por instinto y se alejó del microscopio porque el «zepelín hélice», como pronto acordaron llamar a la cosa, parecía estar dirigiéndose directamente hacia ella.

—Por lo que puedo ver, podría.

—Eso suena peligroso.

Martin vaciló, frotándose la barbilla con la mano.

—Puede que lo fuera en el lugar equivocado.

—Por ejemplo… ¿en la Tierra?

—Podría imaginar que esta forma de vida tuviera ciertas ventajas evolutivas sobre los seres terrestres.

—¿A qué te refieres, Martin? ¿Dónde conseguiría esas ventajas?

—En definitiva, a través de la adaptación. Las condiciones en Ío son bastante violentas en lo que concierne a los organismos vivos. Hay mucha energía disponible, pero aprender a usarla sería complicado.

—No vamos a poder usarlo, ¿verdad?

—Podríamos, con nuestra tecnología. Pero si nos dejaran aquí desnudos… Bueno, ya te lo puedes imaginar.

Francesca asintió.

—Deberíamos tener cuidado de deshacernos de esta cosa de un modo adecuado antes de comenzar nuestro viaje de vuelta a la Tierra.

Martin soltó una risa preocupada.

—No creo que esa sea nuestra mayor preocupación ahora mismo.

Francesca le rodeó los hombros con el brazo. A veces Martin parecía un niño pequeño que necesitara un abrazo de su madre. Otras veces parecía ser muy distante.

—Gracias —dijo—. Bueno, entonces voy a comenzar a analizar las nuevas muestras. ¿Encontró Hayato algo cuando evaluó su perforación?

Francesca se encogió de hombros, sintiéndose un poco superflua en ese momento. Mientras Martin analizaba las muestras arriba en el CELSS, Hayato estaba sentado ante el ordenador de abajo y comprobaba las mediciones tomadas por su robot perforador. ¿Estaba Martin dándole a entender que debería irse abajo porque le estaba poniendo de los nervios? El astronauta alemán le daba esa impresión a menudo.

Ella bajó la escalera obedientemente. Hayato ni siquiera levantó la mirada de su trabajo. Tal vez no la había oído. ¿Quién podía saberlo?

—¿Y qué estás haciendo? —preguntó.

—Los datos son contradictorios —dijo—. Es una lástima que el taladro se rompiera o fundiera tan pronto. Ni siquiera puedo saber con seguridad cuál de esas dos cosas sucedió.

—¿Podrías… extrapolarlo? —Ella sabía que Hayato odiaba hacer predicciones sin tener suficientes datos.

—Todavía no estoy preparado para eso. Pero puedo decirte lo que sabemos hasta ahora. En ocasiones, hay erupciones volcánicas explosivas en Ío, las cuales lanzan grandes cantidades de materiales a grandes alturas.

—Es probable que no me estés diciendo eso solo para entretenerme.

—No. Tales erupciones suceden de un día para el otro. Primero tiene que acumularse un montón de presión en una cámara de magma subterránea.

—¿Y cómo sabes que una erupción está a punto de ocurrir?

—Igual que en la Tierra: la temperatura en las zonas afectadas aumenta. Y cuanto más nos acercamos a la erupción, más a menudo se descarga la presión en forma de temblores.

—¿Como los que ya hemos experimentado varias veces?

—Sí, como esos —dijo Hayato, volviendo con intención a sus diagramas.

Francesca se giró en redondo. Lo entendía. Una vez que Hayato descubriera algo, se lo contaría. Tal vez mientras tanto… ¿podría encontrar un cráter para Martin? Se sentó en su puesto de piloto y arrancó el ordenador. Durante el aterrizaje habían escaneado el suelo con el radar. Esto no generó un mapa completo de Ío, pero al menos una franja con una anchura de unos cincuenta kilómetros. Además, el cráter no debía estar demasiado lejos del lugar del aterrizaje. Francesca tenía cierta idea de lo que Martin quería hacer con él y se sentía curiosa por saber si tenía razón.

En el monitor, aumentó el escáner del radar. Entonces hizo que las diferencias de altitud aparecieran en modo falso color, permitiéndole reconocer mejor las formas. La superficie de Ío parecía fascinante de verdad. Las fallas geológicas visibles en la imagen del radar mostraban cómo esta luna estaba siendo amasada por Júpiter. Considerando solo su tamaño, debería haberse vuelto inactiva hace mucho tiempo, pero las fuerzas del planeta gigante estrujaban a Ío de tal modo que una parte de su interior permanecía líquido.

El magma caliente estaba cubierto por una delgada corteza. Si el impacto de un meteorito la perforara, o si ya no podía seguir conteniendo la presión del interior, erupciones volcánicas tenían lugar. En la imagen del radar, Francesca vio lo diferente que podían verse. A veces la lava brotaba despacio de una chimenea, pero entonces también vio un anillo de detritos alrededor de un volcán que había explotado. Pequeños cráteres, como los que necesitaba Martin, eran relativamente raros. Ella sospechaba que eran borrados demasiado rápido de la superficie de Ío por otros fenómenos. Los astrónomos consideraban que la superficie de esta luna era joven. Francesca rio en silencio; con todas esas grietas y arrugas, joven era lo último que se le venía a la mente.

Ella centró el mapa del radar en la localización de la sonda de aterrizaje y aumentó la imagen un poco más. A unos cuatro kilómetros hacia el noreste notó una zona circular que parecía diferente a su entorno. Comprobó los datos: diámetro de unos ciento cincuenta metros, profundidad de hasta cuarenta metros. ¿Sería suficiente para los propósitos de Martin? Envió los datos a su cuenta y guardó las coordenadas. Esta vez, él tendría que aventurarse a salir.

Hubo un sonido de traqueteo. Como si le hubieran dado pie, Martin estaba bajando por la escalera de mano desde el CELSS.

—Echa un vistazo, Martin —dijo Francesca mientras le hacía señas para que se acercara. No consiguió interpretar la expresión en su rostro. De algún modo parecía estar obligándose a estar calmado. Era extraño, ya que sabía que Martin era una persona siempre segura de sí misma que miraba hacia el futuro. Incluso durante la inmersión al parecer sin esperanzas del Valkyrie en el océano Encélado, él nunca había perdido la calma; al menos ella no podía recordarlo.

—Mira, a menos de una hora andando —le dijo a Martin, señalando al cráter una vez que él se situó junto a ella. Su rostro se iluminó.

—Tenemos que llegar allí lo antes posible —dijo—. ¿Puedes venir conmigo? ¿Te importaría prepararte de inmediato, Francesca?

Se quedó sorprendida. «¿Por qué tanta urgencia?», se preguntó.

—¿Qué pasa? —preguntó—. El sol se pondrá pronto y, ¿no deberíamos esperar hasta la mañana?

—No, no nos podemos permitir esperar veintiuna horas.

—¿Puedes decirnos por qué no?

—Las muestras que tomaste, Francesca.

—¿Sí? —Ella odiaba tener que sacarle cada respuesta con sacacorchos.

—Están llenas de zepelines hélice.

—¿Tal vez el entorno allí es particularmente rico en nutrientes?

—Lo he comprobado. No, es justo lo contrario: la mayoría de ellos incluso mutó a esporas.

—Te refieres sin la hélice.

—Exacto. En esta forma casi nada puede dañarlos. Lo he intentado: vacío, radiación, frío, calor…

—Eso es fascinante —dijo Hayato. Francesca ni siquiera había notado que se hubiera acercado. «¿Había terminado de analizar los resultados de sus mediciones?».

—Sí, realmente fascinante —confirmó Martin—, y un poco peligroso también. ¿Conoces ese tipo de setas que se llaman pedos de lobo? No tienen aspecto de ser especiales. Sus cuerpos se parecen a patatas. Cuando los aplastan, sin embargo, explotan y distribuyen esporas en todas direcciones. De niños solíamos pisarlas por diversión.

—¿Te refieres a que estas formas de vida usan los volcanes para extenderlas por toda esta luna?

—Durante las erupciones explosivas el material es lanzado hasta una altura de quinientos kilómetros. Algunos de los penachos de humo pueden verse desde la Tierra a través de un telescopio.

—Ciertamente podrán detectar este penacho desde la Tierra también —dijo Hayato. Francesca y Martin le miraron. Su rostro presentaba una misteriosa expresión y parecía estar esperando una reacción.

—Venga, suéltalo ya —dijo Francesca.

—Bueno —dijo—, estos datos de mediciones… bueno, si no las hubiera recogido yo mismo, supondría que eran falsos.

—¿Por qué? —preguntaron Martin y Francesca al mismo tiempo.

—Son… extremos.

Como para enfatizar su afirmación, el módulo de aterrizaje vibró.

—Eso es de lo que estoy hablando —dijo Hayato, señalando con su pulgar hacia abajo—. Algo que esta luna no ha experimentado durante miles de años está pasando aquí.

—¿De verdad piensas que…?

—Sí, Francesca. Habrá una erupción volcánica absolutamente monumental. También miré los datos del sismómetro. Todo indica que habrá una enorme explosión en la localización de Reiden Patera.

Sonaba terrible, pero también demasiado abstracto para Francesca, así que preguntó:

—¿Qué significaría eso para nosotros?

—Vamos a temblar bastante. No sé si el módulo de aterrizaje puede soportarlo, pero probablemente sí. La explosión liberará la presión, y como no hay atmósfera, no tenemos que preocuparnos por una onda sísmica.

—¿Y qué pasa con la lluvia de cenizas?

—Estamos demasiado cerca del volcán para eso. La mayor parte del material caería a una distancia de trescientos o cuatrocientos kilómetros. Por supuesto, no deberíamos estar fuera de nuestros trajes espaciales durante la erupción, y más nos vale no intentar un despegue. Por otro lado, ¿a dónde iríamos tras el despegue?

—No estoy de acuerdo —intervino Martin.

—Por favor, Martin —dijo Francesca—, no volvamos a discutir sobre eso. —El astronauta alemán había sugerido antes comenzar el viaje a la Tierra con un DFD en vez de esperar allí para siempre.

Francesca miró a Hayato, quien miraba fijamente su monitor con los labios bien apretados. Debía de haber algo más, algo terrible. Ella apenas se atrevía a preguntar, pero ella sabía que no ayudaría ignorar los problemas.

—¿Qué más, Hayato?

—Calculé la velocidad que el material expulsado durante la explosión alcanzará. Con una probabilidad del noventa por ciento, la erupción llegará a una velocidad máxima de más de setenta kilómetros por segundo.

—Así que parte del material acabará en una órbita alrededor de Júpiter —supuso Francesca.

—Eso no sería un problema, ya que sabemos que ha ocurrido repetidas veces. Una parte de la exposición a la radiación en Ío es provocada por ello.

—Por como lo dices, hay un problema después de todo.

—Sí. La velocidad de escape de Ío es de unos dos kilómetros y medio por segundo. Pero a setenta kilómetros por segundo el material incluso excede la velocidad de escape de Júpiter. Viajará a otros planetas, tal vez incluso a la Tierra. Si las esporas llegan allí, podrían destruir todo el ecosistema. Los zepelines hélice están equipados para un máximo consumo de todos los recursos. Digerirán cualquier cosa que les proporcione energía.

—Casi como los humanos.

—Sí, pero la diferencia es que tú no puedes hablar con las esporas ni negociar con ellas.

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