Emma

Emma


PORTADA

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–Yo –le dijo Emma– no lo sé. Tal vez, es que uno no desea tirar lo que ha construido. Es como cuando un arquitecto comienza a construir su casa y luego a la mitad de la construcción se da cuenta que algo no encaja, prefiere romper la parte mala y reconstruir hasta terminarla, antes que tirar toda la casa o cambiarse de terreno e ir a construir algo nuevo. Habrá quien diga que la respuesta es que uno como mujer no se valora, en mi caso, la única lluvia de consejos que recibí de mis amigas era que aguantara y que la tormenta pasaría.

¿No es así como muchos hogares viven? ¿No es soportando como la mujer de la mano de su religión, su pastor, su obispo o su sacerdote logran dominar a la bestia que yace dentro del hombre? ¿No es este el consejo de las religiones? ¿No es a través de ese gran sacrificio que la mujer logra llegar a las bodas de plata, oro y diamante? ¿No resulta ser que después de tantos vejámenes, los hombres finalmente ponen los pies sobre la tierra y regresan al regazo de su mujer y ella los perdona para vivir un feliz final? Soportar hasta el final con una leve esperanza de éxito, no me parece que es desvalorarse, sino demuestra la fuerza interior que tenemos las mujeres y la capacidad de sobrellevar las cargas emocionales.

Pero en ese punto, la misma Emma ya no sabía ni comprendía absolutamente nada y ciertamente, no sabía siquiera qué esperar. Cuán equivocada estaba. Llamó a Amelia y le pidió que se olvidara del plan para asesinar a Dana. Emma estaba cansada y no quería arrastrar durante su vida el peso de una decisión tan drástica. –El tiempo se encargará de castigarla. –Le dijo, con absoluta seguridad.

Era ya noviembre, Cris tenía quince meses y estaba precioso. Dulce y Pablo habían salido de clases y se fueron a pasar unos días con la madre de Emma. Javier volvió de un viaje cargado de nuevo con grandes promesas. No compraría el apartamento, ¡se irían a vivir juntos a Panamá!, pues efectivamente en ese país tendría que estar la sede principal de la empresa. De nuevo otro cambio. Para el cumpleaños de Emma, Javier le preparó una deliciosa cena, bailaron en la sala de la casa y volvieron a ser los de antes. Emma alejó todo pensamiento negativo y estaba dispuesta a perdonar cualquier ofensa y cualquier locura que hubiera cometido Javier, a pesar de que no se la confesara. Tenía razón Leslie, pensaba ella, Javier ya había olvidado su amor loco por Dana y volvió.

El fin de año lo pasaría con su hijo Sebastián. Para Emma ese no era un problema, ya que él había demostrado un gran cambio hacia la relación.

Pero comenzando enero Amelia llamó a Emma con nuevas noticias.

–Emma he visto casualmente a Javier y a Dana almorzando amenamente en un restaurante, cerca de la oficina. No quise contarte antes, pero Javier pasó el fin de año aquí en Panamá con Dana pues ella lo contó a sus amigas en un almuerzo.

No era posible. Simplemente no era posible. Las cosas habían mejorado entre ellos pero él seguía en la misma historia de mentiras.

Regresando de un viaje a Costa Rica Emma de nuevo lo encaró con un solo tema, su hija. Javier regresaba de una cena con los ejecutivos de la empresa y había bebido de más. Emma le ofreció vino y se sentaron en el comedor.

–¡Salud! –le dijo Emma. 

–¡Salud! ¿Y qué celebramos?  –preguntó Javier.

–Tus mentiras, para comenzar –le contestó ella–. Celebramos además tu desfachatez, tu hipocresía, tu falta de juicio, tu locura. Celebramos tus hazañas amorosas de Tenorio, los engaños, las falsas promesas. ¿Olvidé algo?

–Estoy un poco aturdido por el alcohol –le contestó Javier–. No pienso bien y no sé qué contestar. Así que contestaré que definitivamente estás loca.

–¿Cuántos hijos tienes Javier? –le preguntó Emma.

–¿Cuántos hijos tengo? que pregunta tan tonta. Tengo tres hijos adorables.

–No Javier, no me estás comprendiendo. Es simple, sólo dime cuántos hijos tienes

–Pues hombre –dijo con acento español–. Tengo tres.

–Suficiente de mentir –le dijo Emma, ya bastante alterada–. ¿Te suena el nombre de María José?

–¡Ah! –le contestó Javier, agitando el dedo índice de su mano izquierda–. Si sabes la respuesta ¿por qué me preguntas?

–No sé si sé la respuesta, quiero escucharla de tu boca.

La miró y comenzó a sonreír.

–Sabes Emma, has sido una chica muy mala, pensé que habías dejado de hurgar en mi vida, pero veo que no. Para que lo sepas, María José no es mi hija, Paulina dice que lo es, pero yo digo que no.

–Sí claro –le dijo ella–. Aceptaré cualquier cosa de ti, pero por favor no niegues a tu hija. Como sea, es tu hija. Mira, estoy cansada de tanto reproche y no te preguntaré por qué lo hiciste, no te preguntaré por qué estuvimos las dos embarazadas durante el mismo tiempo. Eso ya no me importa. Pero ten en cuenta algo, negar a los hijos es una actitud de macho y tú con toda la educación que tienes debiste superar ya esa etapa. Yo que tú estaría feliz, es la única niña que tienes, reina entre tus tres hijos varones.

Estaba demasiado pasado de copas como para seguir hablando con él; y la verdad Emma no sabía si al día siguiente se acordaría de lo que habían platicado. Tomó su mano y lo llevó abrazado a la cama. Javier se quedó dormido de inmediato y con la ropa puesta. Emma le quitó los zapatos y lo cobijó. Tomó una frazada que tenía en el closet y se dirigió a su lugar favorito lejos de él, el sofá. ¿En qué se estaba convirtiendo? ¿En su madre? Había matado el amor que sentía por él como mujer, pero en el fondo, Emma sentía mucho pesar por ese hombre del que alguna vez había estado enamorada. 

Al día siguiente, Emma tomó a Cris y se fueron bien temprano. Lo llevó a desayunar. Apagó el celular para que Javier no la localizara. Necesitaba tiempo y espacio para pensar las cosas. Tomó una decisión. Dejarlo por las buenas. Fue a casa de su madre y le dijo que necesitarían buscar una nueva casa, pues volvería a vivir con ella, su hermana y sus sobrinos. ¿Pero era posible dejar el asunto por la paz? Por supuesto que lo era. Emma se iría sin mayores explicaciones porque las razones para alejarse abundaban. Que hiciera él lo que quisiera con su vida, ella no pelearía más.

Emma volvió bien entrada la noche, Cris ya iba dormido, sus otros dos hijos seguían quedándose en casa de su madre. El apartamento estaba repleto de arreglos florales y las tarjetas en cada uno con miles de disculpas. A Emma le era difícil comprender las reacciones de Javier, sus altos y bajos, no estaba segura que sería bueno continuar así, pero así era él, pensaba ella. Se portaba mal, pedía perdón y ella lo perdonaba, se portaba bien un tiempo, y luego volvía a portarse mal. Una y otra vez se repetían las mismas cosas. No sabía si la quería o si no. Lo único obvio era que estaba confundido y la confundía más a ella. Emma acostó a Cris en su cuna y cuando estaba cerrando la puerta de su habitación escuchó las llaves que sonaban. Era Javier.

–Entonces –le dijo–. ¿Me perdonas?

Qué fácil era para él resumir en una simple pregunta todo el daño emocional que le causaba. ¿Qué quería que le perdonara? Que le daba apenas dinero para sobrevivir, que tenía una hija sin que ella lo supiera, que aún se veía con Dana, que se fue a Bariloche con Dana y no con ella, que le compró un apartamento en vez de comprárselo a Emma, que pasó el fin de año con Dana y no con Sebastián como había dicho. Ella no tenía respuesta a su pregunta, ni ánimos para discutir por cuál de todos sus errores quería ser perdonado. No le contestó, se sentía sin fuerzas. Bajó la mirada y las lágrimas comenzaron a rodar. Javier la abrazó y la llenó de besos pidiéndole perdón.

–Está bien –le dijo ella–. Te perdono.

Esa noche después de mucho tiempo de nuevo hicieron el amor, y fue bueno hacerlo porque Emma descubrió que no lo había perdonado, que sentía un terrible desprecio por él y que era imposible volver a amarlo. Tomó la decisión de dejarlo y comenzó con su madre a hacer los arreglos para buscar una nueva casa.

–Cuando Javier regrese de viaje le diré que me voy, en este momento no quiero decírselo porque él está haciendo su mejor esfuerzo para que las cosas funcionen, y no quiero arruinar eso. La verdad, sin embargo, es que yo ya no lo amo. –Le dijo a su madre.

Una semana después Javier se fue a Panamá y ella se sorprendió cuando él se lo dijo, pues era un tema demasiado delicado. La primera noche que estuvo allá la llamó por teléfono, según ella para asegurarse que estaban bien, o al menos, fue lo que pensó.

–¿Cómo están? –fue la primera pregunta.

–Estamos bien ¿y tú? –fue la respuesta de Emma.

–Confundido –le dijo.

–¿Ah sí? –Le contestó Emma, mientras sentía que su corazón comenzaba a latir con rapidez. 

La temperatura de su cuerpo comenzó a elevarse de enojo y su mente adivinaba hacia dónde llevaría él la conversación. 

–¿Y qué es lo que te tiene confundido? –continuó Emma.

–Hace algún tiempo conocí a una mujer (refiriéndose a Dana) es una linda chica, acabo de estar con ella y he concluido que es la mujer de mi vida –le dijo con el mayor descaro.

Emma estaba perpleja, no estaba escuchando eso.

–Javier, estás llamando a Guatemala, soy Emma. ¿Estás seguro que es conmigo con quien quieres hablar del asunto de esa mujer joven que conociste?

–Es muy bella –continuó, ignorando lo que ella acababa de decirle–. Me hace el amor con pasión, todo lo que hace es pasión. Tiene unas hermosas piernas, son tan suaves –continuó–. Duermo sobre sus enormes pechos, en ellos me siento protegido. Me ha confesado que he sido el segundo hombre con el que duerme y debe ser cierto porque todavía está apretada.

Eso había sido suficiente.

Emma no se quedaría al teléfono a escuchar nada más. ¿Estaba loco? Estaba hablando con ella, no con su madre, ni con su hermana o su mejor amiga. ¿Por qué le dijo esas horribles cosas? ¿Coexistía en él el deleite de abusarla emocionalmente? La copa de Emma estaba al borde y las palabras de Javier fueron la gota que la derramó. Acababa de firmar su destrucción. Emma se  aseguraría de no dejar piedra sobre piedra. Dejó de ser racional, sentía sed de venganza, fue casi físico, no estaría en paz hasta no verlo en ruinas, a ambos y a todos aquellos que habían contribuido o habían sido cómplices de sus mentiras. Porque destruirlo a él no sería nada, acabaría con todos y con todo. Cortó la llamada y desconectó los dos teléfonos del apartamento. No le permitiría saber de ella hasta que fuera demasiado tarde para rescatarse a sí mismo y a los amigos que amaba.

Llamó a Amelia y le contó lo sucedido, fingiendo dolor lloró al teléfono con su amiga con la seguridad de que Amelia tomaría cartas en el asunto y que lo que ella misma no se atrevió a hacer, Amelia lo haría. Juntó toda la evidencia que tenía en contra de Javier debido a ciertos arreglos financieros en los que además estaban involucrados Fabián y el Gerente Financiero y se los hizo llegar a Saúl, el jefe de Javier con quien había permanecido por años como duros contendientes dentro de la Compañía. Tiempo atrás, Javier le había ganado la dirección de Centroamérica y Caribe, pero Saúl le había ganado la dirección General de México, la posición más codiciada por todos los altos ejecutivos.

Ella no retrocedería en su locura. Javier la había llamado loca varias veces, así que para hacer honor a sus palabras, procedió como tal. Esa misma noche Saúl la llamó.

–Emma, la información que me has proporcionado ha puesto en una posición delicada a Javier y a todo el grupo directivo que dirigen la empresa en Centroamérica.

Saúl pudo haber guardado todo y quedarse callado, tenía el poder para hacerlo. Pero Emma le había dado la oportunidad esperada de destruir a su principal rival dentro de la Empresa.

–Voy a presentar la información a la Junta Directiva –le dijo–. Que ellos tomen la decisión final.

Por supuesto, pensó Emma. Se lavaría las manos como Pilato.

–De todas formas –continuó Saúl–. Javier saldrá de la empresa con tanto dinero como no ha visto en su vida, pues no creo que la directiva lo hunda por completo. Sería muy malo para ti que Javier se enterara que fuiste tú quien lo puso en evidencia, porque no verás un centavo de su dinero.

–Su dinero no me importa –le contestó Emma. Me conformo con destruir su prestigio y el de sus amigos.

–Yo no le diré que fuiste tú –le aseguró.

Si claro, pensó Emma, si su veneno era maligno el de Saúl era mortal. Ella sabía que se lo diría y así fue.

Al día siguiente Emma comenzó a empacar y dos días después dejó el apartamento.

De Guatemala, Saúl viajó a Costa Rica donde se juntaría con Javier y luego se irían a México. Emma mantuvo apagado el celular y lo encendió hasta el siguiente lunes cuando ellos ya estarían de regreso en México.

–Te he estado llamando –le dijo Javier con tono alterado–. ¿Qué pasa contigo? Los teléfonos del apartamento suenan muertos –continuó.

–¿Qué pasa conmigo? Nada pasa conmigo –le contestó Emma–. Oh perdón sí, algo pasa conmigo, pasa que estoy loca. ¿Y contigo? ¿Pasa algo contigo? ¿O ya se te olvidó nuestra última conversación telefónica?

–Estaba tomado, no sabía lo que decía –le contestó.

–Ya no me llames, no quiero hablar contigo, no quiero saber de ti –le dijo Emma enfurecida.

–Emma, después hablamos del asunto. Saúl me pidió que fuera a una reunión con la Junta Directiva, pero no es una convocatoria normal. Algo se trae entre manos, puedo olerlo –le dijo con tono bastante preocupado–. Ahora mismo voy para la reunión y te llamo cuando salga.

Emma le colgó la llamada sin decir más nada. Estaba en casa de Laura y comía ansias por saber lo que sucedería. Javier no decía malas palabras frente a ella, por muy furioso que estuviera encontraba la frase ideal ofensiva o no para mostrarle su enojo y esa vez no fue la excepción.

–Maldita desgraciada –fueron sus primeras palabras cuando Emma contestó el teléfono. 

–Me apuñalaste por la espalda –continuó–. Maldigo el día en que te conocí. Yo construí mi imagen durante veinte años y la pisoteaste, gozaba de un alto prestigio que me gané con gran esfuerzo, has conseguido que pierda el respeto de la gente que me quería. Salí con el rabo entre las piernas, humillado por tu estupidez. Despidieron a mi secretaria, a Dana, a Fabián, a todos los que pusiste en evidencia con tu maquiavélico plan. ¿Así peleas tus batallas? ¿Qué no piensas? Solo piensas en ti y en tu bienestar. Te maldigo y maldigo tu existencia. Dana era una diversión. Me destruiste por una calentura. No tienes conciencia. Tu corazón es malévolo. Debí dejarte hace mucho tiempo.

Y continuó con un largo discurso que consistía en maldecir y repetir que estaba mal de la cabeza, la palabra traición la dijo tantas veces que parecía como si un disco se hubiera rayado.

–Quiero que dejes el apartamento de inmediato, no mereces nada de mí y no verás un centavo mío jamás mientras tenga vida. Te odio con toda la fuerza que hay en mi corazón. No quiero saber de tu existencia nunca.

–¿Terminaste tu discurso señor decencia? –Le preguntó Emma, sin la menor expresión de cobardía. Esta vez ella tenía el control–. Yo también tengo un largo discurso para ti, pero estoy ocupada en este momento, así que seré breve.

Tu apartamento lo dejé hace varios días; en cuanto al uso extensivo que has hecho de la palabra traición, te ruego que hagas una sincera retrospección de tu comportamiento conmigo y demás mujeres. Por último, lo que pase con tu secretaria con la que también te acostabas, porque no creas que no me enteré, me es ciertamente indiferente, si la han despedido ella se lo buscó, porque como dicen “la mentira brilla hasta que la verdad aparece”. En cuanto a los demás, bueno, entenderás que toda acción trae su consecuencia y si siembras vientos cosechas tempestades. Lo que pase contigo o con Dana es el asunto que sinceramente menos me importa y te digo que no siento el más mínimo remordimiento por lo que hice. Me pisaste la cola varias veces y al final tenía que lanzarte el veneno, es mi naturaleza, la he controlado bastante, pero todo tiene su límite.  Yo también te digo un adiós para siempre y también deseo no conocer de tu existencia en lo que resta de la mía.

Eso había sido todo. Cada uno seguiría su camino, cada uno seguiría luchando por vivir como mejor le pareciera, cada uno buscaría disipar su pena. Sí, el yo maligno de Emma dominaba. Selló de nuevo su corazón con la misma firmeza que selló el libro que contenía su historia con ese hombre. Su recuerdo no la perseguiría, ni perturbaría su vida. Abrió la puerta de la habitación de su pasado y depositó allí el libro. Estaría donde debía estar, en el olvido, pudriéndose, enmoheciéndose, volviéndose polvo. Se sentía satisfecha. Si casualmente apareciera algún sentimiento de culpa, dolor o pena sería aplastado de inmediato. Se sentía con poder, con el poder de destruir a quien se cruzara de nuevo por su camino. La piedad y la misericordia la podían pedir al cielo, porque en adelante ella no la tendría con nadie. Lo cierto era, pensaba Emma, que más bien Javier debió darle las gracias porque le regaló un boleto hacia la libertad, lo sacó de su esclavitud. Siempre había querido ser independiente, formar su propia empresa; bien, pues esa era su oportunidad, ella sólo le había dado un empujoncito.

 

Rebeca cerró el libro. Se había quedado sin palabras. La noche había caído sobre la casa. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y Daniel la veía fijamente.

–No juzgues a tu abuelo. Solamente era un hombre confundido y jamás apreció a Emma. Buscó su propio camino. –Dijo Daniel.

–¡Abandonó a mi padre! Eso no tiene ninguna justificación Daniel. Tú y mi abuela quizá tuvieron algunos desacuerdos, no lo sé. Pero has estado en nuestras vidas siempre.

–Rebecca, mi niña, mi pequeña, ven acá.

Rebecca se sentó a los pies de Daniel y continuó llorando.

–No es justo Daniel, nada de lo que sucedió es justo.

Daniel acariciaba su suave cabello recordando las innumerables ocasiones en las que Emma había hecho lo mismo con él. Recordó que regresaba una noche de su trabajo y Emma lo estaba esperando con una cena. Él estaba demasiado cansado y con un tremendo dolor de cabeza. Emma lo llevó a la habitación, Daniel se recostó y ella acarició su cabeza hasta que se quedó dormido. Le quitó los zapatos, el pantalón y le puso el pijama. Besó su frente y volvió al comedor a guardar todo lo que había hecho. Daniel estaba en realidad aún despierto, y la escuchaba en la cocina dejando todo limpio. Luego, se metió en la cama con él y lo abrazó. Hasta entonces Daniel se quedó dormido profundamente.

Era ya sábado y Rebecca decidió que harían algo diferente. Se fueron de paseo en un pequeño yate que le había regalado su esposo Lorenzo, un italiano adinerado que había muerto diez años después de su boda. Habían tenido un par de hermosas niñas, gemelas, quienes vivían en Italia con sus abuelos. Rebecca prefería vivir en Guatemala, cerca de Daniel, quien se negaba a abandonar su hogar, pero ella viajaba a Italia para ver a su padre e hijas dos veces al año. Habían salido temprano y planeaban pasear todo el fin de semana.

–¿Continuamos? –Dijo Daniel, acomodándose en un acolchonado sofá.

–Sí, continuamos –Contestó Rebecca.

–No olvides el disco.

–No Daniel, nunca lo olvido.

“No te rindas, aún estás a tiempo

de alcanzar y comenzar de nuevo,

aceptar tus sombras,

enterrar tus miedos, liberar el lastre,

retomar el vuelo”

Mario Benedetti

 

 

 

 

 

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Emma no se sentaría a llorar el adiós de Javier, ya había pensado en lo que haría a partir de ese punto. Buscar trabajo por un lado, y por otro, estudiar. Llamó a la Universidad y se inscribió en la carrera que más llamó su atención: Relaciones Internacionales.

En cuanto a la parte económica todo iba en un deslizadero para Emma. No lograba conseguir trabajo y tomó finalmente lo que pintaba mejor, un trabajo en una empresa de Bienes Raíces. Vendería terrenos en una lotificación de un departamento llamado Chimaltenango y otros en el municipio de San Lucas. Emma tuvo dos compañeros muy especiales, Arturo y Boris. La historia de Arturo no llegó a conocerla bien, porque guardaba celosamente su pasado y apenas comentaba algunas cosas de él.

Llevó a sus hijos a los terrenos de Chimaltenango varias veces cuando era fin de semana y Arturo cocinaba carne a la parrilla, la pasaban muy bien, pero ella no lo miraba con los ojos que la veía él y finalmente ella decidió distanciarse.

Boris, quien tenía su propia triste historia. Había tenido una exitosa época en la que llegó a tener incluso un bar en zona diez, una línea de taxis y una discoteca rodante, se había asociado con un amigo quien se convirtió en el amante de su esposa. Lo estafaron y un día la mujer le confesó que la última hija que tenían no era de él, sino del amigo. Ella se largó con el tipo y Boris quedó en pedazos. Se encerró y dejó de interesarse por todo, eso incluyó la vida misma. Un par de años más tarde, cuando por fin salió de su cueva, fue para enterarse que de lo único que era dueño era de sí mismo, de sus pensamientos y de sus decisiones futuras. Afortunadamente logró levantarse, pero iba paso a paso. Allí se encontraban los tres amigos, compartían varias cosas en común, corazones rotos, sueños frustrados y enormes daños emocionales, los tres, víctimas de la traición y del desamor, aún con todo no se consideraban personas fracasadas, seguían batallando contra la vida y lucharían contra todo lo que se interpusiera en su futura felicidad.

Como no les pagaban más que un sueldito de nada como base, las necesidades  económicas de Emma comenzaron a desbaratarla emocionalmente. Cada mes estaba más endeudada. Decidió que sería buena idea irse a los Estados Unidos a ver si lograba trabajar de lo que fuera, y así lo hizo. Dejó a sus tres hijos con su madre y hermana y se fue con mucho pesar para Utah a casa de una amiga que recién había tenido un bebé. Su amiga Verónica había nacido en un pueblo llamado Nahualá y varios años antes habían compartido una casa con ella y sus hermanas; eso había sido en la misma época en que Javier había comenzado a cortejarla; ellas mismas eran sus cómplices, pues Javier la llamaba al teléfono fijo que tenían ellas para que nadie se enterara en casa de Emma.

 

Tanto temor sentía que su madre comenzara de nuevo con sus señalamientos y su dedo del escarnio sobre ella; así que mantuvo esa relación en secreto hasta que el mismo Javier decidió visitarla y presentarse como su novio.

Pues su amiga Verónica se había casado con un ex misionero gringo mormón y vivían en Utah. A Emma no le fue posible encontrar trabajo en ese corto mes y lo cierto fue que se desesperó por estar con sus hijos. Verónica y su esposo la llevaron a conocer El Gran Cañón y en otra oportunidad el Centro de visitantes de la manzana del Templo mormón en Salt Lake City, donde está una estatua de Cristo con un mundo atrás, símbolo característico de la religión mormona. Pero esos viajes lejos de alegrarla la ponían triste por sus hijos. No lo soportó y retornó lo más rápido que pudo a Guatemala y continuó buscando trabajo.

Su hermana en ese momento era gerente del departamento de compras en una empresa norteamericana; logró conseguirle un trabajo allí. Comenzó digitando datos en uno de los proyectos que tenían y pronto le dieron algunas pequeñas responsabilidades para revisar el trabajo de otros compañeros. Encajó y se adaptó a su nuevo trabajo sin ningún problema, instinto de sobrevivencia creo que se llama. “Te adaptas o mueres” o como alguien le había dicho a Emma, o te adaptas o el grupo te rechaza.

Hasta ese momento había tenido otros desafíos importantes con sus hijos. El cambio de vida los había afectado mucho, sobre todo a Dulce quien no solo no aceptaba volver de nuevo a donde habían pertenecido, sino que se lo reprochaba continuamente. Inscribió a Dulce y a Pablo en un colegio de la zona dieciocho, pero Dulce se negó a asistir. En una ocasión mientras Emma se había ido a trabajar, pues se iba de su casa desde la madrugada, la energúmena de su hermana junto con la poco sensata de su madre sacaron a la fuerza a Dulce de la habitación, al grado de romper la puerta y lastimar su brazo para obligarla a ir al colegio.

Cuando Emma volvió esa noche, la casa se convirtió en un campo de guerra. Con estruendosos gritos puso los puntos sobre las íes, sus hijos eran suyos y a ella le pertenecía el deber de crianza, ninguna de las dos abusaría de ellos, ni física ni psicológicamente. Ya bastante daño le había causado su madre, y su hermana continuaba con el círculo de violencia con sus propios angelitos y ahora que estaban juntas, también pretendía hacer lo mismo con los hijos de Emma.

Sofía sentía un terrible rencor contra Emma porque según decía la había abandonado en los peores momentos de su vida. Ella no entendía que Emma no era responsable de sus responsabilidades, que eran darle techo, comida y vestido a sus propios hijos. Pero como Emma se había ido a vivir con “un hombre rico” Sofía pensaba que tenía la obligación de ayudarla. Apoyarla sí, y Emma lo hizo, en ambos embarazos la apoyó hasta que no pudo más porque dejó de trabajar y de recibir dinero, aun así, incluso de lo poco que recibía de Javier le daba lo que podía.

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