Emma

Emma


PORTADA

Página 16 de 16

–Hagamos una locura hoy, vamos a algún pueblo lejano, dormimos allá y volvemos mañana.

–No puedo, ya me comprometí, además no tengo dinero. Lo siento.

Así de simple fue su respuesta.

Durante su vida Emma se había caracterizado por ser una mujer espontánea, prefería no planificar, pero las respuestas desabridas de Daniel la habían vuelto reprimida. A veces, trataba de ser la de antes, inventando locuras, pero siempre topaba con pared. Eso debía terminar.

Daniel le dijo a Emma que se iría a la ciudad de Cobán a la laguna de Lachuá con unos amigos que lo habían invitado. Ella no le contestó nada porque le dolía todo lo que habían perdido. Intentó llamarlo los siguientes cuatro días y jamás contestó.

Seis días después la llamó y ella, olvidando su decepción, aceptó verlo.

La tomó como si en años no hubieran estado juntos. Era su forma de pedir perdón si había hecho alguna travesura. Daniel se volvía intenso y ella se olvidaba de la rabieta. Pero antes de salir de la habitación Emma abordó el tema.

–¿Con quiénes fuiste a ese viaje?

–Al final ya solo fui con una amiga –le contestó.

–¿Y esa amiga tiene nombre?

–No sé si la conoces.

–¿Dormiste con ella?

–¡No!

–Daniel, desapareciste de mi radar seis días, no contestaste mis llamadas ni mis mensajes. ¿Ahora dirás que no pasó nada entre ustedes, pero se pasaron todo ese tiempo solos en alguna montaña de Cobán? ¿Y para arreglar las cosas me haces el amor después que estuviste con ella?

–¡No! No son así las cosas, no pasó nada entre nosotros. Solo somos amigos. Los otros compañeros no llegaron y solo quedamos nosotros, y ya que estábamos en la terminal de buses no quisimos regresarnos. La familia de ella vive allá. Ella durmió en su casa y yo en un hotel.

–Pensé que no tenías dinero, ahora dirás que ella te pagó el hotel.

–No, yo fui con gastos pagados.

Daniel tomó su teléfono y comenzó a mostrarle fotos a Emma, así supo quién era su acompañante, la ex novia de su mejor amigo.

–¿Quién les tomó las fotos si solamente iban ustedes dos? ¿La chica con la que sí dormiste en la tienda?

–Encontramos unos extranjeros. Yo dormí solo en la tienda de campaña, no cabe nadie más.

–¿Y los extranjeros se unieron a su fiesta?

Daniel trataba de conservar la calma y respondía a todas sus preguntas agresivas, pero se tropezaba con cada respuesta que le daba.

–Sabes qué Daniel, no tengo derecho a preguntarte lo que haces. Dices que eres feliz y que la libertad que tienes es todo lo que necesitas.

–No pasó nada Emma, lo juro por Dios.

–Sí, claro, sabes qué yo no quiero saber más, de acuerdo.

Emma tomó sus cosas y se escondió de Daniel. Pero esta vez Daniel no le había mentido.

Los amigos y amigas de Daniel, así como la academia, lo habían cambiado, pero Emma habría esperado que tomados de la mano caminaran hacia esa nueva transformación, hacia esa nueva forma de pensamiento, hacia esa nueva forma de ver la vida. Él se soltó de su mano, y caminó solo por veredas que antes no conocía y que sus amigos le presentaban como extraordinarias.

Todo ese nuevo yo construido con el pensamiento sociológico lo perdió, lo alejó de Emma, toda esa contradicción de su religión, mezclada con el matriarcado de su casa y la libertad en la cual deseaba vivir, fueron los ladrillos que Daniel usó para construir una enorme muralla en torno a sí mismo y dentro de la cual vivía; y ese era el espacio al que Emma ya no podía acceder.   

“El día que una mujer pueda no amar

con su debilidad sino con su fuerza,

no escapar de sí misma sino encontrarse,

no humillarse sino afirmarse,

ese día el amor será para ella,

como para el hombre, fuente de vida

y no un peligro mortal”

Simone de Beauvior

 

 

Pocos días después, antes del amanecer, Daniel le escribió a Emma.

–Por favor no me hagas daño, cuando te ausentas sé que estás tramando algo. Perdóname.

Y Emma lo perdonó de nuevo.

Para entonces muchas cosas habían cambiado en la vida de Emma y de su familia. Ahora tenía una nieta, Megan, hija de su hijo Pablo,  era como un radiante sol, blanca, cabello castaño claro y hermosas pequeñas pecas que apenas podían verse. Pablo y Alison se habían casado ya y Dulce se había dedicado al maquillaje profesional, el cual le proveía grandes ganancias. Cris había cumplido ya catorce años y continuaba como siempre siendo un chico de gran corazón, servicial y amoroso con su madre y sus hermanos. Los hijos de Sofía habían conseguido beca en una escuela privada de Belice y eran candidatos a ser elegidos para estudiar en Inglaterra.

La madre de Emma continuaba viviendo en el pueblo de Melchor y había arribado ya a sus ochenta años. Emma había logrado por fin perdonarla y su corazón no abrigaba por ella ningún rencor. Sofía había superado sus crisis emocionales y había logrado algún cambio, pero su relación de hermanas nunca llegó a ser completamente buena.

Y las noticias de amores lejanos llegaron a oídos de Emma a través de una amiga que había visto a Javier en una entrevista que le hizo para trabajar en una filial de Guatemala. –Tiene un hijo con Dana –le dijo a Emma. Pero el niño tiene leucemia y está pronto a morir. Esa noticia sacudió el corazón de Emma al recordar lo que le dijo a Dana muchos años atrás: –la vida siempre pasa la factura.

Daniel dejó de ir a la Laguna y le pidió a Emma que lo llevara al hospital de psiquiatría que estaba visitando Dulce, pues ella había desarrollado esquizofrenia y la estaban tratado. Daniel deseaba intentar algunos cambios y pensó que podrían ayudarlo. Así que ella aceptó llevarlo. Durante tres meses lo acompañó a sus citas. Comenzó a amar a Emma de otra manera.

Emma por su parte le había pedido a Daniel que se dieran un tiempo sin el desenfreno de sus noches apasionadas y él aceptó esperando que el tiempo dijera todo. Durante ese año continuó estudiando italiano, abrió una academia en su casa para dar clases de inglés y tutorías a los niños del vecindario y alfabetizó a algunas personas adultas. Buscó nuevos pasatiempos y se alimentó mucho con nuevos conocimientos. Comenzó a seguir a un italiano que le resultaba fascinante, Daniele Penna, y a varios conocedores del mundo espiritual como Barbara Amadori y Manuela Pompas. Ese nuevo conocimiento le ayudó a encontrar en ella misma cosas que no había logrado ver, a despojarse de sus demonios y de su mediocridad. La debilidad de su amor la convirtió en fuerza. Una nueva fuerza que la hizo un nuevo ser humano, que le dio sentido a su vida.

Y de nuevo, puso sobre la mesa de Daniel el asunto de estar juntos.

–Daniel, ya pasaron diez años y yo, aunque no he pensado retomar mi fe, pienso que sería más sano que vivamos juntos aunque no estemos casados.

–Dame tiempo Emma, solo dame un poco más de tiempo, es una decisión difícil y necesito pensar.

–De acuerdo –le contestó Emma.

Daniel y Emma se veían con mucha frecuencia para pasar tiempo con Cris. Pero hasta qué nivel había cambiado Daniel y hasta cuánto sería capaz de ceder, ella no lo sabía.

El último día del año, Emma confrontó de nuevo a Daniel con el mismo cuestionamiento.

–¿Estás pensando en lo que te dije?

–¡No, no estoy pensando en eso! Fue la respuesta seca de Daniel. –¡Lo siento, creo que no puedo! Perdóname Emma, no puedo casarme contigo, o vivir contigo ni con nadie. No merezco que me trates bien. No he sido para nada un santo y la culpa me consume cuando me tratas con tanto amor. Has cambiado drásticamente, ahora me siento como un extraño. Hay cosas que tú no podrías nunca comprender. No me voy a detener a darte las razones por las que lo nuestro es mejor que acabe, tú ya las habrás adivinado. Solo por favor no me odies. Te amo Emma, no como tú has querido. Más allá de que sea bueno o malo, la decisión que estoy tomando la tomo por amor. Por favor no me odies, déjame recordarte en un bosque encantado, con un olor a tortilla, una camisa limpia, una vela encendida. Quiero recordarte así, con lo mejor que me has dado.

Mientras decía sus últimas palabras el corazón de Daniel languidecía, se veía claramente sumergido en una terrible desolación. Los árboles que en otro tiempo floreaban mientras estuvo con Emma cambiaron de color y sus hojas tapizaron por completo el jardín de su corazón. Su habitación se oscureció y su alma se cerró.

El dolor había desaparecido en el corazón de Emma. Ella lo amaba y sabía que él la amaba con la misma intensidad, al grado de sacrificar su amor antes de enfrentarla con el dedo del escarnio de su familia y de sus amigos.

La hermana de Daniel estaba por casarse por lo que habían comenzado a presionarlo para que llevara también una novia a casa. Por supuesto, una novia a la medida, que cumpliera con los estrictos estándares sociales que su madre le imponía.

–No puedo darte gusto a ti –le dijo a Emma–. Ni le daré gusto a mi madre. Me quedaré solo.

En su diario Emma describió su plática final así: “Y mientras Daniel permanecía sentado sobre su trono y yo inclinada ante él, las paredes del templo comenzaron a caer en sintonía con los latidos de mi corazón.  Se levantó y con su cetro tocó el piso sobre el que yo me encontraba diciendo sus últimas palabras. Me levanté e hice mi última reverencia. Le di la espalda y comencé a caminar, mientras él continuaba de pie viéndome partir. Caminé hasta la puerta y todo se desmoronaba tras de mí.  El templo dentro del cual yo había erigido su altar por fin se desplomó.

Emma desapareció de la vida de Daniel y se escondió para que él no la encontrara. Si el recuerdo era el único lugar donde quería tenerla, ese lugar era el que ella le daría. Tomó el libro que contaba la historia de su vida juntos y lo selló. Entró de nuevo a la habitación donde duermen los recuerdos pasados y depositó el libro en un hermoso cajón de madera tallado con flores de malva y margarita, mientras tomaba el valor para dejar también allí su corazón.

 

 

–Eso fue todo –Dijo Daniel con lágrimas en los ojos–. Ella no volvió.

–¿Qué fue lo que realmente sucedió Daniel? –Preguntó Rebecca.

–Fue un misterio. Ella quería alejarse un tiempo, hizo planes para viajar y sus hijos estuvieron de acuerdo con que necesitaba ese espacio lejos. Tomó un bote que la llevaría por las costas de Belice, pero algo salió mal, dijeron que el bote se hundió, ella jamás llegó a ningún puerto, simplemente desapareció. Recuerdo muy bien esa noche.

Estaba en mi habitación y me despertó el olor a tortilla. “Cuando viví en mi antigua casa de Mariscal donde pasamos tantas noches con Emma, le pedía que cocinara en aceite las tortillas de maíz y ella siempre me complacía”. Me levanté y abrí la puerta pensando que algún compañero de la casa de estudiantes estaba cocinando. Pero no había nadie. La vela de mi habitación se apagó y tuve que encenderla de nuevo un par de veces. Me acosté, cerré los ojos y al hacerlo claramente Emma estaba allí, doblando la ropa que acababa de lavar, el olor a frescura y limpieza eran tan reales. Abrí los ojos y la habitación seguía oscura, a excepción de la leve luz que se desprendía de la vela que yo tenía encendida.

La voz de Daniel se quebró e hizo una pausa en su relato. 

–Sabía que algo no estaba bien. Me levanté de nuevo, encendí la luz y busqué el disco que me había regalado en la navidad anterior. Aún no lo había escuchado. Emma me había dicho que se trataba de un pianista famoso. La primera melodía era “Kiss the rain” me conmovió tanto y no entendía por qué, pero en un instante mis ojos se inundaron de lágrimas. Sentí una terrible opresión en mi pecho. Decidí que a la mañana siguiente la buscaría y le pediría que se casara conmigo. Fui tan egoísta, pero un amor como el suyo yo no lo encontraría jamás. Después de todo el tiempo en que ella se escondió de mí, entendí cuanto la amaba. Mi madre, mi familia y el qué dirán dejaron de importarme, sólo sería libre amándola. Me uniría a ella por esta vida y cuantas existieran, era en lo único que pensaba esa noche. Pero fue tarde.

Rebecca lo escuchaba con atención.

–La búsqueda duró un par de semanas. Un año después fue declarado su deceso formalmente en una ceremonia. Nadie podía creerlo. Renté un pequeño bote y partimos con Dulce, Pablo, Alison y Cris. Llegamos al supuesto lugar del hundimiento. Saqué el anillo que una vez me había vendido el chico en mi pueblo y lo dejé caer en el mar. Si ella estaba allí, lo encontraría.

–¡Oh Daniel! sí fue una historia de amor –dijo Rebecca.

–Me has preguntado porque no me casé –Continuó Daniel–. Tuve algunas relaciones después, pero lo que dicen es muy cierto. “La muerta es la perfecta” nadie lograba superar las virtudes de Emma, porque con el tiempo yo había dejado de recordar sus defectos.

Rebecca muy conmovida al ver a Daniel mientras recordaba ese trágico día, se levantó, se dirigió al bar y tomó una botella de vino tinto.

–¿Te sirvo una copa de vino Daniel?

– Sí, eso estaría perfecto –le contestó.

Daniel tomó la copa y recordó la ocasión en que pensó que Emma lo envenenaría y tontamente había intercambiado las copas.

–¡Por Emma! –Dijo Rebecca.

–¡Sí, por el verdadero amor! –respondió Daniel.

–Entonces apareció aquella misteriosa mujer, –continuó Daniel. Eliza creo que se llamaba. Me dio este libro que ella escribió y cuando comencé a leerlo vi que contenía esta historia, la vida de Emma. No me atreví a publicarlo como me lo había pedido ella, así que lo guardé. Leerlo una vez fue demasiado. Me llevé a Cris, tu padre, y vivió conmigo hasta que se casó. Se fue a Italia y me quedé solo. El me visitaba con la frecuencia que podía y lo visité en Italia otras tantas veces. Insistió en que viviera allá, pero yo siempre estuve seguro que Emma volvería, así que me establecí en este lugar.

–Bueno, creo que quizá tengas razón y ella un día vuelva. Leer este libro nos ha hecho bien a los dos. Pero ya es casi media noche y debes descansar –dijo Rebecca.

Se levantó y lo llevó a su habitación.

Cuando Daniel se quedó profundamente dormido, ella regresó a la sala, tomó el libro del sofá y lo abrazó. Su corazón estaba conmovido. Lo dejó sobre la mesa de centro, apagó la chimenea, cerró la puerta del jardín y dejó la casa a media luz, como le gustaba a Daniel.

El viento azotaba las cortinas del comedor con mucho ruido y Daniel se despertó. Se levantó despacio, tomó su bata azul desgastada, se la puso y salió. La puerta de la entrada estaba abierta y la silueta de una mujer se veía llegar desde afuera.

–¿Emma? –Preguntó Daniel.

Efectivamente, era Emma. Se acercó a Daniel y extendió su mano hacia él. En su dedo llevaba el anillo que Daniel había tirado en el mar. Él tomó su mano y la besó.

–Ahora vivo en un bosque encantado –le dijo.

La felicidad de Daniel jamás había sido tan completa. Salieron de la casa tomados de la mano. Esta vez no era un sueño, pues Daniel no volvió a despertar.

 

FIN

“El hombre y la mujer han nacido para amarse,

pero no para vivir juntos.

los amantes célebres de la historia

vivieron siempre separados”.

Noel Clarasó

 

Has llegado a la página final

Report Page