Ema

Ema


Capitulo Cinco

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No esperé por su respuesta. Simplemente corté el teléfono y corrí hacia la habitación temblando, con los ojos empañados, me vestí con lo primero que encontré y llamé un taxi.

Lo único que pude pensar en todo el trayecto hasta la clínica era en Cristian.

Dios, cuando se enterara, iba a derrumbarse.

Se va a poner bien, se va a poner bien, me repetí una y otra vez.

Cuando llegué, consulté rápidamente por el sector donde se encontraba, y como Nicolás me había dicho, todos estaban allí, apiñados en la sala de espera. Todos se giraron al verme entrar, Pilar se levantó y caminó hacia mi encuentro con los brazos extendidos.

—Ema —Pilar se abrazó a mí como si fuera una balsa en medio del océano, comenzó a llorar desconsolada al igual que yo.

—Se pondrá bien, se pondrá bien —no podía pensar en otra cosa que decir. No podía imaginarme a esta familia tan unida sin el viejo Juan.

—Gracias por venir cariño. —Me dijo tomando mi cara entre sus manos mientras me quitaba una lágrima de la mejilla y esbozaba una sonrisa triste — Cris estará destruido cuando vuelva. —Asentí sabiendo que su hijo se culparía por no estar aquí.

Margaret apareció detrás de ella y la abracé inmediatamente y allí nos quedamos tomadas de las manos las tres hasta que una enfermera se acercó.

—Disculpen, solo la familia puede estar aquí. —Dijo señalando el cartel con los horarios de visita y mirándonos de uno a uno.

—Me quedaré solo un rato más ¿Esta bien? —Le dije suplicando que no me echara.

—¡Somos la familia!, y ella también lo es. —La voz de Pilar era dura cuando miró a la pobre mujer, pero apretó mi mano con ternura. —Esta es toda mi familia y nos quedamos aquí.

La mujer no replicó nada y se marchó, en mi interior no sabía si era correcto sonreír ante la vehemencia de Pilar al defenderme.

—Tú te quedas cariño, —susurró mientras sus ojos llorosos me observaban, palmeó mi mano —tú eres de la familia, así que si quieres quedarte aquí nadie te echará.

—Si no es molestia.

—Ema, —una mano me abrazó por encima de los hombros —eres de la familia, ¿Cuándo vas a entenderlo? —Margaret me dio un fuerte abrazo que agradecí.

Saludé a los demás, nos sentamos allí, y nos quedamos en silencio mientras pensaba como podría ayudar a Cris, ¿Qué le diría? ¿Cómo le diría esto?

Cerca de las cinco de la mañana nos dieron la noticia.

La más triste noticia.

No había resistido. No había pasado la noche, Cris llegaría en  poco más de veinticuatro horas. Dios, iba a estar destruido.

Lloré a más no poder, a las siete de la mañana, llamé al trabajo y avise que no iría, hablé con Ana para mantenerla al tanto y le prometí que acudiría a ella por cualquier cosa.

Pilar había decidido que el funeral seria después que llegara Cris, tendría un velorio íntimo para que pudiera despedirse y me pareció lo mejor.

Me pasé el día pensando como se lo diría, rodeada de aquella familia hermosa sentí su dolor y lo hice mío, su perdida como si fuera mía, al final Nicolás decidió que el hablaría con Cris y me pareció correcto.

Cristian llamó por la tarde y trate de sonar normal y hablar lo menos posible, por suerte él lo creyó.

Llegué a casa horas después, no había querido quedarme sola, así que regresé justo antes de su llegada y me cambie para el funeral. Me vestí de negro tal como me sentía, aun no podía parar de llorar.

Hablé con mis padres y les dije que los amaba con mas énfasis de lo normal, no sabia bien por que pero necesitaba que lo supieran.

Las lágrimas se detuvieron de golpe, como si hubieran cerrado una canilla cuando escuche la puerta de entrada.

—¡Ya estoy en casa! —gritó desde la puerta, e inmediatamente toque la tecla send para enviarle el mensaje a Nicolás, y avisarle que su hermano había llegado. El teléfono temblaba en mis manos mientras enviaba el mensaje. Hacia una hora que lo había preparado y me había sentado a esperar —¿Dónde estas gatita? —Preguntó cuando el teléfono sonó por primera vez.

—Atiende el teléfono —dije con la voz en un hilo.

—¿Qué pasó?

—Cris —solloce abatida —¡Atiende el teléfono!

Entró a mi habitación con el teléfono en la mano y se frenó en seco al verme sentada en la cama con los ojos hinchados de tanto llorar.

—¿Ema? —susurró, levante los ojos para mirarlo a la cara. El horror cubrió sus ojos y sin apartar su mirada atendió el teléfono.

No dejé de mirarlo ni un segundo mientras su hermano le daba la noticia.

Sus ojos se humedecieron y comenzó a tragar con fuerza. Me estiré y lo jalé de la mano para sentarlo a mi lado y lo abracé. Estaba duro como una estatua, sus facciones casi como si hubieran sido cinceladas, completamente inmóviles, oí a Nicolás preguntándole si lo oía pero Cris no respondía.

Después de diez minutos colgó, el teléfono resbalo por su mano hasta terminar en el suelo con un ruido seco. Lo miré a los ojos, estaba inerte, con su mirada clavada en algún lejano lugar al que no podía acceder.

—Cris, lo lamento. —Dije sin saber bien que decir.

Asintió en silencio aun sin mirarme y una lágrima cayó. Resbaló por su mejilla y terminó en la tela de su camisa.

Y después de esa vino otra.

Y otra.

Se tendió de espaldas en la cama, me recosté a su lado, apoyé la cabeza en mi mano para verlo, mientras lloraba en silencio. Acaricié su triste rostro, sequé sus lágrimas y lo abracé lo más que pude, intentando consolarlo. Pasamos más de veinte minutos así. Deslizó su brazo por debajo de mi cuerpo y me acurruqué con él en silencio.

Tan solo me aparté de su lado para atender mi teléfono que no paraba de sonar.

—Esta aquí Pilar. —Musité por lo bajo.

—¿Crees que… vendrá? —Me preguntó tristemente.

—Déjalo un poco más, estoy segura que sabrá que hacer.

Pasaron otros cuarenta minutos hasta que se puso de pie. Le di una taza de café y me acaricio la mejilla de un modo tan intimo que me hizo volver a llorar. Una sonrisa triste colgó de su boca. Me abrazó un buen rato hasta que tuve que decir lo inevitable.

—Debes ir a su despedida.

Asintió en silencio y se metió al baño. Me quedé en silencio tratando de escuchar, de saber como se sentía, de no dejarlo solo. Caminó por la casa juntando un par de cosas y me abrazó un par de veces más al pasar, como si necesitara el calor para entibiar su alma.

Se cambió la ropa y estaba listo para salir, su rostro era una mascara de dolor y angustia, una que nunca había visto en él. Y aquello me partió el alma.

No me dijo nada, tan solo me tendió su mano, la tomé como un acto reflejo, aunque no lo hacíamos a menudo, sabia que en silencio era su forma de pedirme que estuviera a su lado. Fuimos por el coche y me tendió las llaves, lo mire insegura.

—¿Estas seguro? —Asintió sin decir nada. Tomando coraje me puse tras el volante y nos marchamos.

Estacioné casi enfrente de la funeraria. Cristian bajó sin decir ni una palabra, aquel silencio comenzaba a preocuparme.

Cerré el coche y me detuve a su lado en la acera mirando el cartel luminoso que anunciaba el nombre de Juan. Inconcientemente tomé una bocanada de aire, sus ojos se encontraron con los míos.

—No puedo hacerlo solo —murmuró y nuevamente me tendió la mano. Asentí en silencio mientras le apretaba la mano dándole aliento.

La sala estaba tranquila, tan solo los familiares mas cercanos.

Pilar estaba junto a Nicolás., ambos se giraron al vernos entrar. Levanté la mano en un tímido saludo y le solté. Cris me echó un vistazo cuando lo solté, sentí un escalofrío recorrerme entera y me aparte. Sabia que debía darle espacio.

Me quede parada a un lado saludando a los pocos que conocía y lo mas lejos del ataúd. No quería ver al hombre más risueño que conocía tendido en el féretro. Quería recordar su risa, su amor, no al helado cuerpo que había dejado atrás. Vi a Cristian hablando con su madre y su hermano y ya no pude resistirlo.

Me alejé de la escena, salí a la calle dejando que el aire fresco me ayudara a apartar las lágrimas que amenazaban con volver. El dolor me colmaba al ver a toda aquella amorosa familia despidiéndose, eso solo trajo más y más imágenes de mi propia familia.

No se cuanto tiempo estuve parada en la vereda pensando en silencio, solo se que en algún momento Nicolás me toco el hombro haciéndome saltar del susto, estaba tan ensimismada que no lo había escuchado llegar.

Sonreí tristemente al verlo, él me correspondió del mismo modo. Me tendió una taza de café, mientras el bebía el suyo. Lucia abatido y cansado, todos estábamos igual, nadie había visto venir el golpe. En silencio volví a mirar el cielo estrellado, no sabía que hora era, pero estaba segura que la mañana llegaría pronto.

—Ema —me gire a verlo cuando me habló —no sé, —murmuró sin mirarme — no se cuanto tiempo tardare Ema, —su voz se entrecorto y le acaricie la espalda. —Pero juro, que no importa lo que sea, estaré ahí para cuando me necesites. —Su barbilla tembló y sus ojos se nublaron cuando me miró. De inmediato lo abracé.

—No, no necesitas pagarme nada. —Le dije con mi rostro contra su hombro.

—Lo que sea Ema, —volvió a decir mientras yo negaba con insistencia —juro que cuando necesites algo, estaré ahí.

Se me hinchó el pecho al oírlo y los ojos se me llenaron de lágrimas nuevamente. Nos alejamos un poco y nos miramos llorando. Sequé una lágrima que caía por mi barbilla y le sonreí.

—Sabes —dijo pensativo —papá estaría agradecido de que estuvieras aquí apoyándonos, junto a mamá, junto a Cristian. Eres una parte importante de esta familia Em, sé que a veces te fastidio, pero es solo por que aunque meta la pata vas a perdonarme o rogaré hasta que lo hagas, o mamá me obligará a humillarme, ella te ama Em, eres muy importante en su vida, en la vida de mi mujer, Margaret se siente tan feliz cuando te ve, como si fueras su hermana, y mis hijos te adoran. Estoy seguro que papá, sea donde sea que este, esta feliz de que estés aquí con nosotros. —Las palabras se me atascaron en la garganta, no sabia que decir, así que no dije nada. Me dio un beso en la mejilla mientras limpiaba una lágrima que resbalaba por su pómulo, note que su mirada se desviaba por encima de mi hombro y me giré. —Cristian, deberías llevarla a casa —Cris tenia los ojos rojos de llorar, le sonreí intentando darle un poco de aliento —no ha dormido desde anoche. —Añadió Nicolás apretándome el hombro —Estuvo en el sanatorio desde las tres de la mañana. —Señaló pasando un brazo por encima de mis hombros.

—Estoy bien. —Miento, evitando sonar cansada en cuanto me suelta.

—Lleva levantada mas de veinticuatro horas. No ha parado ni un minuto hermano.

Cristian se acerca lentamente hacia mí, me toma suavemente de los hombros y me aprieta contra su pecho y me da un beso en la coronilla.

—¿Has comido algo? —Me pregunta susurrando las palabras.

—No ha comido nada, ha estado de un lado para el otro… ayudó a mamá con los papeles, hizo de niñera de Bea y Juan, me acompañó a buscar los papeles para el entierro… no recuerdo que haya comido nada.

—He picado algo en tu casa, —aseguro, aunque en realidad dudaba que pudiera comer algo —estoy bien, no tienes que irte por mi. —Murmuro mirando a Cristian a los ojos.

—Vamos gatita. —Me apretó un poco mas fuerte —Mañana será el funeral. Ya me he despedido de él, además tú has estado aquí en mi nombre. —Sonrio con tristeza y asiento en silencio.

—Los veré mañana chicos —nos despide Nicolás y toma mi mano con ternura. Una caricia que representa mucho más que solo un toque, significa que yo le importo y eso me estruja el corazón. Me amonesto mentalmente cuando se me forma un nudo en la garganta, y le devuelvo el apretón. —y Ema, recuerda, lo que sea.

—No es necesario —respondo bostezando automáticamente. —Saluda a los demás por mi ¿si?

—Lo haré, descansen chicos.

Esta vez Cris condujo, los nervios me habían dejado fulminada, dormite casi todo el camino en el asiento del acompañante. Me desperté cuando entrábamos al estacionamiento. Apenas bajamos Cris me tomó de la mano nuevamente.

Cuando entramos al departamento, recordé la comida que había planeado para él, el curso que había tomado y como todo aquello había quedado de lado de un momento a otro.

Suspiré cansada y apoyé las manos en la mesada mientras dejaba caer la cabeza entre los brazos. Estaba tan exhausta que ni siquiera lo escuché llegar.

Advertí como sus brazos me envolvieron desde atrás, reposé mi cabeza en su hombro un segundo escuchando su corazón y suspiré.

—¿Quieres que te cuente algo gracioso? Hice un curso de cocina, —murmuré suavemente, mientras le acariciaba las manos que reposaban sobre mi vientre —había planeado una rica cena para ti —confesé con las voz en un hilo, mirando el libro de recetas que nos habían dado en el curso que reposaba sobre la mesada.

Cristian bajó la cabeza lentamente y sus labios rozaron mi cuello. Depositó un beso en mi hombro haciéndome tiritar.

—Debemos dormir —le dije, aun absorta por el beso… tan intimo. Mi voz sonando más ronca de lo habitual —Vamos a la cama, debemos dormir — sin decir nada, me giró en sus brazos. Se me formó un nudo en la garganta y se me erizaron los vellos de la nuca cuando percibí su calor, su perfume y perdí toda mi capacidad para respirar.

Nuestras miradas se encontraron un segundo, estudió mi rostro mientras me acariciaba la espalda, y antes que pudiera articular palabra, posó una mano en mi nuca y sus labios cubrieron los míos. Mi cuerpo reaccionó apretándose contra él, exigiéndole más, pidiéndole mucho más que un simple beso.

Una a una, mis defensas fueron cayendo y me percibió aferrándome a él, mis dedos enredándose en su cabello jalándolo para profundizar el beso.

Uno a uno los metros que nos separaban de su cuarto se hicieron más cortos y del mismo modo fue cayendo mi ropa al igual que la suya.

Llegamos a su cama como un amasijo de piel y necesidad, necesitándonos del contacto después de tanto dolor. Nos besamos, nos abrazamos, nuestros cuerpos necesitando algo más que solo sexo. Era como si el frio de lo que habíamos pasado, nos obligara a estar juntos. Era algo mas hondo que calaba en nuestros huesos. Si, estaba en la cama con él, pero esto era mucho mas intimo. Nos abrazamos a oscuras, piel contra piel, en silencio, él lloró su dolor sobre mi hombro… Y en algún momento nos venció el sueño.

 

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