Elizabeth

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EL PASADO SALE A LA LUZ

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Al otro lado, Dominique carga la pistola. Esta preparado para actuar en caso necesario. ¿Cómo es que estaba la policía allí? Se la estaban jugando a todo o nada en esos momentos. Iba a acabar con ellos en caso de ser necesario. Puede verlos a través de una rendija en la estantería. Preparado para en cualquier momento abatirlos. Que lleven las linternas es una ventaja importante. Les mantiene una mano ocupada y el factor sorpresa también juega a su favor.

Norfolk examina la pared golpeándola con el puño. —¿Aquí esta hueco porque? Esta pared parece recién construida.

—Esta en lo cierto agente. Esa zona siempre presentaba humedades. No se imagina, el agua se filtraba constantemente de ahí el olor en la habitación. Decidí dejar un espacio de medio metro para evitarlas, así como he recebado de nuevo la pared maestra. Mis padres habían intentado todo tipo de cosas. Creo mi idea será definitiva. Pierdo un poco de espacio pero merecerá la pena.

Ambos agentes se miran y revisan a fondo la pared. Dominique en el otro lado apretando los dientes.

Gerard imaginándose que la policía había seguido su mensaje a pesar de contar solo con parte de la dirección, pensando que iba a asistir a un tiroteo en cualquier momento. No podía moverse ni hacer ruido, Dominique tenía una pistola con silenciador y lo había amenazado que el primer tiro sería para el. Lo escuchaba todo nervioso. Norfolk se acerca a la estantería comprobando si la podía mover. Parecía pesada.

—Vámonos Norfolk. Hemos acabado aquí. —Dice Stephens. El agente Norfolk se dirige al ascensor dejando atrás la estantería. Elizabeth se da la vuelta y hace una mueca de odio que llevaba tiempo aguantando.

—Quieren ver el resto de la casa. La buhardilla, el piso de arriba. —Les ofrece la chica. Estudia sus ojos sus expresiones tratando de comprobar que los agentes no sospechasen nada.

—Si , subamos a la buhardilla. —El resto de la inspección de la casa continúa sin incidencias. No había nada que esconder en esas estancias. Elizabeth estaba segura de que no habían encontrado nada que la pudiese comprometer. No se habían decidido a mover la estantería afortunadamente.

Se mostró bastante amable con los policías. Necesitaba saber que es lo que les había llevado allí. Al parecer un asunto de terrorismo pero tenía claro había algo que ella no sabía. Se despidió de ellos.

—Por favor si van a volver a detenerme. Avísenme antes e iré a la peluquería. —Dijo la chica tratando de romper la frialdad de los agentes con una sonrisa irónica en la boca.

Ambos agentes se ríen —Muchas gracias señorita. Ha sido usted muy amable. Perdone las molestias—.

Elizabeth se despide de los agentes y observa como salían de la casa. No comprendía lo que les podía haber llevado hasta allí. Jamás la policía había pisado esa casa. Algo tenían que saber. Se sintió invadida, furiosa.

Algo había salido mal y no tenía ni idea de lo que podía ser. No creía en las casualidades. Alguien lo iba a pagar bien caro y tenia el candidato perfecto.

PARANOIA

Las semanas siguientes, un clima de desconfianza se apodero de la ciudad de Londres, la población se encontraba temerosa de salir a la calle, de tener cualquier tipo de contacto con desconocidos. Se notaba en la miradas de la gente: cautelosas, asustadas, precavidas. La televisión sensacionalista no estaba ayudando en absoluto, a todas horas, se recordaba que un asesino psicópata estaba suelto, sediento de sangre, cualquiera podría convertirse en presa de Johnny the Hunter.

La policía había realizado recomendaciones al respecto. El propio Thompson en una entrevista para la BBC dio unas recomendaciones básicas de seguridad: ser prudente en el contacto con los desconocidos, no acudir a ninguna cita con alguien que no conociesen sin comunicar al menos a una persona a donde se dirigían y con quien. A los ciudadanos estas recomendaciones les parecieron insuficientes, muchos optaron por salir a la calle lo mínimo posible hasta que el asesino fuese detenido.

La televisión se lleno de programas donde hablaban de los asesinos más celebres en la historia de Inglaterra, se hicieron muy populares. Especiales de psicópatas, de asesinos en serie que nunca habían sido detenidos, empezaron a copar las audiencias. En las tertulias, se decía que le había salido un competidor a Jack el Destripador bautizado el mismo como Johnny el Cazador. La amenaza de Johnny se cernía sobre la sociedad, era el principio e iba a haber más asesinatos, a no ser que la policía lo impidiese.

La liga de fútbol profesional inglesa, realizó un sentido homenaje a Miguel Parera, con un emotivo partido entre el Chelsea y el equipo anterior de Miguel Parera: el Sporting de Gijón. Cuyos beneficios fueron a parar a la destrozada familia de Miguel que acudió al palco ante una ovación general.

La policía se sentía en el punto de mira, la complicada misión de revisar las casas una a una no estaba dando resultados: no habían encontrado la casa del horror, nada hacía indicar lo contrarió. Estaban contra la espada y la pared. La carta de presentación del asesino “Soy Johnny el Cazador”, presagió una espiral de desapariciones y muertes, era a todas luces un desafío.

La policía lo tenía claro, esto no había hecho nada más que empezar, estaban en guardia. La presencia  policial en las calles se intensificó, la sensación de la sociedad era de inseguridad. Toda la policía de Londres estaba movilizada. Expertos de todo el mundo en casos con psicópatas ofrecieron su colaboración.

Blummer se puso en contacto con el captor de Ted Bundy, un asesino en serie, que a finales de los años 70 asesinó a 30 mujeres y se le atribuía el asesinato de otras 40 personas. Había similitudes en el modus operanti: también desmembraba a sus victimas, y guardaba trofeos como sus cabezas. El mundo entero estaba pendiente del caso. Se veía como una guerra abierta, un desafío entre Johnny el cazador y la policía.

Desde los programas sensacionalistas, se estaba creando una imagen de Johnny que aterrorizaba a los ciudadanos; se decía que se bebía la sangre de sus victimas, que se alimentaba unicamente de carne humana, que practicaba el canibalismo y que era muy diestro en el manejo del cuchillo y armas blancas. Se le empezaron a atribuir nuevas víctimas, un psicólogo de la televisión hizo mucho daño en ese sentido, atribuyéndole hasta 17 muertos de entre las desapariciones sin resolver en los últimos años en Londres, sin contar siquiera con prueba alguna que avalase su teoría. Todo valía con tal de incrementar la audiencia y llenar su bolsillo de libras. Se hizo muy popular a raíz del caso y su presencia en la televisión se incrementaba día a día, convirtiéndose en colaborador habitual de varios programas.

Elizabeth disfrutaba, pero solo a medias de todo el revuelo que había causado, estaba furiosa por la aparición de la policía en su casa. Apenas hablaba, encerrada en sí misma. No iba a permitir que arruinasen sus planes. Hizo lo que tenia que hacer, tomar decisiones drásticas, estuvo dos semanas planeando sus siguientes pasos. La policía iba a parar caro su osadía. No comprendía que es lo que les había llevado a su casa, lo del terrorismo, evidentemente era una escusa. Algo los había puesto bajo su pista, pero no tenía ni idea de que se trataba. Eso la frustraba, y la tenia fuera de sí, paranoica. Sospechaba de todo y de todos, de Gerard, e incluso de Dominique.

Se pasaba el día registrando la casa buscando micrófonos, o cámaras, no les había sacado ojo de encima a los policías, pero aún así no se fiaba, su casa no era segura. Eso lo tenía claro, por lo que optó por buscar una nueva vivienda con celeridad. Gerard quedó aislado en su nueva celda, no vio a Elizabeth en muchos días. Se había olvidado completamente de él, lo tomó como un mal presagio. Recibía las visitas de Dominique, una vez al día, a bajarle comida y agua. No sabía que es lo que iba a suceder, que estaba pasando por la mente de Elizabeth. Tenía la certeza que la policía había descubierto la madera que había dejado con el mensaje. ¿Cómo iban a aparecer en la casa sino?.

Le gustaría poder ver la televisión para enterarse de las novedades. Hacía muchos días no veía las noticias, estaba aislado. No tenía ni idea del revuelo que había causado la aparición de la cabeza de Miguel y el nuevo mensaje de Elizabeth. Asustado, intuía la calma antes del temporal. Creía que se había convertido en un problema y pronto lo iban a matar. Cada noche tenia pesadillas horribles, veía su propia cabeza en un tarro de formol, se despertaba sudando, temblando. Las imágenes de la ejecución de Miguel le venían constantemente a la mente, el siguiente sería él, la sensación de pánico era constante. Por momento quería que ese sufrimiento acabase de una vez, deseando la muerte, una muerte rápida e indolora.

Elizabeth y Dominique se ausentaban durante casi todo el día, buscando la nueva vivienda. Tenían que trasladarse de allí cuanto antes, y deshacerse de las nuevas instalaciones del sótano. Gerard quedaba totalmente amordazado y sin posibilidad de moverse hasta que ellos regresasen. Elizabeth estaba obsesionada con que la policía pudiese volver. Encontraron un chalet en las afueras de Brigton justo enfrente del mar sobre una loma, el lugar era de su agrado. Si bien, no gozaba de las dimensiones de su mansión, tenía un imponente terreno a los pies de un acantilado y unas hermosas vistas. Enseguida captó su atención, era el sitio ideal, y la presencia del mar era un factor decisivo, era algo que tenía en mente desde hacía mucho tiempo.

Realizaron la operación por medio de una de las empresas patrimoniales de la fundación que presidía, radicada en Panamá. Una de esas empresas opacas situadas en paraísos fiscales. No quería su nombre figurase en ninguno de los papeles; esta vez no los iban a localizar tan fácilmente. Dominique enseguida se encargo de realizar las obras necesarias. La casa no disponía de sótano, pero sí de garaje en la planta baja, este garaje había sido escavado en el terreno y se accedía por el frente, a través de una empinada bajada, así como disponía de acceso interior a la casa.

Contrató a una empresa de construcción para que ampliasen el garaje, horadando una de las paredes para obtener el espacio necesario, consiguieron 80 metros cuadrados extras, donde poder ubicar tres celdas. En una semana lo tenían listo: Las tres celdas, la sala de juegos que es así como la denominaba Elizabeth y un almacén bastante más pequeño que el anterior.

No gozaba ni por asomo de las dimensiones del sótano de la mansión, que superaba con mucho los 400 metros cuadrados, pero tenía la peculiaridad que estaba totalmente oculto. Dominique había puesto todo su ingenio y esmero, para satisfacción de su ama, por una vez se sintió orgullosa de él, se le daban muy bien este tipo de cosas. Encargándose él mismo de terminar las obras, incorporando las puertas de acero para las celdas. Elizabeth quedo encantada con la puerta secreta que comunicaba el garaje con las instalaciones, realmente daba el pego, nadie se podría imaginar lo que ocultaba ese mueble con herramientas. Tenían el escondite ideal. 

Una vez realizadas las obras, comenzó el traslado y se desmontó completamente el sótano de la mansión, dejándolo tal cual había dicho a la policía que quedaría, y derrumbando la zona nueva que acababan de construir. Se deshicieron de las pocas máquinas de tortura que le quedaban, no disponían de espació suficiente y era algo a lo que estaba dispuesta a renunciar. Si la policía volvía, se encontraría un sótano más grande, pero sin nada que la pudiese comprometer.

Entre tanto, Elizabeth le daba vueltas a su cabeza elaborando un nuevo plan, más drástico que el anterior, y cogiendo fuerzas para las próximas semanas, las iba a necesitar. No podía volver a cometer otro error, sea cual fuese el que hubiese cometido. Deshacerse de la casa no era suficiente, por lo que decidió, adoptar otra identidad.

Enseguida se le vino a la mente Doriane, la mujer de Dominique. Una francesa de 31 años cuya cabeza descansaba en uno de sus jarros de formol. Era hasta ahora su tercera victima femenina, había significado la consumación de la dominación de Dominique. De hecho, fue el francés quien la ejecuto por estrangulamiento ante su atenta mirada. Elizabeth no tenía nada en contra de la pobre chica, pero era la prueba definitiva de que Dominique estaba a su servicio para siempre y el francés paso la prueba con nota. Oficialmente, Doriane seguía viva y casada con Dominique. Nunca se había denunciado su desaparición, aprovechando el hecho de que no tenía contacto alguno con su familia, había obligado a Dominique a cortar con todo, incluyendo familia y amigos. Incluso, mantenía sus cuentas corrientes a las que de vez en cuando enviaba transferencias, y usaban sus tarjetas de crédito para darles movimiento.

Iba a hacer desaparecer a Brigitte, les iba a decir, cuando llegase el momento a sus escasos amigos que iba a ir a vivir una temporada a Barbados a la antigua casa de la familia y que se mantendría en contacto. De esa manera, se mantendría alejada de visitas y llamadas inoportunas. Tenía que aislarse para poder concentrarse en su plan, su venganza. Nadie podía distraerla de sus objetivos.

Dos semanas después, estaban instalados en la nueva vivienda. El cambio le había sentado bien a Elizabeth, se paseaba con frecuencia por el animado paseo de Brigton con la compañía de Dominique. Se había teñido el pelo de castaño oscuro y vestía de una manera menos espectacular, tratando de pasar desapercibida.

Hablaban todo el rato en francés, idioma que dominaba a la perfección, sin acento alguno. Sus padres se habían deshecho de ella enviándola a estudiar tres años a París y era de lo poco que se había llevado de allí.

Sus progenitores, eran conocedores de que algo había mal en la mente de la chica, algo que se salía de lo normal. Habían visto su crueldad y falta de sentimientos en numerosas ocasiones. Nunca le perdonaron ni  pudieron olvidar hechos concretos, como cuando cocino al gato en el horno, cuando trato de ahogar al perro en la piscina en su presencia. Sobre todo recordaban con temor la cara que ponía, su sonrisa malévola. Sabían estaba enferma, por lo que cuanto más lejos estuviese de ellos, mejor, era el mal en persona. Les daba vergüenza hablar con los amigos de las extravagancias de la niña. Decidieron no contar nada de las cosas que hacía, o quería hacer, y enviarla a un internado pensando que con una educación estricta, mejoraría y se haría más social.

La niña creció y se convirtió en mujer. Aprendió a mentir, a crearse la imagen que se esperaba de ella. Sus padres por momentos pensaron se había curado, pero evidentemente, fue un error. Ahora esa niña, Brigitte, había desaparecido casi totalmente. La que tenía el poder era Elizabeth, la cual había dejado de adoptar la identidad de Brigitte, para ser ahora Doriane. Una feliz mujer francesa recién trasladada a la turística ciudad de Brigton.

Si alguien se dirigía a ellos, fingían no saber inglés. No quería tener nuevos conocidos y siempre iban a sitios diferentes, tratando de pasar desapercibidos. Un paso definitivo para ejecutar su plan, que pronto iba a llevar a cabo.

VENGANZA

El mes de marzo se convertiría en uno de los meses más difíciles para la policía Londinense de la historia.

Elizabeth ejecutó su plan. Su primer objetivo, el imbécil del psicólogo de la televisión Louie Edward, que la había irritado con sus inoportunas declaraciones, el segundo, la presentadora sensacionalista Amanda

Williams. Iba a dar un golpe maestro, y lo iba a hacer con escasas horas de diferencia. En esta ocasión realizo cambios en su proceder: al primer objetivo, lo iba a ejecutar en su propia casa, allí mismo le cortaría la cabeza.

Estaba preparada para ellos, hacia días que Dominique lo estaba siguiendo a la salida de uno de los programas de televisión donde participaba. Seguía siempre la misma rutina, al salir de las instalaciones de la cadena, se dirigía a un restaurante al lado del edificio de los estudios de Channel 4 y sobre las nueve, salía en dirección a su apartamento, en el barrio de Kennington, al sur de Londres. No era un barrio del agrado de Elizabeth, el psicólogo llevaba viviendo allí toda su vida.

Louie Edwards, se dirigió desde el restaurante a su apartamento en su viejo Toyota. El caso de Johnny el Cazador lo había lanzado a la fama, lo estaba explotando al máximo, convirtiéndose en una mina de oro para él. Acababa de renovar el contrato con la cadena, les había solicitado 40.000 libras por un mes de trabajo, habían aceptado. Era el mejor contrato que nunca había firmado y otras cadenas se habían interesado en él. Las cosas le iban viento en popa hasta ese momento. No se imaginaba el peligro que le acechaba.

Entró en su garaje y se dirigió al ascensor. Llevaba 20.000 libras en efectivo en un sobre dentro de su chaqueta, exigió que le pagasen la mitad en dinero negro. Se iba a permitir un capricho, quería retirar su toyota que ya contaba con 13 años y comprarse un flamante BMW. Mañana mismo iría al concesionario a recogerlo y daría los 20.000 euros como adelanto. El resto, en cuotas, que se le antojaban serían muy asumibles.

Apretó el botón del tercer piso, el ascensor inició la subida deteniéndose en el rel ano de la entrada del edificio. Suspiro, las puertas del ascensor eran excesivamente lentas, quizás había llegado el momento de mudarse a un piso mejor. Sí, ¿Por qué no?, ahora se lo podría permitir. Una mujer y un hombre entraron en el ascensor, el hombre llevaba una visera deportiva de la que sobresalían mechones de pelos rubios y una bolsa de deportes en su mano derecha, parecía pesada, la chica tenía el pelo rubio liso. No los había visto anteriormente.

—Buenas noches. —Dijo a modo de cortesía. Pensando serían nuevos vecinos que se habrían mudado en los últimos días.

—Buenas noches. ¿Al tercero supongo?. —Le contesta la chica con una mueca despreciativa.

—. Contestó Louie un poco extrañado y molesto por el gesto de la chica.

—Nosotros también Louie. —El gesto de desprecio parecía intensificarse, sólo le había faltado escupirle.

—¿Nos conocemos? —. El hombre ofendido estaba a punto de salir de sus casillas. ¿Qué se ha creído esa insolente? ¿Quién es esta gente? Se preguntaba.

—Por lo mucho que hablas, parece que fuese así. Pero como ves, no tienes ni idea. —En esta ocasión la chica le enseña los dientes al hombre, que da un paso atrás asustado apoyándose contra la pared del ascensor.

Dominique sacó la pistola, se la puso en el costado al psicólogo que no entendía que estaba pasando.

¡No intente ninguna tontería o lo mato aquí mismo!. Actúe con normalidad y nada le pasara. —El hombre se quedo blanco. ¿Quién era esa gente? ¿Qué había querido decir la chica que por lo mucho que hablaba parecía que sí? Notaba el frío del cañón de la pistola, nunca había estado en una situación así. Lo iban a atracar. Empezó a sudar. La puerta del ascensor se abrió todavía más lenta que de costumbre. No había nadie en el pasil o.

Dominique lo empujó —¡Camina. Tu delante, cerdo!. Venga abre la puerta, no hagas ni un ruido o será lo último que hagas.

¿Qué queréis de mí?. —El hombre estaba aterrorizado.

Cállate, y abre la puerta. —El hombre accedió a abrir la puerta solo cuando Dominique le puso la  pistola en la cabeza, no quería quedarse a solas dentro de la vivienda con ellos por nada del mundo.

Las llaves le cayeron al suelo de lo nervioso que estaba. La moqueta amortiguo el ruido. Le temblaban las manos, tuvo que ser Elizabeth quien finalmente abrió la puerta.

Entraron los tres dentro del apartamento, Dominique le seguía apuntando con la pistola en la cabeza, mientras la chica le puso una mordaza. El hombre les decía que tenía dinero en el bolsillo de su chaqueta, que se lo llevasen, que eran 20.000 libras. No le hicieron caso alguno, ni parecían mostrar interés. Elizabeth le puso las manos en la espalda y le colocó las esposas, atándole las piernas y sentándolo en el sofá. La chica recogió el dinero de su chaqueta y le dijo: No me interesa, se quedará aquí sobre tu cadáver, quedara bien en la foto—. El hombre se quedó blanco ante la respuesta de la chica. No era un atraco, lo querían matar.

Sacó una jeringuilla que tenía preparada, no le hacía gracia drogarlo, hubiese preferido hacerlo con el bien sereno que supiese que estaba pasando, pero no era necesario, no iba a arriesgarse. De todas maneras, el hombre se acababa de orinar por los pantalones, eso era una señal de que lo estaba pasando como se merecía, como a ella le gustaba.

Mientras hacía la maniobra le decía —Me gustaría presentarme listillo. Me llamo Brigitte Lewis y este es mi sirviente Dominique. No nos conoces por nuestros nombre reales, tendrás el horno de ser de los primeros en saberlos, también nuestro apodo. Nos hacemos llamar Johnny el Cazador. Creo que eso te sonara mucho más conocido. Lo malo es, que el que sabe la verdad es porque esta sentenciado. Lo siento, pero no vamos a perder el tiempo con alguien como tú. Te cortaremos la cabeza aquí mismo, rey de la tele basura.

Louie entró en estado de pánico, trataba de hablar de suplicar perdón, de llegar a algún tipo de acuerdo, pero la mordaza se lo impedía. Intentó levantarse pero acabo cayendo al suelo y recibiendo una patada de Dominique en el estomago que lo dejo sin aliento. Lo último que observó, fue como la pareja se ponía guantes de latex blancos y el hombre sacaba un hacha de tamaño considerable de la bolsa de deportes.

Enseguida perdió el sentido por la droga inyectada quedándose profundamente dormido.

Lo subieron entre los dos a la mesa del comedor dejándolo boca abajo. Le pusieron debajo de la zona de la cabeza unas toallas de baño para amortiguar el sonido. Dominique alzó el hacha sobre su cabeza, mientras Elizabeth lanzó todo el dinero sobre su cuerpo y se apartó de la escena para no mancharse. Dominique le asestó un golpe mortal en la cabeza, de nuevo, la golpeó varias veces, para que la cabeza se desprendiera del cuerpo. La sangre se esparció por todas partes en el comedor, goteando a mares e inundando la moqueta del rojo carmesí. 

Elizabeth sacó varias fotos con la cámara digital, esta vez, sería lo único que se llevaría. Dominique que estaba empapado en sangre se cambió de ropa allí mismo. Se puso el chándal que llevaba en la bolsa de deportes y guardó la ropa empapada en sangre en la misma bolsa, dejando el hacha encima del cadáver.

Salieron del apartamento con paso decidido por la puerta principal. No había ninguna cámara tal como habían comprobado los días anteriores. Se dirigieron andando hasta el garaje donde les esperaba el coche, a unos 800 metros de allí. Siguieron el camino que habían estudiado previamente evitando las cámaras situadas en varias de las calles.

Les quedaba aún trabajo por hacer, por lo que no se quitaron las pelucas. La presentadora del programa Amanda Williams, formaba parte de la apretada agenda del día. Se dirigieron al barrio de Fulham, una vez recogieron su coche, aparcando en las inmediaciones de Fulham Road cerca de Brompton Cemetery.

Para ella, tenían preparado algo más especial que le iba a dar mucho juego a Elizabeth, era la parte más importante, la que la iba a lanzar definitivamente a la fama. Lo tenía todo bien estudiado. Sabían que esa noche asistía a un concierto de música clásica de la London Philarmonic Orquesta de la que era gran seguidora, sería sin saberlo, el último concierto que vería. Dominique esperaba tomándose unos spaguettis con salmón en un restaurante italiano, desde donde tenía una panorámica de la puerta principal de la esplendida sala de conciertos.

La casa de Amanda, quedaba a menos de un km de distancia, la semana anterior, habían asistido al concierto y Dominique la siguió al salir. Amanda realizó el recorrido a su casa andando acompañada de una pareja de amigos. Se habían parado a tomar un tentempié en una conocida cadena de sandwiches ingleses, a medio camino de su casa, muy cerca de la parada de metro de South Kensington. Dominique esperaba hiciera un camino muy similar, tenía varios lugares que serían ideales para secuestrarla.

El público comenzó a salir de la sala de conciertos, el francés buscaba entre el bullicio a la presentadora desde la ventana del restaurante. Había pagado con anticipación la cuenta dejando una buena propina, esperaba a su presa mientras se tomaba un digestivo, un licor francés de almendra. ¿Dónde demonios estaba la presentadora? No la veía por ninguna parte, por fin la vio, iba con la misma pareja y otro amigo más. Se levantó y salió del local, siguiéndolos discretamente desde la distancia, no quería llamar su atención.

El bullicio de la salida del concierto se fue disolviendo, las calles se quedaron casi vacías en el tranquilo  barrio residencial a medida que los cuatro amigos iban acercándose a su destino. Habían tomado la dirección de la sandwicheria. Eso era buena señal, no tendrían que esperar demasiado.

Dominique marcó el número de su ama —Todo bien los tengo a la vista. Van a tomar algo en el sitio dellotro día. ¿Has estacionado dónde acordamos?

Sí, avísame cuando vayan a salir. Estoy acabando de cenar, haré tiempo hasta que me llames.

Ok. En cuanto vayan a salir te llamaré. —Le quedaba por hacer la parte más arriesgada del plan, estaba preparado para ellos, su sangre fría era cada vez mayor, se concentraba como un profesional en su objetivo, sí, se estaba convirtiendo en un auténtico profesional, un asesino despiadado. No le importaba, solo quería satisfacer a su ama, protegerla, adelantándose a cualquier problema que pudiese surgir, previendo las posibles soluciones, no tenía miedo de cometer un error, sabía que no lo cometería, deseaba terminar cuanto antes, regresar a Brigton con su presa. Podría estar tranquilo una buena temporada después de ese golpe, tal como le había explicado su ama. No le iba a fallar.

Los cuatro amigos entraron en el local, Dominique esperó a que se sentasen y dio la vuelta a la manzana tal como tenía previsto, tenía que matar el tiempo, pasó por un 24 horas cercano desde donde podía ver a Amanda charlando animadamente con los tres amigos, compró un par de revistas mientras esperaba que terminasen la cena. No tardaron mucho en salir del restaurante, los amigos se despidieron de Amanda, dirigiéndose a la cercana estación de metro de Gloucester Road y Amanda emprendió su camino a casa, sola. Dominique hizo la llamada pendiente, todo estaba listo. La tenían en posición.

El francés se adelantó por la acera de enfrente y cruzó la calle en dirección a la presentadora. Fingió recibía una l amada telefónica, se detuvo en medio de la acera. Amanda venía andando a paso vivo en su dirección, en cuanto paso a su lado, metió el móvil en el bolsillo y cogió la pistola. Aceleró el paso y se puso a la altura de Amanda, le pasó la mano por la cintura y le apoyó el cañón del revolver en el costado.

No grites, o aprieto el gatillo. —La mujer dio un salto del susto, la corpulencia de Dominique impidió que se separase de ella.

¡Cuidado con lo que haces!. Tengo el dedo muy sensible, sigue caminando, no se te ocurra gritar o será lo último que hagas. —La mujer estaba blanca del susto, no dijo ni pio.

Enseguida llegaron a la esquina, nada mas doblarla, allí estaba el coche con Elizabeth al volante.

—Entra en el coche. —La mujer se quedo paralizada, sin saber que hacer. Por nada del mundo querría entrar en ese coche, el hombre le clavo el cañón de la pistola en el costado haciéndole daño.

¡Que entres en el coche!. —Amanda abrió entre sollozos la puerta trasera del coche, entraron ambos al interior. El motor del coche rugió al arrancarlo, avanzando lentamente por la ciudad, alejándose del centro y tomando la autopista de salida. Todo había salido según los planes previstos.

La primera parte de su venganza estaba prácticamente cumplida. Dominique inmovilizo a Amanda con las esposas y le inyectó el tranquilizante que la pondría a dormir el resto del viaje a Brigton.

Quedaba una cosa pendiente. Eso podía esperar, tenía el jaque mate a punto. Fantaseaba con lo que iba a pasar los próximos días, iba a ser famosa, esta vez sí sería famosa de verdad.

6.00 A.M. Moles se levanto sudando, había tenido un mal sueño, apenas recordaba nada de lo que había estado soñando pero su cuerpo estaba empapado en sudor, se despertó sobresaltado, con sensación de miedo y estupor.

En las últimas semanas le había pasado con frecuencia, estaba relacionado con el caso sin duda y quizás la falta de sueño. Una sensación de impotencia lo invadía, no le estaba siendo sencillo para nada conciliar el sueño, la noche anterior recordaba haber visto el reloj despertador marcando la una y media de la mañana.

No había dormido ni 5 horas, eso no era bueno.

Saltó de la cama, tomando un café solo y una napolitana de crema, se dirigió a la piscina como cada día.

Una vez acabados los ejercicios, se sintió bastante mejor, sacó unas monedas para coger un café con leche para tomar en el camino como de costumbre, esa máquina era una bendición. Cuando fue a recoger las monedas, vio que tenia varias llamadas perdidas de la oficina.

Inmediatamente devolvió la llamada. El agente Garreth cogió el teléfono.

—Soy Moles. Tenía tres llamadas en el móvil. ¿Alguna novedad?.

—Moles soy Garreth, ha ocurrido otro asesinato. Se trata de Louie, el psicólogo sensacionalista de la cadena  Channel 4, ha aparecido muerto en su casa con la cabeza cercenada por un hacha. Thompson y el equipo científico están en camino. La dirección es 23 Doddintong Grove.

A Moles le dio un vuelco el corazón, otro asesinato, de nuevo contras las cuerdas. No se imaginaba lo que se iba a encontrar. Fue corriendo al coche olvidando el café en la máquina y salió a toda velocidad, en menos de 20 minutos, se encontraba en la dirección indicada. Tres coches de la policía estaban en la puerta y el edificio había sido acordonado.

Enseguida llegó al apartamento de Louie Edwards, no fue sencillo acceder a la zona, Moles nunca había visto tanta cantidad de periodistas, el seguimiento que estaban haciendo era exagerado. Al menos había 50 periodistas de todas las cadenas y periódicos. Se tuvo que pedir unidades de refuerzo solo para mantenerlos a raya, y que no interfiriesen en la investigación.

Moles no le tenia simpatía alguna a ese tipo, no había echo más que incrementar la sensación de inseguridad con sus comentarios diarios, se había cagado en él en varias ocasiones por sus comentarios impertinentes y que eran puras conjeturas. Aún así, nadie merecía morir por ello y ese hombre no era una excepción.

—Buenos días Moles. —Le dijo Thompson—. Buenos días Thompson. —El comisario se encontraba en la entrada del apartamento. La policía científica estaba buscando huellas y por lo de ahora solo ellos estaban dentro de la escena del crimen. Thompson le enseño a Moles las fotografías de la escena que le habían facilitado, era escalofriante, Louie estaba encima de la mesa con su cabeza cercenada a un lado y montones de billetes de 50 libras adornaban la escena, el arma utilizada en el asesinato descansaba ensangrentada sobre su cuerpo; un hacha de carnicero.

—Al parecer, tampoco le gustaba a Johnny. —Dice Stephens, Moles asiente. Aparece un agente de la policía científica que reclama su atención.

—No tenemos huellas , estos malditos, han pasado hasta la fregona. La cerradura como veis, no ha sido forzada, probablemente han entrado con la victima. Las llaves están encima de la mesa. Hora aproximada de la muerte las 21.00. Vendrán a recoger el cadáver para realizar la autopsia en menos de diez minutos, pueden pasar, adelante.

Los tres agentes entran en la escena del crimen, el cuerpo descansaba sobre la mesa del salón. La alfombra, estaba literalmente bañada en sangre, el dinero ensangrentado por todas partes. Habían visto muchas  escenas de crímenes pero esta era sobrecogedora. Los agentes inspeccionaban la habitación en búsqueda de algún detalle que les pudiese haber pasado por alto a la policía científica. No era habitual, pero todos los policías tenían la costumbre de hacerlo.

Estuvieron un buen rato en la escena, aunque no tocaron el cadáver, era casi imposible acercarse sin mancharse. La pared tenía bastantes salpicaduras de sangre. Moles estaba muy excitado, buscó por todas partes. No podía ser que no hubiesen dejado ninguna pista. Revisó el apartamento con minuciosidad. Los otros dos agentes lo observaban extrañados, Moles estaba obcecado en su tarea y no le importaba lo que pensasen. ¡Tenía que haber algo! No era posible cometer crímenes perfectos sin dejar huellas, uno tras otro. Algo tenía que haber, que se les había pasado por alto a la policía científica.

Finalmente dijo —Debió de salir bañado en sangre—. Señalando una zona de la pared que no tenía manchas, la sangre la había detenido el propio cuerpo del asesino. Tuvo que limpiarse aquí mismo, seguro se cambio de ropa. Llevaría una mochila de buen tamaño o una bolsa de deportes.

—Sí, vino con una bolsa a este piso con el hacha dentro, esta claro, venga vamos a hacer los interrogatorios.

No quiero hacer esperar más a los vecinos, los interrogaremos a todos. Están procesando las imágenes de la cámara del garaje, la única existente en el edificio – Dijo Thompson mientras Moles seguía inspeccionando el baño.

¡Déjalo Moles! Tenemos que realizar los interrogatorios, a ver si sacamos algo en claro —Insistió Thompson. Moles se retiro junto con los otros agentes, sabiendo que los interrogatorios y las imágenes de la cámara no les iban a dar ninguna pista. Quería agarrar a ese hijo de perra. Gerard Brown le vino a la cabeza, ¿Seguiría vivo?.

Estuvieron durante casi dos horas interrogando a los vecinos de la finca. Nadie había visto entrar a la victima, ni tampoco a ningún hombre con bolsa de deportes. Estaban todos muy asustados, el pensar que el psicópata había pasado por su edificio los tenía en un estado de shock. El interrogatorio les llevo mucho tiempo, a la vez tenían que hacer de psicólogos de los vecinos, una vecina sufrió una crisis de ansiedad.

Moles aprovechó un momento para darle las novedades a Blummer, quedaron en verse en la propia oficina de policía por la tarde, cuando tuviesen el informe listo. Lo llamaría para confirmar la hora.

Fueron a ver las imágenes de la cámara del garaje a una de las furgoneta de la policía. Vieron como Louie entraba conduciendo su coche en el edificio, por supuesto iba sólo, tal como esperaban cuando entró en el edificio, ninguno de los agentes contaba que tuvieran tanta suerte. Lo estaban esperando dentro del edificio, tenían que ser dos, el cuerpo de Louie no era precisamente ligero. Moles no se podía creer que pudiese llegar a la oficina con otro asesinato a sus espaldas y sin una sola nueva pista.

Subieron nuevamente a la escena del crimen, querían ver el levantamiento del cadáver por si aparecía cualquier cosa, no tenían ninguna nota del asesino y era posible estuviese en las ropas o dentro del cuerpo, nada apareció.

Lo que no sabía Moles, es que iba a ser un día bastante más duro que eso, lo que había visto era más que suficiente para poner algo más que una mueca de enfado en su rostro. Salieron esquivando las cámaras de las cadenas de televisión en dirección a su oficina a eso de la una del mediodía. Habían pasado casi 6 horas en la escena del crimen y salían sin una sola pista a la que aferrarse.

El caso le estaba superando, y aún no sabía lo que le esperaba en las próximas semanas.

CUENTA ATRÁS PARA MORIR

En la casa de Brigton, Gerard Brown se encontraba sentado en el porche de la nueva casa de Elizabeth. La casa estaba situada en lo alto de un promontorio, enfrente al mar. Delimitando los confines del terreno en un escarpado acantilado. Disfrutaba de un amplío terreno, el muro de piedra que lo rodeaba estaba circundado por hermosos cipreses que se alzaban majestuosos al cielo. La vista era magnífica, a la izquierda, a lo lejos divisaba la turística ciudad de Brigton. Gerard se empapaba de los aromas del mar que rompía contras las cercanas rocas, y que la agradable brisa que soplaba se encargaba de llevar a su pituitaria.

Por vez primera en más de un mes, veía la luz del día. Se reconfortó durante horas observando el mar y el horizonte en silencio, embutido en sus pensamientos, relajándose como hacia tiempo que no hacía. Podía oír los graznidos de las numerosas gaviotas que sobrevolaban la zona en libertad. Planeaban con sus alas extendidas como suspendidas en el aire, emergiendo de las profundidades del acantilado para precipitarse al vacío, hacia el mar, desapareciendo de su vista. Otras se alejaban libres, las envidiaba.

El sol brillaba esa mañana, le reconfortaba, pues le daba directamente en la cara a esas horas. Se encontraba un poco somnoliento, esos momentos de tranquilidad después de todo lo que había vivido en las últimas semanas, no tenían precio para él.

Estaba sentado en un cómodo sofá que Elizabeth había echo instalar en el amplío y acogedor porche. Su mano esposada a una barra, las esposas que llevaba en esta ocasión eran más largas y le permitían cierta movilidad. Dentro de lo que cabe, estaba mucho mejor. En la mesa de servicio justo enfrente de él, tenía un tetera llena de te blanco y unas galletas de mantequilla que una a una iban desapareciendo.

Elizabeth estaba allí, en el porche, acompañandolo, sentada en una mesa, en el otro lado. Distraída con el ordenador, tal cual, el día que la conoció. La notaba cambiada, aparte de teñirse el pelo, el semblante de su cara tenía otro aspecto. Creía era cuestión del maquil aje, no alcanzaba a intuir que se había hecho. Quizás  fuese la forma de vestir, o el peinado nuevo, pero la veía más vulgar que días atrás, al menos no tan atractiva.

Lo que sí apreciaba, es que estaba de mucho mejor humor, había más de Brigitte en ella esa mañana. Elizabeth había desaparecido momentáneamente o al menos eso creía; nunca estaba seguro de ello. Tenía miedo de volver a verla después de tantos días recluido, sin ninguna noticia de ella. Había hasta perdido la cuenta del tiempo que paso solo, confinado en la nueva celda que habían construido en la mansión. Sus peores temores no se habían confirmado: Seguía vivo.

Incluso, podría decirse que la chica se mostraba amable con él, dentro de lo que cabe. En todo el día, no le había hecho nada malo. Muy al contrario, parecía preocuparse por él. Había llegado a comentarle cuando lo fue a buscar a la celda que hiciese una lista de cosas que necesitase: Libros, películas, música que pidiese cualquier cosa que le apeteciese. Lo cual lo extraño mucho; estaba casi seguro que lo ejecutarían en cualquier momento.

Gerard le dijo que lo que más le gustaría, sería ver el sol. Se había convertido en una necesidad, no tenía ni idea de donde estaba, solo sabía que lo habían trasladado a otro lugar, a otra celda. Era consciente de que no era en la mansión de Brigitte; las instalaciones eran completamente diferentes, se veían nuevas. El techo era mucho más bajo y la habitación no era tan lúgubre sino mucho mas confortable, se parecía un poco más a una habitación de cualquier casa, solo que no disponía de ventana alguna y la puerta era de seguridad.

Disfrutaba además de una ducha en su celda, lo cual agradeció.

El incidente de la visita de la policía había asustado a Elizabeth, la había mantenido bien ocupada preparando el traslado. Por eso que no la había visto en tanto tiempo.

Recordaba como Elizabeth le sonrío cuando le dijo que quería ver el sol, que lo vendrían a buscar enseguida le dijo. Al rato, llego Dominique y lo sacó en la sil a de ruedas de la celda. La sorpresa que se llevó cuando salió al porche, fue mayúscula. Estaba al lado del mar, en cuanto vio la vista, reconoció enseguida el contorno de la ciudad Brigton.

Siempre había soñado con retirarse en un lugar así, donde pudiese oler el aroma del mar, ver y oír su repetitivo golpeo contra las rocas. La bel eza y amplitud del paisaje, le sobrecogió el alma después de todo el tiempo que había permanecido encerrado.

Pasó la mejor mañana en mucho tiempo. Por unas horas, se olvidó que era un rehén, que estaba con una pareja de psicópatas. Disfrutó del sol y la maravillosa vista, respiró aire puro; disfrutó del mar. Hasta compartió un aperitivo con sus captores: consistente en un Martini Roso, olivas, unos pinchos de queso cheddar y un foie que tanto le gustaba. No era como el que él solía comprar, no le puso ningún reparo, no estaba nada mal.

Dominique se paso casi toda la mañana ocupado en el jardín, plantando flores y sembrando nuevo césped en las zonas donde había desaparecido. La primavera avanzaba cada vez más, y se afanaba en embellecer el terreno para su ama. De vez en cuando, Elizabeth bajaba a darle instrucciones e incluso consulto con Gerard donde plantar unos geranios. A Gerard, le hubiese gustado hacerlo el mismo; la jardinería le apasionaba.

Revisaba los sobres con semillas que tenía sobre la mesa, permitiéndose darle consejos a Elizabeth sobre cuales serían más apropiados para plantar en esos momentos.

Leyó el Sunday Times del día con atención, hacía mas de tres semanas que no se enteraba de lo que pasaba en el mundo. Se puso al día de todo, se sorprendió denque no había ninguna noticia sobre su caso. El periódico aun no reflejaba la noticia bomba del día, lo haría debidamente en la edición de la tarde. Después del aperitivo, cayo profundamente dormido en su sofá y nadie lo desperto.

Permanecía ajeno a todo lo que había pasado la noche anterior: el asesinato de Louie Edward, y la nueva compañera de celda de la que no conocía siquiera su existencia. No se imaginaba el increíble revuelo que había esa mañana en los medios informativos, ni de que Moles, echaba humo en su oficina, desgañitándose con sus compañeros buscando como parar todo aquello.

Gerard dormitaba tranquilo, ignorante de los nuevos acontecimientos. Elizabeth, muy al contrario, estaba al corriente de todo, a fin de cuentas, ella lo había planeado. Estaba emocionada, viendo las últimas noticias en su ordenador y las novedades que iban saliendo poco a poco sobre el caso. Para el a, también era un gran día y por eso estaba de tan buen humor. Disfrutaba leyendo los artículos y las opiniones en los foros de los diferentes periódicos.

En la comisaria de policía, las cosas estaban muy calientes, demasiado; el ambiente era irrespirable. Había estallado una nueva bomba que había sacudido con violencia a los tres agentes, los ponía en una situación límite. La presentadora del programa sensacionalista Amanda Williams había sido secuestrada por el maldito Johnny the Hunter. Lo más inquietante, es que se establecía una cuenta atrás para su muerte en cuatrocientas noventa y siete horas. Es decir, veinte días y diecisiete horas.

Había más, un requisito inapelable, que en caso de no ser debidamente respetado implicaría la ejecución inmediata de la presentadora. Ese requisito no era otro que los presentadores del telediario de Canal 4, retransmitieran las noticias disfrazados de payasos; desde ese momento y hasta el final de la cuenta atrás.

Si en algún momento, dejaban de hacerlo, Amanda sería ejecutada por medio de la temida sierra.

Los policías se quedaron alucinados de lo sorprendente de la petición. Nadie dudaba de la veracidad de la nota, entregada en la cadena de televisión, firmada a nombre de Johnny the Hunter. Habían recibido las demandas por medió de una nueva nota con un mechón de pelo de Amanda en su interior. Una empresa de transporte urgente, había sido la encargada de entregarlo. Por supuesto, no hubo manera de identificar al remitente. Otra vez se la había jugado a la policía: se le daba realmente bien.

La noticia corrió como la pólvora, no solo por el Reino Unido. Los noticiarios y prensa de prácticamente todos los países del mundo informaron del ultimátum recibido. Había sido la noticia del día, con ella se abrían la mayoría de los informativos y las portadas de la prensa on line. Causó un impacto que hizo estremecer a Londres, más incluso que lo que Elizabeth hubiese deseado. Ahora si era famosa, Johnny The Hunter había dado un paso definitivo, un salto a la fama. Había dado su gran golpe. Era la más grande y lo estaba disfrutando.

En internet la noticia corrió como un polvorín. Habían surgido grupos de apoyo a Johnny The Hunter.

Algunos lo veían como una especie del justiciero del siglo XXI. Más de 270.000 personas habían dado al botón de me gusta en un perfil que había aparecido de Johnny en una red social. La policía, por supuesto comprobó que era falso.

En el perfil salía una fotografía de una persona con la máscara de V de Vendetta vestido de cazador, llevaba un hacha en una de las manos y una sierra en la otra. Mucha gente aprovechando el anonimato de la web lo apoyaba, le decían que estaban con él, que era el nuevo justiciero que le daría su merecido a los medios y a la policía. Lo apoyaban. Elizabeh estaba encantada con sus fans. Se veía irresistiblemente tentada a escribir ella misma comentarios en el fraudulento perfil. Tuvo que reprimirse en varias ocasiones para no hacerlo. Le encantaba la página, se pasaba la mañana viendo los nuevos comentarios. Sí, ¡lo había conseguido, tenía sus fans! Se quedo como hipnotizada delante de la pantalla del ordenador.

La policía y parte de la sociedad estaba muy preocupada por el inesperado apoyo en las redes sociales a Johnny. Era increíble que la gente pudiese apoyar los actos de un psicópata perverso como él. La sociedad mostraba su parte más oscura, inhumana, escabrosa.

La cúpula del Canal 4 se reunió para tomar una decisión al respecto. Las indicaciones de la nota eran bien claras, o las acataban, o tendrían que cargar con la responsabilidad de la muerte de la presentadora.

Quedaban menos de dos horas para el primer telediario. Las noticias del mediodía, sería duro. Los presentadores tendrían que estar disfrazados de payasos, o de lo contrarío Amanda estaba sentenciada. La decisión fue unánime, aceptarían las demandas de Johnny.

Aún así, eso no la salvaría, si la policía no la rescataba antes del final de la cuenta atrás Amanda moriría. La propuesta no era demasiado halagüeña. La única posibilidad de que Amanda saliese con vida, era que la policía la rescatase antes del final de la cuenta atrás.

El reloj iba corriendo tic tac tic tac. Eso ponía al equipo de Thompson en una situación límite. Estaban totalmente desconcertados. Se reunían durante horas empleando todos los medios a su alcance para rescatar a la periodista. Establecían un plan de búsqueda. Las inspecciones de las casas no habían dado resultado. No quedaba casa alguna por revisar. Los habían engañado, Johnny se la había jugado de nuevo con una pista falsa que los tuvo durante semanas ocupados.

Necesitaban encontrar una pista nueva a la que poder aferrarse, en la mente de todos estaba Johnny. Era el hombre más buscado del país. Tenían que capturarlo antes de que terminase la infernal cuenta atrás.

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