Electro

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Capítulo 13

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L

a sangre empapaba las sábanas de la camilla en la que Ray había pasado las últimas horas. El hombre que acababan de rescatar tenía el cuerpo cubierto de arañazos y una preocupante herida de bala en el hombro.

—¡Eden, trae la morfina!

Los gritos y la histeria del moribundo impedían a Logan sacar el casquillo. Mientras Ferguson y el médico intentaban sujetarlo, Eden le inyectó en el brazo la jeringa con el tranquilizante. El efecto de la droga fue inmediato y a los pocos segundos el hombre se dejó vencer por el sueño.

—¿Hace cuánto que no veíamos una herida de bala? —preguntó Eden.

—¿Hace cuánto que no ves un arma de fuego? —contestó Ferguson.

—Necesito que salgáis de aquí. Somos muchos y aún tengo que extraerla y desinfectar las heridas.

Obedecieron al instante y abandonaron la tienda. Ferguson decidió ir a preguntar a los que hacían guardia en el fuerte, mientras Ray y Eden esperaban a que Logan terminase.

—¿No tenéis armas de fuego?

—Nosotros no. Las pocas que hay están guardadas en algún sitio de la Ciudadela, por eso Gus y su equipo están intentando crear nuevas.

—¿Hay algo que no tenga la Ciudadela?

—A ti.

No fue tanto la respuesta como la mirada de Eden lo que le provocó un escalofrío. El silencio se interrumpió cuando Logan salió.

—Ya está. He conseguido parar la hemorragia, pero ha perdido mucha sangre.

—¿Qué le ha atacado? ¿Lobos?

—Quiero pensar eso, pero...

Logan desvió la mirada hacia el horizonte. Hacia la muralla de troncos que los protegía.

—¿Pero...? —preguntó Ray.

—Pero no han sido lobos, ¿verdad? —dijo Eden.

—Son arañazos demasiado pequeños. Profundos, pero pequeños. Por lo general, las manos de los lobos son mucho más grandes...

—No puede ser... —Eden se llevó las manos a la cabeza y se dio la vuelta.

—¿Qué pasa? ¿Qué ha atacado a ese tío?

—Infantes —dijo Eden, girándose, y por el tono utilizado parecía haber necesitado pronunciar la palabra en voz alta para creérselo.

Ray recordaba bien la descripción que Eden le había dado de esas criaturas con aspecto de niños humanos que vivían en la oscuridad y se alimentaban de cualquier tipo de sangre.

—Lo que no entiendo —prosiguió la chica— es quién le ha disparado. Tengo que hablar con él, Logan.

—Dale un par de horas, que descanse. Después será todo tuyo.

Eden asintió y comenzó a andar. Ray, instintivamente, la siguió.

—¿Adónde vas?

—Tengo que avisar a Gus de la posible amenaza. Después tú y yo vamos a ir al campo de entrenamiento. Deduzco que no tienes ni idea de cómo defenderte, así que un par de nociones básicas no te vendrán mal.

—Oye, que soy cinturón morado en kárate.

Después de que Eden pusiera al tanto a Ferguson de la situación, los dos jóvenes descendieron por la ladera para que Ray aprendiera a desenvolverse con las armas de aquel lugar.

Cuando llegaron a la explanada de entrenamiento, Eden se dirigió a un pequeño arsenal en el que había varios artilugios para el combate cuerpo a cuerpo. La chica lanzó a Ray un palo de madera y ella eligió un cilindro de metal de un tamaño similar a los testigos de las carreras de relevos.

—¿En serio? ¿Me vas a atacar con eso? —preguntó Ray, divertido.

Eden pulsó un pequeño botón en el mango del cilindro e inmediatamente salieron de los extremos dos varas cuyas puntas lanzaban pequeños destellos electrificados.

—Quiero cambiar de arma.

—Calla, Duracell.

Sin previo aviso, la chica lanzó un primer golpe que Ray logró esquivar a duras penas. La segunda estocada fue directa a su brazo, pero consiguió detenerla con el palo de madera. Había infravalorado la fuerza de Eden al parar el golpe. Ella, por su parte, le miraba con una sonrisa torcida.

—¿Vas a dejar que una chica te gane?

—Si esta es una táctica para tocarme el orgullo masculino, que sepas que no te va a funcionar.

—Ah, ¿pero es que tienes de eso?

Ray fue a sujetar la vara de Eden con la mano que tenía libre, pero al tocar la superficie metálica del arma, recibió un calambre que le hizo soltar un alarido y apartar la mano. La chica se rio encantada.

—¡No tiene ninguna gracia! ¡Y estás haciendo trampa! Tú tienes esa..., esa vara eléctrica todopoderosa y yo esta... ¡cosa de madera!

—¡Pues defiéndete con ella!

Ray agarró el palo con fuerza y devolvió el golpe, que fue frenado por uno de los extremos de la barra metálica. No esperó a que la chica contraatacara y propició él otro golpe que Eden paró de nuevo. Y así otra vez. Y otra vez más.

La chica demostraba una agilidad increíble con aquella arma que movía a la par que su cuerpo, como si de una estudiada coreografía se tratara. Era hipnótico verla pelear, con la vara cambiando de mano y girando según paraba los golpes. Las pocas clases de esgrima que Ray había recibido en el instituto le servían para atacar y defenderse a niveles tan básicos que Eden no encontraba dificultad en mantener la ventaja.

Hiciera lo que hiciese, la chica parecía anticipar todos sus movimientos. Así que, en un último intento desesperado, Ray decidió optar por la fuerza bruta y utilizar su palo de madera como si fuera un bate de béisbol para embestirla con él.

Sin embargo, Eden también estaba preparada para ello y en un abrir y cerrar de ojos se agachó, atizó a Ray en las piernas y le hizo caer contra el suelo de espaldas.

—Me parece muy bien que quieras jugar sucio, pero hazlo con cabeza —dijo Eden mientras Ray yacía en el suelo, aún asimilando su derrota.

—Es que eres muy rápida...

—«Es que eres muy rápida» —se burló Eden poniendo un acento ñoño y riéndose—. Pues tendrás que esforzarte más. Tus movimientos son muy previsibles, Ray.

—¿Ah, sí?

Ray aprovechó entonces para hacerle a Eden una llave con las piernas y tirarla al suelo. El joven empleó sus conocimientos de kárate para inmovilizar a la chica antes de que lograra recuperarse de la sorpresa y se colocó encima de ella.

—¿Previsibles, decías?

Ray exhibió victorioso una sonrisa que se le congeló en el rostro al observar por primera vez desde tan cerca los ojos azulados de Eden.

Hipnotizado por aquella mirada, Ray cedió un instante, lo justo como para que ella aprovechara para contraatacar y lo golpeara en el estómago para zafarse de él. Eden giró sobre sí misma y se levantó de un brinco.

—Será mejor que te enseñe cómo funcionan las porras —dijo, como si nada hubiese ocurrido.

—Ya sé cómo funciona una porra —contestó Ray mientras se levantaba y se sacudía la ropa.

Eden hizo caso omiso a su comentario y se acercó para explicarle cuáles eran los puntos débiles de todo aquel que, como ella, necesitara una de aquellas extrañas baterías para vivir.

—Si quieres inmovilizarnos, tienes que golpearnos con la porra en el cuello, en la espalda o en el pecho. Dependerá del voltaje que el ataque sea mortal o no. Si después...

—Espera —le interrumpió Ray—. ¿Para qué me cuentas todo esto?

A Eden le pilló desprevenida aquella pregunta.

—Sabes que mañana me voy a ir al complejo —añadió el chico—. ¿Por qué me estás enseñando estas cosas?

—Ray...

—Y ya que estamos, me gustaría que me explicaras a qué te referías antes cuando has dicho que tengo algo que quieren en la Ciudadela.

—Mira, Ray...

—O sería mejor preguntarte para qué lo necesitas tú. Porque por eso me estás reteniendo, ¿no? Para utilizarme contra ellos.

—Nadie te está reteniendo.

—¡Perfecto! Entonces puedo irme cuando me dé la gana.

—¡Eden! ¡Ray!

Logan se acercó a ellos corriendo, pero Ray no apartó la mirada de la chica. Con sus ojos la retó a decir algo más, a contradecirle, a demostrarle que se equivocaba. Intentó también averiguar la respuesta a alguna de las innumerables dudas que le provocaba su presencia, pero fue en vano.

—Se ha despertado —anunció Logan cuando llegó a su lado. Después se volvió hacia la chica—. Y dice que quiere hablar contigo.

Cuando volvieron a entrar en la tienda, todo estaba mucho más limpio. Logan había cambiado los trapos de la camilla y ahora los artilugios médicos que había utilizado reposaban en un cubilete lleno de agua enrojecida por la sangre.

El hombre seguía sucio, pero ahora llevaba el hombro envuelto con una gasa que protegía la herida de la bala. Ferguson se encontraba a su lado, con gesto sombrío y los brazos cruzados. Aunque debían de rondar la misma edad, el recién llegado estaba tan escuálido que parecía frágil como un anciano. Eden fue la primera en acercarse a él.

—¿Cómo te encuentras?

El hombre la agarró por el brazo con fuerza, desesperado.

—¿Eres Eden? —preguntó. Aún estaba aturdido por la dosis de morfina y al hablar arrastraba las palabras con dificultad.

—Sí, tranquilo, ¿cómo te llamas?

—Tenemos que salvarlos. Han atrapado a todos. ¡Tienen a mi mujer!

—Tranquilízate.

—¡No! —gritó el hombre histérico—. ¡Vosotros no lo entendéis! ¡Los van a matar a todos! ¡Tenemos que ayudarles! ¡Tenemos que salvarlos! ¡Hay que...!

Eden se zafó de él de un tirón y le calló con un bofetón en la cara.

—¡Tranquilízate! Si no nos dices exactamente qué te ha ocurrido, no vamos a poder ayudarte, así que empieza desde el principio.

Ray se quedó perplejo ante la sangre fría que demostraba la chica. Aunque él no habría sido capaz de pegar de aquella manera a ese pobre hombre, tuvo que reconocer que había surtido efecto y había interrumpido la histeria al momento.

—Si quieres podemos dejar que descanses un par de horas más —sugirió Logan.

—No, no... Yo... —el hombre respiró profundo y por fin se relajó—. Lo siento.

—No te preocupes, estamos aquí para ayudarte —contestó Eden con calma.

El hombre miró unos segundos al techo, cerró los ojos y, cuando volvió a la realidad, comenzó a relatar su historia.

—Conseguimos salir de la Ciudadela un grupo de diez personas, incluidos mi mujer y yo. No tenía dinero suficiente para pagar las baterías y no podía arriesgar su vida... —las palabras se le comenzaron a atragantar con aquel recuerdo y las lágrimas no tardaron en aflorar—. Nos dijeron que os esperásemos en el lugar acordado.

—Qué extraño, nadie nos avisó —dijo Eden, con el ceño fruncido.

—Nos dirigíamos hacia aquí en busca de auxilio y refugio. Entonces... —perdió la mirada otra vez en el techo, como si no se atreviera a mirar al frente, a mirar al pasado—. Decidimos pasar la noche en un pequeño claro. Yo fui a buscar agua al interior del bosque, escuché gritos y regresé enseguida. Fue entonces cuando vi a aquel escuadrón de centinelas apresar al convoy entero. Incluso a mi mujer. Intenté esconderme, pero me vieron. Así que eché a correr. ¡No podía dejar que me capturaran o todo habría estado perdido para ella! Corrí sin mirar atrás. Fue entonces cuando me dispararon.

Logan aprovechó el silencio para acercarle una taza de metal con agua para que bebiera. El resto se mantuvo en silencio.

—Seguí corriendo a pesar de estar herido y me adentré más en el bosque. No sé cuánto tiempo estuve, pero hubo un momento en el que tuve que parar. La herida no paraba de sangrar... Y eso fue lo que los atrajo.

Ray miró a Eden y vio en sus ojos que la mayor de sus preocupaciones y sospechas se había confirmado. El hombre se echó a llorar con más fuerza.

—No sabía que eran reales. Siempre creí que era un cuento de la Ciudadela. Nunca pensé que fueran a existir.

—¿Cómo conseguiste escapar? —preguntó Eden.

—Al principio escuché los susurros. Notaba cómo se movían entre los arbustos, estudiándome y jugando conmigo. Como si fuera un ratón. Si me quedaba ahí, moriría, así que... eché a correr de nuevo. No llegué a dar ni cinco pasos cuando dos de ellos se abalanzaron sobre mí. Conseguí zafarme de aquellas bestias, pero, Dios... Son tan rápidos... Seguí corriendo y escuchaba cómo me perseguían. No veía nada, estaba todo muy oscuro. De pronto, amaneció y se largaron.

—Has tenido suerte de encontrarnos —dijo Ferguson.

—Por favor..., tenéis que ayudarles. Los devolverán a la Ciudadela.

—¿Sabes si los centinelas tenían más armas de fuego? —preguntó Eden.

El hombre negó con la cabeza. La chica se acercó a Ferguson.

—Quizás supieran de la existencia de infantes en esa zona... —sugirió el hombre.

—El único miedo que tengo de dejar el campamento es que vengan hacia aquí. Han podido seguir su rastro de sangre.

—Lo habrán perdido. Ten en cuenta que no pueden salir a la luz del día...

—No sé, Gus... Puede que los supervivientes hayan llegado al punto de recogida, pero los centinelas no suelen dejar escapar a mucha gente en sus redadas, y tú lo sabes.

—Aunque sea solo por uno, tenemos que ir y asegurarnos, Eden.

Ella se quedó unos instantes en silencio, meditando la situación. Después miró al hombre moribundo que anhelaba una respuesta y se dio por vencida.

—Prepara al equipo. Saldremos mañana a primera hora.

Dicho y hecho, un rato después, Eden y Ferguson se reunieron con cinco rebeldes más para emprender el rescate. Ray, arrinconado en una esquina de la tienda de campaña, seguía en silencio todos los movimientos de la chica. La manera en la que Eden daba órdenes, estudiaba mapas y sugería estrategias parecía más propia de un militar entrenado que de una chica de su edad. Cuando, horas después, se quedaron solos, Ray se acercó a ella para hablar.

—Me voy —anunció.

Eden se le quedó mirando durante unos segundos mientras preparaba su mochila.

—Dijiste que te irías mañana.

—Ya, pero... Bueno, vosotros os vais en modo comando de rescate y yo aquí no pinto nada.

—Por favor, Ray, no te vayas. Eres mi única esperanza para ver si existe una cura a esto que tenemos —dijo Eden acercándose al joven.

—Lo siento. No puedo esperar más.

La chica volvió a guardar silencio.

—Vamos hacia el oeste. Hasta el desfiladero podemos ir juntos. Después nos desviaremos y tú puedes seguir tu camino. Descansa esta noche, te harán falta fuerzas para mañana.

 

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