Electro

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Capítulo 17

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E

l estruendo no cesaba. El aleteo, las pisadas, la gravilla desprendiéndose de la roca tan cerca de sus cabezas que casi podían escuchar la respiración de aquellas criaturas... Era como intentar huir de un vendaval o de la hélice de un helicóptero. Y el temblor iba in crescendo según más se acercaban aquellos seres a su posición.

Ray confiaba en Eden, y si ella consideraba que el lobo los estaba guiando hacia la salida, no sería él quien lo dudase. No obstante, la perspectiva de acabar entre las fauces de esa bestia le resultaba igual de aterradora que ser desgarrado por los cristales y no pensaba bajar la guardia a pesar de la extenuación.

Sentía la garganta reseca y los músculos hechos trizas. Cada bocanada de aire que daba le arañaba el pecho como si tragara agua hirviendo, pero no podía bajar el ritmo. No si quería mantenerse con vida.

Las criaturas estaban ganándoles terreno, cada vez los escuchaba más cerca. Si no encontraban un refugio pronto...

¡Crack!

Ray se tropezó con un saliente de la roca y cayó de bruces contra suelo. Eden se detuvo en seco al escuchar el grito y se volvió.

—¡Espera! —ordenó al lobo, y corrió hasta Ray para ayudarle a levantarse—. ¡Vamos, nos van a alcanzar!

Pero cuando Eden le agarró del brazo y tiró de él, Ray aulló de dolor al sentir un latigazo en los músculos que dejó inerte la parte superior del brazo.

—Creo que te has dislocado el hombro... —identificó ella con la preocupación en sus ojos.

No había tiempo para lamentarse. Como pudo, Eden ayudó a Ray a ponerse en pie y de nuevo emprendieron la carrera en pos del lobo. Su velocidad había disminuido considerablemente y tenían a las criaturas casi encima, pero entonces el lobo tomó un pasadizo y los tres llegaron a un pequeño túnel en el que se detuvieron unos instantes a recuperar el aliento.

—¡Déjalo! —le ordenó el lobo a Eden, casi en el otro extremo del agujero.

—¡No!

—Os atraparán.

—Vete sin nosotros.

El lobo ladeó la cabeza y sonrió en la oscuridad.

—¿Quieres que olvidemos nuestro pacto?

La chica se acercó al monstruo y, sin soltar a Ray, dijo:

—Vuelve con tu manada. Diles que un electro y un humano te han salvado y que nos debes la vida. Si conseguimos salir de aquí sanos y salvos, encenderemos una hoguera en la Vieja Aldea y sabréis que seguís en deuda con nosotros.

El lobo volvió a enseñar los dientes, se relamió los labios e hizo una reverencia.

—Muy bien. Adiós, electro.

Antes de que Ray pudiera intervenir, el lobo salió a la luz y desapareció por un nuevo sendero del cañón.

—Tienes un plan, ¿verdad? —preguntó el chico, angustiado y perplejo ante la decisión de Eden de quedarse con él en lugar de salvar su vida. ¿Qué pretendía en realidad?

—Siempre tengo un plan —respondió ella mientras le ayudaba a sentarse en el suelo y se quitaba la mochila.

—Nos van a alcanzar...

Eden se acercó a él y comenzó a examinarle el hombro.

—¿Cómo se llamaba el sitio ese al que querías ir?*—preguntó Eden.

—El Ocaso, ¿por...?

¡Crack!

Fue tan repentino que no fue consciente ni de cuándo comenzó a gritar. El dolor le perforó de arriba abajo cuando Eden le recolocó el hueso. Afortunadamente, enseguida se hizo algo más soportable y pudo volver a respirar con normalidad.

—Listo —le dijo ella, y se sacudió las manos.

Mientras Ray se masajeaba el brazo, aún aturdido, ella se acercó a la salida del túnel para comprobar por qué había cesado el estruendo. Cuando se asomó, advirtió las decenas de criaturas que vigilaban su escondite preparadas para darles caza en cuanto pusieran un pie fuera.

¡Raf!

Una nueva figura alada atravesó el cielo crepuscular y su silueta se recortó entre las primeras estrellas y la luna creciente.

¡Raf! ¡Raf!

Dos siluetas más volaron en direcciones opuestas para detenerse en dos peñascos distintos.

¡Raf! ¡Raf! ¡Raf! ¡Raf!

A pesar de la poca luz que había, sus sombras eran como sábanas negras sobre la tierra, sobre ellos. Era una amenaza: les avisaban de que estaban rodeados, de que eran suyos. Pero, ¿por qué no se lanzaban a por ellos?

Con cautela, Ray se había acercado a Eden con la mochila a cuestas. Ella le indicó que se apartara y que guardara silencio mientras sacaba la vara que había utilizado en el entrenamiento, sin desplegarla, preparada para el ataque.

De pronto, una de las criaturas saltó de uno de los montículos más altos y planeó en círculos hasta posarse delante de ellos. En cuanto sus pies tocaron el suelo, una decena más de sus compañeros hicieron lo mismo. Aunque lo había intuido durante la carrera, Ray se quedó atónito al confirmar que aquellos seres tenían forma humana.

El que parecía el líder, de piel negra y ojos claros, se acercó a ellos sin apartar la mirada de Eden. Iba con el torso desnudo y lo que en un principio habían confundido con alas eran en realidad dos telas que colgaban de sus antebrazos y que se unían con cuerdas a su pecho y cintura. Su cuerpo era tan delgado que se le marcaban todos los huesos y músculos.

—¿Dónde está? —preguntó con voz serena el extraño—. ¿Dónde está el lobo?

—No lo sé —sentenció Eden.

—Lo habéis liberado.

El cristal se acercó despacio a la entrada del pequeño túnel.

—No sabíamos que era vuestro.

—Era nuestro. Rompió nuestro pacto.

—¿Hacéis pactos con lobos y no con nosotros?

—Este no es vuestro mundo, electro. Vuestras tierras están dentro de las murallas de la ciudad.

—Algunos vivimos fuera de ellas.

Cuando el líder acercó su rostro al de Eden, ella no se inmutó. Ni siquiera parpadeó. Por el contrario, le devolvió la misma mirada de ferocidad y se atrevió a dar un paso hacia él.

—¿Qué estáis buscando? —preguntó el tipo, al cabo de unos instantes.

—Nos hemos perdido. Unas rocas se derrumbaron en el desfiladero del cañón y hemos tenido que dar un rodeo.

—¿Y por qué debería dejaros salir de aquí?

—Porque no queréis estar en guerra con nosotros.

Y al mismo tiempo que pronunciaba la frase, abrió su vara y apuntó con ella a la criatura. En cuanto lo hizo, el resto de los cristales sacaron arcos y flechas y apuntaron a la chica.

—¡Ey, ey! —exclamó Ray saliendo de la cueva con los brazos en alto—. No queremos llegar a esto, ¿verdad, Eden? —añadió con la mirada fija en ella para que bajara el arma.

La chica le advirtió con los ojos que no se metiera donde no le llamaban, pero Ray no estaba dispuesto a ceder esta vez, y al cabo de unos segundos, Eden terminó por obedecer.

—Sentimos los problemas ocasionados —medió Ray, dirigiéndose al líder—. Lamentamos mucho habernos metido en vuestro territorio. De haberlo sabido, no habríamos puesto un pie en este laberinto. Lo único que queremos es salir de aquí.

El líder de los cristales estudió a Ray con detenimiento.

—Registradlos.

Dos hombres tan esqueléticos como el portavoz y con la misma vestimenta se acercaron para hurgar en sus ropas y en las mochilas. Sacaron las reservas de comida, las cantimploras con agua e incluso las mudas de ropa, pero a lo único que prestaron atención y que llevaron ante su jefe fue el diario que Ray había encontrado.

El hombre lo estudió con calma, palpando sus solapas con cuidado, y cuando descubrió que las páginas interiores estaban escritas se puso a leer hasta que sus ojos se iluminaron.

—¿Cómo has encontrado este cuaderno? —quiso saber.

La pregunta descolocó por completo al chico. ¿Acaso la criatura sabía leer? ¿Sabía lo que era un cuaderno? Más aún, ¿sería posible que conociera el origen de aquel diario? ¿Que, tal vez, recordara algo del mundo de Ray?

—Es mío. Era de mi... abuelo —respondió él, intentando parecer convincente—. Es el único recuerdo que me queda de él y...

—Vuelves a mentir, electro. Este cuaderno no es vuestro. Este cuaderno es humano.

Eden y Ray se quedaron perplejos al escuchar aquella palabra en boca del cristal.

—¿Quiénes sois? —insistió el hombre.

—Ya te lo hemos dicho. Nos perdimos y...

—¿¡Quiénes sois!?

—¡Somos desertores! —intervino Eden—. Huimos de los centinelas y por eso hemos acabado aquí. Yo me llamo Eden y él es...

—¡Basta! ¿Cómo voy a perdonaros la vida si no dejáis de mentirme? ¿Creéis que somos estúpidos? ¿Creéis que por tener un cuerpo frágil somos débiles? ¡Miradnos! La fuerza no es la mayor de nuestras cualidades, pero sí la astucia, el instinto y la inteligencia. Sobrevivimos en esta tierra gracias a eso.

El líder alzó la mano. Ray sintió cómo decenas de flechas volvían a apuntarlos y las ganas que tenían todos los arqueros de recibir la siguiente orden.

—Vuestras historias son mentiras. Creéis que nosotros somos el último escalafón de esta nueva cadena. Pero, ¿quiénes están ahora bajo nuestro poder? ¡Observad a vuestro alrededor y decidme qué veis! ¡Paz es lo único que pedimos! Por eso negociamos con lobos. Y tenemos piedad, somos justos, pero no ante los que nos mien...

—Soy humano.

Las palabras de Ray interrumpieron de golpe el discurso del líder.

—Soy un humano —volvió a repetir, y se quitó el brazalete de la muñeca para demostrarlo.

—Los humanos no existen. Se extinguieron hace tiempo.

—Estás ante uno ahora mismo —sentenció Ray, mientras volvía a colocarse el aparato—. Decís que sois inteligentes y astutos, y sabéis cuándo os mienten. Pues bien, utilizad ese mismo instinto para comprobar que digo la verdad. No soy un... electro, soy humano, y nos dirigimos a un lugar en el que espero encontrar las respuestas que necesito.

—Es imposible.

Tenía que demostrarlo. Necesitaba que vieran que decía la verdad. Así que, en un gesto desesperado, le quitó la vara a Eden, la accionó y colocó la palma de la mano sobre la corriente eléctrica de la punta. En cuanto lo hizo, sintió el chispazo y el brazo se le quedó dormido. Pero eso fue todo. Si el cristal conocía a los electros tan bien como aseguraba, sabría que aquella misma descarga habría tumbado a cualquiera de ellos.

—¿Cuál es tu nombre, muchacho? —le preguntó el hombre, tras unos instantes de silencio.

—Ray —respondió él.

El líder asintió, cerró los ojos y reflexionó durante unos segundos antes de acercarse a él con respeto y devolverle el cuaderno.

—Espero que encuentres las respuestas que buscas. Y que algún día regreses a nosotros con ellas.

Ray tomó el diario con un gesto de agradecimiento y lo volvió a guardar en la mochila.

—¿Por qué? —preguntó Eden cuando el líder de los cristales ya se daba la vuelta para marcharse—. ¿Qué tiene él que haya cambiado tu actitud?

El hombre volvió a girarse y con gesto apaciguado respondió a la pregunta de la chica.

—Nuestros antepasados os habrían aniquilado sin mediar palabra. Pero con el tiempo hemos aprendido que un hijo no es culpable de los errores de su padre. Tenemos fe, y su mirada es franca —añadió, con los ojos puestos en Ray—. No es lo que tiene. Es lo que es. Para nosotros, la perfección. La posibilidad de que repare el equilibrio que sus ancestros rompieron. ¿Qué has visto tú en él que te ha hecho acompañarle en su viaje?

Aquella pregunta dejó sin palabras a Eden. El chico no pudo evitar mirarla, ansioso por saber la respuesta. Pero lo único que encontró fue silencio.

Ray estaba tan desconcertado como ella. Parecía como si los cristales le hubieran perdonado la vida por creerle superior. Aquello no tenía sentido. ¿Los humanos se habían extinguido? ¿Qué clase de criaturas eran esas que esperaban que él les trajera las respuestas de su mundo?

—Dos de mis hombres os acompañarán hasta el interior del bosque al que os dirigís —añadió el líder—. A partir de ahí podréis emprender vuestro viaje.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Ray.

—Gael. Y cuando lo necesites, mi clan acudirá en tu ayuda. Suerte en tu viaje. Hasta pronto.

Con aquella frase, Gael dio un salto, extendió los brazos y se impulsó con las telas para elevarse en el aire. El ruido de las telas y de las carreras por las cumbres del cañón inundó los recovecos y los caminos de nuevo, hasta que, en pocos segundos, todos los cristales, excepto dos, desaparecieron. Como Gael les había prometido, ellos los acompañaron en silencio hasta el bosque. Allí se despidieron con un gesto de cabeza y emprendieron el viaje de vuelta a su hogar, formado por una sociedad tan parecida y al mismo tiempo tan distinta a la que una vez pobló el planeta Tierra.

 

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