El único amigo del demonio

El único amigo del demonio


Capítulo 20

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Capítulo 20

—¿Crearás más Marchitos? —lo miré atónito.

—Iluminados —replicó la voz de Potash. La materia del alma en el pecho de Rack se movía e hinchaba mientras él me miraba—. Esos a los que llamas Marchitos eran débiles. Se dejaron volverse blandos, cansados o descuidados. Puedo enseñarte cómo mantenerte fuerte.

—¿Para que asesine vagabundos en un lugar olvidado del medio oeste? —pregunté—. ¿Esa es la gloria que me ofreces?

—No lo hagas enfadar —Brooke aferró mi brazo con más fuerza.

—¿Piensas que puedes hacer algo mejor? —la voz de Potash se rio: una carcajada seca y vacía.

Me di cuenta con sorpresa de que sí lo pensaba. Había visto a demasiados Marchitos desperdiciando sus vidas en ciudades sin futuro, escondiéndose, arreglándoselas o apenas sobreviviendo, sin propósito, perdidos y solos. Tanto poder y eso era todo lo que se les ocurría hacer con él. Yo no tenía nada —solo debilidad, sin ninguna fuerza— y aun así me las había arreglado para matar a cuatro de ellos. Me había logrado meter en una fuerza del gobierno. Si me dieran un solo poder, no lo dejaría pudrirse en un monoambiente. Ignoré a la cabeza parlante y miré a Rack, directo a los ojos.

—Ustedes solían ser dioses, y mírense ahora. Tienes mucha razón, yo podría hacer algo mejor que ustedes con sus «dones».

—Es por eso que te elegí —la cabeza volvió a reírse—. Puedes ver las posibilidades de una forma que nadie más puede.

—Pero no soy como tú —repetí, aunque se sintió diferente. ¿Mi vida era realmente diferente a la suya? Yo tenía el mismo tipo de apartamento en el que Cody French solía vivir. Incluso tenía el mismo perro. Me burlaba de ellos por sus vidas vacías, pasando de una muerte a la siguiente sin mayores ambiciones, pero ¿en qué era mejor mi vida? Al menos, ellos estaban actuando. Yo solo estaba reaccionando: viajaba a dónde ellos viajaban, vivía donde ellos vivían. Los estaba dejando dictar el curso de mi vida, era una marioneta tanto como Nathan o la cabeza sin vida de Potash. El hecho de que la mayoría de ellos no supiera que estaban controlándome solo lo hacía peor.

—Tú dices que no eres como nosotros —dijo la voz—. Tampoco eres como ellos. Nunca lo has sido. El chico raro en las sombras, el asesino dentro de un cuerpo de niño. ¿Realmente quieres pasar tu vida así? Nunca en paz, nunca feliz…

—He sido feliz —repliqué con furia.

—Una vez —respondió la voz. Rack miraba hacia abajo como un monolito—. Una vez, por unas semanas, hace mucho tiempo. Pero ella está muerta ahora, ¿no es así?

—No te atrevas a hablar de…

—Marci Jensen era todo lo que habías deseado —continuó la voz de Potash. La cabeza de Rack asintió—. Sí. Sé sobre ella. He hecho mis investigaciones. He intercambiado numerosos e-mails con tu tía y con tu hermana. Personas agradables. Te he estado siguiendo casi tanto tiempo como Nadie, observando tus métodos, esperando para ver cómo reaccionarías a cada cosa nueva. Tienes una calma de sangre fría que ningún Iluminado podría igualar; una precisión, un don para crear muerte. Ahora la guerra se está acercando, implacable e inevitable, y tú serás su mejor soldado. Te quiero de nuestro lado.

—¿Así que hablas sobre Marci?

—Marci fue la conexión personal que nunca creíste que podrías tener —dijo—, llenó tu vida de una alegría que nunca habías experimentado con ninguna otra persona. Pero ahora ella se ha ido. Estás más vacío de lo que nunca has estado. Ella te dio un corazón, pero lo único que hizo fue romperse.

—¿Así que ese es tu argumento de venta? —pregunté. Mi voz sonó más fuerte de lo que quería, agobiada y desesperada. Esos eran los sentimientos que había intentado mantener ocultos, porque no sabía qué más hacer con ellos. Eran demasiado crudos, demasiado cargados de culpa, enojo y desesperación sin fin.

—Está bien —dijo Brooke, pero liberé mi brazo duramente de su agarre.

—¡No, no lo está! Tú solo eres un loco, estúpido… —me detuve antes de decir nada más, intentando pensar en algo, cualquier cosa que no fuera Marci y, cuando la voz sin vida de Potash comenzó a hablar otra vez respondí con un rugido de furia—. ¿Este es tu gran plan, Rack? ¿Decirme lo mucho que apesta mi vida para que no me importe convertirme en un monstruo? Ya soy un monstruo y nada de lo que digas puede cambiarlo: tus amenazas no funcionarán porque no me queda nada que perder. Tus estúpidos comentarios al pasar sobre mi tía y mi hermana no significan nada para mí, porque ya estoy tan profundamente solo que no hay nada que puedas hacer para empeorarlo. ¿Quieres amenazarlas? Puedes drenar sus corazones y llorar toda la noche con sus voces, que eso no significará nada para mí, porque la única cosa que alguna vez me importó ya no está. La dejé morir porque no fui lo suficientemente listo para salvarla. Vi a mi madre morir quemada porque no fui lo suficientemente bueno para mantenerla con vida. Así que si mi corazón roto era tu carta de triunfo y ahora se suponía que yo me tenía que dar cuenta de que mi vida es un infierno y aliarme contigo, puedes olvidarlo. Mi vida ha sido un infierno desde que puedo recordarlo y no queda nada que puedas quitarme.

—Puedo quitarte tu dolor —la voz de Potash resonó en su garganta como hojas secas sobre una tumba.

—No lo escuches —dijo Brooke.

—Nos convertimos en Iluminados renunciando a algo —continuó la marioneta de Rack—. Las debilidades humanas más inútiles que nos impedían salir adelante. ¿Tu corazón está roto? Yo me deshice del mío hace diez mil años. ¿Ya no quieres estar triste? Puedo extraerte la tristeza como un tumor.

—Eso no funciona —replicó Brooke—. Nadie se deshizo de su cuerpo porque lo odiaba, y Rack le dio el poder de tomar cualquier cuerpo que quisiera. Ella los odiaba a todos, John, porque su cuerpo nunca fue el problema. Tu corazón nunca fue el problema. No puedes deshacerte de tu dolor: tienes que lidiar con él.

—Solo tienes que deshacerte de la cosa correcta —dijo la voz.

Había visto a tantos Marchitos, todos intentando huir de sus problemas, todos atrapados en el mismo círculo vicioso. Mary Gardner podía curarse de cualquier enfermedad, pero solo si permanecía en el hospital, enfermándose constantemente. Elijah Sexton podía olvidar cualquier mala experiencia que tuviera, cualquier pérdida, cualquier dolor, cualquier muerte, pero eso solo lo hacía repetirlo una y otra vez. Su única opción era mortificarse por sus errores, como una herida que nunca podía dejar curar, o cometer esos mismos errores otra vez.

—¿Quieres que renuncie a mis recuerdos de Marci? —señalé los restos de ceniza que era todo lo que quedaba de Elijah—. ¿De todos los que he perdido? He visto cómo funciona, y no quiero tener nada que ver con eso.

—Tus recuerdos solo te lastiman porque te importan —dijo él—. ¿Y si no tuviera que importarte?

Y ahí estaba.

Si había algo que pudiera hacerme darle la espalda al mundo era eso. Durante años había usado la sociopatía como un escudo, como una excusa para no interesarme por nada, para no ser lastimado por nada, para no amar nada tanto que me destruyera cuando se fuera; lo necesitaba porque mi padre se había ido y luego también mi madre y el resto de mi familia. Mis amigos. El resto del equipo. Marci. Si decía que sí y él me convertía en un monstruo, si me daba alguna clase de poder devastador que destruyera el mundo a mi alrededor, aun así valdría la pena porque no me importaría. El dolor desaparecería. Ese trato imposible de ganar me corrompería, me destruiría, me convertiría en un Marchito incluso peor que los que había enfrentado, pero no me importaría. Un anestésico profano para esconder el dolor de un corazón que no sabía cómo usar.

Estaría muerto y vivo al mismo tiempo. Un muerto vivo en una paz incorruptible sin fin.

Me sentí llorar.

—No lo hagas —susurró Brooke.

—Tú no sabes —le dije—. No sabes cómo es.

—Sí, lo sé.

Abrí los ojos y la miré, delgada y pálida como un cadáver, perdida en los pliegues de su abrigo y las gruesas columnas de sus botas enormes. Podía quebrarla como a una rama. ¿Cuánto dolor había en ese pequeño cuerpo? ¿Cuánta pérdida? Mi corazón se había roto una vez, ¿cuántos corazones rotos estaban enterrados en su mente?

—Tráela contigo —dijo la voz de Potash. Rack se acercó—. Crearemos un vínculo entre el pasado y el futuro.

Miré el cuerpo de Potash, un montículo ensangrentado desplomado en el suelo. Su boca se movía ligeramente, pero sus ojos estaban abiertos y muertos como vidrios. ¿Qué habían visto esos ojos en aquel sótano? Había seguido a Rack en la oscuridad y dijo que las cosas que vio lo acecharían hasta su muerte. El acecho no resultó ser muy largo.

¿Qué había visto? ¿Qué podía ser tan terrible que pudiera atormentar al asesino más despiadado que haya conocido?

Un espejo roto y un baño cubierto de sangre. Las cosas más terribles que yo había visto. Si accedía, ese horror no volvería a atormentarme.

¿Qué decisión tomaría Potash si Rack le ofreciera eso? «Tomar decisiones es la parte más difícil», me había dicho él. Matar era fácil, decidir era difícil. El poder de matar no vale nada si no sabes dónde usarlo. A veces, Potash tomaba decisiones equivocadas y hombres buenos como Elijah morían. Pero Potash tomaba decisiones de todas formas, porque alguien tenía que hacerlo y toda la culpa, el dolor y la oscuridad se quedaban en él y nadie más tendría que enfrentarlo nunca. Elijah había tomado la misma decisión, vivía con el dolor que le había causado a Merrill Evans para asegurarse de que nunca le sucediera a nadie más.

Yo no podría tomar esa decisión si no me importaba. No podría tomar ninguna decisión. Y si las decisiones correctas eran las más dolorosas, entonces bien. Sufriría el dolor. Pero sería yo mismo.

Cerré los ojos y le dije adiós a la paz.

—¿Estás listo? —preguntó el cuerpo—. Tenemos que conocer a algunas personas.

—Necesito algo antes —dije y me incliné para buscar algo en los bolsillos de Potash. El arma que necesitaba estaba en su pierna: una pequeña pistolera que guardaba una pistola de mano de dos tiros. La saqué y me puse de pie.

—No necesitarás esa diminuta arma humana —dijo la voz, pero yo negué con la cabeza.

—En realidad no iremos contigo, perdona si te di la impresión equivocada.

—No puedes siquiera pensar en usar esa pistola contra mí… —la voz volvió a reírse.

Le disparé a Potash en el rostro, destrozando su boca y su mandíbula con dos balazos, ¡pum, pum! La voz desapareció.

—No realmente —dije—. Estoy cansado de tu monólogo de villano malvado —miré a Rack directo a los ojos—. Si vas a matarnos, cierra la boca y mátanos.

Brooke volvió a aferrar mi brazo, intentando ponerse frente a mí, como si su frágil cuerpo pudiera protegerme de la ira del rey de los demonios. La empujé con cuidado, me paré a su lado y nos enfrentamos al Marchito codo a codo. Él se acercó a nosotros, amenazante como la sombra de la muerte.

—¿Cuál es el problema? —pregunté—. ¿No habías terminado de hablar?

A Rack le dio un ataque de ira, comenzó a destruir los autos, las herramientas y el garaje entero en un frenesí de destrucción; manos, pies y tentáculos negros atacando con una furia primitiva. Se detuvo para mirarme, luego rompió otra ventana y arrojó el cuerpo de Potash contra la pared en un despliegue de fuerza atemorizante. Se detuvo, su pecho jadeando, la materia del alma girando como un huracán de alquitrán; tomé la mano de Brooke con fuerza mientras él caminaba hacia nosotros.

—Estaré bien —dijo Brooke—. Estoy lista para morir contigo.

—No aún —negué con la cabeza, intentando sonar más valiente de lo que me sentía.

Rack paró, sus ojos parecían arder con un fuego interior, luego se detuvo y succionó el corazón de Nathan.

Yo fijé mi mirada en la suya, y no la aparté en ningún momento.

—Pequeño estúpido —dijo la voz de Nathan—. ¡Insignificante asesino estúpido! ¡Te ofrecí poder! ¡Te ofrecí un lugar como mi propia mano derecha! Y tú tiraste todo eso por… —se detuvo de pronto, su ceño se frunció en una expresión de preocupación. Su pecho estaba agitado, el corazón envenenado ya había sido absorbido en su cuerpo. Esparcía el veneno tan rápido como podía sanarlo—. ¿Qué has hecho?

—Me pareció apropiado que Nathan debía ser el que te matara —dije—. Él es quien me ayudó a descubrir cómo funcionabas —él cayó sobre una rodilla, presionando su pecho—. Y eso significa que sé cómo hacer para que dejes de funcionar.

—Yo… —dejó caer su otra pierna, quedando sobre sus rodillas. La voz de Nathan era débil y desesperada—. ¡Soy invencible!

—Obviamente, no lo eres —repliqué, y di un paso hacia él—. Necesitas corazones para vivir, al igual que Elijah necesitaba recuerdos. No puedes vivir sin ellos. Y tu regeneración no funcionará bien si estás absorbiendo el poder de un corazón envenenado.

—He vivido diez mil años —dijo la voz, y casi había un gemido en ella, el grito petulante de un niño malcriado—. ¡No moriré aquí, así, como si no fuera nada! ¡Tendré la muerte de un dios!

Estaba prácticamente recostado. Me acerqué más, inclinándome para levantar el machete de Potash, medí su peso, sentí el mango firme en mi mano.

—Esa es otra gran diferencia entre nosotros —añadí—. Si quiero que algo muera, lo mato. Sin monólogos sin sentido.

Comenzó a hablar, y le corté la cabeza.

—Ssssssssssssssssssssss —dijo la boca de Nathan muriendo en medio del sonido, y luego se quedó quieta. La piel de Rack burbujeó y explotó como un brebaje de alquitrán caliente, y su cuerpo se disolvió en cenizas.

Fuimos hasta mi apartamento en el auto de Elijah, donde me quité la ropa ensangrentada y la dejé en el fregadero. Me di una ducha caliente, fregando el resto de la sangre, y cuando salí, Brooke se había puesto algo de ropa mía. Estaba sentada en el suelo rascando a Boy Dog detrás de las orejas, murmurándole en un idioma que jamás había escuchado. Me vestí yo también y llené mi mochila con toda la comida y el agua que pude cargar.

No tenía mucho que dejar atrás. Empaqué algunas mudas más de ropa, todo mi dinero y luego revisé el bolso de Potash en busca del efectivo que pudiera tener escondido. De acuerdo a su palabra, no había armas, pero encontré una reserva de billetes, documentos y direcciones; su «bolso de escape», asumí, por si alguna vez tenía que desaparecer. Había vivido en las sombras toda su vida, y estar en nuestro equipo no lo había cambiado. Los pasaportes con su nombre y su rostro eran inútiles para nosotros, pero tomé el resto.

Eran casi las cinco de la mañana y la ciudad despertaría pronto. Muchos de los horrores de la noche serían nuevos para ellos —el matadero en The Corners, la devastación de la fuerza policial, incluso el inexplicable doble homicidio en la funeraria—, pero los mayores terrores ya habían desaparecido. Rack estaba muerto, y también el hombre que lo ayudaba. Los asesinos que habían acechado a la ciudad durante meses se habían ido para siempre. Y la Chica Demonio y el Chico Asesino también se estaban yendo.

¿Qué hice yo que no tendría que haber hecho? Esa era siempre la cuestión. Descubre qué escogemos cuando somos libres de escoger cualquier cosa, y sabrás quiénes somos realmente. Salvé a Brooke cuando podría haber huido. Escogí estar herido cuando podría haber escogido no ser lastimado nunca más. Yo era un asesino, de sangre fría y despiadado, pero también era un héroe. O al menos, estaba intentando serlo.

El auto de Elijah estaba dañado por el ataque de furia de Rack, así que tomamos el mío en su lugar. Brooke subió al asiento del acompañante y Boy Dog al asiento trasero, y condujimos por horas hasta que el sol del invierno finalmente asomó por el horizonte.

—Te amo, John —expresó Brooke. O tal vez fue Nadie. Mantuve la vista en el camino.

—Rack dijo que teníamos que conocer a algunas personas —comenté—. Veamos si podemos encontrarlas.

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