El único amigo del demonio
Capítulo 4
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Capítulo 4
Me encontré con la agente Ostler en el hall del edificio en el que teníamos la oficina.
—Los niños son débiles —comenté.
—¿Esto es algo sobre lo que deberías hablar con Trujillo? —preguntó luego de observarme un momento.
—No —le respondí—, es sobre Mary Gardner. Escoge a los niños porque son débiles. Necesita a alguien débil.
—Asesina a los enfermos terminales; todos ellos son débiles.
—Pero los niños aún más. No solo físicamente, también sus sistemas inmunológicos. No estuvieron expuestos a tantas enfermedades como los adultos, así que no desarrollaron los anticuerpos para combatirlas. Los niños se recuperan más fácilmente de una enfermedad porque son resistentes, pero también a su vez son mucho más propensos a enfermarse en primer lugar. Así es cómo lo hace.
—¿Estás sugiriendo que es ella la que los hace llegar al hospital para empezar? —Ostler comenzó a caminar otra vez, obligándome a apresurarme para alcanzarla—. Eso implicaría contactarlos meses o incluso años antes de que mueran; no tenemos evidencia de ese tipo de comportamiento.
—Eso no es para nada lo que estoy diciendo —repliqué, siguiéndola al elevador—. Digo que lo pensamos al revés. Pensamos que ella obtiene algo de los niños, ya sea su salud o su capacidad de sanación o lo que sea, y que es por eso que ella se sana y ellos mueren. Pero ¿por qué sería tan complicado? ¿Cómo obtienes la «capacidad de sanación» de alguien? No tiene sentido.
—Nada de todo esto tiene sentido. Son criaturas sobrenaturales que no siguen ningún tipo de parámetro.
—Pero sí que lo hacen —disentí—. Siempre lo hacen, los entendamos o no. Y la respuesta más simple es siempre la mejor. Mary Gardner no les está robando a los niños su capacidad de sanarse, está escogiendo niños que ya están enfermos y les transfiere sus propias enfermedades.
—Eso significaría que… —Ostler volteó hacia mí, prestándome atención por primera vez en la mañana.
—Eso explica todo —dije. El elevador se detuvo en nuestro piso y salimos al corredor. Potash ya estaba allí, diciéndole lo mismo a Kelly, pero se detuvieron para escucharme—. Eso explica por qué escoge niños —continué—, porque es más fácil transferirles sus enfermedades. Es por eso que todas las muertes parecen ser por causas naturales: porque son por causas naturales, como cualquier otra enfermedad. Explica por qué mueren con una frecuencia tan irregular, es porque no es ella quien los mata. Ella solo les transfiere una enfermedad y luego es eso lo que les causa la muerte.
—Pero el tiempo es muy corto —dijo Ostler—, la relación entre su recuperación y las muertes es demasiado cercana para ser aleatoria. Podría haber una diferencia de unos días, pero eso no explica los espacios de siete semanas que encontramos en su línea de tiempo.
—Esta teoría también lo explica. A los Marchitos los define lo que les falta, y sabemos por Brooke que a Mary Gardner le falta salud. Pensamos que se la tenía que robar a otros, entonces, ¿por qué robarles la salud a niños enfermos? Eso es como… comer la goma de mascar pegada bajo una mesa: podría ayudar un poco, pero es la manera más ineficiente de hacer el trabajo. El problema es que no lo pensamos claramente: si ella no tiene buena salud, ¿qué haría? Piénsenlo. ¿Qué le ocurriría todo el tiempo?
—Se enfermaría —respondió Ostler cerrando los ojos, con una expresión que demostraba que se sentía tan estúpida como me sentí yo cuando lo descubrí.
—Exacto. Estábamos tan preocupados por el arma en esas fotografías que ignoramos la verdadera pista: ella está usando un barbijo en casi todas las fotografías, incluso en su casa. Si ella no tiene salud propia se enfermaría constantemente. Usa un barbijo, se cubre con gel sanitizante y toma todas las precauciones que se le puedan ocurrir, pero tarde o temprano se contagiará de algo y la afectará gravemente. Un resfriado podría matarla. Esos espacios de siete semanas son solo ocasiones en las que tuvo enfermedades inocuas que no resultaban letales para nadie más cuando las transmitía.
—Entonces, ¿por qué trabaja en un hospital? —preguntó Ostler—. Está expuesta a toda clase de gérmenes ahí.
—Pero puede deshacerse de ellos inmediatamente sin levantar sospechas. Un hospital es peligroso para ella, pero también es el único lugar en el que puede vivir sin aparecer en todos los programas de rastreo de epidemias que existen. Está atrapada en un círculo vicioso, siempre enfermándose y mejorando. No podría dejar el hospital aunque quisiera.
—Inmortal, pero solo porque se deshace de su muerte una y otra vez —comentó Ostler.
—¿Y esto qué significa? Ahora que sabemos cómo funciona, ¿podemos ir tras ella? —preguntó Kelly.
—Nos moveremos inmediatamente —respondió Potash—. Esta semana trabaja por la tarde; de acuerdo con la investigación, debería estar en su casa ahora, aislada del resto del mundo, lo que ahora sabemos que es una táctica para protegerse de los gérmenes. Estará en su punto más débil y aislada. Salimos en quince minutos.
—Quiero protocolos muy estrictos —dijo Ostler, aunque ya todos nos estábamos moviendo, llamando a los demás y buscando equipamiento para el ataque—. Cleaver en la calle del frente, Lucas atrás de la casa con su rifle, Potash e Ishida en la puerta de entrada —me miró a mí—. No te necesitamos para comprobar que esté en trance como con Cody French, Ishida tiene más experiencia en combate. ¿Estás seguro de que Mary Gardner no se hará gigante ni le crecerán garras o… nada por el estilo?
—Tendrá un arma, pero eso es todo —dije—. En el peor de los escenarios nos contagiaría neumonía o algo, pero ninguno de nosotros es un niño con un sistema inmunológico comprometido, así que estaremos bien. Caeríamos en el hospital y tragaríamos vitaminas como alcantarilleros, pero estaríamos bien.
—Espero que tengas razón —respondió Ostler—. No importa cuánto creas que sabes, nunca olvides que son demonios.
—Pensé que no te gustaba esa palabra.
—Tampoco me gusta matar, pero tenemos que hacer lo que hay que hacer.
Otra vez fue Kelly la que condujo, y yo me senté en el asiento trasero, me recosté respirando profundo y contando mi secuencia numérica: 1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, 21. Íbamos camino a matar otra vez, camino a que Potash matara otra vez. Hacían que yo lo planeara y que lo observara, pero nunca me concedían ese momento.
Kelly Ishida tenía el cabello recogido en una cola de caballo, dejando a la vista su cuello a través del espacio entre el asiento y el cabezal. Podía ver los huesos de su columna sobresaliendo bajo su piel y los pequeños cabellos negros, demasiado cortos como para atarlos con los demás. Las mínimas imperfecciones de su piel, los poros y folículos y una cicatriz pálida de la viruela justo debajo del cabello. La apuñalaría justo ahí, debajo de la cicatriz, entre los dos tendones que conectan el cráneo con la clavícula. Cortando la columna con un solo golpe. De hacerlo en ese momento, mientras sus ojos estaban en el camino, ella ni siquiera notaría lo que estaba haciendo hasta que fuera demasiado tarde.
34, 55, 89, 144, 233.
—¿Qué más descubrimos sobre Meshara? —Potash preguntó—. Si están trabajando juntos, él podría estar en su casa. Aún no sabemos lo que es capaz de hacer.
—Él «recuerda» —dijo Diana—. Trujillo pasó toda la noche con Brooke, pero eso es todo lo que obtuvo. No sabía que se podía recordar a alguien hasta matarlo, pero eso es lo que amo de este trabajo.
—Espera —interrumpí—. ¿Nathan estuvo solo anoche? ¿Por qué Nathan pudo estar solo y yo tengo que vivir con Potash?
—Nuestra investigación nunca registró a Mary Gardner y a Meshara juntos —dijo Kelly ignorándome por completo—. Revisé todas las fotografías y videos viejos que pude anoche y él no aparece nunca con ella.
—Tal vez saben que la estamos vigilando —insistió Diana—, y se mantienen fuera del camino para protegerse.
—Eso puede significar que esto es una emboscada —dijo Potash.
—No tenemos apoyo —continuó Diana—. Aunque llamáramos a la policía local no podríamos informarlos a tiempo para que sean de ayuda, y una vez que sepan todo no podremos operar con libertad en la ciudad.
—Entonces tendremos que arreglarnos con lo que tenemos —dijo Potash, volteando hacia el asiento trasero para darme algo—. Ten esto.
Era un arma. La miré, sin moverme ni un centímetro.
—¿Alguna vez usaste un arma? —preguntó balanceándola frente a mí, tentándome a tomarla.
—Una vez —respondí. Pero no era lo que estaban pensando. La única vez que había disparado un arma fue para hacer un hoyo en el techo de mi auto para echar gasolina sobre Brooke y quemarla. No toqué el arma, pensando en eso—. Podemos incendiar su casa.
—No seas ridículo —dijo Kelly.
—¿Lo es? —intervino Diana—. Si eso resuelve el trabajo…
—No podemos simplemente incendiar la casa de un criminal —replicó Kelly—, eso va en contra de todas…
—Ella no es una criminal —me apresuré a decir—. Ella es un monstruo. Nuestro trabajo es matarla con los medios que sean necesarios y si eso implica incendiar su casa, entonces la incendiamos, y no va en contra de ninguna ley porque todo nuestro equipo está operado más allá de la ley. Hacemos lo que sea necesario para cumplir con el trabajo.
—No es el único trabajo que tenemos que hacer —replicó Potash—. Tenemos al menos a un Marchito más del que ocuparnos en esta ciudad y un ataque tan notorio como incendiar una casa es casi imposible de disfrazar. Diana tiene razón sobre la policía; si ellos saben lo que estamos haciendo, si saben que estamos aquí…
—Déjenme aquí y caminaré el resto del camino —dije, sintiéndome más desesperado de lo que esperaba ante la idea de provocar un enorme incendio. Encendía algunas fogatas pequeñas cada tanto cuando podía liberarme del resto del equipo, pero toda una casa… sentí que me faltaba el aire—. Puedo entrar al jardín de atrás sin que me vean, y nadie sabrá que fuimos nosotros quienes lo provocamos.
—Aunque pudieras, no podemos asegurar que no saldrá de la casa antes de que se incendie. No está incapacitada como Cody French, solo tiene la mañana libre de trabajo. Diana tendría que hacer guardia afuera para atraparla cuando salga corriendo y entonces estaríamos haciendo lo mismo de siempre, solo que mucho más públicamente.
—Era una buena idea —dijo Diana dándome una palmada en la pierna—. Quizás en otro proyecto —quería apartar su mano, pero sabía que era una reacción demasiado emocional. Hacía tres minutos ni siquiera había pensado en fuego y luego lo deseaba tanto que hasta podía sentir el olor del humo. 377, 610, 987, 1597.
—Dijiste que habías usado una antes, ¿te sientes bien usándola otra vez? —Potash volvió a ofrecerme el arma.
—No realmente —dije. Mi respiración estaba regresando lentamente al ritmo normal—. No quiero dispararles por accidente —aunque si no te largas de mi casa pronto podría querer dispararte intencionalmente. Me detuve otra vez, conteniéndome—. ¿Tienes un cuchillo?
—¿Sabes usar un cuchillo? —intercambió una mirada con Kelly y guardó su arma.
—He estado abriendo cuerpos con cuchillos desde que tenía diez años —respondí, exagerando solo un poquito.
—Pero ¿en combate? —preguntó—. ¿Contra un Marchito?
—Haz tu trabajo y no tendré que hacerlo. Si el plan se va al diablo, mejor un cuchillo que nada.
Potash extrajo un cuchillo de combate de algún bolsillo escondido de su chaqueta; tenía unos veinte centímetros de largo y estaba envuelto en nylon. Abrí los broches que lo mantenían cerrado y extendí la hoja hasta la mitad, tenía unos diez o doce centímetros de largo total, de acero inoxidable y con una cubierta opaca. Pasé mi dedo por la muesca en lo hoja: el canal de sangre, para que el cuchillo no quedara atrapado por la succión de una herida profunda. Lo plegué otra vez, cerré la cubierta y guardé todo en el bolsillo de mi grueso abrigo de invierno.
—Estamos bien hasta aquí —dijo Kelly—. Ya hemos analizado este lugar, así que todos saben cómo es la disposición, y hemos practicado, así que saben el plan. Silencio en la radio. Diana, esta es tu parada. Te daremos cinco minutos —estacionó frente a una casa beige detrás de la de Mary, y Diana bajó con su simple bolso de lona. Los vecinos salían durante el día, pero ya habíamos hecho copias de sus llaves, y Diana estaba adentro antes de que hubiéramos dado la vuelta en la esquina. Ella esperaría en la ventana de la habitación de arriba con su rifle, para detener a Gardner si escapaba por atrás.
Potash colocó un silenciador en la punta de su arma; no en la que me había ofrecido a mí, noté, lo que significaba que tenía al menos dos. ¿Quién sabe cuántas más tenía encima? Me pregunté si realmente tenía más de una en mi casa y dónde las habría escondido.
Concéntrate en el trabajo. Kelly lo seguiría y esperaría en la puerta de entrada, bloqueando la otra salida. Mi papel era quedarme en el auto y esperar que nada saliera mal. Toqué la empuñadura del cuchillo de combate, tratando de convencerme de que «nada» era lo que yo realmente quería.
La calle estaba tranquila, la mayoría de la gente estaba en sus trabajos o en la escuela. Habría algunas amas de casa por ahí, pero no verían nada. Kelly estacionó en frente de la casa de Mary y me dio las llaves del auto mientras cambiamos de asientos. Puse las manos en el volante, presionándolo para tratar de frenar mi temblor. Kelly y Potash revisaron sus armas una última vez, las escondieron en sus abrigos y salieron del auto. Los observé caminar hacia la puerta, sacar la copia de la llave y entrar. Eran las 10:26 de la mañana. Cerraron la puerta detrás de ellos.
Esperé.
Ostler insistía en cortar las comunicaciones durante todos los proyectos. Tal vez le preocupaba que alguien nos escuchara. Si Meshara y quienquiera que estuviera con él tenían radios, podrían escucharnos y advertirle a Mary que estábamos llegando, así que esa regla tenía sentido, pero eso no hacía que fuera más fácil quedarme sentado en el auto preguntándome qué estaba sucediendo. Esperé a escuchar el sonido del arma de Potash; incluso con un silenciador haría un fuerte estallido, como una grapadora neumática. Cualquier persona en alguna de esas casas no lo notaría, pero yo lo estaba esperando y yo…
El sonido que escuché fue de un disparo, sin silenciar. Eso significaba que no era el arma de Potash y que algo había salido muy mal. ¿Habría sido de Kelly o de Mary? Me senté derecho, mirando la casa silenciosa a través de la calle. Había un pequeño orificio en la ventana de la habitación, en el segundo piso; lo miré con más detenimiento, casi seguro de que se trataba de un orificio de bala, pero no podía decirlo con certeza a esa distancia. Miré las otras ventanas, la puerta, todo, cualquier cosa, esperando con desesperación ver alguna señal que me indicara lo que estaba ocurriendo. El silencio en la radio se terminaba cuando el Marchito estaba muerto; podían llamarme entonces, como habíamos llamado a Kelly cuando asesinamos a Cody French. Me aferré a la radio, con los nudillos pálidos, pero no sonó.
Una cortina se movió en la ventana de la habitación, abultada, como si la estuvieran presionando contra el vidrio desde el interior. Se movió hacia un lado y luego volvió a caer normalmente. ¿Sería alguien luchando o solo una corriente de aire? Tomé el cuchillo, preguntándome qué hacer.
Salí del auto y crucé la calle.
El jardín estaba cubierto de nieve, con un pequeño camino despejado. Los escalones de la entrada eran de concreto pintado, con una capa de cristales de sal. Puse una mano sobre la puerta, con cuidado, dudando de si ya debería sacar mi cuchillo para estar listo o si era mejor esperar a estar fuera de la vista de la calle. Alguien tenía que haber escuchado el disparo; seguramente los vecinos me estarían mirando. Fingí que tocaba la puerta, sin hacer ruido pero intentando dar la impresión de que yo no era parte de eso, de que era simplemente alguien que pasaba por ahí. Esperé, presté atención, y escuché el sonido lejano de algo romperse, como si alguien hubiera roto un florero o una ventana en algún lugar dentro de la casa. Tomé la perilla de la puerta, la giré y entré.
La puerta de entrada llevaba a un corredor angosto con un empapelado rosa floreado. Había un perchero no muy lejos y más allá vi un pequeño comedor que parecía casi victoriano: muebles de madera ornamentada, cubiertos con cojines de puntillas. La lámpara en la mesa de la esquina tenía flecos. El resultado era elegante, pero raído, el tipo de muebles que podrías ver en el hogar de una anciana de noventa años. Claro que Mary era mucho mayor. Supuse que los tendría desde que fueron hechos, hacía más de un siglo.
Escuché otro estallido, desde arriba al parecer, y saqué el cuchillo de mi bolsillo. Permanecí tan silencioso como pude para evitar que Mary descubriera que tenía un tercer enemigo en su casa. Yo no tenía experiencia en combate, así que si iba a lograr algo útil en esa situación, la sorpresa sería un arma mucho más efectiva de lo que jamás podría ser el cuchillo. Lo desenfundé, revelando la hoja negra, y lo sostuve frente a mí, dado vuelta, con la punta hacia el suelo. Otro estallido y un gruñido. Definitivamente desde arriba, y reconociblemente femenino. ¿Kelly o Mary? ¿Dónde estaba Potash? Probé el primer escalón, comprobé que no rechinaba y lentamente cambié el peso hacia el segundo, luego el tercero. El techo retumbó, en algún lugar a mi derecha, como si algo pesado hubiera caído, pesado pero blando; no como un mueble, sino como un cuerpo. Me moví al cuarto escalón, pero al escuchar un ligero indicio de crujido al apoyar mi peso en él, levanté el pie rápidamente para evitar el sonido. Probé con el otro extremo del peldaño, lento y con cuidado, y al quedarse en silencio pasé al siguiente. Al ruido en el techo le siguió un rasguño, pausa, luego un repentino flujo de pasos. Seguí al sexto escalón. Al séptimo. Estaba casi a mitad de camino.
Una ventana se rompió arriba, a mis espaldas, con un ruido fuerte y claro. Después de un momento de shock bajé deprisa y abrí la puerta del frente, maldiciéndome por haber dejado una salida sin vigilancia; si Mary había saltado por la ventana podría correr, por el extremo equivocado de la casa como para que Diana pueda detenerla. Vi un pie sobre la nieve y salí para poder ver mejor. Kelly se encontraba boca abajo sobre el jardín blanco, su costado izquierdo cubierto de sangre y su cabeza doblada en un ángulo imposible. Su columna debía haberse quebrado a la mitad, no sabía si por la caída o por la propia pelea. Ella gritó durante o antes de la caída.
Mary Gardner era más letal de lo que habíamos imaginado y ahora todo el vecindario sabía que estábamos ahí; aun así me paralicé, mirando el cuerpo doblado de Kelly, como si hubiera entrado en trance. Su forma quebrada se curvaba en una forma hermosa, como una flor, sus brazos extendidos como las ramas negras de un helecho. Negro y gris, con gotas rojas de sangre brillante, dibujando lunares rosados en la nieve. Su cabello formando una nube alrededor de su cabeza, como si fuera una sirena flotando en un mar blanco, congelada en un perfecto instante de belleza. Di un paso hacia ella, luego unos más. Estaba a mitad de camino en las escaleras de la entrada cuando escuché otro estallido desde arriba. Potash seguía ahí y la pelea continuaba. Di otro paso… había imaginado a Kelly muerta tantas veces y ahora estaba allí, justo frente a mí. Los Marchitos se desintegraban al morir; no había tocado un cuerpo en meses. Me extendí hacia el cuerpo, y entonces vi el cuchillo en mi mano.
Un cuchillo. Mary Gardner seguía arriba. Miré la ventana, luego la puerta.
Y otra vez el cuerpo, quieto como una fotografía.
Otro estallido. Mary estaba asesinando a Potash; no sabía cómo, pero sonaba despiadado. Mi única ventaja era que ella no sabía que yo estaba ahí. Eso era lo que yo necesitaba, trabajar solo, sin que nadie supiera dónde estaba ni quién era. Incluso aunque los vecinos supieran sobre Kelly, Mary no sabía sobre mí; alguien llamaría a la policía, pero aún tenía unos minutos para cumplir con el asesinato. Para hacerlo yo mismo. Tomé el cuchillo con más fuerza y regresé adentro, cerrando la puerta con cuidado detrás de mí. Subí las escaleras más rápido que antes, sabiendo los lugares que tenía que evitar. Las paredes del corredor del primer piso estaban cubiertas con el mismo empapelado que las de la planta baja, aunque el color era más brillante ya que el sol no alcanzaba a desteñirlo. El ruido llegó de… allí. Era, casi con certeza, la habitación de la que había caído Kelly. La puerta estaba abierta, pero no podía ver nada desde mi posición, y lo que fuera que hubiera adentro tampoco podía verme a mí. Presté atención y escuché una respiración fuerte y fatigada.
—Lo has arruinado todo —dijo una voz humana. Tenía el tono profundo y entrecortado de alguien que apenas logra controlar la ira—. ¿Crees que puedo quedarme aquí, ahora? ¿Qué se supone que diga cuando venga la policía? ¿Qué el hombre que me atacó tenía una neumonía tan grave que apenas podía hablar? ¿Quién va a creer eso?
Más respiraciones agitadas, y un fuerte estallido, como si alguien hubiera arrojado un jarrón o una lámpara. Me acerqué más a la puerta.
—Las personas harán preguntas —dijo la mujer, y escuché otro estallido. Quien respiraba agitado gruñó y acabó por convertirse en un ataque de tos tan fuerte que podría haber estado vomitando. Me pregunté cómo es que funcionaba su poder de desviar las enfermedades, si es que tenía alguna forma de aumentar la intensidad. Como una antigua diosa de las plagas intensificando una gripe hasta que destruía los pulmones de una persona adulta en minutos—. Algunos de los padres ya tenían sospechas, las tuvieron por años, y ahora tú llegas y echas más leña al fuego: «¡La enfermera Mary asesinó a mi hija! ¡Es una propagadora de enfermedades; es María Tifoidea!» —otro estallido.
Me paré junto al marco de la puerta, con la espalda apoyada contra la pared y el cuchillo elevado a la altura de mi pecho para poder dar un golpe en un segundo si era necesario. Quizás ya tenía que hacerlo; no podía pensar con claridad. Quería atacarla, apuñalarla, enterrarle el cuchillo y sentir el calor de su sangre brotando por mi mano; pero por esa misa razón sabía que no debía. Había una barrera allí, y no me atrevía a cruzarla. Potash gimió otra vez, como si intentara hablar, pero su voz no era más que un jadeo, tan doloroso que me hacía estremecer tan solo de escucharlo.
—Quería dejarte para Rack —dijo Mary.
Escuché el sonido de algo que solo podía ser un arma, y supe que ya no podía esperar más. Aferré el cuchillo con más fuerza, gritándome para mis adentros que me quedara y que me fuera al mismo tiempo—. Mereces una muerte mucho peor de lo que yo…
Di la vuelta por el marco de la puerta, vi a Mary Gardner sobre el cuerpo de Potash y extendí mi cuchillo con un grito ahogado. Era exactamente como lo había soñado: la cuchilla disminuyendo la velocidad repentinamente al encontrarse con la carne, el metal brillando al atravesarla, chocando contra un hueso y agitando mi mano en una oleada de placer. Mary se puso rígida, gritó y quedó un momento suspendida en el aire antes de que su fuerza desapareciera y comenzara a colapsar. El peso de su cuerpo tiraba del cuchillo en mi mano, pero apreté los dientes y mantuve la mano firme, el cuerpo se deslizó de la hoja, produciendo un lento torrente de sangre.
La maté.
Cayó como un bulto sin vida y sentí un ruido enfermizo, como agua fluyendo al vacío. Todo el trabajo, la espera, tanto planearlo, soñarlo e imaginar cómo sería y… ¿eso era todo? Mi visión periférica pareció desaparecer, enfocándose solo en ese cuerpo. Caí sobre mis rodillas, extendiendo la mano izquierda para tocar su espalda, pero me acobardé en el último segundo. Su blusa de enfermera se estaba tiñendo de rojo de a poco mientras su sangre corría por ella. ¿Debería girarla? ¿Debería ver su rostro? ¿Debería hacer o decir algo, golpearla o picarla o…?
Mi respiración se volvió más corta, mi corazón galopaba en mi pecho. ¿Cuántas veces había soñado con apuñalar a alguien? Solía soñar con apuñalar a Brooke, a Marci, incluso a mi madre; fantasías vergonzosas y aterradoras de asesinar a todo el que tuviera cerca, de las que intenté librarme por años. Soñé con asesinar a mi padre tantas veces que perdí la cuenta. Y entonces, finalmente lo había hecho, con cuchillo y todo, a ese… nadie. Y no significó nada.
Sentí una furia más intensa de lo que había sentido jamás.
Mi cuchillo estaba en su espalda otra vez, antes de que fuera consciente de cómo había llegado allí, luego vi mi brazo elevarse y la sangre goteando del cuchillo, grité y se lo enterré una vez más, abriendo la carne y quebrando los huesos, y otra vez y otra vez, arriba y abajo, con los dientes apretados en un frenesí de puñaladas hasta que el cuerpo se disolvió alrededor del cuchillo. La carne se volvió negra, el aire se llenó del hedor ácido de grasa quemada y el cuerpo se desintegró en cenizas, lodo y limo. Cayó sobre la alfombra, una masa ardiente sin forma; y aun así la seguí apuñalando, hasta que el cuchillo golpeó el suelo y el impacto apartó mi mano. Me esforcé para respirar. El arma de Mary, que había desaparecido debajo de su cuerpo cuando cayó, se hizo visible una vez más cuando las cenizas crepitantes cayeron a su alrededor.
Un quejido. Levanté la vista hacia Potash, estaba demasiado débil para respirar, apoyado contra la pared como una muñeca rota.
Él lo vio todo.