El único amigo del demonio
Capítulo 7
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Capítulo 7
—Cuatro de ellos —dijo Brooke, sentada sobre la cama en el área de demencia. Estaba más lúcida de lo que había estado en un tiempo, y estábamos sacando el mejor provecho que podíamos de esa lucidez. Me miró con preocupación en sus ojos, pero vi cómo su expresión se transformaba en una leve sonrisa. Incluso estando lúcida había mucho de Nadie mezclado con Brooke—. Cuatro Condenados en un lugar es peligroso.
—¿Te refieres a los Marchitos? —preguntó Nathan—. ¿O se trata de un nuevo grupo?
—Son Marchitos y son Condenados —respondió Brooke. Su voz cambió abruptamente y sonó como una persona completamente diferente; pequeña, débil y asustada—. Solían llamarse a sí mismos Iluminados, y algunos de ellos aún lo hacen, pero Nadie nunca lo hizo. Algunas veces lo hacía, solo cuando Kanta estaba cerca para escucharlo. Él aún creía en los viejos tiempos, pero yo no; los odiaba a todos.
Estaba entrando y saliendo de sus recuerdos, algunas veces hablando como Brooke y otras, como Nadie. Sentí un dolor punzante en el medio del pecho al escucharla, temiendo nuevamente, por milésima vez, que Nadie no hubiera muerto realmente, que parte de ella sobreviviera en la sangre de Brooke, hablando a través de ella y controlándola. Más fuerte que el miedo era la culpa, el saber que yo era responsable por lo que le había ocurrido, y lo único que quería era hacer desaparecer esa sensación. Quería hacer que todo desapareciera, tomarnos a Brooke y a mí y simplemente desaparecer en algún lugar; como si la soledad pudiera sanarnos a ambos milagrosamente. No lo hice, porque no podía. Había demonios allí, y yo era el único que podía detenerlos; y cada día que perdía era un día más en el que alguien podía acabar como Brooke. Aparté el miedo y la culpa y los guardé bajo llave, donde nadie jamás sabría que estaban, y miré a Brooke con ojos fríos y sin emociones. Si ella pensaba que era Nadie, entonces bien, necesitábamos los recuerdos de Nadie. Me dije a mí mismo que eso era cierto; le eché un vistazo a Nathan y dejé que Brooke hablara.
—Kanta quería unirnos a todos —continuó—, reunirnos a todos como en un club o sociedad secreta. Club no es la palabra correcta: camarilla. Él decía que juntos éramos más fuertes, y creo que eso está resultando ser cierto —señaló la fotografía del cuerpo masticado de Applebaum que le llevé, pero bajó la cabeza hacia la mesita de noche, porque no quería mirarla.
—¿Kanta los reunió? —pregunté. Sabía que los Marchitos se ponían en contacto en ocasiones; había sido por eso que cuando el señor Crowley dejó de comunicarse por completo causó tanta preocupación. Pero siempre fue un grupo lejano, y la idea de que realmente estuvieran organizados era aterradora: implicaba que tuvieran un foco y dirección, y la dirección implica movimiento, aunque fuera metafórico. ¿Hacia dónde estaban moviéndose, y por qué?
—Solo reunió a algunos —respondió Brooke y se cerró en un ovillo, con aspecto demacrado, llevando las rodillas hacia el mentón y presionándolas con sus brazos delgados hasta los huesos—. A los que pensaban como él. Rack era el peor.
—Rack —repetí, recordando algo—. Mary Gardner mencionó algo sobre Rack.
—¿Mary Gardner?
—Agarin —Nathan dijo el nombre Marchito de Mary.
—Agarin comentó algo sobre Rack mientras sometía al agente Potash —expliqué—. Dijo que quería dejárselo a Rack, pero no tenía tiempo, así que tendría que matarlo ella misma.
—No quieres ser asesinado por Rack —murmuró.
—No quiero ser asesinado por nadie —corregí mientras miraba la página de las notas de Trujillo sobre las identidades de los Marchitos—. ¿Quién es Rack?
—El rey —respondió Brooke.
—Rack no está en las notas de Trujillo. ¿Alguna vez escuchaste ese nombre antes? —le pregunté a Nathan.
—Podría ser un título. No se asemeja a otros nombres como Meshara o Hulla, pero es muy similar a «rex» y otra docena de palabras como esa. La mayoría de las lenguas indo-europeas tienen una palabra para «rey» que tiene al menos una similitud con «rack».
—Lo has pensado al revés —respondió Brooke, con mayor confianza. No estaba seguro de si Nadie o Brooke era la personalidad más segura—. Rack no obtuvo el nombre de sus títulos; ellos nombraron sus títulos por él.
—Eso es muy perturbador para pensarlo —comentó Nathan luego de observarla por un momento y fruncir el ceño.
—¿Quieres decir que Rack vive desde hace tantos años y tiene tanta influencia que nuestra palabra «rey» proviene de su nombre? —pregunté.
—No la nuestra —aclaró Nathan—, solo… la de muchos otros pueblos. Lo extraño es que el sumerio no es un idioma indo-europeo, así que la relación no es tan cercana como quisiera. Pero el nombre Kanta es del hindi, que es obviamente indo-europeo, lo que sugiere que los Marchitos podrían tener origen en un solo lugar y luego se esparcieron. Pero tiene que haber sido hace una increíble cantidad de años…
—¿Cuántos años? —pregunté.
—¿Para preceder a las lenguas indo-europeas? —preguntó Nathan. Silbó mirando al techo mientras hacía cálculos—. Arriesgaría que en el Neolítico temprano, incluso antes. Diez mil años al menos, posiblemente más.
—Ellos dicen que solían ser dioses. Con sus habilidades, en los albores de la civilización humana, ¿cómo no serlo? —miré a Brooke—. ¿Nadie era tan antigua?
—Yo era una diosa —respondió mirando por la ventana—. La diosa de la belleza y del amor, y las mujeres llegaban de todo el mundo para verme; aunque claro que el mundo era mucho más pequeño en esos días. Solo un valle.
—No me agrada la idea de que un dios antiguo se haya comido la pierna de un hombre detrás de un motel barato —comentó Nathan con aspecto de mareo.
—Rack no se lo comió —respondió Brooke con repentina seriedad—. Rack no come piernas. Él ni siquiera tiene una boca.
—¿Qué quieres decir con que no tiene boca? —pregunté inclinándome hacia ella.
Brooke presionó los labios juntos y se cubrió la mitad inferior del rostro con la mano.
—Sin boca —balbuceó, apenas comprensible a través de sus dedos—, ni nariz. Solo ojos y alma.
—¿Un alma?
—Alquitrán. Ceniza y grasa —colocó una mano sobre su nariz y la otra en la base del esternón, seccionando unos treinta centímetros se su cuerpo—. Él no tiene un rostro porque no necesita un rostro. La muerte habla por él y su alma toma lo que desea.
—¿La muerte habla por él? —preguntó Nathan, pero yo me concentré en la otra afirmación.
—¿Qué es lo que desea? —teníamos que descubrir qué le faltaba para saber lo que sí tenía.
—Él no tiene corazón —respondió Brooke insistiendo con la mano sobre su pecho, como si quisiera mostrar las costillas que tenía debajo.
Me senté en silencio por un momento, intentando imaginar cómo se vería una persona así. Eventualmente me encogí de hombros y tomé algunas notas en una de las carpetas de Trujillo.
—Mary, es decir, Agarin, dijo que no tenía tiempo para esperar a Rack —comenté—. Eso significa que es probable que él aún no esté aquí; esa sería la única buena noticia que escuchamos en semanas.
—Pero está en camino —comentó Nathan.
—Un monstruo a la vez. Primero está nuestro caníbal; ocupémonos de él antes de que tengamos que lidiar con él y con Rack al mismo tiempo.
—Estamos muertos —comentó Nathan sacudiendo la cabeza.
—Recuerda —dije mirando a Brooke a los ojos—. Busca en todos esos recuerdos lo que sepas sobre los Marchitos, o Condenados, o como quieras llamarlos, ¿cuál de ellos come personas?
—No lo sé.
—Tienes que saberlo —insistí mostrándole la fotografía otra vez. Ella se escudó, asustada, disgustada o ambas, pero sostuve la fotografía en alto donde estaría forzada a verla cuando dejara de taparse los ojos. Lo siento, Brooke—. Mira la fotografía otra vez, Nadie —esperaba que ese nombre movilizara más profundamente sus recuerdos de Marchita, forzándola a recordar más—. ¿A qué te recuerda? ¿Dónde has visto esto antes?
—Estás asustándola —dijo Nathan.
—Ella es mitad demonio —respondí, intentando sentirme lo más frío posible—. No le estoy mostrando nada que no haya visto antes.
—Solo… apártala —replicó, empujando la fotografía hasta la mesa—. Mejor repasemos los nombres. ¿Qué puedes decirnos sobre Meshara?
—Él recuerda —respondió Brooke.
—Ya nos has dicho eso antes. ¿Qué significa? ¿Puede leer la mente, tal vez recordar las memorias de otras personas?
Foreman, o Kanta, tenía una clase de capacidad de leer la mente, podía sentir las emociones de otros. Pero la desventaja era que no podía desactivarlo. Tal vez Meshara era similar, ¿pensaba constantemente los pensamientos de otros? Eso podría explicar por qué se aislaba del resto del mundo al trabajar por la noche rodeado de muertos; sin pensamientos compitiendo para interponerse con los suyos. Eso también podría explicar por qué su único amigo era un paciente con Alzheimer; tal vez Merrill Evans no tenía suficientes recuerdos como para interferir con los de Meshara.
Pero si fuera así, él habría leído mi mente también, pensé, y hubiera descubierto que lo estaba cazando a él y nada de lo que me preguntó tendría ningún sentido. Mi breve conversación con él me convenció de que Meshara no estaba tras nosotros. Aún lo creía; los otros tres podrían estarlo, pero no él.
—¿Y qué hay de Djoti? —continuó Nathan—. ¿Qué es lo que hace Djoti?
Rack no tiene corazón… pensé.
—Estamos haciendo las preguntas equivocadas —dije de pronto. Nathan me miró sorprendido—. Foreman me explicó que a los Marchitos los define lo que les falta: Crowley no tenía identidad, Foreman no tenía emociones propias. Nadie no tenía un cuerpo. Ellos ven lo que tienen los humanos y lo quieren para sí mismos.
—Ella tiene un cuerpo ahora —mencionó Brooke.
—Dijiste que Rack no tiene corazón. ¿Qué es lo que no tiene Meshara? ¿Qué le falta?
—Él no puede recordar —respondió.
—Acabas de decir que puede —fruncí el ceño.
—Tal vez está cambiando de personalidad otra vez —intervino Nathan y se acercó, hablando lentamente y en voz alta—. Queremos hablar con Nadie; con Hulla, ¿está ahí?
—Espera —dije, uniendo las piezas de a poco—, lo dijo bien: Meshara puede y no puede recordar. No tiene sus propias memorias así que recuerda las tuyas en su lugar.
—Él era el dios de los sueños —añadió Brooke.
—¿Sueña los recuerdos de otras personas?
—Los toma. Directo de tu mente, boom, como de un refrigerador.
—El dios sumerio de los sueños era Mamu —comentó Nathan—. Era el hijo del sol y cambiaba de género.
—¿Sabes eso así, sin pensarlo? —le pregunté mirándolo de soslayo.
—Niño, escribí dos libros sobre mitología de la Mesopotamia; ¿por qué crees que estoy en este equipo?
—Bien —asentí volviendo a mirar a Brooke—. Me alegra que finalmente estemos descubriendo eso. ¿Meshara puede cambiar de género?
—Él tiene un solo cuerpo. Un millón de mentes.
—Puede ser el mismo —dijo Nathan—, o puede haber sido otro dios de los sueños en alguna otra cultura. Diez mil años es un tiempo largo.
—Pero ¿por qué trabaja en una funeraria? —le pregunté a Brooke—. ¿Por qué trabaja de noche? ¿Por qué evitar a las personas? ¿Por qué visita a Merrill Evans?
—¿Por qué evitas tú a las personas? —preguntó Brooke. Parpadeé y la miré por un momento, luego asentí.
—Es un buen punto. Tal vez él solo es… introvertido. No tiene que haber una explicación sobrenatural para todo.
—Había otro dios mesopotámico llamado Zaqar —agregó Nathan—. Era el mensajero de la luna y se comunicaba a través de los sueños.
—Nos estamos yendo demasiado por la tangente —negué con la cabeza—. No tenemos que escribir artículos sobre estas personas, solo necesitamos encontrarlas. Sigamos con lo básico: ¿quién más está en las notas de Trujillo?
—Durante sus conversaciones, restringiéndonos a los Marchitos que no hemos encontrado, Brooke ha mencionado a Djoti cuatro veces, Yashodh tres veces, Gidri tres veces, Nashuja dos (ese es minoico, es buena onda) y a Husn Dag, Skanda e Ihsan una vez a cada uno —levantó la vista de las notas—. Es una extensa lista.
—Comencemos por Djoti —propuse dirigiéndome a Brooke—. ¿Qué le falta a él?
—Ojos —respondió Brooke.
—Eso es bastante… claro —observé alzando las cejas.
—¿Se roba los ojos de otras personas? —preguntó Nathan—. ¿No hubo un asesino serial que robaba ojos?
—Haz una nota y luego volveremos sobre eso. Necesitamos encontrar a nuestro caníbal primero.
—¿Qué hay de Yashodh? —continuó Nathan—. ¿Qué le falta a él?
—Yashodh es débil —respondió Brooke con un tono repentinamente despectivo—. Incluso más débil que Nadie.
—Entonces ¿no tiene fuerza? —insistió Nathan y comenzó a escribir.
—Nadie no era físicamente débil —dije extendiendo una mano para detenerlo—. La comparación implica algo más, ¿debilidad mental, tal vez? ¿Emocional?
—La gente lo ama —afirmó Brooke—. Incluso hoy en día. Eso no es justo.
—Si toma el amor de otras personas, eso significa que… ¿no tiene amor propio? —estaba esforzándome para adaptar mi mente a la simple extrañeza de la existencia de los Marchitos—. Él no ama, o… no se ama a sí mismo. No se respeta a sí mismo. Eso ciertamente encaja con la psiquis de Nadie, pero no nos dice mucho sobre él.
—No lo hace sonar como un caníbal —dijo Nathan.
—Muchos caníbales se comen a las personas a las que quieren asemejarse. Desde las tribus del Pacífico Sur hasta… el catolicismo.
—¿Disculpa?
—Los católicos son un buen ejemplo. Quieren parecerse más a Cristo, así que se comen su carne —expliqué y Nathan quedó helado.
—Como católico, estoy muy ofendido por tu descripción.
—Lo lamento —dije encogiéndome de hombros—. El problema es que en nuestro caso es al revés: normalmente el que ama es el que come, pero Brooke dice que ellos lo aman a él. ¿Cómo es que comer gente hace que lo amen? A menos que pueda hacer que las personas lo amen antes de comérselas, tanto que no se resistan; eso podría explicar por qué Applebaum murió sin luchar.
—No cambies de tema —replicó Nathan dejando su bolígrafo e inclinando la cabeza en un gesto agresivo—. ¿Realmente estás igualando a la Eucaristía con el canibalismo?
—Leí un artículo sobre canibalismo hace unos años. Puedes buscarlo después; no tenemos tiempo para discutirlo ahora.
—Porque van a ser devorados —dijo Brooke. Sus ojos eran amplios y brillantes, como si estuviera feliz y solo intentara ayudar.
—Háblanos de Gidri —le pedí, pasando al siguiente Marchito en la lista de Trujillo—. ¿Qué le falta?
—Él quiere ser rey.
—¿Rack no es el rey? —miré a Nathan, luego a Brooke—. ¿Son facciones opuestas disputando el control?
—Ese es un tema muy común en muchas mitologías —comentó Nathan—. La tradición de luchas internas en el panteón puede ser un reflejo de las luchas entre los Marchitos que inspiraron esas mitologías.
—Si llevan luchando diez mil años cualquiera pensaría que ya se les habría ocurrido algo. O simplemente se habrían asesinado el uno al otro, dejando a una sola persona en pie a cada lado del enfrentamiento.
—Pueden tener otros problemas —dijo Nathan—. Es decir, solo míralos; los Marchitos son un lío. Solían ser dioses, y ahora Meshara trabaja por la noche como chofer de una funeraria. La gloria que pudieran haber tenido ha desaparecido. Tal vez Gidri decidió que Rack no está haciendo su trabajo como rey y quiere tomar el control.
—Tal vez tengamos suerte y se maten entre ellos. O tal vez seamos realmente afortunados y la guerra que están comenzando no tenga nada que ver con nosotros.
—No quiero quedar en medio de dos ejércitos de demonios en guerra. Tu definición de «realmente afortunados» no es la misma que la mía —comentó Nathan. Comencé a responderle, pero la puerta se abrió detrás de nosotros. Miré sobre mi hombro para ver a Diana entrando en la habitación con un papel en su mano.
—Hola, Lucinda —saludó Brooke—. ¿Ya has ordeñado a las vacas?
—Parece que ha sido un día entretenido por aquí. ¿Algo útil? —preguntó Diana haciendo un mohín.
—Mucha información útil —respondió Nathan—. Probablemente a largo plazo. Pero nada que nos pueda ayudar a no ser asesinados esta noche.
—¡No ser asesinados! —dijo Brooke con su rostro repentinamente marcado con pena.
Miré a Nathan el tiempo suficiente para hacer que apartara la mirada, luego me dirigí a Diana.
—¿Qué ocurre?
—Dos cosas, en realidad. Las buenas noticias primero: la cámara de seguridad de la funeraria captó una imagen clara de uno de nuestros hombres misteriosos.
—Se supone que comiences con las malas noticias —dijo Nathan.
—Confía en mí —respondió Diana—. Resolvamos esto primero.
Tomé el papel de su mano. Era una fotografía de la grabación de la cámara, en blanco y negro y con poca luz: un hombre de pie junto a la puerta, forzando la cerradura, y a su lado estaba el hombre alto; pero no se veía el rostro de ninguno de ellos. Sin embargo, el tercer hombre estaba mirando hacia la calle, como si vigilara que no hubiera problemas, y la cámara pudo tomarlo perfectamente.
Era más joven que Elijah, cerca de los treinta tal vez, y tenía un rostro tan apuesto que casi era bello. Lo analicé por un momento y luego le pasé la imagen a Brooke.
—¿Lo reconoces?
—Gidri —dijo con desprecio.
—¿El chico rey? —Nathan se puso rígido.
—¿Los Marchitos tienen un rey? —preguntó Diana—. Son buenas noticias.
—Gidri no es el rey. Es el que quiere ser rey —miré a Brooke—. ¿Estás segura de que es él?
—¿No te das cuenta? —me increpó. Tenía una expresión y una mirada de furia, casi gruñéndole al papel—. Solo míralo.
—¿Qué le falta?
—Nada —sentenció.
—Entonces… ¿qué es lo que tiene? ¿Qué puede hacer?
Al parecer, había malos sentimientos entre Gidri y Nadie; a ella no le gustaba ningún Marchito, pero nunca la había visto tan irritada.
—Él es espléndido —respondió Brooke—. Lo odio. ¡Lo odio! ¡Lo odio! —sin advertencia, hizo pedazos la fotografía y, mientras aún intentaba descubrir qué la había hecho enojar tanto, se lanzó sobre las notas de Nathan y las hizo pedazos también. Él maldijo y las recogió, tomó lo que pudo y retrocedió, derribando su silla en el intento desesperado de estar fuera de su alcance—. ¡Lo odio! —gritó Brooke, y saltó sobre la carpeta de Trujillo que yo había estado mirando. Diana la alejó en el último segundo y yo pasé junto a ella para tomar a Brooke del brazo, intentando detenerla. Ella gritó en un ataque de ira, ya no era capaz de formular oraciones coherentes. Diana corrió hacia la puerta, mientras que Nathan se inclinaba para rescatar lo que podía de sus papeles deshechos.
—¡Seguridad! —gritó Diana, golpeando la puerta cerrada y jalando la cuerda de seguridad. Logré tomar las muñecas de Brooke y mantenerlas apartadas, pero ella saltó sobre mí y me lanzó un mordisco que no dio en mi rostro por milímetros. Tropecé hacia atrás intentando esquivarla y perdí el control de su brazo izquierdo; sus dedos rastrillaron uno de mis ojos y mejilla. De pronto la puerta se abrió y la habitación se llenó de enfermeras que la sujetaban, la contenían y la arrastraban hacia atrás, forzándola a acostarse mientras ella pataleaba y gritaba. Me apoyé contra la pared, respirando con dificultad.
—¡Está loca! —gritó Nathan—. ¡Debería estar encadenada!
El hecho de que no lo asesinara en ese preciso momento fue, tal vez, la mayor prueba de mi autocontrol.
—Supongo que no le agrada Gidri —comentó Diana.
—¿Tú crees? —respondió Nathan. Maldijo otra vez al mirar sus puños llenos de los restos del papel que había rescatado, como si no supiera qué hacer con ellos.
—No hay forma de que tus malas noticias superen esto —comenté.
—No estés tan seguro. Recibimos una carta del caníbal; Ostler quiere que todo el equipo se reúna en la oficina.
La miré, incrédulo; una carta del asesino estaría rebosando de pistas.
—¿Esas son malas noticias?
—Tú dímelo —dijo Diana—. Te menciona a ti por tu nombre.
Al señor John Cleaver y sus estimados colegas:
Asumo que no necesito presentarme; no sabes mi nombre, pero has visto mi trabajo y sabes lo que soy («que» me resulta una palabra mucho más apropiada que «quien» en estas instancias, y estoy seguro de que estarás de acuerdo). Pero ver mi trabajo y entenderlo son dos cosas distintas, y es por eso que te escribo. No me tomo estas cosas a la ligera. Quiero que las comprendas.
Primero, la prueba, para que seamos totalmente claros: el hombre de la morgue se llama Stephen Applebaum y lo encontraron detrás del motel Riverwalk.
Tiene múltiples heridas en las piernas, brazos y torso, sumando más de treinta; no me molestaré en dar un número exacto ya que es probable que nuestros métodos para contar sean algo distintos. El contenido de su estómago, como supongo que les habrán informado, debe haber incluido dos porciones de pizza —estaba demasiado lejos para ver de qué era— y una dona bañada en chocolate. Te aseguro que sus hábitos alimenticios hicieron que mi propia comida fuera bien variada y suculenta. Para despejar cualquier duda persistente de que yo sea quien lo asesinó, le arranqué el dedo meñique de su pie izquierdo, luego le volví a colocar el zapato; este detalle no será de público conocimiento y solo lo sabría el médico examinador y asumo que, también, su equipo. Nos soy un impostor, dándome el crédito por el trabajo de otro. Yo soy al que están buscando.
Ahora, paso a explicarte. No creas por mi deseo de explicarme que estoy en alguna clase de cruzada; no maté a Applebaum para castigarlo, y si él era un pecador contra alguna clase de estándares, eso no es asunto mío. No lo maté por rectitud, enojo o venganza. No lo maté por algo que él haya hecho, visto o que supiera. No lo maté porque él tuviera que morir.
Maté a Applebaum porque estaba hambriento. Soy un depredador, y él era mi presa. Negarlo sería negar el orden de la naturaleza misma.
Te resistirás a mí porque está en la naturaleza de la presa hacerlo. El antílope siempre huye del león. No te culpo por eso, ni te advertiré que no lo hagas. Tampoco te haré perder el tiempo con la trillada glorificación de la caza. Tú harás tu parte y yo haré la mía. Todo lo que te pido es que recuerdes esto: el único animal a salvo de un león es un león.
Descubre a qué le teme el león y habrás descubierto todo.
—No tiene firma —dijo la agente Ostler bajando la carta para mirarnos—. Está escrita a mano, creo que con una pluma. Le haré una copia en cuanto termine la reunión y le enviaré la carta original a Langley para que analice la caligrafía y busque ADN. Mientras tanto, necesitamos comprender exactamente qué demonios significa esto.
Me quedé de pie detrás de los demás, pensando. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Foreman o Nadie se habrían contactado con otros Marchitos antes de morir? ¿Meshara realmente había leído mi mente y descubierto mi identidad? ¿O los peores temores de Nathan serían ciertos?
¿Brooke se estaba comunicando con los Marchitos?
—Obviamente es una advertencia —respondió Diana—. Él dijo que no lo era, pero ¿qué tan estúpidos cree que somos?
—Prácticamente cada oración fue una amenaza —comentó Nathan.
—No creo que sea tan simple —intervino Trujillo—. Lo que a nosotros nos parece una amenaza, el hombre que escribió la carta lo puede haber concebido en un contexto totalmente diferente.
—¿En qué contexto posible compararnos con una presa no es una amenaza? —preguntó Nathan.
—El preciso contexto descripto en la carta —explicó Trujillo—: Un león no se come un antílope porque lo odie, porque lo quiere asustar o porque se cree superior. Un león es superior porque come antílopes.
—Un león no les envía cartas a los amigos del antílope —comentó Ostler—. Él quiere que sepamos algo, o no se habría comunicado. Esto no es solo una llamada de cortesía de un asesino serial.
—No se preocupen por lo que él quería decirnos —intervine. Aún me sentía avergonzado por mi deficiente análisis del cuerpo, así que estaba decidido a analizar la carta lo mejor posible—. Podemos desentrañar eso más tarde, cuando nos envíe otra carta. Primero necesitamos…
—¿Cómo sabes que enviará otra? —preguntó Nathan—. ¿O tienes alguna clase de conocimiento interno que nosotros no? —volteó más directamente hacia mí—. ¿Por qué estaba tu nombre en la carta?
—No lo sé —dije sin apartar la mirada.
—¿Cómo sabe quién eres? —insistió—. ¿O te conoce en persona?
—Cálmate, Nathan —instó Diana.
—Si supiera quién es, se los diría. Quiero encontrarlo tanto como ustedes —seguramente más que ustedes, pensé, pero no lo dije en voz alta.
—¿Por qué esperar una segunda carta? —preguntó Ostler. Su autoridad silenció las acusaciones de Nathan y comencé a hablar otra vez.
—No quiero decir que dejemos de analizar por completo. El doctor Gentry no me dejó terminar. Primero podemos ver las pistas que tenemos: no lo que intenta decirnos, sino lo que nos está diciendo incidentalmente sin quererlo. Esta carta es como una ventana a su psiquis, ¿qué nos dice sobre él?
—Obviamente es muy formal —respondió Trujillo, pensando en el perfil inmediatamente. Es probable que hubiera pensado en proponer lo mismo, pero esta vez yo lo dije primero—. Usa un lenguaje y vocabulario elevados, estructuras gramaticales complicadas y casi… la cortesía de un intelectual.
—Comparemos eso con la naturaleza del ataque —continué—. Las heridas fueron despiadadas, las describieron como «feroces», pero esta carta fue planeada y pensada. Obviamente tiene un plan: descubrió dónde estamos para poder enviarnos una carta y descubrió quién soy. No es la clase de hombre que ataca a las personas en un callejón y las despedaza con sus dientes.
—Aunque obviamente lo es —dijo Diana—, la mitad de su carta es una prueba de que es el asesino.
—¿Y por qué es tan importante para él que sepamos eso? —pregunté—. Sabía que dudaríamos y quería asegurarse de que no lo hiciéramos. ¿Está presumiendo? Nos escribió porque necesita… ¿qué? ¿Reconocimiento? ¿Crédito? ¿Temor? No piensen en lo que quiere decirnos, sino en lo que quiere obtener para sí mismo. ¿Qué le proporciona esta carta? —todo concluía en la misma cosa—. ¿Qué hizo que no debería haber hecho?
—El doctor Trujillo descubrirá eso. Sé que has hecho esto antes, pero él es un profesional —dijo Ostler con una mirada sombría.
—Puedo hacer esto —repliqué.
—Seguirás estudiándolos, pero te quiero con Elijah Sexton. Asistirás a Diana.
—Puedo hacer más si estoy solo.
—Elijah estuvo en una reunión para el manejo del dolor —dijo Diana, ignorando mi queja—. No sabemos por qué. El equipo de vigilancia de policía llegó al mismo lugar siguiendo a los tres Marchitos misteriosos que, al parecer, estaban siguiendo a Elijah.
—Él no es parte de su grupo —repetí—. Si los nuevos Marchitos están siguiendo a Elijah en secreto es mayor prueba de que no son aliados.
—Brooke sugirió que puede haber dos facciones —recordó Nathan—. Creemos que el tal Gidri lidera una de las dos; tal vez esté intentando poner a Elijah de su lado.
—Podría ser —asintió Diana—. Si supiéramos lo que cada facción quiere, tendríamos más desde donde continuar.
—¿Por qué iría un Marchito a una reunión para el manejo del dolor? —preguntó Trujillo—. No puedo dejarlo pasar, parece un comportamiento tan anormal basado en lo que sabemos sobre ellos.
—Esa es mi tarea —respondió Ostler—. Hablaré con la policía para averiguar lo que pueda sobre la reunión. Doctor Gentry, usted quédese con Brooke.
—¿Qué hay de Potash? —preguntó Nathan—. No regresaré a esa habitación sin una guardia armada y permiso para matar.
—Ella es una adolescente —dije, sintiendo cómo la ira crecía en mi interior, pero Ostler ignoró el comentario.
—Si todo sigue bien, a Potash le darán el alta en dos días —dijo y tomó la carta—. Ya tienen sus tareas, andando.