El único amigo del demonio
Capítulo 8
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Capítulo 8
Potash salió del hospital dos días después; le dieron un bastón y se rehusaron a dejarlo ir si no lo utilizaba, pero lo arrojó por la ventana del auto casi tan pronto como giramos en la esquina. Diana le dijo que madurara, pero no retrocedió para recogerlo.
—Estoy bien —soltó Potash desde el asiento trasero. Esperaba que tuviera un tubo de oxígeno o algo, pero respiraba bien por sus propios medios; le prescribieron altas dosis de Prednisona, pero eso era todo—. Estuve allí por dos semanas y media. Si no pueden curarme en ese tiempo, ¿qué se supone que están haciendo?
—Estarás débil por un tiempo —comentó Diana—. Lo he visto en aviadores accidentados; pasan unos días en el hospital, descuidan su estado físico y creen que pueden recuperar su capacidad normal de inmediato.
—Sé lo que estoy haciendo —protestó Potash.
—Haz tus ejercicios —dijo Diana—, exígete, pero no te exijas demasiado. John, asegúrate de que no se provoque una recaída.
—¿Qué te hace pensar que tengo algún control sobre él? —pregunté—. Que vaya a tu apartamento así tú puedes hacerlo.
—Por favor, deja de discutir sobre eso —replicó ella, poniendo los ojos en blanco sin mover las manos del volante—. Se queda contigo, son las órdenes de Ostler, y punto. Todas sus pertenencias están en tu casa, de todas formas.
—Él no tiene nada. Solo cuatro cambios de ropa idéntica y algunas sábanas que fueron oficialmente cedidas a Boy Dog.
—¿Revisaste mis cosas? —preguntó Potash.
—Me estaba asegurando de que no tuvieras armas —respondí. Lo que en verdad quería decir: estaba intentando encontrar armas.
—No toques mis cosas.
—Si vivieras en otra parte, no lo haría.
—John… —gruñó Diana.
Nos quedamos molestos en silencio y yo pensé en Elijah en lugar de Potash. ¿Cómo funcionaba su poder? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba yendo a reuniones de manejo del dolor, visitando a Merrill Evans y todo eso? ¿Qué hizo que no debería haber hecho?
Se rodeó de muerte y oscuridad —el turno de la anoche, la funeraria, el asunto del dolor—, podía entender eso. Vivía la clase de vida que a mí me hubiera gustado: sin enredos, sin multitudes, solo paz, silencio y cuerpos que cuidar. Pero sabía que yo era diferente de la mayoría de la gente, y a la mayoría no le agradan esas cosas. ¿Por qué se parecía tanto a mí? ¿Era por eso que deseaba tanto que él no estuviera tras nosotros; que él no fuera el chico malo? ¿Por qué quería que fuera como yo?
—Diana, ¿por qué te rodearías de muerte? —pregunté.
—Eso es… una pregunta profunda. ¿Quieres saber por qué me convertí en francotiradora?
—No, me refiero a si fueras Elijah. O, bueno, tal vez, no lo sé. ¿Por qué te convertiste en francotiradora?
—No finjas que de pronto quieres hablar sobre mí —respondió—. Si solo quieres una tormenta de ideas, está bien, no tienes que ponerte incómodo solo porque te entendí mal.
—No estoy fingiendo. Solo quiero saber por qué alguien desearía vivir así, ¿está perturbado? ¿Asustado? Tal vez tus sentimientos ayuden a explicarlo; estoy dando manotazos de ahogado.
—¿Así que ahora estoy perturbada? —preguntó Diana.
—Tú te rodeas de muerte —me dijo Potash—, ¿por qué lo haces?
—Es diferente…
—¿Por qué? —exigió.
—Porque yo lo disfruto —dudé.
—Tal vez Elijah también —comentó Diana—. Él «recuerda», ¿no es así? ¿Ese es su poder? Bueno, tal vez sea una cuestión de homenaje; le agrada la soledad para poder darles sus respetos a las personas muertas que «recuerda». Tú me dijiste que esa era gran parte del trabajo para ti cuando trabajabas en la funeraria de tu madre.
—No tiene sentido. Si le agradara la muerte por las mismas razones que a mí no iría a reuniones para el manejo del dolor.
—¿Porque a ti no te entristece? —preguntó Diana.
—Porque la muerte es tranquila —respondí. Mi corazón se aceleró, como si me hubiera llegado una oleada de adrenalina de algún lado, pero solo estaba sentado en el auto—. La muerte no se mueve, no habla y no… hace ningún ruido —casi digo que no «grita», pero me pareció tan preciso que hice un mohín al pensarlo. Tampoco era esa toda la razón. Marci nunca me gritó y también estaba muerta, y eso no me hacía feliz en absoluto. Mi papá ya no gritaba, al menos no donde yo pudiera escucharlo, y él aún seguía con vida. La respuesta no era tan fácil. Balbuceé por un minuto, preguntándome de qué estaba hablando, intentando retomar el hilo de la conversación—. El manejo del dolor es algo que se hace con otras personas —dije finalmente—. Están vivas y las escuchas hablar. Yo nunca haría eso. Él no es como yo.
—En esos grupos, la gente habla de los muertos —dijo Diana—. Recuerdan a sus seres amados. Quizás para Elijah va más allá; quizás él necesita recordar para sobrevivir. Todo se trata de lo que les falta, ¿no es así? Así que él necesita los recuerdos de otras personas porque no tiene propios. Tal vez las reuniones lo ayudan a conservar esos recuerdos… frescos, o lo que sea.
—Salvo que él lo ha hecho solo una vez —comenté—. Lo hemos estado observando por semanas, y solo ha estado allí una vez —y entonces apareció la respuesta, justo frente a mi rostro—. Él no está recordando a los muertos. Está recordando a los vivos.
—Eso no es manejo del dolor —discrepó Diana—. Eso sería alguna otra clase de terapia.
—Eso no es lo que quiero decir.
—Nadie se esfuerza para recordar a los vivos —dijo Potash—. A menos que estén perdidos, como los monumentos a los desaparecidos en combate. El resto del tiempo solo recordamos a los muertos.
—Recordamos a los muertos porque nosotros estamos vivos. Tal vez para quienes están muertos funciona al revés —dije. Sentí cómo mis ojos ardían mientras hablaba, con las lágrimas amenazando, pero apreté los dientes y parpadeé para apartarlas—. Y Elijah pasa la mayor parte del tiempo con ellos: con personas muertas.
—Personas muertas de esta comunidad —asintió Diana luego de un momento de silencio.
—¿Quién más estuvo en esa reunión? —preguntó Potash.
—Exacto —dije—. Si Elijah está absorbiendo los recuerdos de quienes murieron recientemente, esas reuniones de manejo del dolor deben estar llenas de personas que él conoce; o que cree conocer. Debe estar ahí para conocer a alguien en persona, es por eso que comenzó a asistir ahora. Debe estar encontrándose con alguien relacionado a una muerte muy reciente.
—Estoy conduciendo —dijo Diana—. Uno de ustedes llame a Ostler.
—Ya estoy marcando —asintió Potash. Esperamos un momento hasta que lo oímos hablar—. Aquí Potash, ¿tienes las notas policiales sobre la reunión del dolor? —pausa—. Léeme la lista de todos los que asistieron esa noche. Espera un momento, estoy escribiéndolos. Delaney Anderson. Rose Chapman. Jude Feldman. Jared Garrett. Susan Roman. ¿Es todo? —pausa—. Solo estamos siguiendo una hipótesis. Te llamaré si nos conduce a algo.
Yo ya había discado el número de la funeraria, y estaba listo. Presioné llamar y esperé mientras sonaba.
—Buenas tardes —contestó una mujer—. Gracias por comunicarse con la Funeraria Cochran. ¿Cómo puedo ayudarlo?
—Necesito hablar con el señor Cochran —respondí. Al igual que la mayoría de las funerarias, era un negocio familiar. Habíamos hablado con Rudolfo Cochran antes, en calidad oficial de agentes del FBI. Él sabía que estábamos investigando algo, pero no sabía que se trataba de un empleado suyo. Prometió no decírselo a nadie, pensando que era un asunto de máxima seguridad, y esperaba que cumpliera con su promesa; si Elijah se enteraba de que lo estábamos investigando, y especialmente que estábamos tan cerca, podría escapar. No queríamos perderlo. Un minuto más tarde, transfirieron la llamada a otra línea y sonó algunas veces más hasta que Cochran contestó.
—Rudolfo Cochran al habla.
—Le habla John Cleaver del FBI, hablamos la semana pasada.
—Sí, ¿tú eras el jovencito?
—Sí. Tenemos algunas preguntas de seguimiento si no le importa, y le recuerdo que es un tema de extremo secreto —Potash me entregó la lista, garabateada detrás de una de sus autorizaciones. Leí los nombres en orden—. ¿Ha trabajado con una Delaney Anderson?
—Permíteme buscar los registros —dijo. Escuché algunos clics a través del teléfono y algunas teclas del teclado—. ¿Delaney?
—Correcto.
—Nada.
—¿Qué hay de Jude Feldman? —escuché más teclas sonar.
—Tenemos a un Feldman en el sistema hace dos años, pero no es Jude —eso debía significar algo.
—¿Rose Chapman?
Clic clic clic. Escuché un leve pitido cuando presionó el comando de búsqueda y luego Chapman suspiró un «Uh». Su voz se volvió más distante mientras leía la información.
—Sí. Tuvimos un funeral hace alrededor de seis semanas para William Chapman, y Rose está en su archivo como la esposa. Todas las negociaciones las realizamos con ella —sentí una oleada de emoción: Tenía razón.
—¿Puede brindarme su información de contacto? —la leyó y yo la anoté. Luego, solo para ser minucioso, le pedí que buscara los últimos dos nombres de la lista. Hubo otra coincidencia de hacía diez años, pero eso fue todo. Le agradecí y colgué el teléfono—. Estuvo allí para ver a Rose Chapman —les dije a los demás—. Tiene las memorias de su esposo —le di a Diana la dirección y ella cambió el rumbo de inmediato. Busqué en mi teléfono y encontré una enorme lista de Rose Chapman; de a poco la reduje a la que estaba en Fort Bruce. Encontré su perfil de Facebook y maldije en cuanto la vi.
—¿Cuál es el problema? —preguntó Diana.
Le mostré la pantalla, pero ella le echó un vistazo y negó con la cabeza, regresando la vista al camino.
—No puedo mirar, dime.
—Déjame ver —dijo Potash. Le enseñé el teléfono.
—La reconozco —expliqué—. Apareció en las fotografías de vigilancia, las que tomamos en el almacén.
—La mujer junto a las verduras —asintió Potash.
—Exacto. Él no habla con nadie, jamás, pero mantuvo una conversación de tres minutos con Rose Chapman en el sector de verduras.
—La está acechando —dijo Potash.
—Él tiene las memorias de su esposo. Por lo que sabemos que piensa que es su esposo.
—Si acecha a las familias de las personas fallecidas, ¿por qué nunca lo vimos en la investigación? —exigió Diana—. Esta es la clase de situaciones que deberíamos ver, maldición.
—Tal vez es algo nuevo —arriesgué—. Tal vez él… no lo sé. Tal vez tiene reglas.
—De prisa —dijo Potash y realizó otra llamada telefónica.
—¿A qué te refieres con «reglas»? —preguntó Diana—. Eso no tiene nada que ver con esto.
—Reglas para evitar lastimar a alguien —respondí. ¿Tendría realmente tanto sentido como pensaba, o solo estaba viendo reflejos de mi personalidad donde no los había?—. Tras más de quince años en la funeraria, tomando las memorias de un nuevo cuerpo no sé qué tan a menudo, debe tener una conexión personal con la mitad de la ciudad; es padre de alguien, madre de alguien, hermano, hijo, mejor amigo. Literalmente está rodeado de personas que recuerda cercanas a él. Pero nunca lo vimos acechando a nadie, a excepción tal vez de Merrill, dependiendo de su definición, y les aseguro que es porque tiene reglas para sí mismo para evitar hacer contacto con personas que conoce —pensé en Marci y qué haría si una persona cualquiera afirmara ser ella, regresando de la muerte—. No puede hablar con esas personas sin aterrorizarlas, así que trabaja por la noche y nunca habla con nadie.
—Tenemos que investigar a Merrill —dijo Diana—; quizás tenía un padre, un hermano o alguien que murió justo antes de que Elijah comenzara a visitarlo. Pero… ¿por qué Merrill y Rose, y nadie más? ¿Por qué vale la pena romper las reglas por ellos?
—No… no lo sé —admití—. Hay algo que aún no encaja —cerré los ojos, intentando recordar todo lo posible sobre nuestra investigación—. Nunca lo vimos lastimar a nadie. Nunca lo vimos atacar a nadie, no encontramos un cuerpo o una escena del crimen que pudiéramos relacionar con él, nunca encontramos nada «malo».
—Toma sus recuerdos de personas muertas —comentó Diana—. Si es que estamos en lo cierto.
—Si… —pensé por un momento mientras escuchaba a Potash brindarle la dirección de Rose a la policía. Aún nos estamos perdiendo algo importante. Miré a Diana—. Entonces ¿qué es lo que Elijah hace que no debería hacer?
—¿Te refieres al grupo para el manejo del dolor?
—Me refiero a todo. A cómo funciona su poder. Si estamos en lo cierto, toma los recuerdos de cuerpos sin vida, pero ¿por qué?
—Porque tiene que hacerlo —respondió Diana—. Tomar los recuerdos de personas muertas implica estar metiéndose constantemente en el recuerdo real de la muerte. Debe recordar haber muerto de anciano, de cáncer, en accidentes de tránsito. Si lleva miles de años en esto debe recordar haber muerto miles de veces; ¿por qué pasaría por algo así si no tiene que hacerlo?
No había pensado en eso, y me afectó no haberlo hecho.
—Eso tiene sentido —dije lentamente—, pero sigue siendo algo que tiene que hacer. La pregunta es: ¿qué hace que no tiene que hacer? Necesitar cuerpos sin vida no es lo mismo que necesitar la funeraria, seamos honestos; hacer un cuerpo sin vida es bastante fácil. Pero él se esfuerza para usar cuerpos que ya están sin vida. Él no asesina.
—Tampoco Cody French —recordó Diana—, y aun así era un monstruo.
—Cody French hacía enloquecer a las chicas. Elijah Sexton no lastima a nadie.
—Él no es un buen chico —dijo Diana—. Es un Marchito; nosotros matamos Marchitos, John, ese es todo nuestro trabajo. Toda nuestra vida.
—¿Y si él es diferente?
—No lo es —dijo con firmeza—. Ya escuchaste a Ostler: no te pongas sensible. Estás hablando de una criatura que asedia a la humanidad desde hace miles de años…
—No sabes eso.
—¡No sabemos nada! Estamos a ciegas, incluso más que cuando atacamos a Mary Gardner, y ella asesinó a Kelly por eso. Si tratas a Elijah Sexton con algo menos que odio puro estarás muerto, ¿de acuerdo? Él te matará y probablemente al resto de nosotros contigo, al igual que los otros Marchitos mataron a todas las personas con las que se cruzaron.
—No todos son malos —dije, con un deseo casi irracional de convencerla, o a mí mismo—. Solo porque pienses que alguien es malo no significa que lo sea. E incluso si era malo, puede cambiar.
—Estás equivocado, John —respondió Potash al colgar el teléfono. Su voz era fría y dura—. Acabo de hablar con la policía. Cuando escribieron su nombre en el sistema, encendió una alarma de inmediato: su hermana hizo una denuncia por desaparición esta mañana. Rose Chapman ha desaparecido.
Ya estábamos casi a mitad de camino de la casa de Rose Chapman, así que llegamos antes que nadie. Había un automóvil en la entrada; aunque tanto el coche como el camino estaban cubiertos por más de dos centímetros de nieve, probablemente fuera solo por la tormenta de la noche anterior, y no era el único automóvil cubierto de nieve de la calle. Decían más las huellas llegando de la acera a la entrada; alguien aparcó su vehículo, caminó hasta la puerta, luego regresó y se marchó. Yo no era un buen rastreador como para decir si las huellas que iban hacia la casa eran diferentes de las que salían —como si la persona cargara un cuerpo, por ejemplo—, pero estaba seguro de que solo había un par. ¿Elijah estuvo allí y secuestró a la mujer que creía su esposa? Quería creer que no era él, que eran los tres Marchitos misteriosos, pero ¿por qué había solo un par de huellas?
Marqué mi pie en la nieve cuidadosamente junto a ellas, comparándolas, mientras Potash y Diana avanzaban hasta la puerta. Las huellas eran pequeñas; tal vez no se trataba de un Marchito, sino de la hermana que reportó la desaparición de Rose.
Quiero que seas bueno, Elijah. Por favor, sé bueno.
—Quien haya caminado por aquí fue adentro —dijo Potash inclinándose junto a la puerta—. Se sacudió la nieve de los zapatos en el tapete y luego se paró sobre ella al salir.
—¿Cómo lo sabes?
—Me doy idea de estas cosas —respondió encogiéndose de hombros.
Diana tocó el timbre y yo subí los escalones de la entrada para unirme a ellos. Esperamos un momento, tocamos otra vez, luego golpeamos a la puerta con fuerza. Nada.
—Declaro que hay una causa probable —dijo Diana tomando su arma. Potash ya había sacado la suya. Metí la mano en el bolsillo de mi abrigo para sentir mi cuchillo; no salí sin él en semanas. Diana nos miró, asintió, y abrió la puerta de una patada.
No había signos de lucha en la entrada, aunque sí había agua donde alguien entró con nieve en los zapatos. La puerta tampoco tenía señales de haber sido forzada, a excepción del golpe de Diana. Quien hubiera entrado lo hizo pacíficamente, lo que significaba que tenía una llave. Eso implica que había sido la hermana y el estado de las huellas sugería que fue esa mañana, después de la nevada. La falta de otras pruebas significaba que Rose Chapman desapareció antes de que nevara, sin su auto; probablemente un día o dos antes, ya que la policía no acepta denuncias de desaparición hasta pasadas las primeras veinticuatro horas.
Si la hermana estuvo allí y no encontró nada, probablemente podríamos movernos por la casa con seguridad, pero luego de nuestra experiencia con Mary Gardner ninguno bajó la guardia; Diana y Potash seguían con las armas en alto, y yo saqué silenciosamente mi cuchillo de su funda mientras nos adentrábamos en la casa. Me sentí mejor con un cuchillo en la mano, como si siempre hubiera estado incompleta sin él y solo entonces estuviera completa. La puerta de entrada llevaba directamente a un comedor, en las paredes colgaban pinturas de paisajes y una fotografía de quienes asumí que serían Rose y William Chapman. ¿Ella se le habría unido en la muerte? ¿Elijah Sexton estaría recordando las vidas de ambos?
Pasando el comedor había una cocina y un pequeño corredor que conducía al resto de la casa. Recorrimos cada habitación lentamente, revisando detrás de las puertas y muebles, registrando cada lugar al pasar. Un baño. Un cuarto de lavado. Un armario en el corredor lleno de cajas de cartón húmedas. Una habitación principal a un lado del corredor y una de invitados al otro. No había nadie en ninguna de ellas, vivo o muerto. La habitación principal tenía un ventanal corredizo que salía al jardín trasero: un pequeño patio a un lado y un camino al otro, que llevaba a un garaje; pero la nieve allí era mucho más profunda que la del frente, y no tenía huellas. Lucía como si nadie hubiera estado allí en todo el invierno. Potash revisó el último armario y negó con la cabeza.
—Nada.
—Muchas casas en la ciudad tienen un sótano —dijo Diana—, pero no vi una entrada, ¿tal vez afuera?
—Si alguien la hubiera usado recientemente habríamos visto huellas en la nieve —comentó Potash. Miró hacia afuera, respirando con dificultad—. Vale la pena revisar de todas formas —destrabó el ventanal, pero Diana puso una mano en su brazo.
—Yo iré, tú acabas de salir del hospital —abrió la ventana y salió—. Los llamaré si parece sospechoso. Vean qué más pueden encontrar, pero no dejen huellas —cerró al salir.
—Por supuesto que no dejaré huellas —protestó Potash—. ¿Acaso soy un idiota?
Lo ignoré y comencé a revisar las cosas sobre las mesas de noche y el tocador, usando el cuchillo para moverlas, sin tocarlas directamente. Las personas secuestradas suelen dejar cosas personales importantes, la clase de cosas sin las cuales nunca salen: llaves, cartera, bolso, teléfono. Si encontráramos algo de eso, tal vez también pudiéramos encontrar información personal útil, como una agenda o una lista de personas con las que habló recientemente. Un smartphone sería una mina de oro; dependiendo de cómo lo hubiera configurado podríamos saber no solo a quién llamó, sino cuándo lo hizo y dónde estaba. Encontré algunos papeles que podrían resultar útiles más adelante, recibos de la funeraria y cosas por el estilo, pero nada que sirviera en ese momento. Volteé para salir al corredor y regresar al comedor para continuar con la búsqueda, cuando sonó el teléfono de Potash. Giré para escuchar.
—Habla Potash —pausa—. Estamos dentro; no hay evidencia directa de un secuestro, pero el auto está en la entrada y es bastante claro que nadie durmió aquí anoche. No es incriminatorio, pero es definitivamente sospechoso.
Diana abrió el ventanal y sacudió la nieve de sus pies antes de entrar.
—No hay nada en el sótano más que una caldera y algunas cosas guardadas —sacudió su cabello con un gesto de disgusto—. Y cada araña en kilómetros a la redonda.
—Está al teléfono con Ostler —dije apuntando a Potash.
—¿Malas noticias?
—¿Alguna vez recibimos buenas noticias?
—Iremos de inmediato —respondió Potash. Colgó y nos miró—. La policía llegará en cinco minutos; los dejaremos encargarse de la escena del crimen mientras nosotros regresamos a la funeraria.
—¿Rose? —preguntó Diana. Potash negó con la cabeza.
—No, pero es malo. Otro ataque caníbal —me miró—. Y otra carta para John.
Al señor John Wayne Cleaver y sus estimados colegas:
Hola, otra vez. Es, como siempre, un placer escribirte, aunque admito que no te he dado muchas posibilidades de responder desde mi carta anterior. Aun peor, no te he dado los medios para hacerlo, y estoy muy apenado por ello. Solo alguien grosero podría estar conforme con una conversación unilateral; y te aseguro que no soy tan patán como para hablar y hablar sobre mí mismo sin dejarte responder.
En vistas de lo anterior, déjame proponerte algunas opciones que podrían facilitar una discusión más interactiva. La opción que consideras en primer lugar es simplemente capturarme, pero te aseguro que eso es ridículo. No me atraparán, ni me encontrarán. La segunda opción es igual de improbable, pero en otra dirección: puedes comunicarte de la misma forma, asesinando a tu propia víctima y dejando una nota para que yo la encuentre. Aunque te aseguro que encontraría la nota, imagino que tus superiores estarían muy disgustados con la forma de enviarla. Hasta que llegue el momento en que no te importe lo que piensen, tendremos que encontrar otra forma de comunicarnos.
La tercera opción entonces sería para considerar: puedes publicar una carta en el periódico. No sería la primera vez que la policía envía mensajes de esa forma. Este método tiene subopciones, puedes elegir enviar el mensaje abiertamente —mis comidas sin terminar ya están en primera plana después de todo— o puedes hacerlo secreto, escondiéndolo en una carta de lectores de las que solo se lee hasta la segunda palabra. Ponle un título sobre leones y antílopes si lo haces, así sabré dónde mirar.
Pero, a fin de cuentas, ¿por qué molestarse con tanto embrollo? Si has estado prestando atención sabrás quién será mi próxima víctima. Deja una nota en su bolsillo así tendré algo que leer mientras me alimento.
Tuyo
El Cazador
P. D.: Me alegró mucho saber que el señor Potash está recuperándose rápidamente. Que su salud recuperada le traiga la mayor felicidad posible antes del final.
—Dios mío —dijo el doctor Trujillo.
—¿Dónde está el cuerpo? —pregunté.
—Aún en autopsia —respondió Ostler señalando la sala de examinación de la estación de policía que teníamos detrás—. Exceptuando algunos detalles estremecedores, la historia es igual que la anterior: una persona de mediana edad, mujer esta vez, hallada semidesnuda con el cuerpo cubierto de mordidas. Rostro y cuello intactos. La nota estaba prendida en su pecho.
—¿Prendida? —preguntó Nathan.
—Con un alfiler —respondió Ostler—. Ten en mente que no llevaba camiseta.
—La parte más extraña de este trabajo —comentó Diana— es que nada de eso cuenta como un detalle estremecedor.
Potash se sentó, y comenzó a dar lentas y controladas bocanadas de aire.
—¿Por qué las sigue dirigiendo a John? —preguntó Nathan—. Quiero saber de qué se trata todo eso.
—También mencionó a Potash —aclaré.
—Pero son para ti —insistió Nathan—. Cuando dijo que quería iniciar una conversación te estaba hablando específicamente a ti. Cuando sugirió que asesináramos a alguien también se refería a ti.
Miré a Potash y lo descubrí mirándome. Él seguía siendo el único que sabía la forma brutal en la que había apuñalado a Mary Gardner.
No dijo nada.
—Usa el nombre de John porque quiere exhibirse —dijo Trujillo—. Todo en esas cartas (el tono, el vocabulario, incluso el mensaje en sí mismo) es un intento deliberado de ejercer control sobre nosotros, mostrando su superioridad. No solo mostrándola, golpeándonos con ella con la sutileza de un enorme mazo de caricaturas. Quiere que le tengamos miedo y parte de eso es demostrando lo que sabe de nosotros: el nombre de John y el estado de salud de Potash.
—Bien, está funcionando —dijo Nathan—. Una vez más, solicito humildemente que empaquemos todo y dejemos esta ciudad lo más pronto posible.
—Jamás has hecho algo humildemente en tu vida —replicó Diana.
—Todo lo que nos está mostrando realmente son sus límites —comenté—. Sabe mi nombre porque mi fotografía apareció en Internet; él ató los cabos y sabe quién soy. Sabe el nombre de Potash porque está en los registros del hospital. Somos los únicos miembros del equipo con una identidad fácilmente rastreable; incluso Brooke está ingresada en Whiteflower con un alias. Lo único que sabe sobre nosotros son las cosas que cualquiera sabría sobre nosotros.
—Tal vez se avecina algo más —dijo Ostler—. Podría saber todo y estar dándolo a conocer de a poco, una porción a la vez.
—Eso provocaría muchos cuerpos masticados hasta que termine —añadió Diana.
—No lo creo —respondí—. Creo que está investigándonos al mismo tiempo que nosotros lo investigamos a él. Lee el encabezado otra vez —le pedí a Ostler.
—«Al señor John Wayne Cleaver y sus estimados colegas».
—Usó mi segundo nombre. No lo hizo la primera vez.
—¿Así que tu evidencia de que no está revelando la información una porción a la vez es justamente que está revelándola una porción a la vez? —preguntó Nathan resoplando.
—Quiero decir que no es información nueva. Que mencionara el nombre de Potash al final fue una verdadera sorpresa, pero ¿a alguno de ustedes le sorprendió que dijera mi segundo nombre? ¿Alguno de ustedes siquiera lo notó? Nosotros ya sabíamos que él sabe quién soy; revelar mi segundo nombre no cambia eso. Así que o lo sabía de antes y olvidó mencionarlo, lo que no es exactamente amenazante, o lo acaba de descubrir y lo está presumiendo. Si es la primera, ¿a quién le importa? Si es la segunda, entonces sabemos que está descubriendo las cosas sobre la marcha.
—La próxima carta nos dirá más —dijo Trujillo—. Si menciona el alias de Brooke en lugar de su verdadero nombre, sabremos que tiene información defectuosa. Si menciona a Ostler, sabremos que tiene conexión con la policía, ya que ellos son los únicos que la conocen. Si menciona a cualquiera de los demás sería realmente un problema, pero aun así será algo desde donde seguir su información hasta la fuente.
—A menos que pueda leer mentes, como discutimos antes —dijo Nathan—. Entonces podría saber todo y cualquier rastro que creamos ver en la información sería una ilusión.
—No quiero encontrar más cartas —afirmó Ostler con firmeza—. Dijo que ya deberíamos haberlo descubierto, que ya tenemos pistas suficientes de quién será su próxima víctima. Así que descubrámoslo y detengámoslo.
—¿Quién era la víctima esta vez? —preguntó Trujillo.
—Valynne Maetani —respondió Ostler alzando una bolsa de evidencia con la identificación de la víctima—. Su cartera seguía en su bolso. Hice algunas llamadas mientras estaban en camino; trabaja en una compañía de software. Project manager, si eso les dice algo.
—La primera víctima trabajaba en una tienda de computación —dijo Diana mirando a Trujillo—. ¿Cuál es la conexión?
Sentí una leve punzada de ira de que todos siguieran preguntándole a él esas cosas y no a mí, pero al menos me dio tiempo para pensar en la carta más detenidamente.
¿El asesino estaba usando mi nombre solo para asustarnos, o en verdad se estaba dirigiendo a mí directamente? Si me investigó, debía haber descubierto mi conexión con Crowley y Foreman, y si sabía algo acerca de la extensa comunidad de Marchitos, probablemente también supiera sobre Nadie. Sabía que había matado personas. Y ahora estaba pidiéndome que lo hiciera otra vez.
—La ocupación de las víctimas probablemente no tenga nada que ver —dijo Trujillo mirando la identificación—. La mente de los asesinos seriales no funciona así, aunque debo admitir que todo tiene sus excepciones. También es poco probable que esté apuntando a un grupo demográfico específico, ya que hasta ahora ha asesinado a ambos géneros y dos razas diferentes; Maetani era asiática.
—¿En verdad? —mi mente dio un brinco.
—¿Tienes un problema con eso? —preguntó Nathan.
—Tengo un problema con que Ostler se guarde información clave —respondí—. Si realmente nos conoce tan bien como dice, entonces asesinar a una mujer asiática puede ser una referencia a Kelly. Y si asesinar a un hombre blanco fue una referencia a Potash, debemos tener un patrón.
—Genial —comentó Nathan—. ¿Así que nos está convirtiendo a todos en marionetas? ¿Eso significa que la próxima víctima será un profesor investigador negro, o cualquier hombre negro serviría?
—No saquen conclusiones apresuradas —advirtió Trujillo—. Es mucho más probable que esté aprovechando las oportunidades que se le presentan cuando y donde puede. Ya es muy difícil encontrar una víctima que pueda asesinar sin ser visto; ni hablar de complicarse con razas, géneros y quién sabe qué más. La explicación más simple es que tiene un área de caza específica, un escenario o tipo de escenario y todas las víctimas salen de allí —miró a Ostler—. ¿El cuerpo fue hallado en algún lugar cercano al anterior?
—En el lado opuesto de la ciudad. Y fue abandonado en un cruce de trenes en vez de ser arrojado en el basurero de un callejón. No parece una conexión.
—Un cruce de trenes tendría una cámara —dijo Potash—. Debe haber una toma del asesino, al menos del auto.
—La policía ya está investigándolo —respondió Ostler.
Estaba en silencio porque no sabía qué sentir; o supongo que podría decirse que estaba sintiendo muchas cosas a la vez. Estaba enfadado porque Trujillo había desestimado mi idea, pero impresionado de que la suya tuviera mucho más sentido; enfadado nuevamente porque se atrevió a ser tan bueno en algo que consideraba de mi dominio personal. Y luego estaba avergonzado por tener sentimientos tan mezquinos al respecto; preocupado por si llegaba a tener razón; frustrado por no haber encontrado nada solido aún; y estaba molesto con Nathan, asustado por Brooke y fascinado por el nuevo asesino; y todo lo que quería era salir de ahí y ser yo mismo, aunque fuera solo por un minuto. Aunque fuera solo medio minuto. Tal vez por siempre.
—Pensemos que el lugar donde los cuerpos fueron abandonados no tiene nada que ver con el lugar donde fueron asesinados —dijo Trujillo acariciando su barbilla—. Puede haberlos capturado en el mismo lugar y luego los esparció por la ciudad para mantenerse escondido, o solo para despistarnos.
Tenía que haber algo más. Lo sabía. El asesino nos había escrito dos cartas, tenía que habernos dejado una pista, incluso si fuera solo por accidente.
—No hemos encontrado ninguna conexión evidente entre las direcciones de sus casas o trabajos —dijo Ostler—, pero ¿tal vez el transporte los lleva por un camino similar, o se cruzan en un punto específico? Le diré a la policía que lo investigue, pero necesitamos algo más conciso. No permitiré que este hombre se coma a nadie más.
Comer. Estuvo ahí todo el tiempo.
Busqué en mi bolsillo la copia de la primera carta, que estaba desgastada por estar guardada, y arrugada en los extremos.
—¿Cuál era el contenido en el estómago de las víctimas?
—¿Piensas que eso importa? —preguntó Nathan. Era una típica pregunta sarcástica de él, aunque su rostro lucía más confundido que beligerante—. ¿Es realmente algo importante; un asesino que elige a sus víctimas por el contenido de su estómago?
—No la misma comida, sino de los mismos lugares —expliqué. Saqué la carta y la desdoblé, estirando los pliegues para que quedara estirada—. En la primera carta mencionó el contenido del estómago de Steven Applebaun para probar que era el asesino, pero luego también mencionó que lo vio comer. Aquí está: «El contenido de su estómago, como supongo que les habrán informado, debe haber incluido dos porciones de pizza —estaba demasiado lejos para ver de qué era— y…». Eligió a su víctima, la observó comiendo y luego la asesinó. Probablemente poco después. Estas cartas están escritas con mucho cuidado; tiene que significar algo.
Ostler lo consideró por un momento y luego fue a la sala de examinación y abrió la puerta.
—Disculpen, caballeros, ¿ya han analizado el contenido de su estómago? —escuché murmullos, pero no pude entender qué decían—. ¿Y qué eran? —más murmullos—. Gracias —cerró la puerta y volteó hacia nosotros—. Pizza. Diana, quiero que vayas a ver al detective Scott y descubran exactamente dónde cenaron las víctimas el día en que fueron asesinadas.
—Sí, señora —Diana salió de inmediato, y Potash se puso de pie. Ostler regresó lentamente hasta nuestro círculo deformado.
—No podemos vigilar a cada persona que come en una pizzería durante las próximas semanas. Es imposible.
—Pero podemos tener a alguien en el restaurante en su lugar, ¿cierto? —preguntó Nathan—. Es decir, es mejor que nada. Al menos podemos ver a quienes coman ahí y coincidan con las características demográficas de nuestro equipo.
—¿Qué más dice esta carta? —preguntó Ostler mirándome.
Me tomó toda mi fuerza de voluntad no mirar a Trujillo, regodeándome con la petulancia del triunfo de que me haya preguntado a mí y no a él.
—Ya nos ha dado la mayor pista —respondí—. Se nombró a sí mismo.
—Ya sabíamos su nombre —dijo Nathan—. O… tal vez. No sabemos si el caníbal es Gidri o uno de sus amigos, pero de cualquier forma, el nombre no nos ayuda.
—Su verdadero nombre no lo haría —asentí—, no con Brooke aún alterada por Gidri para hablar con nosotros. Pero su carta tenía algo mejor: él eligió un nombre para sí mismo. Podría haberse llamado cualquier cosa en el mundo y escogió El Cazador. Eso dice muchísimo.
—¿Y es significativo cómo? —insistió—. Es lo mismo que la metáfora sobre leones y antílopes.
—En esa metáfora, él se describió como un depredador. Un cazador es otra cosa. Queriendo o no, nos está diciendo que la caza en sí misma es importante; no solo comerse a la víctima, sino encontrarla, acecharla. Alinear sus movimientos con los de ella. Se ve a sí mismo con un cazador.
—¿Y su presa es un grupo de vagos en una pizzería? —continuó Nathan alzando las cejas.
—Su presa somos nosotros —dijo Trujillo con voz grave.
—Creo que podemos ser más específicos —comentó Ostler—. Si se aplica la teoría demográfica, las dos víctimas hasta ahora representan a dos de las tres personas que mataron a Mary Gardner —sus ojos se fijaron en mí—. Tú eres la tercera, y él ya sabe tu nombre.