El universo en una taza de café

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2. Estrellas convertidas en dioses. La civilización egipcia

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ESTRELLAS CONVERTIDAS EN DIOSES.

LA CIVILIZACIÓN EGIPCIA

La civilización egipcia parece fascinar a todo el mundo. Existe una gran cantidad de información acerca de la cultura del antiguo Egipto, pero por desgracia ésta ha sido tergiversada por una gran cantidad de autores de libros y documentales de «misterio» que están firmemente convencidos de que, cuanto más descabelladas sean sus ideas y menos pruebas aporten para respaldarlas, más público los comprará.

No se queda corto el número de teorías que afirman sin ningún tipo de fundamento que la civilización egipcia recibió la ayuda de extraterrestres, alegando que sus monumentales construcciones no podían haber sido erigidas por seres humanos en aquella época. No entraré en detalles al respecto de esto, sólo haré un par de apuntes.

Aunque no sepamos exactamente qué sistema utilizaron, sí que conocemos varios métodos simples que permiten a un grupo pequeño de gente mover cargas enormes. Por otro lado, no existe ningún jeroglífico que represente a una nave extraterrestre llevando piedras de un lado a otro y, en cambio, sí que existen jeroglíficos donde aparece gente transportando estatuas gigantescas, por ejemplo.[6]

Pero, bueno, este libro va de las luces que están en el cielo sin caerse. Y precisamente los egipcios llevaron un paso más allá su estudio para mejorar su manera de predecir el tiempo. Quiero decir el paso del tiempo, no el tiempo meteorológico. Ése es muy fácil de predecir en Egipto.

La civilización egipcia estaba asentada a orillas del río Nilo, una poderosa lengua de agua rodeada por un denso rastro de vegetación a su paso a través del desierto. No, en serio, mirad imágenes de Egipto tomadas por satélite y veréis lo fácilmente que se distingue el curso del río en el paraje desértico; es como una vena verde en medio de la nada.

Los egipcios no tenían tanto interés en predecir los cambios de estación como los habitantes del Valle de las Maravillas porque las temperaturas a lo largo del curso del río Nilo no suelen bajar de los 5 º los 10 ºC en invierno,[7] así que no tenían que preocuparse de morir de hipotermia ni de desplazarse a otro lugar antes de que el río se congelara ni nada por el estilo.

La supervivencia de la civilización egipcia no dependía de su capacidad para anticipar los cambios de estación, sino de saber cuándo llegaría un fenómeno mucho más concreto.

Durante unos cinco meses al año, el caudal del río Nilo crece y el nivel de sus aguas sube entre 7,6 y 13,2 metros, para luego volver a bajar. Cuando el agua retrocede, deja las orillas del río cubiertas con una capa rica en nutrientes de limo y tierra. La fertilidad de este río es, precisamente, la que permitió que en sus orillas se desarrollara una civilización tan grande como la egipcia.

Pero, claro, que el nivel del agua suba tantos metros presenta algunas desventajas…, entre ellas, su capacidad para inundar y destruir poblados y cultivos. Para proteger los asentamientos de la crecida del río, cada año convenía prepararse y construir barreras de contención antes de que ésta tuviese lugar, y para ello había que saber con antelación cuándo iba a ocurrir.

Los egipcios tuvieron tiempo de sobra para mirar las estrellas y buscar alguna que les permitiera predecir la crecida del río Nilo, ya que los primeros asentamientos alrededor de este río datan de alrededor del año 5.500 a. C. y las primeras señales de una civilización egipcia aparecen alrededor del año 3.000 a. C. Como no tenían calendarios con fotos de sus faraones en cada casa para ir tachando días y medir así el paso del tiempo, adoptaron la misma solución que los señores del Valle de las Maravillas: se fijaron en el firmamento.

No obstante, la crecida del río no era un fenómeno tan regular como el cambio de estación: podía adelantarse o retrasarse. Y para tener tiempo de prepararse había que poder predecirla con antelación suficiente, incluso aunque llegara antes de lo previsto. Los egipcios se dieron cuenta de que un punto especialmente brillante en el cielo aparecía un poco antes de que empezara la crecida del río. Ese punto es la estrella que hoy en día conocemos como Sirio, y es el cuarto objeto más brillante del cielo nocturno (después de la Luna, Venus y Júpiter).

O sea que, cuando Sirio aparecía en el cielo, había llegado la hora de prepararse para la crecida del río.

Pero, claro, los egipcios no tenían los conocimientos sobre el cielo que tenemos hoy en día y, además, ya de por sí en la Antigüedad la frontera entre la percepción de los conceptos de casualidad y causalidad era bastante difusa. Ellos no veían la llegada de Sirio como la estrella que casualmente aparecía un poco antes de que el río creciera, sino como la estrella que causaba la crecida del río. Además, Sirio está en la dirección en la que apuntan las tres estrellas alineadas del cinturón de Orión, así que ¿qué otra señal necesitaban de que no se trataba de una coincidencia?

Pero, oye, ¿qué significa esto de que Sirio sale en determinada época del año?

Ah, sí, perdona, voz cursiva.

Estamos rodeados de estrellas en todas las direcciones, como si nos rodearan formando una esfera, pero no podemos verlas todas a la vez. Esto se debe a que sólo somos capaces de verlas durante la noche o, lo que es lo mismo, en el lado del planeta donde no da el Sol. Por tanto, nuestra posición en la órbita limita las estrellas que podemos observar en esta esfera imaginaria que nos rodea.

O sea, que cuando se dice que Sirio «sale» tal día del año, significa que la posición de la Tierra a lo largo de su órbita permite que aparezca en el cielo por encima del horizonte en un lugar concreto de la superficie terrestre.

Total, que para los egipcios no era descabellado pensar que ese punto brillante en el cielo al que no parecían afectarle las leyes terrenales fuera la manifestación de alguna fuerza divina que les guiaba a través de un mundo aparentemente caótico. Esta estrella, que, al parecer, traía la abundancia fue bautizada con el nombre de Sopdet, que, literalmente, significa «aquella que es brillante», y aparece representada en la mitología egipcia como la diosa de la prosperidad.[8]

Como veis, hemos podido explicar un aspecto de la cultura egipcia sin recurrir a los extraterrestres.

TODO LO RIGE UNA ESTRELLA

La civilización egipcia desarrolló un calendario basado en la inundación del Nilo que empezaba el día en que ésta tenía lugar y duraba 365 días, que estaban divididos en 12 meses de 30 días y 5 días extra. Pero debido a que el año dura en realidad 365,2422 días, el día del año en el que ocurría la inundación iba retrasándose poco a poco con el tiempo, así que valía más la pena fiarse de la salida de Sirio (o Sopdet) que de la fecha de sus calendarios.

Los egipcios no sólo se fijaron en Sirio para predecir la crecida del río. Notaron que la posición de las estrellas parecía afectar también a sus cultivos y a la aparición de ciertos animales. Usando estas relaciones podían saber cuándo plantar, cosechar o cazar, lo que les facilitaba mucho la vida, teniendo en cuenta que su sustento dependía de que enterraran las semillas en el momento justo para que pudieran dar frutos o de que estuvieran seguros de que iban a encontrar perdices después de haber hecho un largo viaje hasta una zona de caza.

Por supuesto, los egipcios no eran conscientes de que estas relaciones con las estrellas eran una coincidencia y que, en realidad, lo que provocaba todos estos cambios a su alrededor era el propio clima terrestre, en constante cambio debido a la influencia del Sol, la única estrella que tiene algún efecto sobre nuestro planeta, a lo largo del año. Así que ellos siguieron a su bola asignando dioses a los puntos brillantes que parecían coincidir con fechas importantes.

La asignación de dioses a los cuerpos celestes también era una herramienta para intentar explicar qué ocurría en los cielos y, además, una prueba de que no había extraterrestres por ahí para explicarles qué diablos estaba pasando sobre sus cabezas.

EL CONTEXTO SÍ QUE IMPORTA

Para entender la visión que los egipcios tenían del cosmos, veamos qué contemplaban a su alrededor a diario.

La civilización egipcia estaba asentada en las orillas fértiles del Nilo, donde la inundación anual permitía la agricultura altamente productiva que posibilitaba su sustento. La inundación ocurría en un intervalo de tiempo regular, igual que el paso del Sol, que orquestaba el día a día de los seres humanos. Los egipcios veían esta regularidad como una manifestación de un orden universal al que llamaban maat y que era mantenido por los dioses, los propios cuerpos celestes. Los dioses se encargaban de mantener el maat en la naturaleza, mientras que el faraón, el representante de los dioses en el plano terrenal, era el encargado de mantener el orden entre la población.

El contraste entre la vida a orillas del Nilo y el resto de la zona es brutal. A excepción de su desembocadura en el Mediterráneo, más allá de las frondosas orillas del río se extienden cientos de kilómetros de puro desierto, que en aquella época estaba habitado por pueblos que los egipcios consideraban los enemigos incivilizados del maat.

Teniendo en cuenta que poca gente atravesaría todo ese desierto para ver qué había al otro lado, no es extraño que los egipcios creyeran que la Tierra era una planicie desértica inmensa con el río Nilo en el centro, todo ello rodeado por una especie de océano infinito de «agua sin forma». De día, el Sol, Ra, recorría el cuerpo de Nut, el cielo, hasta esconderse bajo el horizonte y pasar a Duat, una especie de inframundo situado bajo la Tierra plana donde iban las almas de los muertos (las de los buenos y las de los enemigos del orden iban al mismo sitio, aunque cada uno recibía un trato diferente). O sea, que su visión del universo era algo así:

Es normal, ya que los egipcios no tenían manera de explicar qué proceso natural podría mantener el orden en el firmamento, así que idearon un sistema de mitos que daba respuesta a sus preguntas. ¿Cómo puede aquel disco brillante esconderse por un lado del horizonte y aparecer por el otro? ¿Qué hace que su brillo varíe durante el día? ¿Por qué nunca se detiene en su camino? ¿Por qué las estrellas aparecen de noche y desaparecen de día?

Todas estas preguntas tienen respuesta en la mitología egipcia.

El dios del Sol, Ra, materializado en el astro rey, presenta su máximo poder a mediodía y va perdiendo su fuerza durante la tarde. Cuando llega hasta Akhet, el horizonte, está tan débil que escupe a todas las deidades que se ha tragado al amanecer (las estrellas). Cuando entra en Duat, el inframundo bajo tierra, Ra se mete en una barca para recorrer el camino plagado de obstáculos hasta el otro extremo del horizonte. Entre ellos se encuentra la serpiente Apep, que representa la destrucción y el desorden y amenaza con hundir la barca de Ra durante su viaje y sumir la creación en el caos. Por suerte, Ra cuenta con la ayuda de otros dioses que le ayudan a combatir contra la serpiente.

En el punto más importante de su viaje por Duat, Ra se une al dios Osiris, que había sido destruido por el dios Seth. Esta unión ayuda a Ra a recuperar su fuerza para salir de Duat y volver a aparecer en la Tierra, tragándose las estrellas de nuevo.

Y los egipcios estaban convencidos de que este berenjenal tenía lugar cada día.

LOS EGIPCIOS TENÍAN RESPUESTAS PARA TODO

No sólo la naturaleza cíclica del universo intrigaba a los egipcios. También se hacían otras preguntas como, por ejemplo, ¿por qué brillaba tanto el Sol y tan poco la Luna, si los dos eran discos del mismo tamaño?

La respuesta era lógica, claro: el dios Seth arrancó uno de los ojos de Horus, dios del cielo, que luego fue sanado por Thoth o Hathor. En la mitología egipcia, el Sol y la Luna se corresponden con cada uno de los ojos de Horus, por lo que la destrucción y restauración de uno de los ojos explicaba por qué uno de ellos brillaba menos.

Los egipcios recurrieron al uso del cielo para llevar a cabo sus rituales a un nivel que dejaba a los creadores de Stonehenge en calzoncillos… Aunque, bueno, probablemente tampoco llevarían puesta mucha más ropa de todas maneras.

Las construcciones egipcias eran mucho más grandes y complejas, pero la astronomía seguía teniendo un gran papel en su orientación sobre el terreno. Los conductos de ventilación que apuntan al sur en la gran pirámide, por ejemplo, señalaban hacia Sirio y las estrellas del cinturón de Orión, mientras que los conductos del norte señalaban hacia «los inmortales», las estrellas del norte que nunca se ponían tras el horizonte.

Los templos estaban orientados hacia puntos del paisaje en los que tenían lugar acontecimientos celestes importantes: los lugares por los que se ponía el Sol en un solsticio o un equinoccio, posiciones relacionadas con las estrellas más brillantes del cielo egipcio o, simplemente, con los cuatro puntos cardinales.[9] En concreto, las pirámides contienen un largo respiradero en su interior que va desde la cámara en la que está enterrado el faraón hasta la cara exterior de la estructura. Este respiradero está inclinado de manera que apunta directamente hacia el área circular de 10º delimitada por Los Indestructibles, las dos estrellas brillantes que en aquella época daban vueltas alrededor del polo norte celeste. Los egipcios creían que aquella zona del cielo era el portal hacia el paraíso y, por tanto, este túnel que apunta directamente hacia él facilitaría el trabajo al alma del faraón para alcanzarlo.[10]

Oye, me acabo de dar cuenta de que estás hablando de esas dos estrellas en pasado… ¿Acaso ya no están ahí? ¿Alguien las ha movido de sitio a lo largo de miles de años?

Nadie ha movido las estrellas de sitio, querida voz cursiva. Se ha movido el propio cielo. Ahora te lo explico.

EL FIRMAMENTO NO SABE ESTAR QUIETO

Si hacemos memoria, recordaremos haber aprendido en el colegio que la Tierra da vueltas alrededor del Sol (hasta ahí bien) y además rota alrededor de su propio eje. Como he explicado, este eje está inclinado 23º, inclinación que permite al planeta realizar un tercer movimiento.

Imaginemos que… Bueno, no hace falta imaginarlo, podéis hacerlo físicamente si queréis. Necesitaréis una fruta que tenga una forma más o menos esferoidal, como una naranja o un tomate, y dos palillos largos. Atravesad verticalmente la fruta con uno de los palillos e inclinad la fruta un poco. Esto representará el eje de rotación de la Tierra. Ahora atravesad verticalmente la fruta con el eje inclinado con el otro palillo. Si giráis este segundo palillo, el eje de la fruta empezará a dar vueltas alrededor de él.

Este movimiento lo realiza también la Tierra y se llama movimiento de precesión. Como no creo que el ejemplo de los palillos haya quedado muy claro, aquí tenéis un dibujo que lo representa.

La Tierra tarda unos 26.000 años en realizar este giro, así que no vamos a notar sus efectos durante nuestras cortas vidas, pero tiene un efecto muy curioso y poco intuitivo si no estamos familiarizados con él. Cada noche, las estrellas salen por el oeste y se ponen por el este; eso no es ningún secreto de Estado. Durante el año, muchas de las estrellas que vemos en el cielo van cambiando porque la Tierra se desplaza alrededor del Sol y la perspectiva que tenemos del firmamento que nos rodea es ligeramente distinta cada día.

Aun así, hay estrellas que están presentes en el cielo durante todo el año y otras que incluso están presentes en el firmamento durante toda la noche, sin llegar nunca a desaparecer tras el horizonte. Esto se debe a que están por encima o por debajo del plano del sistema solar y, por tanto, son visibles desde cualquier punto de nuestra órbita.

Un ejemplo es la estrella polar en el hemisferio norte, que permanece siempre estática en el mismo punto y que utilizamos para encontrar en norte geográfico. En el hemisferio sur no hay ninguna estrella en el polo celeste, pero sí que hay algunas alrededor. Estos puntos más altos del cielo, tanto en el hemisferio norte como en el sur, están alineados con el eje terrestre, y alrededor de ellos «gira» el firmamento durante la noche debido al movimiento de rotación terrestre.

Pero, claro, a lo largo de 26.000 años, la dirección en la que apunta el eje terrestre va variando debido al movimiento de precesión y, como resultado, las estrellas que están exactamente sobre los puntos norte y el sur geográficos van cambiando.

Por eso nuestros antepasados no encontrarían el norte de la misma manera que nosotros, que simplemente buscamos la estrella polar, ya que debido a la precesión la distribución de las estrellas respecto a los polos norte y sur celestes habrá cambiado.

La estrella polar, por ejemplo, seguirá siendo una buena aproximación para saber dónde está el polo norte durante otros mil años, más o menos, pero luego ya estará demasiado lejos de ese punto como para ser una medida fiable y será más conveniente usar la estrella Alrai como referencia. En doce mil años, Vega será la estrella más cercana al norte en el hemisferio norte.[11]

En el tiempo de los egipcios no había una estrella fija en el polo norte celeste. Aun así, sus construcciones están muy bien orientadas respecto al norte en aquella época y no se sabe exactamente qué método utilizaron para encontrarlo, aunque el análisis del cielo en esa época (simulado por ordenador) sugiere que muy probablemente usaron la alineación entre tres estrellas (Mizar, Kochab y Zeta Ursae Minoris), ya que la línea que formaban estos tres cuerpos celestes prácticamente coincidía con la dirección del norte real en el horizonte.[12]

El problema es que ellos no sabían que las estrellas que delimitan el norte van cambiando con el paso del tiempo, demasiado despacio como para ser percibido durante una vida humana. Como la civilización egipcia se mantuvo en pie casi tres mil años, la precesión fue cambiando las estrellas de sitio mientras ellos seguían utilizando el mismo método para encontrar el norte.

Por este motivo las construcciones que estaban alineando con su método quedaban cada vez más desviadas del norte real y, de hecho, hoy en día los arqueólogos pueden datar el período en el que fueron construidas las estructuras midiendo lo desviadas que están respecto del norte real.[13]

Por cierto, otra prueba de que a los egipcios no les ayudaron los extraterrestres es que sólo conocían cinco planetas de nuestro sistema solar: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno… Los únicos que son visibles a simple vista, vaya. Bueno, y tampoco sabían que eran planetas, simplemente los veían como luces que se movían de manera diferente al resto en el cielo y creyeron que se trataba de luces especiales entre todos esos puntos brillantes.

Eh, eh, a lo mejor los alienígenas tampoco conocían la existencia de esos otros planetas.

¿De verdad crees que una civilización capaz de realizar largos viajes por el espacio no conocería la existencia de todos los planetas del sistema solar, voz cursiva? Bueno, a medida que avance el libro verás que es inevitable descubrirlos cuando una civilización adquiere unas nociones básicas sobre las leyes de la naturaleza y cierto grado de desarrollo tecnológico, ya sea por su observación directa o por la detección de su influencia gravitatoria sobre otros cuerpos.

Pero para eso aún queda un rato. Ahora os hablaré de los babilonios y profundizaremos más en este tema, que tiene tela.

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