El que abre el camino: 24 historias macabras

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ATRAPADA EN EL SACO

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ATRAPADA EN EL SACO

(The Grab Bag)[69]

—En este saco —dijo aquel hombrecillo marchito— tengo un fantasma.

Nadie dijo nada. Esperaban a ver en qué paraba la broma, pero el hombrecillo marchito parecía muy solemne, muy serio.

—Pero no quiero este fantasma —siguió diciendo—. Prefiero venderlo… ¿Quién ha dicho algo de no sé cuántos dólares?

Alguien mostró un billete en alto.

—Gracias —dijo el hombrecillo marchito y se fue.

Nadie sabía quién era ni qué tenía en verdad en aquel saco. La fiesta de fin de semana era una de esas en las que todo el mundo está empapado en alcohol, y cuando al anfitrión le dio por sugerir una subasta, los invitados reaccionaron dando rienda suelta a su hilaridad. La gente comenzó a ofrecer toda suerte de cosas, a cada cual más fantástica y disparatada. Así que a nadie le pareció extraño, más allá de la originalidad de la broma, que Orlin Kyle decidiera comprarse un fantasma. Era el alma de todas las fiestas. Un tipo simpático y elegante, con aspecto de querubín, muy dado a los golpes de efecto y a las bromas.

Así que se compró el saco con el fantasma, o lo que realmente contuviese. El hombrecillo marchito se había largado de allí rápidamente, sin que pudiera preguntársele nada sobre aquello. Sólo un rato después los unos comenzaron a interrogar a los otros acerca de quién era, de dónde había salido, qué hacía allí, todo eso. Pero nadie se preguntó ni preguntó a los demás a propósito del hombrecillo marchito mucho rato, pues el licor era excelente y Kyle no paraba de bromear a propósito del saco.

Era un burdo saco de arpillera, excesivamente grande para lo poco que pesaba su contenido, fuese lo que fuera. Las protuberancias que se marcaban en la arpillera sugerían, sin embargo, que en el interior del saco había algo más bien maleable que cambiaba de forma en cuanto sentía alguna presión exterior. Nadie, en cualquier caso, acertaba a imaginar siquiera qué podía ser aquello que contuviese el saco de arpillera, que estaba cerrado por una soga bien anudada. Kyle se echó el saco sobre un hombro y comenzó a moverse por los salones de la casa diciendo lo primero que le venía a la cabeza a quien quisiera oírle. Gracias a la generalizada intoxicación etílica, muchos tomaron sus bromas y discursos incongruentes por una chiquillada más de las muchas que hacía Kyle, quienes le conocían lo sabían bien.

Así llegó a la cocina, donde se encontró con el anfitrión, Johnny Vail, que llevaba a su esposa, la señora Vail, un montón de vasos y de botellas.

—Aquí está Orrie —dijo la señora Vail, una mujer menuda, morena y de ojos tristes, que ahora sin embargo brillaban.

—Vuestro buen amigo —dijo Kyle—. ¿Os interesa un fantasma?

—Tómate un trago —le dijo Vail.

—Sí, lo haré… Mejor tomaré dos.

—No seas abusón —le dijo la señora Vail mientras le alcanzaba un vaso y una botella.

—No, si no son para mí —dijo Kyle alargando el brazo para hacerse con un segundo vaso, en el que también sirvió whisky—… Un trago me lo tomaré yo y con el otro invitaré al fantasma… Una bebida espirituosa para un espíritu, ya sabéis…

—Pero ¿qué dices de un fantasma? —preguntó Johnny Vail.

—Ya veo, no asististe al final de la subasta que se te ocurrió proponer —dijo Kyle, y procedió a contarle lo que había ocurrido, dando un montón de rodeos, extendiéndose más allá de la propia historia en sí… Y como seguía hablando, Vail y su esposa se pusieron a inspeccionar el saco con relativo interés.

—Y así —concluyó Kyle— me he convertido en el propietario legítimo de un fantasma, de un fantasma de verdad, vivito y coleando.

—O de un gato muerto, a saber… —dijo Johnny Vail más burlón que escéptico, pero sobre todo disgustado.

Kyle no le prestó atención, limitándose a tomar de un golpe su trago. Ya iba a llevarse el segundo vaso a los labios cuando lo interrumpió la señora Vail.

—¡Alto! Creí que ese trago era para tu fantasma…

—Sí, perdona, tienes razón… Pero tengo que tomármelo yo porque este fantasma no bebe. O mejor dicho, no le sienta bien beber con el estómago vacío.

La señora Vail sonreía burlona mientras Kyle se echaba el segundo trago al coleto, un vaso generosamente servido. Pero volvió los ojos hacia el saco de golpe, al percatarse alarmada de que aquello se movía.

—Orrie, ¿qué hay en ese saco? —preguntó aprensiva.

—Veámoslo —dijo Johnny Vail levantando el saco en vilo—. La verdad es que no pesa mucho…

—Bueno, los fantasmas no pesan mucho —dijo Kyle.

Vail puso la mano derecha en el culo del saco.

—Pues sí, hay algo aquí —dijo—. Parece un poco, no sé… blando…

—¿Blando en tanto que amoroso? —dijo en broma Fran Vail—. A ver, Johnny, déjamelo…

Vail alargó el saco a su esposa. Cuando lo tomó en vilo, se le cayó al suelo el vaso que sostenía en la otra mano, que se hizo añicos contra el suelo. Ninguno prestó atención al percance.

Fran Vail palpó con sus dedos, con bastante precaución, un lado del saco.

—Tienes razón, Johnny… Noto algo… no sé, es una cosa…

Su boca se torció en una sonrisa leve, aunque confiada, y comenzó a apretar el bulto del saco contra su cuerpo.

—Es algo… dulce, blandito —concluyó—. Tiene que ser un fantasma encantador.

Kyle sacudió la cabeza.

—No, nada de eso, no tan encantador —dijo casi en un susurro—. Supongo que estará encerrado en el saco por una razón… O tiene garras, o tiene dientes.

Johnny se echó a reír.

—Bueno, ¿por qué no lo comprobamos abriendo el saco de una maldita vez? ¿Por qué no le hincamos el diente? —dijo.

—No creo que nos guste el sabor de la arpillera —dijo Kyle mientras se servía más whisky—. No, Fran, espera… No lo abras, por favor.

—¿Por qué no? —ya bregaba ella con la soga que ataba el saco—. Deja de hacer el payaso, Orrie… Veamos qué tienes aquí metido…

Pero Fran Vail soltó el saco de golpe, dando un grito y dejándolo caer. El saco se movió de un lado a otro en el suelo, sin emitir un solo sonido. Y allí quedó, abultado, yaciente, ahora inmóvil.

—Es que… —comenzó a decir Vail como si se disculpara, con la voz temblorosa pero intentando esbozar una sonrisa— eso está vivo… Hay algo vivo en ese saco, Orrie.

—Claro —replicó Kyle—. Es un muerto viviente… Un fantasma.

La señora Vail se dirigió a la puerta. Había premura en sus pasos y tenía una expresión de pánico en los ojos, a duras penas contenido. Ya en la puerta se detuvo y miró el saco.

—Quizá he bebido demasiado, más de lo debido —dijo con voz muy baja.

Salió al vestíbulo de la casa, meditabunda, con los dedos de una mano sellando sus labios, como ausente.

Johnny Vail se dirigió ceñudo a Kyle.

—Bueno, ¿me vas a decir de una maldita vez de qué va todo esto? —le dijo—. Has asustado a Fran, ¿no te das cuenta?

—No, yo no la he asustado. Ha sido él —dijo Kyle señalando el saco.

Vail cerró el puño, amenazante.

—Mira, Orrie, me parece que ya está bien de bromas, ya hemos tenido suficiente.

—Mira, tómate un trago y relájate un poco, no es para tanto —dijo Kyle recogiendo el saco del suelo y encaminándose hacia la puerta.

Sintió que lo seguía la voz de Johnny Vail.

—Oye, ¿adónde crees que vas?

—Voy a ver a Fran. Quiero disculparme, ¿vale?

—Vale.

Salió Kyle con el saco agarrado por la soga que lo cerraba.

Encontró a la señora Vail en el salón, sentada en un sofá con otros dos invitados. Los tres estaban de espaldas a la puerta, pero Kyle reconoció de inmediato a quienes conversaban con la anfitriona. Eran Pete y Eileen Clement, un matrimonio joven y un poco tímido; no tenían mucho que ver con el resto de la gente allí reunida. El esposo, hasta donde había podido comprobarlo Kyle, era uno de esos tipos que te miran con la nariz alzada, por encima del hombro. Ella no estaba del todo mal, tenía alguna posibilidad; una chica menuda y muy mona, con unos ojos muy grandes.

Kyle se acercó despacio al sofá y, plantándose ante la señora Vail, le puso el saco casi a la altura de la cara. El resultado superó sus expectativas. Pareció como si la dueña de la casa fuese a desmayarse, pero reaccionó dando un salto, haciendo a un lado el saco para marcharse de allí. Pero Kyle se lo impidió.

La arrinconó riéndose entre dientes, empujándola hasta un rincón y moviendo el saco ante ella, para asombro de los Clement. Notó Kyle que a Pete Clement se le entrecerraban los ojos, y que a Eileen, por el contrario, se le desorbitaban. Había atraído su atención, que era, en cualquier caso, lo que deseaba… No tenía que preocuparse por eso, en lo que a la señora Vail se refería, pues ella se la prestaba, preguntándole con los ojos qué pretendía, por qué era tan animal.

—No, Orrie —dijo con la voz angustiada—; no, por favor…

—Uuuh… El fantasma quiere conocerte.

—Orrie, por favor, no puedo…

—Uuuh… ¿Quieres ver al fantasma?

—Orrie, no, por favor…

—¡Déjala en paz! —intervino entonces Pete Clement, levantándose del sofá—. No tiene ninguna gracia…

Como Clement era un joven más bien enclenque, Kyle lo ignoró, hasta que el otro se acercó hasta ellos y le repitió lo que le había dicho, pero dándole ahora unos golpecitos en el hombro.

Kyle se giró para golpear a Clement con el saco en la boca. El joven retrocedió hasta casi chocar con Johnny Vail, que justo en ese momento hacía su aparición en la escena.

La señora Vail pudo escapar entonces del acoso de Kyle, que no obstante salió tras ella. Y cuando Johnny Kyle se le plantó en medio, Kyle cometió el error de intentar golpearlo con el saco también a él.

El resultado de su intentona fue que Orlin Kyle retrocedió unos pasos y cayó estrepitosamente al suelo, arrastrando consigo una lámpara y una mesita, y golpeándose la cabeza tan fuertemente que perdió el conocimiento.

Lo primero que vio, al despertar, fue a una chica rubia que se inclinaba sobre él para preguntarle qué tal se sentía. Tenía una botella en una mano y sendos vasos en la otra.

A duras penas consiguió incorporarse algo, apoyando un codo en el suelo. Se percató entonces de que el salón estaba desierto. Se quedó mirando a la chica mientras repasaba con una mano su cabeza dolorida.

—Idiota… —le dijo la rubia—. Anda, toma un trago, creo que lo necesitas.

La chica era Sandra Owen, la novia de Kyle. Bebió un sorbo del vaso que Sandra le ofrecía, y ella, después, hizo lo mismo, sólo que bebiendo directamente de la botella. Bebieron juntos varios tragos.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera de combate? —preguntó Kyle al cabo.

—No lo sé… Alguien me dijo que estabas aquí tirado…

—¿Y dónde has estado metida todo este tiempo? —preguntó él.

—Por ahí, dando vueltas.

Evitó más preguntas ofreciéndole la botella para que bebiese un poco más.

—Bebe, es bueno para el hígado —lo animaba—. Harías mejor en no buscar bronca con Johnny —añadió—. Sabes bien que es como un reptil, un tipo rastrero.

—¿Te contó algo?

Sandra negó con la cabeza, limitándose a señalar el saco.

—He oído decir algo acerca de ese saco —dijo ella señalándolo.

—Ya… —Kyle se acariciaba la mandíbula dolorida.

—¿Y de dónde lo has sacado?

—En la subasta —y frunció el ceño, muy molesto—. Maldita sea, Sandra, ¿es que no te has enterado de nada? ¿Dónde estabas? Me gustaría saber…

Ella sacudió la cabeza.

—No, responde tú primero —dijo—, ¿quién te vendió ese saco?

—Yo qué sé… Un tipo que andaba por ahí. Un viejo… Nadie lo había visto antes.

—Fran Vail dice que ibas contando por ahí que era un brujo…

—Era parte de la broma.

—Bueno, pues parece que se lo ha creído… Dice que tiene poderes y que por eso se asustó tanto; dice que es muy receptiva, o no sé qué… Que le dio mucho miedo por lo que pudiera haber en el saco.

—Es una loca con la cabeza llena de mierda, eso es lo que es —dijo Kyle—. En ese maldito saco no hay nada.

—¿Lo has comprobado?

Kyle negó con la cabeza. Alargó los dedos temblorosos para tomar otro trago.

—Pues veámoslo —dijo Sandra.

—Aún no.

—¿Por qué no? ¿Qué importa ya? Tu broma se ha desinflado por completo.

¿De veras? Kyle pareció sombrío. No había montado todo aquel número sólo para recibir un puñetazo en la cara. Y no estaba acostumbrado a que sus bromas acabasen con todo el mundo riéndose de él, o compadeciéndose. Tenía que haber alguna forma de dar la vuelta a las cosas. Sí, le temblaban las manos pero la cabeza ya la tenía en perfecto orden.

—Oye, Sandra… Tengo una idea —dijo.

En tono bajo le contó lo que se le acababa de ocurrir. Ella escuchó sin interrumpirlo.

—¿Lo harás? —le preguntó él cuando acabó.

Sandra asintió.

—No tengo nada contra ella —dijo—, pero Johnny me parece… —y se interrumpió, evitando la mirada de Kyle.

Kyle, como la conocía bien, supo que ocultaba algo, comenzó a sospechar algo… Pero trató de quitarse de encima aquellos pensamientos. No podía hacer nada con la coquetería de Sandra. Era una chica con la cara de una Mona Lisa lasciva. Pero era lo único que amaba en este mundo. Y era, seguramente, la única persona que lo amaba de veras.

Siguieron sentados en el suelo hasta que acabaron la botella. Para entonces era ya muy tarde y la casa estaba en completo silencio, todos se habían ido a dormir a sus cuartos, en la planta superior, repartiéndose por las distintas habitaciones.

Kyle y Sandra subieron despacio por la escalera. Llamaron discretamente a varias puertas. Si quienes ocupaban aquellas habitaciones aún estaban despiertos, responderían a la llamada… Nadie lo hizo. Todos dormían tranquilamente.

Sandra se dirigió luego hasta el final de la planta, donde estaba la habitación de los Vail. Llamó levemente a la puerta. Al poco abrió Johnny Vail, frotándose los ojos.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Es Orrie… Creo que está mal…

—Vaya, Orrie… —Vail sacudió la cabeza—. Será otra de sus bromas…

—No, se siente mal de verdad, Johnny… Tienes que verlo.

Vail se puso el batín y la siguió hasta el vestíbulo a oscuras de la planta superior. La puerta de la habitación que le había sido asignada estaba entreabierta, y Sandra lo hizo entrar allí. Cerró entonces la puerta, quedándose ella fuera. Luego se fue sin esperar a la reacción de Vail. No creía que montase un escándalo a voces, así que habría tiempo para hacer lo que se proponían.

Se reunió con Kyle al final del pasillo. Llevaba el saco consigo, salía de una de las habitaciones.

—¿Todo listo?

—Sí —dijo ella—. ¿Has cerrado con llave a los Clement?

Kyle asintió.

—Claro, ahora vayamos por los otros, hagámosles salir —dijo.

No les resultó difícil. Con Johnny golpeando la puerta a un extremo del pasillo, y con Pete Clement haciendo lo mismo en el otro extremo, al poco todos los huéspedes estaban en el pasillo, frente a la habitación de los Vail, riéndose unos y temerosos los otros, pero todos más o menos intoxicados etílicamente… Se oían palabras inconexas, sonidos sordos.

—Vamos —dijo Sandra.

Kyle abrió la puerta tranquilamente. Su mano libre encontró el interruptor de la luz.

La señora Vail, arropada en una de las dos camas de la habitación, dormía profundamente a pesar de la agitación que se daba en el pasillo, ante su puerta. Pero no tardó mucho en despertarse por culpa de la luz.

—La perfecta anfitriona —dijo Sandra.

Tras ella, agolpados en la puerta pero sin atreverse a entrar, varios de los huéspedes. Pudieron ver cómo Kyle se sentaba en la cama de Fran.

Sacó de golpe el saco, que llevaba escondido a su espalda.

Fran Vail dio un grito que, sin embargo, quedó ahogado por la risa de los que observaban la escena desde la puerta.

—Ya ves, aquí nos tienes —dijo Kyle, esperando la jocosa reacción de su público—. Y aquí te ofrezco, querida, un magnífico ejemplar de fantasma… Insiste en que desea conocerte, lleva toda la noche diciéndome lo mismo… ¿Quieres verlo?

—Orrie —suplicó la señora Vail—, déjalo ya, por favor… ¿Dónde está Johnny?

No hizo falta que Kyle dijera nada. Se oían golpes lejanos, como martillazos, en una puerta.

Kyle agitó de nuevo el saco ante los ojos de Fran.

—Perdona que hayamos asaltado tu privacidad —lo dijo con su mejor pronunciación británica, algo que hace mucha gente que quiere aparentar respetabilidad, sobre todo los que están borrachos—. Pero hemos hecho varias consultas, aquí, entre todos, para llegar a la conclusión de que ha llegado el momento…

—¿Qué momento?

—La hora bruja… La hora de liberar al fantasma.

Kyle sonrió. Su acento impostado se hizo aún más notable.

—Como buena anfitriona que eres, deberías de hacernos los honores —y agitó de nuevo el saco ante ella—. Así que hazlos, querida, hazlos…

Fran Vail no tenía ganas de sonreír, y mucho menos de manera tan burlona como lo hacía él. Sacó fuerzas de flaqueza para arrancarle el saco de las manos y arrojarlo lejos de sí. Luego se recostó de nuevo sobre los almohadones. Y se desmayó.

Se dejó sentir entonces una voz:

—Déjalo ya, Orrie, mira lo que has hecho…

Varios de los que asistían a la escena corrieron hasta la cama, con cierto remordimiento, diciendo cosas a Fran Vail para que recuperase la consciencia. Kyle se mantenía a un lado, mirando. Buscaba con los ojos el saco. Sandra lo había recogido; estaba sentada en el suelo, en un rincón, observando, jugueteando con la cuerda que cerraba el saco.

—No lo abras —dijo Kyle.

Sandra se quedó mirándole; se dio cuenta de que le resultaba difícil verlo, de que sus ojos le ofrecían una visión algo borrosa.

—Déjame en paz, tú ya te has divertido bastante —le respondió—. Además, prometiste que me dejarías abrirlo si te ayudaba.

Kyle se dirigió raudo a ella, que puso un gesto muy violento.

—Lárgate, no trates de impedirme que lo haga, ¿me oyes? Ya te has pasado con tu maldito fantasma, ahora me toca a mí divertirme un poco —y comenzó a desatar el nudo de la cuerda que cerraba el saco.

Kyle se quedó mirando entonces al grupo de gente que rodeaba la cama de la señora Vail. Entonces, irguiéndose, alzando los hombros y poniendo su mejor voz, dijo:

—Damas y caballeros, les ruego atención…

Todos se giraron al oírle. La señora Vail parpadeaba, empezaba a volver en sí.

—Les quiero presentar una auténtica maravilla, llegada hasta nosotros a través de las edades —siguió diciendo Kyle—. Como nuestra anfitriona está indispuesta, y es a ella a quien correspondería mostrarnos al fantasma, será Sandra quien lo haga… Aun invisible, aun impalpable, damas y caballeros… ¡he aquí a nuestro fantasma!

Se volvió hacia Sandra, teatralmente, con los brazos abiertos. Ella seguía luchando contra el nudo de la cuerda que cerraba el saco. No parecía tarea sencilla abrirlo. Sandra estaba, no obstante, muy concentrada en la tarea. De golpe, sin embargo, se aflojó la cuerda, y una fuerza ignota que salía del saco hizo que la chica cayese de espaldas con el saco en la cabeza.

Los presentes dieron gritos de sorpresa y Kyle se echó a reír con ganas. Era muy gracioso todo aquello. Sandra consiguió ponerse de rodillas, un tanto conmocionada, aun con el saco cubriéndole la cabeza. Aquello era cada vez más gracioso.

Pero no lo fue tanto, al menos para ella, cuando el saco comenzó a deslizarse hasta sus hombros.

—Hay que quitárselo —dijo alguien.

Kyle fue y se lo sacó cuando ya comenzaba a caerle más abajo de los hombros. Cuando se lo hubo quitado, miró en el interior de la arpillera y comprobó que estaba vacía. Se quedó como hipnotizado, mirando largo rato el oscuro y vacío interior del saco.

Pero al poco comenzó a gritar, a través de la neblina alcohólica que lo envolvía. Y a través de esa misma neblina miró hacia Sandra. Lo que vio en el interior del saco no fue sino un espanto teñido de rojo, difícil de ver a través de una simple mirada. Algo se había comido la cara de Sandra.

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