El puente sobre el río Kwai

El puente sobre el río Kwai


TERCERA PARTE » III

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III

Cuando regresó a la cima de la montaña, el sol ya estaba en lo alto. Sus dos guías, llegados durante la noche, le esperaban con inquietud. Estaba exhausto. Se tumbó para descansar durante una hora, pero no se despertó hasta la tarde, cosa que reconoció disculpándose.

—Bueno… Entonces, supongo que durmió también durante la noche. Era lo mejor que podía hacer. El día siguiente se reincorporó a su puesto, ¿verdad?

—Así es, sir. Me quedé un día más. Había muchas cosas que examinar todavía.

Tenía que observar a los seres vivos, después de haber dedicado ese primer período a la materia inerte. Hechizado hasta entonces por el puente y los elementos del paisaje estrechamente vinculados a la natura operación, sintió súbitamente una profunda desazón ante el espectáculo de sus desgraciados hermanos, a los que observaba con sus prismáticos afanándose en el campamento, reducidos a un abyecto estado de esclavitud. Conocía bien los métodos aplicados por los nipones en los campamentos. Una multitud de informes secretos detallaban las interminables atrocidades cometidas por los vencedores.

—¿Ha presenciado alguna escena brutal? —inquirió Shears.

—No, sir, probablemente no era el día adecuado. No obstante, me sobrecogió pensar que llevan trabajando así durante meses, con ese clima, mal alimentados, en míseras viviendas, sin ningún tipo de cuidados y bajo la amenaza de terribles castigos.

Hizo un repaso de todos los grupos, examinando con los prismáticos a cada uno de los hombres. Quedó horrorizado del estado en que se encontraban. Number One frunció el ceño.

—En nuestro trabajo no hay lugar para demasiadas emociones, Joyce.

—Lo sé, sir, pero es como le digo, son unos verdaderos sacos de huesos. La mayoría tienen los miembros cubiertos de heridas y llagas. Algunos apenas pueden mantenerse en pie. A nadie, en nuestra parte del planeta, se le ocurriría obligar a realizar una obra a unos hombres en un estado físico tan deplorable. ¡Tendría que verlos, sir! Daban ganas de llorar. Los hombres del equipo que tira de las cuerdas para clavar los últimos pilares… Unos esqueletos, sir. Nunca había visto un espectáculo tan horrendo. Es un crimen abominable.

—No se preocupe por ello —dijo Shears—. Los japoneses lo pagarán a su debido tiempo.

—Sin embargo, sir, su actitud me ha causado un gran asombro. Pese a su evidente decaimiento físico, ninguno de ellos parecía realmente abatido. Los he observado bien. Ignoran la presencia de sus guardias, haciendo de ello una cuestión de honor. Ésa es exactamente la impresión que me ha dado, sir: actúan como si los japoneses no estuvieran presentes. Se pasan en la obra desde el amanecer hasta la caída de la noche… y así desde hace meses, sin un día de descanso, probablemente… pero sus rostros no reflejaban desesperanza alguna. A pesar de su vestimenta y su penoso estado físico, no dan la impresión de ser esclavos, sir. He observado bien sus miradas…

Los tres guardaron silencio un buen momento, sumidos en sus propias reflexiones.

—El soldado inglés dispone de inagotables recursos en la adversidad —concluyó Warden.

—¿Realizó alguna otra observación? —preguntó Shears.

—Los oficiales, los ingleses, quiero decir, sir. Ellos no trabajan, sino que están al mando de sus hombres, quienes parecen estar mucho más atentos a ellos que a los guardias. Van en uniforme.

—¿En uniforme?

—Con las insignias, sir. Pude reconocer todos los rangos.

—¡Caramba!… —exclamó Shears—. Los tailandeses habían indicado ese punto, pero no había querido creerles. En los otros campamentos, han hecho trabajar a todos los prisioneros, sin excepción… ¿Había oficiales superiores?

—Un coronel, sir. Con casi toda seguridad, el coronel Nicholson, de cuya presencia nos habían informado, y que fue torturado a su llegada. No abandonó la obra en ningún momento. Sin duda, se encuentra ahí para interponerse, en caso necesario, entre sus hombres y los japoneses, porque tienen que haberse producido incidentes… ¡Debería haber visto el aspecto de esos centinelas, sir! Verdaderos simios disfrazados, con una forma de arrastrar los pies y de contonearse que no tenía nada de humano… El coronel Nicholson, por su parte, muestra una sorprendente dignidad… Un líder a ojos vistas, sir.

—Ciertamente se precisa una inusual autoridad y excepcionales cualidades para mantener la moral en semejantes condiciones —afirmó Shears—. Yo también me saco el sombrero.

Joyce había tenido otros motivos para el asombro en el curso de esa jornada. Prosiguió entonces con su relato, a todas luces deseoso de hacer partícipes a los dos compañeros de su sorpresa y admiración.

—En un momento determinado, un prisionero de un equipo alejado atravesó el puente para ir a hablar con el coronel. Se puso firme a seis pasos de él, sir, con su extraña vestimenta. No resultó ridículo. Un japonés se acercó entonces dando gritos y haciendo molinetes con su fusil. Seguramente el hombre había abandonado su grupo sin permiso. El coronel Nicholson miró al guardia con un gesto bastante expresivo, sir. Vi la escena con todo detalle. El guardia no insistió, se limitó a marcharse. ¡Increíble! Aún hay más: poco antes de caer la tarde, apareció un coronel japonés en el puente; probablemente Saíto, del que nos han destacado su temible brutalidad. Pues bien, y no le miento, sir, se aproximó al coronel Nicholson en actitud de deferencia… Lo ha oído bien, de deferencia. Determinados detalles no dejan lugar a dudas. El coronel Nicholson saludó primero y el otro le respondió precipitadamente, y casi con timidez. ¡Lo vi perfectamente! Luego pasearon el uno al lado del otro. El japonés daba la impresión de ser un subalterno que recibía órdenes. Presenciar todo esto me ha llenado de alegría, sir.

—Digamos que a mí tampoco me contraría —murmuró Shears.

—¡A la salud del coronel Nicholson! —dijo súbitamente Warden alzando su vaso.

—Tiene razón, Warden, a su salud, y a la de los quinientos o seiscientos desventurados que están viviendo un infierno a causa de ese maldito puente.

—Es una pena, en cualquier caso, que el coronel Nicholson no nos pueda ayudar.

—Tal vez sea una pena, pero usted conoce bien nuestros principios, Warden; debemos actuar solos… Pero volvamos un poco al puente.

Siguieron hablando del puente toda la velada. Estudiaron febrilmente los bocetos de Joyce, pidiéndole una y otra vez que aclarara algún detalle en concreto, cosa que éste efectuaba sin vacilar. Hubiera podido dibujar de memoria todas y cada una de las piezas de esa construcción, y describir cada remolino del río. Comenzaron a discutir el plan que habían ideado, haciendo una lista de todas las operaciones necesarias, detallando cada una en profundidad y esforzándose por adivinar todos los accidentes imprevisibles que pudieran surgir a última hora. Seguidamente, Warden se ausentó para recoger unos mensajes en el puesto instalado en una habitación contigua. Joyce dudó un momento.

—Sir —dijo finalmente—, yo soy el mejor nadador de los tres y ahora conozco el terreno…

—Eso lo veremos más tarde —dijo Number One, interrumpiéndole.

Joyce estaba al límite de sus fuerzas. Shears se dio cuenta de ello al verle tambalearse de camino a su cama. Tras un tercer día dedicado a espiar, tumbado boca abajo entre la maleza, había tomado por la noche el camino de vuelta y regresó al acantonamiento de un tirón. Apenas se había detenido para comer. Por su parte, los tailandeses tuvieron que emplearse a fondo para soportar el ritmo impuesto por él. Ahora estaban ocupados relatando, llenos de admiración, la manera en que el joven blanco había conseguido agotarles.

—Debe descansar —insistió Number One—. No serviría de nada que se matara ahora. Nos va a hacer falta toda su energía. ¿Por qué ha vuelto tan rápido?

—El puente estará terminado probablemente en menos de un mes, sir.

Joyce se quedó dormido de golpe, sin siquiera deshacerse del maquillaje que le hacía irreconocible. Shears se encogió de hombros y no trató de despertarlo. Permaneció a solas, reflexionando intensamente sobre la distribución de los papeles para la escena a representar en el valle del río Kwai. Aún no había tomado ninguna decisión cuando Warden regresó y le tendió varios mensajes que acababa de descifrar.

—Parece que la fecha se va aproximando, Shears. Información del centro de operaciones: el ferrocarril está terminado en la mayoría de los tramos. La inauguración tendrá lugar, con toda probabilidad, en cinco o seis semanas. Un primer tren repleto de tropas y de generales. Una pequeña celebración… Un importante arsenal de munición, también. No parece nada mal. El centro de operaciones aprueba todas sus iniciativas y le da entera libertad. La aviación no intervendrá. Nos mantendrán al corriente a diario… ¿Y el niño?, ¿duerme?

—No lo despierte. Merece un poco de descanso. Se las ha arreglado muy bien… En su opinión, Warden, ¿cree que se puede contar con él en «todo tipo» de circunstancias?

Warden reflexionó antes de contestar.

—Mi impresión es buena, pero no se puede afirmar nada «de antemano», usted lo sabe igual que yo. Comprendo perfectamente lo que quiere decir. Se trata de saber si es capaz de tomar una decisión difícil en unos segundos, incluso en menos tiempo, y si está preparado para ejecutarla… ¿Por qué me lo pregunta?

—Me ha dicho: «Yo soy el mejor nadador de los tres», y no era un alarde. Es cierto.

—Cuando me enrolé en la Unidad 316 —masculló Warden—, desconocía que hacía falta ser campeón de natación para tener un papel protagonista. Dedicaré las próximas vacaciones a entrenarme.

—Hay también una razón psicológica. Si no se lo permito, perderá confianza en sí mismo y no hará nada a derechas en mucho tiempo. Uno nunca puede estar seguro «de antemano», como usted dice… ni siquiera él… y la espera por saber quién es el elegido le consume… Lo esencial, naturalmente, es que cuente con las mismas opciones de alcanzar el éxito que nosotros. Estoy convencido… y, por supuesto, de escapar indemne. Lo decidiremos dentro de unos días. Quiero ver cómo se encuentra mañana. Más vale que no le hablemos del puente durante un tiempo… No me agrada demasiado verle conmoverse por la desgracia de los prisioneros. ¡Ah, ya sé lo que me va a decir!… El sentimiento es una cosa, y la acción otra bien distinta. En cualquier caso, tiene tendencia a exaltarse… a verlo todo a través de su imaginación. ¿Comprende lo que quiero decir?… Le da demasiadas vueltas a las cosas.

—No se pueden establecer reglas generales en este tipo de misiones —afirmó el juicioso Warden—. En ocasiones, la imaginación, e incluso la reflexión, dan buen resultado, aunque no siempre…

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