El protector

El protector


CAPÍTULO 11

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CAPÍTULO 11

 

   Devlin dejó a Laurel en el suelo y aplastó una de las cajas para que ella pudiera arrodillarse encima. Laurel se agachó junto a Trahern temiendo por su vida. Un chorro de sangre se extendía por el costado derecho de su camiseta y había formado un charco en el suelo. Le tomó el pulso y se sintió aliviada al comprobar que era regular. Trahern abrió los ojos.

   —¿Doctora? —preguntó mientras hacía un amago de sentarse.

   Laurel apoyó las manos en los hombros de Trahern y lo empujó con suavidad hacia atrás.

   —Sí, Blake, soy yo. Intente no moverse hasta que compruebe la gravedad de su herida.

   Laurel intentó levantarle la camiseta, pero estaba pegada a la sangre, que ya se estaba espesando. Sacó un bisturí del maletín para cortar la tela, pero era demasiado lento.

   —Devlin, necesito tu cuchillo.

   Una hoja de aspecto mortífero apareció frente a la cara de Laurel.

   —No hagas ninguna filigrana, Laurel, tenemos que sacarlo de aquí antes de que uno de esos polis que se están reuniendo ahí afuera decida husmear por aquí. Ahora mismo, es lo que menos nos conviene.

    —Yo puedo caminar.

    Trahern intentó, una vez más, incorporarse.

    —¡Estese quieto! Si vuelve a moverse podría cortarle con el cuchillo y, ahora mismo, es lo último que le faltaba.

    Laurel consiguió cortar un trozo de la camiseta y ver la herida con más claridad. Normalmente, las heridas que ella curaba a los Paladines eran heridas de arma blanca, pero aquélla la había producido un arma de fuego. La bala había atravesado el abdomen de Blake.

    Devlin miró la herida por encima del hombro de Laurel.

    —¿Es grave?

    —Sangra mucho, pero no es una herida mortal.

    Laurel cogió varias gasas de su maletín y las utilizó para aplicar un vendaje provisional de presión sobre la herida de Trahern. A continuación, las sujetó con esparadrapo. Cuando sacaran  a Trahern de allí le curaría mejor la herida, pero, en aquel momento, los dos hombres estaban tensos  por la necesidad de salir del callejón. Era de entender: ella también se sentía muy expuesta en aquel lugar.

    —El vendaje aguantará hasta que lo llevemos adentro.

    Laurel se incorporó. Devlin tenía la espalda contra la pared y sostenía una horrible pistola en la mano. Siempre parecía peligroso, pero ésta era la primera vez que ella le veía la expresión de lucha en el rostro. Y la asustó, aunque sabía que la estaba protegiendo a ella y a su amigo herido.

   —Ya podemos irnos, Devlin.

   Devlin observó a Laurel y, después, bajó la vista hacia Trahern.

   —Quedaos aquí hasta que compruebe cómo está la calle.

   La policía todavía estaba investigando el accidente. Lo último que  les convenía era pasar junto a ellos llevando a Trahern a rastras y con la camiseta ensangrentada y hecha jirones. Mientras Devlin ideaba una ruta segura, Laurel rodeó los hombros de Trahern con el brazo y lo ayudó a sentarse. Ninguno de los Paladines demostraba sentir dolor, pero Trahern tenía la cara empapada en sudor y se mordía el labio para no gemir.

   Laurel odiaba y admiraba al mismo tiempo el estoicismo de los Paladines.

   —Si maldecir le ayuda, hágalo, porque al ponerse de pie le dolerá todavía más.

   Trahern no malgastó su aliento hablando hasta que se hubo levantado. Mientras Laurel recogía su equipo médico, Trahern se apoyó en la pared y cerró los ojos. A juzgar por su palidez,  lo único que lo mantenía en pie era la pura obstinación. Laurel no podía limpiar la sangre del suelo, pero la tapó con la caja para que no se viera a simple vista.

   —¿Lo intentamos?

    Laurel pasó el brazo de Trahern por encima de sus hombros y lo ayudó a caminar por el callejón. No habían dado más que unos pasos cuando Devlin regresó. Enseguida cogió a Trahern por el otro lado.

    —Casi todo el mundo sigue concentrado alrededor del coche accidentado. He tardado tanto porque quería ver qué había pasado. Por lo visto, el coche estaba vacío. El propietario está histérico porque la policía lo acusa de negligencia por dejar el coche en punto muerto y sin el freno de mano, pero él jura que siempre deja el freno puesto y que alguien tiene que haber manipulado el coche. Los polis no se creen su versión porque el coche estaba cerrado con llave. Cualquier persona que  hubiera intentado abrirlo, habría disparado la alarma.

    Trahern sacudió la cabeza.

    —El accidente estaba programado para ocultar el ruido del disparo.

     —Lo mismo creo yo. —Devlin se puso de lado para situarse entre Trahern y la multitud que había una manzana más allá—. No puedo sostenerte mientras estemos al descubierto. Necesito poder moverme con rapidez por si el bastardo intenta dispararnos otra vez.

     Laurel notó que Trahern traspasaba parte de su peso a los hombros de ella.

    —Lo siento, doctora, pero sólo cuento con usted.

    —Vamos, hombretón,  crucemos la calle.

    Reiniciaron la marcha  buscando un ritmo común. Por  cada paso que daba Trahern, Laurel daba dos, pero consiguieron adaptarse el uno al otro. Cuando llegaron a la acera de enfrente, dieron la espalda al barullo provocado por el accidente y se dirigieron a la casa de Laurel.

    Devlin se interpuso en  su camino.

    —¿Por qué está la puerta abierta de par en par?

    —Es probable que no  la cerrara al salir. Cuando oí el choque, salí corriendo y, después, volví a entrar para coger el maletín.

    —Esperad aquí.

    Devlin sacó la pistola y desapareció en el interior de la casa de Laurel. No tardó mucho en inspeccionarla.

    —No hay nadie. —Volvió a introducir la pistola en la parte trasera de su cinturón y sujetó  a Trahern—. ¿Dónde quieres que lo deje?

   —En la habitación de los invitados. Allí estará bien.

   Trahern soltó un gruñido.

   —Dejad de hablar como si yo no estuviera aquí. Llevadme al lavabo y dejadme solo. Me lavaré y me iré. —Trahern miró a Devlin con el ceño fruncido—. Necesitaré ropa limpia. Si caminara así por la calle podría llamar la atención.

   Era inútil discutir con Trahern. Laurel lo conocía lo suficiente para saber que no se dejaría derrotar por una herida como aquélla.

   —Tengo unos jerseys de hombre que podrían irle bien. Mientras los busco, tú asegúrate de que se limpia bien la herida con un antiséptico y aplícale una buena cantidad de esto.

—Laurel sacó un frasco de Betadine y una crema antibiótica de un cajón—. Las vendas están en el otro lado y hay trapos y toallas limpios en el armario de la ropa.

   Mientras los dos hombres reunían los artículos de primeros auxilios necesarios, Laurel buscó en el armario los jerseys que había dejado su hermano la última vez que la visitara. El no era tan corpulento como Devlin o Trahern, pero sus suaves jerseys de lana le servirían a Trahern hasta que llegara a su casa.

   Entregó los jerseys a Devlin y volvió a dejarlo a solas con Trahern. A continuación, se fue a la cocina para calentar la cena. Cuando Trahern y Devlin se reunieron con ella, Laurel había puesto la mesa con tres servicios y la comida estaba lista.

   —Sentaos y comed. Y antes de que me lo discuta, Blake Trahern, recuerde que quien le habla es su doctora. Sé que es usted muy duro, pero, o come, o llamaré al laboratorio para que vengan a buscarle y le tengan en observación.

   Sin duda lo haría. La descarga de adrenalina que le había producido la crisis empezaba a disiparse y quería respuestas a unas cuantas preguntas antes de acostarse.

   Ninguno de los dos hombres se molestó en discutir con ella. Devlin se sentó a su derecha.

   —Has encargado mucha comida para una sola persona.

   ¡Oh, cielos, un hombre celoso!

   —Los jerseys son de mi hermano, Devlin, y da la casualidad de que me gusta la comida china. Normalmente, encargo suficiente cantidad para dos o tres veces. Así me ahorro los gastos de envío.

   Los dos hombres empezaron a engullir la comida como si les fuera la vida en ello, probablemente porque sabían que ella querría formularles preguntas y ninguno de ellos quería tener que responderlas. Laurel los dejó comer en silencio mientras contemplaba la situación desde distintos ángulos. ¿Qué era lo que había ocurrido?

     Cuando empezaron a comer más despacio, Laurel apartó su plato  y se inclinó hacia delante.

    —Muy bien, señores, ha llegado la hora de las respuestas.

    —Yo tengo que irme, ahora que todavía puedo andar —declaró Trahern.

    El color de su piel había mejorado mucho, pero el dolor que sentía se apreciaba en el rictus de su boca.

    —No hasta que yo...

    Devlin la interrumpió.

    —Vamos, dale un respiro. Mira, llamaré a D.J., él acompañará a Blake a su casa y se encargará de cuidarlo. Pero mientras lo  esperamos, tú prepara tus cosas.

    —¿Mis cosas? ¿De qué hablas?

    Devlin se había vuelto de espaldas a Laurel mientras marcaba el número de D.J. Algo estaba pasando, algo sobre lo que ninguno de ellos quería hablar. Pero, fuera cual fuera el problema,  ahora ella estaba implicada. Después de todo, ¿cómo podía ser que a Trahern le dispararan en aquel callejón que estaba tan cerca de su casa? Y también estaba el pequeño detalle de que Devlin anduviera oportunamente por allí para salvar a su amigo.

   Devlin tenía que explicarle muchas cosas, pero podía esperar a que estuvieran a solas.

   —Eh, doctora, ¿tiene algo para calmar el dolor? Un par de aspirinas, por ejemplo.

   No podía negarse a la petición de Trahern,  aunque sospechaba que lo hacía para distraer su atención.

   —Iré a buscarlas.

   Cuando regresó del baño, la puerta que comunicaba la cocina con el garaje estaba abierta y Devlin y Trahern habían desaparecido. Prestó atención un par de segundos y oyó que hablaban en voz baja en el garaje. Un coche se detuvo junto a la puerta.

   Enojada por haber caído en la trampa de Trahern, decidió tomarse ella las aspirinas, pues dedujo que lo que Devlin le iba a contar seguramente le produciría dolor de cabeza.

   Para mantenerse ocupada, recogió la mesa y guardó los restos de la cena en la nevera. Cuando estaba metiendo el último plato en el lavavajillas, oyó pasos en el garaje. Una vez más, el pulso se le aceleró.

   Quizá, si atraía a Devlin hasta la cama, él no podría eludir sus preguntas. Esta idea la complació en varios sentidos, aunque no quería saltar sobre él en cuanto entrara en la habitación. Primero le dejaría cerrar la puerta.

   Devlin entró con mirada decidida. Ella se mantuvo firme, dispuesta a seducirlo, aunque deseaba no ser la única en no poder esperar a estar desnudos. Sin embargo, una sola mirada al rostro de Devlin le indicó que él tenía otros planes. Devlin se detuvo a su lado.

   —¿Dónde está tu maleta?

   —Yo no reacciono bien a las órdenes, señor Bane.

   —Mira, Laurel, no tengo tiempo para esto. Tenemos que salir de aquí a toda velocidad.

   Sus palabras le sentaron como si le hubieran echado un cubo de agua fría a la cara. Pocas cosas asustaban a los hombres como Devlin, pero en aquel momento había mucha tensión en su mandíbula.

   —¿Por qué? ¿Qué es lo que no me estás contando?

   Devlin se pasó la mano por el pelo con frustración.

   —Confía en mí y haz lo que te pido. Te lo explicaré más tarde, pero, en estos momentos, aquí, en tu casa, no estás a salvo. Coge ropa suficiente para unos cuantos días.

    Ella no pensaba salir corriendo de su casa sin una buena razón. Se cruzó de brazos dispuesta a esperar la respuesta de Devlin.

    —No pienso ir a ninguna parte hasta que me cuentes qué está pasando.

    Devlin se le acercó esperando intimidarla con su corpulencia.

    —No discutas conmigo, Laurel. Hazlo, sin más, o lo haré  yo por ti y te sacaré de aquí al hombro. Cuando nos hayamos instalado en un lugar más seguro, te lo explicaré, pero ahora no es el momento.

    Laurel no dudó de que hablaba en serio.

    —Está bien, lo haremos a tu manera.

    Cuando pasó al lado de Devlin camino del dormitorio, él la cogió por el brazo y la volvió hacia sí. Su boca, seria y sombría, se aplastó contra la de ella. El sabor salvaje del guerrero listo para el combate se mezcló con el del enfado de Laurel formando una mezcla volátil. Se precisaba poco para que esta mezcla explotara sin control. Ella lo deseaba, lo necesitaba. Sus lenguas se unieron y se acariciaron  calmando así sus respectivos temperamentos, pero  avivando su pasión, hasta que los dos ardieron en deseo. Devlin la levantó para que las curvas de su cuerpo encajaran con las superficies planas del suyo propio.

   —No tenemos tiempo para terminar esto.

   Sin embargo, no realizó el menor movimiento para separarse de ella; por el contrario, acurrucó la cara en su cuello.

   —No parece que eso importe mucho.

   Laurel deseó encaramarse por el cuerpo de Devlin o tumbarlo en el suelo.

   —Cuanto antes recojas tus  cosas, antes podremos desnudarnos en algún lugar seguro.

   Para ser un soborno, no estaba nada mal. Laurel sacó una maleta de la parte trasera de su vestidor y la abrió encima de la cama. Empezó metiendo la ropa interior, y se aseguró de elegir los conjuntos que tenían más encaje. Ya que Devlin iba a verla con aquella ropa, quería tener buen aspecto.

   Del baño, cogió los artículos básicos, pues dedujo que siempre podía regresar para coger lo que hubiera olvidado o comprarlo. No había muchas cosas de las que no pudiera prescindir durante unos días.

   Después le tocó el turno a la ropa de calle. Guardó en la maleta varios pares de pantalones con las blusas correspondientes, que  era la ropa que solía llevar para trabajar. También puso unos cuantos téjanos y tres sudaderas. Las manos le temblaban tanto que le resultó difícil doblar la ropa adecuadamente.

   Después de dar una última mirada a su alrededor, cogió dos pares de zapatos y unas cuantas joyas. Por  fin estaba preparada, aunque necesitó un par de intentos para cerrar la maleta. Después la cogió del asa y la hizo rodar hasta el salón. Devlin había corrido las cortinas y estaba en un extremo de la ventana, inspeccionando la noche de Seattle.

   —Ya estoy lista. ¿Adonde vamos?

   —Esta noche la pasaremos en mi casa. Mañana ya haremos planes.

   Laurel cogió las llaves de su coche, que estaban sobre la encimera de la cocina.

   —¿Conduces tú o yo?

   Devlin alargó el brazo.

   —Ya conduzco yo. Por si acaso.

   A Laurel se le formó un nudo en el estómago.

   —¿Por si acaso, qué?

   Devlin la tocó para tranquilizarla.

   —Por si el cabrón que me mató una vez y ha  disparado a Trahern sigue ahí afuera.

   Laurel sintió un escalofrío.

   —¿También va detrás de mí?

     —Creo que quiere utilizarte para llegar a mí, porque soy difícil de atrapar. —Devlin cogió la maleta de Laurel—.  Quizá piensa que, si me amenaza con hacerte daño, yo caeré en la trampa con el culo al aire y los brazos en alto.

     —¿Y tú lo harías? —preguntó Laurel, aunque ya conocía la respuesta.

     —Sin dudarlo, y con una sonrisa en la cara.

     Devlin le dio un beso rápido en la mejilla para aligerar la tensión del ambiente.

     Laurel lo siguió hasta el garaje sintiéndose un poco aturdida.

    Si el atacante conseguía matar a Devlin, esta vez se aseguraría de que fuera para siempre. Tenía que hacerlo, de lo contrario se pasaría el resto de la vida huyendo con Trahern y el resto de los Paladines pisándole los talones.

    Laurel se sentó en el asiento del copiloto y se abrochó el cinturón mientras Devlin conducía hacia la oscuridad de la noche. La puerta del garaje se cerró poco a poco y Laurel miró hacia atrás sintiendo que una parte de su vida también se estaba cerrando.

 

 

   «¡Hijo de puta!»

   Estuvo tentado de disparar al coche mientras salía, marcha atrás, del garaje, pero la policía estaba registrando el barrio  en busca de testigos del accidente.

   De hecho, no le preocupaba. Cuando pagó a aquel gamberro para que soltara el freno y pusiera la marcha en punto muerto, vestía una ropa distinta a la de ahora y llevaba un gorro calado hasta las orejas. Su propia madre habría tenido problemas para reconocerlo. Había  estado a punto de atrapar a Laurel Young, pero había fallado.

   Dio una patada a un cubo de basura  y lo envió por los aires hasta el otro lado del callejón. Debería haber sospechado que Devlin Bane no confiaría en Trahern para vigilar a su amada. Nada más apretar el gatillo, Bane salió de donde se ocultaba para ayudar a su amigo.

   Esto podría haber mantenido ocupado a Bane el tiempo suficiente para que él pudiera secuestrar a la doctora Young, pero ella se lanzó prácticamente en sus brazos. Ahora tendría que volver a seguirla. Lo más probable era que el astuto Paladín tardara días en dejarla acercarse a su casa. Además, ella estaría siempre rodeada de un puñado de sus salvajes amigos.

   Tendría que ingeniárselas para atraparla cuando  estuviera sola en el laboratorio. ¡Sí, eso podía funcionar! Pero se le estaba acabando el tiempo. Si no lograba pronto su objetivo, tendría que huir de allí.

   En cualquier caso, tendría que irse de Seattle, pero prefería hacerlo con un buen fajo de billetes que le permitiera disfrutar del buen vino y las mujeres durante varias décadas. Con esta idea en la cabeza, regresó a su casa dispuesto a elaborar un plan y rezar para que, por una vez, algo le saliera bien.

 

 

   Devlin no perdió de  vista el espejo retrovisor mientras la casa de Laurel desaparecía a sus espaldas. Confiaba totalmente en que podía esquivar a cualquiera que los siguiera, pero todavía eran vulnerables a las balas. Conforme ponían más distancia entre ellos y el peligro que los acechaba,  sus músculos se relajaron.

   —¿Estás bien? — preguntó.

   Su visión de Paladín le permitía ver con mucha más claridad en la tenue luz del coche de lo que podría ver un ser humano normal. Laurel se había reclinado en el asiento y tenía los ojos cerrados.

   Esbozó una leve sonrisa.

    —Sí, estoy bien.

    —Daré unas cuantas vueltas más para asegurarme de que no nos siguen, pero ya estamos cerca de mi casa.

    —Estupendo, porque ya tengo bastante por hoy. —Laurel apoyó la mano en el brazo de Devlin—. Bueno, casi.

    El calor de su mano lo invadió como una bendición. ¡Sí, le gustaba cómo pensaba aquella mujer! Aceleró para cruzar el semáforo que tenía más adelante y, a continuación, realizó un giro brusco a la izquierda. Si alguien los seguía, tendría que esperar hasta  que el semáforo volviera a cambiar.

 A media manzana, se metió en un aparcamiento para poder cambiar de sentido. Detuvo el coche entre otros dos vehículos que había cerca de la salida para asegurarse de que nadie se fijaba en su maniobra.

    El horizonte estaba despejado. Salió del aparcamiento y se dirigió hacia su casa. Estarían dentro del edificio en unos minutos. Poco después, giró hacia el este y tomó el camino de entrada a su casa.

   Laurel parecía más despierta y se fijaba en todos los detalles.

   —Casi somos vecinos.

   —Sí, a vuelo de pájaro, vivo a menos de un kilómetro de tu casa.

   Devlin aparcó el coche  de Laurel al lado  de  su viejo Porsche. Después de sacar la maleta de Laurel del maletero, la condujo al interior. ¿Qué opinaría ella de su casa? Estaba casi seguro de que le gustaría. El pasaba la mayor parte del tiempo en los túneles, pero volver a su casa y contemplar la vista espectacular de Puget Sound y las montañas Olympic realmente le compensaba. Una valla de cedro de casi dos metros de altura protegía su pequeño jardín trasero de la vista de los vecinos. Como la mayoría de los Paladines, él valoraba mucho la intimidad.

   Devlin llevó la maleta de Laurel a su dormitorio. Podía ofrecerle alojarse en la habitación de los invitados, pero no le gustaban los jueguecitos y, en aquel momento, lo que más deseaba era estar con Laurel Young en su cama.

   Cuando regresó al salón, ella estaba en la terraza, contemplando las luces que, en la distancia, se reflejaban en el agua. Devlin se colocó detrás de ella, rodeó su cintura con sus brazos y la acercó a su torso. El aroma de su piel y su cabello produjeron un efecto inmediato y predecible en su cuerpo.

   —Bonita vista —declaró Laurel.

   —A mí me gusta. —Devlin apoyó la barbilla en la cabeza de Laurel—. Siempre es diferente.

   —¿Me contarás, ahora, de qué va todo lo que ha pasado?

   —Te dije que lo haría y lo haré. —Devlin hundió la cara en el cuello de Laurel y, después, siguió el contorno de su oreja con la punta de la lengua—. Más tarde.

   Ella arqueó el cuello para resultar más accesible.

   —Buena idea.

   Devlin deslizó las manos hacia arriba, cogió los pechos de Laurel y los apretó con suavidad mientras la besaba en el cuello. Ella seguía vestida con la camiseta y los pantalones cortos de franela. Y sin sujetador. A Devlin le gustó el tacto del algodón suave de la camiseta deslizándose por sus blandos pechos. Laurel gimió con suavidad y se volvió un poco para pedirle un beso. Este no se pareció en nada al que se habían dado antes en la casa de ella. La pasión, sin duda, seguía allí, pero no el mal genio. Podría pasarse horas simplemente abrazándola y permitiendo que su aroma y su sabor llenaran sus sentidos.

   O quizá no. El aire fresco de la noche se estaba calentando en torno a ellos. Si seguían así, entrar en la casa no sería mala idea. Devlin se separó de Laurel con esfuerzo y le tendió la mano. La sonrisa que ella le ofreció cumplió todas sus expectativas. Permitió que la guiara a lo largo del pasillo hasta su dormitorio.

     Devlin echó la colcha de la cama hacia abajo para que no les molestara. Cuando se volvió hacia Laurel, ella ya se había quitado la camiseta. Devlin sonrió abiertamente.

    —Gracias, Laurel.

    Ella inclinó la cabeza a un lado y esbozó una sonrisa burlona.

    —¿Y cómo vas a demostrarme tu gratitud?

    —Se me ocurren un par de ideas.

    Devlin también se  quitó la camiseta. Ya hacía tiempo que les tocaba experimentar un poco de piel con piel.

    —Bonito comienzo, pero ¿qué más tienes para ofrecerme?

    Laurel retrocedió un paso.

    ¡Así que quería jugar! Devlin acercó la mano a la cremallera de su pantalón y los ojos de Laurel la siguieron mientras deslizaba la lengüeta hacia abajo. Cuando introdujo los dedos en la cinturilla de los téjanos para bajárselos, percibió que la respiración de Laurel se aceleraba. Al cabo de unos segundos, Devlin no vestía más que una sonrisa en la cara.

   —Bueno, también está esto.

   Laurel todavía llevaba puestos los pantalones cortos, pero él no tenía prisa en que se los sacara.

   Devlin volvió a tenderle la mano. Laurel titubeó.

   —¿Ahora te sientes cohibida?

   —No, estoy intentando decidir por dónde empezar. Las posibilidades me parecen infinitas.

   —Yo estoy abierto a cualquier cosa que tengas en mente.

   Devlin abrió un poco los brazos y realizó un giro completo y lento sobre sí mismo para que ella pudiera ver, a sus anchas, lo que él podía ofrecerle.

   —Creo que quiero que te eches en la cama.

   —Sí, señora.

   Devlin se tumbó en la cama cuan largo  era, puso las manos debajo de su cabeza y esperó a ver qué hacía Laurel a continuación.

   Ella apenas podía asimilar todo lo que veía. El cuerpo de Devlin era una obra de arte, potente y de líneas marcadas. Laurel deslizó la mano con ligereza por la pierna de Devlin y acarició su pene con los dedos. Este reaccionó como si se hubiera disparado un resorte y Laurel se sobresaltó. Devlin se echó a reír, pero a ella no le importó. Se reía con demasiada poca frecuencia. Fueran cuales fueran las terribles noticias que tenía que comunicarle, estaba decidida a apartarlas de su mente durante un rato.

   Laurel se sentó  encima de Devlin a horcajadas y sintió su poder entre las piernas. Quería sentirlo dentro, pero todavía no. Había mucho territorio por explorar. Subió por el cuerpo de Devlin, cogió sus propios pechos y se los ofreció para que él se los tocara y los saboreara.

   La lengua de Devlin jugueteó con las sensibles cimas de los pechos de Laurel y ella se arqueó hacia atrás  ofreciéndoselos todavía más. Devlin utilizó los  dientes y los labios para succionarlos, y cada succión enviaba un estremecimiento ardiente a lo más hondo de ella. Parecía saber lo que Laurel necesitaba en cada momento sin tener que preguntárselo. Colocó la mano en su abdomen y siguió la curva de su barriga hasta que su mano se deslizó por el interior del elástico de sus pantalones.

   Devlin levantó los dedos para penetrarla, frotó con ellos el centro del deseo de Laurel y los introdujo en su resbaladizo conducto. Laurel apenas  podía soportar las  sensaciones que experimentaba.

   —Devlin...

   Su nombre era como una súplica para que él tomara las riendas y le diera lo que los dos deseaban con tanta ansiedad.

   Devlin tumbó a Laurel de espaldas, le quitó los pantalones y los tiró por encima de su hombro. Después, se  arrodilló entre sus piernas y la contempló con tanta intensidad que ella habría jurado que sentía el roce de su mirada en la piel.

    —No sabes cuántas veces te he imaginado aquí. Así, tal y como estás ahora. —Su voz sonó grave y él deslizó la mano para acariciarla donde más lo necesitaba. Laurel arqueó las caderas como respuesta y en señal de invitación—. Dime qué es lo que quieres, Laurel.

    —Quiero que me tomes, Devlin. No me importa cómo, pero tómame.

    —Entonces será mejor que te agarres bien, cariño, porque será una cabalgada larga e intensa.

    Devlin levantó las piernas de Laurel y la penetró con lentitud. Ella se sintió extendida, tensa y maravillosamente llena.  Cuando creyó que Devlin había llegado a lo más hondo que podía llegar en su interior, él la levantó de la cama y se la sentó en su regazo. Devlin levantó las caderas y penetró en lo más hondo del interior de Laurel. La cogió por las nalgas con sus encallecidas manos y la mantuvo quieta mientras levantaba y bajaba las caderas. Devlin parecía saber con exactitud el ángulo que le produciría a Laurel el mayor placer.

   —¡Devlin! —gimió Laurel mientras la tensión que experimentaba en su interior aumentaba hasta llevarla al límite.

   Devlin, con toda malicia, se quedó  quieto negándose a darle ese poco más que necesitaba. A cambio, se deslizó hacia abajo y utilizó la lengua. Una vez más, Laurel sintió que su placer crecía vertiginosamente y fuera de control. En esta ocasión, llegó al climax y expresó con entusiasmo su alivio. Devlin colocó enseguida las piernas de Laurel encima de sus  hombros y la penetró dándole apenas tiempo a reponerse mientras los llevaba a ambos a la cúspide en una escalada  sin tregua.

   Laurel clavó las uñas en las sábanas y se agarró a éstas como si en ello le fuera la vida. Devlin volvió a  detenerse haciendo uso de su fuerza de voluntad. Su cuerpo, empapado en sudor, temblaba por la necesidad de desahogarse.

   —¿Por qué te paras?

   —El condón. Antes de que sea demasiado tarde.

   Devlin se separó de Laurel de una forma repentina para coger un condón de la mesita de noche. Segundos más tarde, estaba de vuelta.

   Entonces la penetró con fuerza y rapidez, sin ningún tipo de contención. Laurel disfrutó sintiéndolo entrar y salir de su cuerpo con ímpetu mientras él se aseguraba de que ella obtenía tanto placer como él de su acoplamiento. Después de unas cuantas penetraciones potentes e impetuosas, Devlin los llevó a ambos al climax y esperó para recogerla cuando ella volviera a la tierra.

 

 

   Se durmieron. Ella no supo si habían pasado horas o minutos cuando sintió que él se movía a su lado y los devolvía a ambos a la vigilia. Había llegado el momento de hablar. A ella le habría encantado remolonear en el calor de sus brazos, pero la noche no mantendría a raya al resto del mundo durante mucho tiempo más.

   —Empieza por  el principio.

   Devlin puso en orden sus pensamientos mientras jugueteaba con el pelo de Laurel.

   —La última vez que morí fue diferente a las anteriores.

   —¿Te refieres a  otra cosa aparte del hecho de que tardaras mucho en revivir?

   —Sí, me refiero a otra cosa. Aunque, quizás el hecho de que tardara tanto en revivir se  deba, en parte, a que me mató un humano, no uno de los Otros. —Su voz sonaba tranquila, pero Laurel podía percibir la tensión que crecía en su interior—. No le vi la cara, pero las manos que sostenían la espada eran humanas. —Devlin se interrumpió unos instantes—. Resulta extraño, pero eres la cuarta persona a la que se lo cuento y todavía me parece irreal. El día que fui a ver cómo estabas y un par de veces en los túneles he notado que alguien me seguía. No he conseguido verlo, pero sé que está ahí. —Devlin la miró a los ojos—. Lo siento, pero creo que me siguió hasta tu casa el día que fui a comprobar si estabas bien y me quedé a pasar la noche.

    —De modo que sabe que estamos liados. —Laurel se acurrucó más cerca de Devlin—. Y ésta es la razón de que le pidieras a Trahern que vigilara mi casa.

    —Cuando fui a averiguar si había descubierto alguna cosa, lo encontré sangrando en el callejón. Creemos que el accidente fue provocado como distracción. Trahern tiene razón al decir que el objetivo del accidente era ocultar el ruido del disparo, pero, además, yo creo que, quien lo ideó, tenía planeado secuestrarte durante la confusión.

   —Debió de pensar que yo saldría con mi maletín de primeros auxilios y que caería directamente en sus manos. —A pesar de la calidez que experimentaba, Laurel sintió un escalofrío—. ¿Tienes alguna idea de quién puede ser?

   Devlin se mostró evasivo con la respuesta.

   —Estamos siguiendo varias líneas de investigación.

   Laurel levantó la cabeza y la apoyó en una mano.

   —¡No me vengas con tonterías,  Devlin! Cuéntamelo todo. Me lo prometiste.

   Laurel le dio unos golpecitos con el dedo en el pecho.

   Devlin le cogió el dedo y se lo llevó a la boca para besarlo.

   —Está bien. Creemos que todo está relacionado con algo que concierne a los Otros. En los túneles, descubrimos unas bolsas de tela que contenían unos polvos azules. D.J. hizo que un amigo suyo los analizara. Proceden de un tipo de piedra semipreciosa. Lo más probable es que se trate de un tipo de granate que no existe en nuestro mundo. Creemos que alguien de nuestro lado está aceptando sobornos para dejar pasar a los Otros.

   —Pero no lo están consiguiendo, ¿no?

   A Laurel, aquella doble traición, le producía náuseas.

   —No. Para nosotros, todo funciona como siempre. Si no se quedan en su lado, les damos caza y los matamos. O ellos nos matan a nosotros.

   Su brutal sinceridad hizo que Laurel sufriera por él y por el resto de los Paladines. Además, aunque nunca lo admitiría delante de Devlin, sentía cierta compasión por los Otros, quienes en lugar de encontrar el refugio que tanto ansiaban, se encontraban con la punta de la espada de un Paladín.

   —¿Sospecháis de alguien de Regencia o de los soldados?

   Ésta era la única explicación que tenía sentido.

   —Como te he dicho antes, seguimos varias líneas de investigación. A partir de mañana, no dejarás la seguridad del laboratorio a menos que vayas con uno de nosotros. He intentado mantener el asunto en secreto, así que sólo se lo he contado a D.J., Cullen y Trahern. Lonzo sabe algo, pero desconoce los últimos acontecimientos.

   Por fin había una buena noticia que podía compartir con él.

   —Seguramente, le darán el alta mañana. Eso si el doctor Neal no lo ha dejado ir esta misma tarde. Estaban esperando los últimos resultados del análisis de sangre.

   —Buenas noticias. Necesitaremos todas las espadas que podamos reunir antes de que este asunto se solucione. —Devlin se inclinó hacia Laurel para besarla—. Ahora, duerme un poco. Mañana será un día muy largo para todos nosotros.

    Laurel se volvió de lado y Devlin acomodó su cuerpo a la espalda de ella, le rodeó la cintura con el brazo y la apretó contra sí. Entonces Laurel dejó que las preocupaciones de aquel día se desvanecieran y se durmió.

    Horas más tarde, el teléfono sonó con un pitido alto y estridente. Devlin se agitó en la cama y estiró un brazo para coger el auricular. Después de colgar, masculló algo acerca de que alguien era hombre muerto, se puso los pantalones y salió del dormitorio. Laurel no se inmutó y se acurrucó de nuevo en el calor de la cama. Sin embargo, antes de que consiguiera volver a dormirse, Devlin estaba de vuelta y tiraba de las sábanas.

    —¡Eh!

    Laurel intentó recuperar la sábana y la  cálida comodidad que había disfrutado hasta entonces.

    —Trahern está aquí. Vístete.

    Devlin no parecía sentirse nada contento con la temprana visita de su amigo, pero no tenía por qué descargar su mal humor en ella.

    Laurel se sentó y le lanzó una mirada airada.

    —Dame la sábana. Estoy desnuda y tengo frío, ¿o es que no te has dado cuenta?

    Devlin sonrió de una forma muy masculina y le lanzó la sábana.

    —Pues sí que me he dado cuenta. Y si Cullen y D.J. no estuvieran en camino, estaría encantado de que siguieras así.

    Laurel se envolvió en la sábana con lentitud a fin de  proporcionar a Devlin el mejor de los espectáculos y, a juzgar por el brillo de sus ojos, él sin duda valoró sus esfuerzos. Devlin la rodeó con los brazos y le dio un largo  beso.

   Después, se separó de ella poco a poco.

   —Trahern y los demás quieren hablar sobre lo que está pasando. Cuando hayamos oído lo que quieren decirnos, trazaremos planes.

   A Laurel no le gustó cómo sonaba aquello.

   —¿Qué planes? ¿Qué es lo que no me estás contando?

   —Hasta que no averigüemos algo más, no me sentiré tranquilo sabiendo que estás sola en el laboratorio. Si el hombre que se oculta detrás de estos ataques es uno de los guardias, no estás segura en el laboratorio.

   —Tú tampoco lo estás, pero sigues regresando a las trincheras. Tú eres tan vulnerable como yo.

   Devlin arqueó una ceja recordándole, sin palabras, que él era un guerrero entrenado y capaz de defenderse a sí mismo. Sin embargo, los dos sabían que las balas podían derribar a un Paladín con más facilidad que una espada. Y, una vez abatidos y sangrando, los Paladines eran tan vulnerables como cualquier otro hombre.

   Devlin soltó a Laurel y retrocedió unos pasos.

   —Ahora mismo, no tenemos tiempo para esto. A menos que quieras servirnos café y donuts vestida sólo con una sábana y una sonrisa.

   —Entonces sal para que pueda vestirme, Devlin. Asistiré a vuestra reunión, pero después tendré que ir al laboratorio.

    Devlin se pasó la mano por el pelo en señal de frustración.

    —Laurel, sé que esto te resulta difícil, pero, por favor, no hagas nada hasta que hayamos hablado.

    O confiaba en él o no confiaba.

    —De acuerdo. Esperaré.

    Devlin le dio un beso rápido en los labios y, justo al mismo tiempo, sonó el timbre de la puerta.

    Cuando estuvo sola, Laurel se lavó los dientes, se cepilló el pelo y se preguntó qué ropa ponerse. Si se ponía la ropa de trabajo, Devlin podía tomárselo a mal. Por otro lado, ponerse un chándal tampoco le parecía bien. Al final, se decidió por sus mejores téjanos y una camiseta de manga corta. En caso necesario, podía volver a cambiarse, cuando Trahern y compañía se hubieran ido.

    Después, se puso unas sandalias, inspiró hondo y se dirigió al salón. Los demás ya habían llegado. Cuando se dio cuenta de que era la primera vez que estaba con ellos como amante de Devlin, en lugar de como Tutora, sintió una repentina oleada de timidez. Devlin no estaba a la vista, pero se le oía trajinar en la cocina. ¡Por favor, que estuviera preparando café! Una buena dosis de cafeína sería bien recibida.

    Los tres Paladines estaban repanchigados en el sofá y los sillones. Blake Trahern fue el primero en darse cuenta de que ella  estaba junto a la puerta. Aunque, en realidad, no sonrió, sus gélidos ojos grises reflejaron más calidez de la habitual.

    —Buenos días, Blake. ¿Cómo te encuentras esta mañana?

    —Estoy bien.

    Trahern se desplazó hacia uno de los extremos del sofá y dio unas palmaditas en el cojín que tenía a su lado invitando a Laurel a utilizarlo.

    Laurel aceptó la invitación y Cullen y D.J. los miraron alucinados. Le pareció que Trahern disfrutaba de la pequeña conmoción que habían causado. Quizás así desviaría parte de la atención de ella y Devlin. En cualquier caso, Laurel se sintió halagada por la invitación.

   —Buenos días, D.J., y a ti también, Cullen.

   D.J. se agitó con inquietud en el sillón.

   —Buenos días, doctora.

   —Siento molestarla tan temprano, doctora. —Cullen le sonrió—. La culpa es de Trahern. Él nos ha sacado a todos de la cama esta mañana.

   —Vete al infierno, Cullen.

   No había mala intención en las palabras de Trahern.

   Antes de que Cullen pudiera responderle, Devlin entró en la habitación llevando una bandeja con café, tazas y pastas.

   —Antes de que vuelvas a quejarte, Cullen, recuerda que Blake es el único que  ha traído desayuno.

   D.J. intervino en la conversación.

   —Porque si no ya estaría sangrando.

   Laurel levantó la mano.

   —Vamos, chicos, no sigáis por ahí. No me gusta ver sangre antes del desayuno. Ya sabéis lo impresionable que soy.

   Su pequeña mentira los hizo reír. Incluso Trahern soltó una carcajada oxidada. Devlin sirvió la primera taza de café y se la ofreció a Laurel mientras la miraba con ojos cálidos. Cuando hubo servido a todos, se sentó en el sofá, al lado de Laurel, quien se sintió emocionada al estar flanqueada por dos de los Paladines más potentes de la región de Seattle.

   Cullen dejó su taza en la mesita.

   —Y bien, ¿qué es tan importante como para que nos perdamos nuestro sueño reparador?

   Devlin tomó las riendas de la conversación.

   —Ayer por la noche, alguien provocó un accidente delante de la casa de Laurel. El ruido del choque logró dos propósitos: uno, que ella saliera de casa y resultara vulnerable a un ataque y, dos, ocultar el sonido del disparo que le efectuaron a Trahern. De modo que el muy cabrón ha llevado este asunto a un nuevo nivel. —Devlin se levantó—. Una cosa es ir por mí, pero atacarla a ella es algo muy distinto.

   —¡Exacto!

   D.J., que era quien siempre se enojaba con más facilidad, se puso de pie dispuesto a luchar.

   —Siéntate, D.J., haces que a los demás nos resulte difícil pensar —declaró Devlin.

   D.J. se dejó caer en el sillón, pero Laurel casi lo veía vibrar con energía apenas contenida.

   —Quiero que cojamos a este hijo de puta y que sea pronto. Ayer por la noche estuvo muy cerca de atrapar a Laurel. —Devlin deslizó el brazo alrededor de  los hombros de Laurel y la acercó más a sí—. Está claro que vigilar su casa no ha sido suficiente. Claro que no sabíamos que era  tan loco como para atacar a Trahern.

    Blake no dijo nada, pero no era preciso. Todos sabían cuál sería el resultado si su atacante volvía a cruzarse en su camino.

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